Ya que estábamos hablando de literatura rusa, a propósito de la última entrada, bueno será continuar un poco con el tema, que no había apenas aparecido por esta bitácora.
Es curioso lo que ocurre con la literatura rusa. Muchos de sus autores forman parte indudable, y por méritos propios, de la literatura universal, a pesar de lo cual parece que no hubiera ocurrido nada antes del siglo XIX, cuando todas las demás literaturas en las lenguas cultas habían pasado un período de esplendor. En español, todavía no creo que nadie haya mejorado el período entre 1550 y 1650; en inglés, Shakespeare es contemporáneo de nuestro siglo de oro; en italiano, nos podemos remontar aún más atrás; en francés, desde la segunda mitad del siglo XVII empiezan a aparecer autores que influyen mucho más allá de su ámbito lingüístico; los grandes autores alemanes llegan después, pero dentro del siglo XVIII. Jo, si hasta el valenciano tiene su siglo de oro, tan temprano como en el siglo XIV.
El ruso tarda bastante en tener un literato conocido. Supongo que el primero es Pushkin, porque los autores anteriores, con haber alguno relativamente legible, no son especialmente brillantes o, los más, no son literatos, sino historiadores. Pushkin es otra cosa, y todos los rusos lo tienen en gran estima, no en vano tienen que aprenderse de memoria varias de sus obras; pero el problema de Pushkin es que era un poeta y la prosa la dejó en un segundo plano. Parece que en su época la poesía daba mucho más dinero que la prosa, no como ahora, lo que pasa es que no hay poema que resista una traducción, por buena que sea. La prosa sí que puede sobrevivir a un traductor y es la que permite que los autores pasen más fácilmente a la literatura universal. Fijémonos lo que pasa en España, donde Cervantes, que como poeta era mucho menor que como novelista, está en los primeros puestos de la literatura universal, mientras que Calderón de la Barca o Lope de Vega, que eran lo más de lo más en la literatura que era entonces lo más de lo más, están bastante por debajo del primero.
En Rusia, el primer prosista que salta a la literatura universal es Gógol, con permiso de Lérmontov. Pero es que las obras completas de Lérmontov son el tomito que le dio tiempo a escribir antes de palmarla con veintisiete años, y Gógol, aunque tampoco llego a viejo, sí que usó la pluma lo suficiente como para dejar recuerdo de sí mismo fuera de su patria.
Ya dejé dicho que Gógol, para mí, está en lo más alto del pedestal de entre los literatos rusos. Posiblemente porque es el escritor ruso más cercano al que está más alto en mi pedestal particular de escritores de cualquier literatura, que es Cervantes (para el que le interese, el segundo es Kafka y el tercero Quevedo; Gógol viene después). Gógol se empolló el Quijote a base de bien, y se le nota, porque toda su obra está trufada de esa mezcla de pesimismo con sentido del humor que es, a su vez, propia del Quijote y de las Novelas Ejemplares. Además, evidentemente era un buen conocedor de la picaresca, de lo que dan buena fe los dos personajes de sus dos obras más importantes.
"Almas muertas", que es una novela, tiene como protagonista a Chíchikov, una especie de estafador profesional que se dedica a comprar siervos que han muerto. El que los vende sale ganando, porque el Estado cobraba los impuestos basándose en los siervos que tenía el terrateniente en el censo, y como los censos no se hacían a menudo, desde el último habían muerto bastantes, que no producían, pero por los que había que pagar impuestos igualmente. Gógol aprovecha las andanzas de Chíchikov por aquí y por allá para hacer una serie de retratos de los estereotipos rusos que no sé si es totalmente bordada, porque yo no viví la época, pero que desde luego tiene mucha gracia. Amarga, pero gracia.
"El inspector", una obra de teatro, es la otra gran obra de Gógol. Su protagonista es un pícarillo, Jlestakov, al que en una capital provincial rusa confunden con un inspector de la corte imperial enviado a la ciudad para ajustarles las cuentas. Ésta, directamente, es divertidísima y es obligatoria en el repertorio de todo actor de comedia ruso que se precie. Luego hubo un autor español, a principios del siglo XX, que me da que se inspiró en ella, o la copió con cierto descaro, le dio un tonillo filosófico e incluso consiguió el Nóbel de literatura. El autor español es Jacinto Benavente y el medio plagio de Gógol son "Los intereses creados", obra de la que los estudiosos han estado buscando fuentes de lo más variopinto, pero que a mí, que leí ambas no demasiado lejos en el tiempo, me parecieron bastante parecidas. Y desde luego no fue Gógol quien se inspiró en Benavente.
Gógol, sin embargo, es más que esas dos obras. Sus relatos cortos, como "El capote", "La nariz" o el "Diario de un loco" (bueno, éste último es muy rayante) son una pasada.
Además, Gógol tiene otro mérito, y es que todos, pero todos, los literatos rusos del siglo XIX han sido tan buenos porque él había estado delante. Vamos, Tolstoy no creo que hubiera escrito "La muerte de Iván Ilich" si no hubiera conocido "El capote"; Dostoyevsky no hubiera escito "Stepanchkovo" sin los "Tardes en una granja cerca de Dikanka"; ni los "Apuntes de subsuelo" sin la lectura previa y desasosegante del "Diario de un loco"; y Saltykov-Schedrin...
Bueno, Saltykov-Schedrin es otra historia. Quizá para otro momento, porque su sentido del humor tiene todavía más mala sombra que el de Gógol, que ya es decir.
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Hace 2 semanas
7 comentarios:
Maestro Alfor,
es cierto, debido a las particularidades idiomáticas, Pushkin queda en su noble "anonimato"
http://www.youtube.com/watch?v=E-XMNpp_TN4
Gógol teóricamente podía haber sido censurado en la época soviética (por su talante antiautoritario) pero llegó a ser un superventas y muy venerado. La primera vez que leí El Capote y La Nariz fueron en una edición de Literatura Soviética, la famosa revista sobre lo ídem en español. Estoy hablando de los años ochenta, claro, algún aniversario tenían.
Hola Alfor,
quiero felicitarle por las últimas entradas. No escribí ningún comentario en las anteriores, así que vaya éste por los demás: excelentes, da gusto pasarse por este blog. Muchas gracias.
უფლისციხე, anonimato en el resto del mundo, porque aquí se lo encuentra uno hasta en la sopa, como el eneldo. Será para compensar.
Javier, ¡pero si Gógol era un tradicionalista eslavófilo de narices! Lo que pasa es que el talento es el talento, y El Capote es talento en estado puro. Qué tío.
Francisco, hombre, pues se lo agradezco. La verdad es que voy pilladísimo de tiempo y no puedo escribir todo lo que me gustaría, pero a ver si me voy recuperando.
Gógol era ucraniano. Aunque vivió la mayor parte de su vida en Rusia y se relacionó con muchos intelectuales rusos, vivió y murió como un ucraniano.
Ditifet.
Creo que el que era liberal y antiautoritario era Gógol padre, que llegó a ser ministro. Su hijo, el escritor, era un tradicionalista ruso, aunque ciertamente era ucraniano.
Saludos
Ditifet, ufff... a lo mejor ser ucraniano era su forma de ser ruso. En sus tiempos, los de Gógol, es posible que no hubiera necesariamente oposición entre ambas cosas. Y desde luego pertenece a la literatura rusa.
Fernando, creo que todos estamos de acuerdo en que Gógol, tradicionalista o no, estaba un poco como una cabra y sus últimos días son prueba de ello.
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