Vengo de pasar por España toda la semana pasada por asuntos que no vienen al caso, y he tenido la oportunidad de vivir como mis compatriotas, pero no yo, han elegido a sus representantes (bueno, también son mis representantes) en el Parlamento Europeo. Y preguntaréis: pero, ¿cómo? ¿Alfor es un antisistema, un protestón o un pasota y no ejerce su sacrosanto derecho al voto? ¿O acaso Alfor carece de derecho al voto?
Pues sí, como casi todos los residentes en el extranjero, y desde luego todos los residentes en Rusia, soy un español sin derecho a voto. O, si se quiere, con un derecho al voto meramente teórico, que el Gobierno español de hecho no me permite ejercer.
Al volver a Moscú, me he encontrado con las papeletas de voto dentro de un sobre, listas para ser presentadas en el Consulado de España, o en la Oficina de Correos de mi elección... si hubieran llegado una semana antes, claro. Allí estaban, en una pulcra lista cerrada y bloqueada, los candidatos de Extremadura Unida, los de Andecha Astur, los de Unión Valenciana... vamos, que luego nos quejamos de que no se respeta el medio ambiente y de que andamos fatal de cumplimiento del Protocolo de Kioto, pero ahí había papeletas de todo quisqui, además de un montón de papelorios para votar por correo. Pero las elecciones fueron hace diez días.
La última vez que tuve el honor, o lo que sea, de votar, fue en el ya lejano 2004, y no sólo fue la última, sino que prácticamente fue la primera desde que llegué a Rusia. Voy a relatar cómo funciona (bueno, funcionar es mucho decir) lo del voto de los residentes en el extranjero, por el ejemplo de 2004.
En 2004, todos recordáis seguramente que las elecciones generales tuvieron lugar un 14 de marzo, pocos días después de cierto atentado de triste recuerdo. Bueno, pues en aquel tiempo yo estaba de rodríguez en Moscú, mientras el resto de mi familia, que había aumentado un par de meses antes, andaba por España; el 28 de febrero tenía billetes de avión para reunirme con ellos y pasarme un mes por allí. Las papeletas electorales llegaron antes, el 23 de febrero, con lo que yo tuve tiempo de reflexionar tranquilamente, desplazarme al Consulado español en Moscú, votar al Senado a un amigo mío que se presentaba por Valencia (y que, lamentablemente, no salió elegido) y a otros dos señores de los que había oído hablar bien (y que corrieron la misma suerte que mi amigo), y dejar en blanco la papeleta del Congreso. Al día siguiente tome el avión a España tan campante, y hoy puedo decir que el atentado del 11-M no influyó en absoluto en mi voto.
Bueno, pues ésa fue la última vez.
Las siguientes votaciones eran el referéndum de la llamada Constitución europea, en febrero de 2005. Como había un par de cosas, e incluso muchos pares de cosas, que no me gustaban de ese texto, me preparé a votar en contra; pero no parece sino que nuestros servicios de espionaje lo supieran con antelación, porque en año nuevo, al abrir mi casilla de correo en Valencia, encontré entre los cientos de cartas una del ayuntamiento de Valencia en la que me notificaban que, de acuerdo con mi solicitud, me daban de alta en el padrón y en el censo electoral de Valencia. Y que podía recurrir contra la resolución en el plazo de quince días.
La solicitud a la que se referían la debió escribir un impostor europeísta, pero desde luego yo no fui. Y, comoquiera que en mis vacaciones no me dedico a recurrir resoluciones absurdas, allí que me quedé, empadronado en mi Valencia natal y, de paso, sin derecho a voto, porque el referéndum tuvo lugar tres semanas después y allí no hubo nada que hacer.
Cabreado por el suceso, desde entonces he pasado a engrosar las filas de los abstencionistas, no tengo muy claro si por propia voluntad o porque no tengo más remedio, ya que desde entonces no he vuelto a ver una papeleta electoral. Las elecciones autonómicas y municipales de 2007 pasaron sin que este sufrido valenciano pudiera expresar sus preferencias sobre si quería que los peperos se llevaran el gato al agua; las generales de 2008 se convocaron, se prepararon, las ganaron los sociatas, y servidor aún está esperando la oportunidad de hacer algo con ellas. Al menos, me consta que el amigo que se presentó al Senado en el 2004 ya no se presentaba, con lo que tampoco es que me importara demasiado. Y es que, ya que el sistema no me quiere, parece justo que yo responda al sistema con el mismo cariño.
En esto, recibí una llamada de la unidad de atención a españoles del Consulado de España en Moscú.
Pero eso mejor lo dejamos para la próxima. Como siempre...
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Hace 2 semanas
3 comentarios:
Pues si en Moscú la cosa ya está joía, en Siberia ni te cuento xD Lo intente una vez. Nunca mais.
¿Pero no se puede ir a votar directamente al consulado, sobre todo si estás en Moscú? No sé, estaba convencido de que se podía. Aunque tampoco creo que costara mucho poner una urna con un puñado de papeletas con un tío delante todo el día y luego mandar el recuento a España, no sé...
Soviet Яussia, vamos, en Omsk ni se te ocurra intentarlo. Lo tuyo sí que es exilio.
Emedeme, pues sí, se puede, pero sólo si recibes las papeletas al menos nueve días antes de que sean las elecciones. Si no, tienes que votar por correo. Y, si las recibes después del día de las elecciones, pues entonces te has abstenido.
Ahora me voy a dedicar un par de entradas a las diferencias religiosas entre católicos y ortodoxos, y luego ya sigo con el derecho a voto desde el exilio. Que se las trae.
Lo de poner una urna en el Consulado, votar el mismo día de las elecciones y mandar el recuento a España es para países como Perú, Ecuador o Colombia, que hacen precisamente eso. Nosotros no. Nosotros lo hacemos complicado.
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