domingo, 28 de abril de 2019

La semana más larga (IX): La liberación de la 7.2.

Llegué a casa bastante afectado. Por el trago de haber asistido al fallecimiento de la matriarca de Enguídanos, sí; pero también por las pocas esperanzas que infundía el estado de mi madre, y ambas cosas agravadas por las seis noches maldurmiendo en el hospital. Desayuné con cierta desgana, y me disponía a echarme un rato, cuando sonó mi teléfono. Era Reyrata.

- Alfor, que ya.
- ¿Ya?
- Acaba de faltar la mamá.

Uno nunca sabe cómo va a reaccionar en estos casos, por esperada que sea la noticia. Me entró tristeza, pero supongo que también un poco de alivio, por ella y, no voy a negarlo, por todos los que estábamos esperando el momento para continuar con nuestras vidas. Cumplimos nuestro deber hasta donde se nos exigió.

- ¿Ha sufrido? ¿Cómo ha sido?
- No ha debido sufrir. Hace un rato noté algo extraño, como si tuviera una inquietud, y luego ya pasó.
- Menos mal.
- Voy a llamar a Felipe.
- Vale, yo voy a avisar al papá.

A Reyrata le había tocado el había tocado el momento chungo de la defunción, vale; pero a mí me tocaba el momento no menos chungo de avisar a la familia. Avisar a Felipe, el dueño de la empresa de pompas fúnebres de Benicountrí, no vale como momento chungo, porque, al fin y al cabo, Felipe es un profesional y eso forma parte de su día a día.

De momento, me desplacé a casa de mis padres... bueno, ya sólo de mi padre, y entré por la puerta. Mi padre, aún de un humor muy mejorable, estaba sentado en su sillón.

- Papá, que ya.
- ¿Ya?
- Me ha llamado Reyrata, y acaba de faltar la mamá.

Es curioso cómo Reyrata y yo utilizamos exactamente las mismas palabras.

Mi padre gruñó molesto. Creo que las lágrimas se las estaba guardando para cuando se quedase solo.

Enseguida llamé a Kukoc, que estaba en el trabajo.

- Kukoc, que ya.
- ¿Ya?
- Acaba de faltar la mamá.
- Vaya... Bufff... Voy a ver cuándo puedo volver a Valencia. A ver el horario de trenes ¿El entierro es hoy?
- No creo. Reyrata se está encargando de la logística con el enterrador. Pero vente en cuanto puedas.

Dejé a Kukoc organizando su trabajo para estar ausente hasta la semana siguiente, y en esto llamó Reyrata.

- Alfor, ¿dónde estás?
- En casa.
- ¿La tuya?
- No, con el papá.
- Voy para allá. Aquí ya lo tengo arreglado.

Hora y pico después, los tres hermanos y mi padre estábamos en casa, con la incómoda presencia del sillón vacío que había sido de mi madre. Decidí sentarme en él como si fuera propio, para no dar lugar a malos rollos; al fin y al cabo, uno es el primogénito y tiene que tomar iniciativas claras y, cuanto antes se ocupase el sillón vacío, mejor y menos lloros.

En el hospital, los momentos posteriores al fallecimiento fueron como todos. El agente comercial de pompas fúnebres de por allí se acercó a Reyrata para ofrecerle precio, pero el funeral lo iba a organizar Felipe sí o sí y, en efecto, al poco tiempo lo teníamos todo arreglado. Al día siguiente, viernes, a las cinco de la tarde, en la iglesia parroquial de Benicountrí y, de allí, al cementerio.

Yo me fui encargando de avisar a la familia, incluida a la tía Amparo y los quince minutos de teléfono de rigor, para desesperación de mi padre.

- Oye, - dijo Kukoc a Reyrata - ¿tú cómo vas a ir vestido?
- ¿Yo? Pues con polo y pantalón. Creo que tengo un pantalón largo por ahí.
- A ver si encuentro un pantalón que no sea de chándal...
- ¿Y tú? - me preguntó Reyrata.
- Hombre, yo pensaba ir de traje. Me fui al aeropuerto directo desde el trabajo, así que ya iba preparado.

De hecho, sabiendo lo que podía pasar, tomé la precaución de ir al trabajo con una camisa blanca y un traje y corbata negros, que ahora me venían al pelo.

- Bueno, pues tú vas representando.
- Vale.
- Por cierto, que estuve viendo el calendario de carreras.
- ¿Carreras?
- El domingo por la mañana es la volta a peu de Benicountrí.
- Ah...
- La podíamos correr.
- A la marcheta, que llevamos seis noches medio en blanco. Pero vale, podemos ir juntos.
- Yo me ocupo de inscribirnos - concluyó Kukoc.

La siguiente hora se me pasó buscando un billete de avión de vuelta a Bruselas, ahora que ya sabía a qué atenerme, y avisando también a Alfina, en Bruselas, y Abi, en Madrid. Nos íbamos a reunir todos el sábado, así que me iba a tocar organizar una misa funeral en Valencia para el sábado.

Menos mal que uno tiene mano con el clero local, pero de la logística funeraria y de lo que sucedió a continuación tocará escribir en otro momento, no en éste, en que es tarde y corresponde ir a descansar.

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