domingo, 13 de junio de 2021

Una nueva dinastía en Bruselas

En la última entrada histórico-gafapastosa dejamos a la duquesa de Brabante, Juana, última representante de la dinastía brabanzona tradicional, muriendo sin hijos a principios del siglo XV y en plena guerra de los Cien Años, que es un mal momento para proceder a un cambio dinástico, pero era el que había. Efectivamente, después de un gobierno larguísimo, aunque al final parece que no estaba mucho en sus cabales, Juana murió un buen día de 1406 y dejó como heredero a su sobrino-nieto Antonio de Borgoña, un chaval de veintiún años que era bisnieto del padre de Juana, Juan III. Como quedó dicho, Juan III sólo dejó hijas, la mayor de las cuales era la duquesa Juana, pero la segunda fue Margarita, la que se casó con el duque de Flandes, Luis de Male, el que vimos que tomó Bruselas y prácticamente todo Brabante en la guerra anterior.

Margarita y Luis sólo tuvieron una hija, llamada también Margarita. Hay que decir que Luis de Male no era lo que se diría un ejemplo de fidelidad matrimonial; se le conocen dieciocho hijos extramatrimoniales, pero igual eran más. Vamos, un Julio Iglesias bajomedieval. Pero la heredera era su hija matrimonial Margarita de Male (ya es hora de decir que Male es hoy un barrio a las afueras de Brujas, y que en su día fue un pueblo independiente), que iba para heredera del ducado de Flandes. Indudablemente, era un buen partido.

Margarita se casó con un pez bastante gordo, Felipe II el Atrevido, duque de Borgoña, cuarto hijo del Rey de Francia. Era el segundo intento de casarse con un duque de Borgoña, pero el anterior (sí, Felipe I) la dejó viuda muy pronto. El matrimonio tuvo tres hijos, de los que interesa sobre todo el primero, Juan Sin Miedo, que heredó Borgoña y el ducado de Flandes y se convirtió en una verdadera amenaza para todo el mundo, porque estaba cerca de reconstruir el famoso imperio del centro entre Francia y Alemania que había puesto en marcha Lotario, el nieto de Carlomagno.

El segundo hijo fue este Antonio de Borgoña, al que su tía abuela Juana le dio en herencia, al morir en 1406, el ducado de Brabante. La familia de Borgoña, una línea segundona de los Valois, la dinastía reinante en Francia, se estaba convirtiendo muy rápidamente en un clan de lo más poderoso. Además, a Antonio le tocó la lotería tras enviudar, porque se casó con la heredera del ducado de Luxemburgo, lo que le convirtió en duque consorte, aunque a los luxemburgueses tuvo que someterlos a mamporrazo limpio.

A todo esto, la Guerra de los Cien Años seguía, y Antonio de Borgoña, que no dejaba de ser sobrino del rey de Francia, tomó el partido de éste. En 1415, cuando los ingleses lanzaron su invasión de Francia, se unió al ejército francés, pero armado como un simple caballero, sin su escudo, parece que porque llegó con prisas al campo de batalla de Azincourt. Azincourt, como es bien sabido, fue una victoria completa de los ingleses, que se encontraron con tantísimos prisioneros que Enrique V decidió respetar la vida únicamente de los principales, y matar al resto (luego nos creemos las obras de Shakespeare a pies juntillas, y nos creemos que Enrique V era generoso y caballeroso, y pasa lo que pasa). Me imagino a nuestro Antonio, vestido de manera simple, gritando "¡Soy el duque de Brabante, canallas!", y a trescientas personas más, vestidas igual que él y sabedoras de que los ingleses mandaban a criar malvas a todo aquél de quien no pudieran obtener un rescate jugoso, diciendo "¡No, el duque de Brabante soy yo!". El caso es que los ingleses se lo apiolaron sin más, a él y a todos los impostores. Lo de la convención de Ginebra y esas zarandajas vino mucho después.

En Brabante quedó su hijo mayor, Juan IV, de doce añitos, y huérfano de padre y madre, en plena guerra. Para entonces, Bruselas ya era la principal plaza de Brabante y la sede ducal. Pero, técnicamente, Brabante pertenecía al Sacro Imperio, así que el Emperador igual quería decir algo sobre quién accedía a los feudos en el imperio, e igual no le hacía mucha gracia eso de que los borgoñones se estuvieran haciendo los amos de los territorios que en su día fueron el Imperio del Centro. No, no se la hacía, pero el tío de Juan IV, Felipe el Bueno, duque de Borgoña y primo de zumosol de Juan IV, disuadió rápidamente al Emperador de alterar el orden sucesorio brabanzón.

Juan IV, a diferencia de su padre y sus tíos, no era lo que se dice un tío echao p'alante. Le gustaba la retórica y la cultura, y era tirando a alfeñique, cosa poco saludable en el siglo XV centroeuropeo. Así, hizo cosas tales como fundar la Universidad de Lovaina, que hoy es la decana de las universidades belgas; pero lo de gobernar lo delegaba en otros. Con catorce años lo casaron con Jacoba, o Jacqueline, de Baviera, que era su prima hermana, además de condesa de Henao, Holanda, Zelanda y Frisia. Un muy buen partido, vamos, pero se diría que a Jacoba le venía corta su nueva condición. La niña tenía entonces diecisiete años, pero ya tenía experiencia matrimonial, y más que tendría. De momento, a esas alturas, ya le había dado tiempo a enviudar nada menos que del heredero del trono francés; y claro, pasar de París a Bruselas hay gente que lo consideraba una degradación.

Las cosas se complicaron sobremanera, pero no es cuestión de relatarlas a estas horas tan intempestivas, así que su glosa quedará para otra ocasión.


2 comentarios:

Fer Sólo Fer dijo...

Otra entrada jugosísima. Ducalmente amena.¡Enhorabuena!

Alfor dijo...

¡Muchas gracias! Pues anda que no quedan de este tipo, hasta llegar a Felipe I...