jueves, 18 de abril de 2019

Lenguas

Hacía tiempo que no venía por Barcelona. La última vez que estuve por aquí, hace ya quizá diez años, se oía hablar catalán y castellano, más o menos a partes iguales. Es verdad que, en aquel entonces, yo estaba en la ciudad por motivos estrictamente laborables, y no frecuentaba las atracciones turísticas, no como ahora, que no tengo ninguna obligación, y que estoy aquí dejándome los cuartos en los monumentos de la ciudad. Los cuartos que me dejo son una enormidad: realmente es cierto lo que se dice, y Barcelona es bonita, pero nada barata, entiendo que porque puede permitírselo.

Mi impresión es que castellano se sigue hablando más o menos en la misma proporción que hace diez años. Catalán, me parece algo menos frecuente que entonces, pero quizá sea por la zona de la ciudad en que me encuentro.

Lo que me parece brutal es lo del inglés.

No ya es que haya un montonazo de turistas que hablen inglés por ser ésta su lengua materna; también hemos oído todo tipo de lenguas, desde francés, pasando por el portugués, hasta el ruso.

Lo que ya es preocupante es que el personal de los sitios que hemos ido a visitar pase de dirigirse a uno en castellano, sino que va directamente al inglés. No sé si ha quedado claro hasta ahora que, aunque me considero bastante buen hablante de inglés, y de hecho una buena parte de mi trabajo se desarrolla en esta lengua, eso de que se convierta en la lingua franca de toda la humanidad me hace poquísima gracia, y que la gente se dirija a mí en inglés, como si tuviera la obligación de hablarlo, me pone de los nervios. No, por mucho tiempo que lleve en el extranjero, no me he hecho ni un poquito mundialista.

Uno llega, por ejemplo, a la Catedral de Barcelona y, tras una visita minuciosa, intenta acceder al recinto donde se guardan unos pergaminos medievales, y en los que hay un vigilante.

- Where is your ticket? - me pregunta.
- I don't have it now. My wife has got it. - respondo automáticamente, sin pensar que mi interlocutor, por su aspecto, es completamente indígena, y yo casi, y no tiene ninguna lógica que conversemos en inglés.

Voy a recuperar mi entrada, encuentro a Abi por el camino, y volvemos a ver los pergaminos, y nos ponemos a descifrarlos, y aprovechamos para darle un repaso a la letra cortesana del siglo XV. Después de todo, Abi, como estudiante de Historia, se las va a ver con ella dentro de poco.

A la salida, pasamos de nuevo por el mostrador del vigilante, que parece aburrido, así que aprovecho para conversar con él.

- Oiga, ¿de verdad tenemos pinta de extranjeros? Es que no sólo es usted, es que todo el mundo nos habla en inglés.

El vigilante nos mira y dice:

- Bueno, es la costumbre.

Luego mira a Abi y añade:

- Bueno, ella sí parece de fuera.

No le falta razón. Abi, que cuando comenzó esta bitácora tenía seis añitos, se ha convertido en una real moza de diecinueve años, teñida de rubio, con trenzas nórdicas, ojos azules y, a despecho de los casi dos años que lleva en España y de su sangre y orígenes exclusivamente españoles, un aspecto muy poco racial.

- Así que eres tú... - le digo.
- Eh, mírate tú también - me espeta, con poquísimos miramientos hacia la autoridad, que es probablemente lo que hacía falta para la ocasión.

Llevado el caso al cónclave familiar, la conclusión es que también yo tengo una pinta de guiri que no puedo con ella. Al menos, de turista, guiri o no. Gasto una poblada barba, una camisa malva muy poco española (camisa que me regalaron, yo no tengo nada que ver), y una mochila, por lo visto, delatora.

E, imagino, llevo fuera de España, con las intermitencias que me quiera, más de veinticinco años. Algo se me habrá quedado de extranjería.

Aun así, no me gusta que se me dirijan en inglés. Antes de llegar a los sitios, y procurando que los vigilantes y controladores me escuchen, digo una frase en castellano. Algunos advierten este hecho y se me dirigen en mi lengua, que es también la suya (bueno, menos un vigilante de la Catedral, que era francés y, aún así, se las arregló para informarnos en español). Otros, quiero pensar que por costumbre, están tan hechos a interpelar a los visitantes en inglés, y sólo utilizar el catalán o el castellano cuando hablan con sus compañeros, que no se dan cuenta de nada, y así se me dirigen en inglés, una y otra vez.

En fin. Razón tiene Ro cuando dice que me calme, que no hay para tanto, que bastante tienen los vigilantes con su trabajo y con meter en cintura a las masas de turistas que infestamos la ciudad, para encima ponerse exquisitos y exigir que hagan distingos entre los nacionales y los extranjeros.

Así que trataré de resistir a la tentación de responder en francés cuando me interpelen en inglés, a ver qué pasa y quién es más chulo pasando de una lengua a la siguiente.

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