lunes, 29 de noviembre de 2010

Con botas sucias


Llegó el invierno fatalmente. Las calles están llenas de nieve, y posiblemente ésta se mantendrá blanca en las numerosas zonas verdes de la ciudad y se convertirá en barro en las aceras y en una sopa indecente en las calzadas, por las que monótonamente pasan en procesión continua todos esos vehículos, vehículos y vehículos que han convertido a Moscú en la ciudad más atascada de Europa, y estoy por decir que del mundo entero. Y lo más grave es que, a despecho de que el alcalde Sobyanin ya se habrá hecho cargo del problema y habrá prohibido terminantemente los atascos, éstos se niegan a obedecer y a disolverse y ya campan por sus respetos incluso en fin de semana, los muy sediciosos.

Pero la llegada de la nieve no sólo agrava los atascos, sino que deja el calzado de los que caminamos por Moscú convertido en una pesada losa de barro que cuando entramos en un lugar con temperatura sobre cero se va derritiendo lentamente, dejando trocitos de inmundicia allá por donde pisas durante un buen rato. El barro a medio congelar se agarra al dibujo de las botas y se hace una unidad con él, unidad que ciertamente no es un gran problema mientras vas por la calle; pero, cuando quieres entrar en un edificio, la cosa cambia.

En España, entras a casa, o a donde sea, como si tal cosa. Si ha llovido, cosa que allí no pasa mucho, dejarás el suelo algo mojado, pero no sucio, y sólo si has ido al campo y te has puesto a caminar por la tierra mojada vas a dejar el suelo hecho una pena. Pero, al fin y al cabo, es una pena lavable y, en España, la limpieza del suelo es poco menos que diaria.

Aquí, no.

Aquí, el suelo se friega sólo cuando no queda más remedio y, aun así, con gran pesar de quien tiene que hacerlo. El mejor ejemplo es la mujer de la limpieza de mi lugar de trabajo, a la que llamaremos Marina y a quien jamás he visto con una escoba en la mano. En cambio, la he visto fregar sentada en una silla de oficina, de ésas de ruedas, para no cansarse. Eso es vocación indudable de oficinista, incompatible con el esquivo destino que le ha deparado un oficio diferente y que es evidente que desdeña a diario. Su permanencia en su puesto de trabajo sin siquiera recibir un mínimo rapapolvo sólo se explica por su diligencia en servirle un café al jefe supremo en cuanto llega, cosa que éste aprecia sobremanera, porque el resto del día se lo pasa haciendo cualquier cosa excepto limpiar, y no creo que en su casa sea muy diferente. Últimamente la veo estudiar griego, oculta en una sala para que no le moleste el jaleo propio de nuestro lugar de trabajo, cuando no va contribuyendo a él con su cuchicheo por la oficina. Griego, sí.

Como se ve, en Rusia todo quisqui considera la limpieza del suelo una tarea denigrante, indigna de la preparación y categoría de quien debería ejercerla. Por ello, no queda más remedio que hacer lo posible por evitar que el suelo se ensucie, precisamente aquí, donde los zapatos van hechos una porquería embarrada durante buena parte del año. Una porquería cuyo depósito en los suelos hay que evitar a toda costa, porque luego vienen las marinas de turno a escaquearse de menear la fregona.

Pues para eludir la suciedad hay tres sistemas fundamentales, dependiendo de que estemos hablando de un domicilio particular, un edificio público con pretensiones o un edificio público con el cinturón apretado. Esos sistemas serán el objeto de las próximas entradas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Dígale a esa señora que Ud. también quiere café :-) . ¿Esta es aquella que se quejaba de las tormentas magnéticas?. Saludos.
Ditifet.

Fernando dijo...

¿Griego clásico o griego moderno? Igual es filóloga vocacional y "trabaja" en lo único que ha encontrado.
Saludos

Alfor dijo...

Ditifet, el caso es que yo no tomo café. Y sí, es la que se quejaba de las tormentas magnéticas.

Fernando, se lo preguntaré. Yo creo que es griego moderno. Y de filóloga vocacional no tiene un pelo, que a sus años y después de toda su vida laboral tratando con guiris, no se le ha pegado ni un "good morning".