Al disolverse la URSS, oficialmente el 1 de enero de 1992, nos encontramos con quince países que comparten una única moneda, el rublo "soviético". Hubiera sido relativamente sencillo que las autoridades monetarias de los mismos hubieran encontrado la manera de conservarla. En primer lugar, porque todos pertenecían a la misma organización, el Gosbank (el banco central de la URSS), cuya sede estaba en Moscú y que se convirtió en el Banco Central de Rusia. Los distintos bancos centrales de las otras catorce repúblicas independientes no eran sino las sucursales que el Gosbank tenía en cada una de ellas. Es decir, venían de la misma escuela, habían estado aplicando las mismas políticas monetarias y hablaban un lenguaje común. Y, además, realmente ninguno de ellos quería romper la zona del rublo, por lo que estaban en una situación ideal, de cine, para mantener una zona monetaria poderosa, en un momento en que la zona euro no era más que una idea para un futuro y donde en las Comunidades Europeas (ni siquiera Unión Europea), con mucho trabajo, sólo se podía hablar de mercado interior.
Lo que pasó en los meses siguientes al 1 de enero de 1992 es difícil que se olvide pronto. En un principio, hubo voluntad de hacer algo razonable y, de momento, el monopolio de la acuñación de billetes y monedas siguió centralizado en Moscú. Los billetes y monedas que se usaban, por ejemplo, en Georgia, por poner un paradigma de país díscolo, o en Estonia, por poner otro, eran acuñados físicamente en Moscú y enviados a las repúblicas correspondientes.
Como todos sabéis, el dinero efectivo (llamado M0) no es sino una pequeña parte de la masa monetaria de un país. La mayoría la constituyen los depósitos bancarios. Por eso, el hecho de que Moscú conservara la ceca no sirvió de gran cosa, por varias razones:
1.- Porque no hubo ninguna coordinación de las políticas monetarias de las distintas repúblicas.
2.- Porque no hubo la menor coordinación de las políticas presupuestarias, en especial de las políticas de gasto, de las distintas repúblicas.
3.- Porque los bancos centrales de las distintas repúblicas nunca fueron independientes realmente del poder político, pero lo fueron mucho menos en aquellos primeros momentos de transición.
Como sabéis todos los que habéis vivido la gestación del euro, la transición hacia el mismo fue larga y compleja. Seguro que a estas alturas todos recordáis los llamados "criterios de Maastricht" (Mastrique, en castellano, pero eso no lo recuerda nadie), que tenían que cumplir todos los países candidatos a entrar en la zona euro, consistentes en un tope a la inflación (no más del 1,5% más alto que la media de los tres mejores países), déficit público (no más del 3% del PIB) y deuda pública (no más del 60% del PIB). Y además se requería que las divisas de los países candidatos no hubieran sido objeto de una devaluación reciente y que los bancos centrales de cada país fueran independientes. Ésas fueron las bases mínimas para coordinar las políticas presupuestarias y crear a partir de ahí el Sistema Europeo de Bancos Centrales que ahora es quien planifica y ejecuta la política monetaria de la Unión.
Bueno, pues en la zona rublo, las cosas fueron exactamente al revés. Partían de una situación de coordinación extrema (de hecho, eran el mismo Estado) y sufrieron una fuerza centrífuga imparable que además les llevó a una hiperinflación que se alimentaba mutuamente.
En primer lugar, desde el punto de vista de los ingresos públicos, la mayoría de las nuevas repúblicas estaba frita: simplemente no los tenían. Sin prácticamente sector privado ni legislación adecuada, no había posibilidad de recaudar vía impuestos; la deuda pública tampoco era una opción (nadie en su sano juicio prestaría, al menos a un tipo de interés razonable, a un Estado recién parido y que a saber lo que iba a durar). Sólo quedaba darle a la maquinita de imprimir dinero. Estrictamente hablando, la maquinita estaba en Moscú, fuera del alcance de los sátrapas de las repúblicas, pero lo que sí se podía era dar créditos. Vamos, crear depósitos bancarios a favor de aquéllos beneficiarios de los pagos presupuestarios.
Eso fue abrir la caja de Pandora. Cualquiera mínimamente versado en esto sabe que abusar de esa práctica supone dar un puntapié brutal a la estabilidad de precios, pero dile tú, por ejemplo, que eres gobernador del Banco Central de Uzbekistán, al presidente Karímov, de Uzbekistán, que sabía de Economía todavía menos que ZP, que si comienza a repartir créditos sin respaldo va a disparar una espiral inflacionista que acabará minando el poder adquisitivo de la población en términos reales y, en el límite, socavando el valor del dinero como medio de cambio. Si toda la vida has sido jefe de la sucursal del Gosbank en Tashkent, y el destino ha sido generoso contigo, te ha convertido en flamante gobernador del Banco Central de Uzbekistán y tú quieres seguir siéndolo, no debes decir al presidente Karímov más que: "Sí, señor Presidente, ¿cuántos billones de rublos quiere que emitamos?"
Ahora podemos entender por qué uno de los requisitos de la entrada en el euro era que el Banco Central fuera independiente del poder político. Y es que, en una unión monetaria, actitudes como ésta del presidente Karímov y de su gobernador del Banco Central crean inflación, sí, pero no sólo en Uzbekistán, sino en toda la zona rublo. Porque los créditos en rublos de los beneficiarios uzbekos del crédito los puedes convertir en billetes y éstos te los puedes gastar igualmente en, por ejemplo, Kirguizistán. O, puestos a ir más lejos, Letonia.
Claro, llega un momento en que todos los presidentes de los bancos centrales, al grito de "tonto el último", están concediendo créditos hasta que la mano derecha se les agarrota de tanto firmar papeles. La masa monetaria se multiplica, no por dos, ni por tres, sino por dieciocho, además en un contexto de caída brutal de la producción. Y el presidente del Banco Central de Rusia, Víktor Geráshenko, ya no puede imprimir más billetes porque, simplemente, no le da tiempo.
Eso está bien mientras todo el mundo esté de acuerdo en tener una inflación del mil por cien. Lo que pasa es que había países que no estaban por la tarea y que tenían un presidente algo más preocupado de las grandes cifras y menos de ser el supuesto rey Midas repartidor de créditos generosos.
Pero eso ya será en la próxima entrada. Por hoy ya vale.
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