viernes, 10 de agosto de 2007

En la marshrutka

Opina BAR si, a pesar de todo, no hubiera sido mejor ir en taxi. Tentador, sí, sobre todo ahora que los taxis son coches decentes, con espacio atrás, maletero y esas cosas. El problema, aparte de que el taxi es como cuarenta veces más caro, son los atascos que se montan en la ciudad. Los lunes por la mañana de verano, la gente, que ha pasado el fin de semana en la casa de campo, apura al máximo para volver al trabajo, y los atascos de entrada que se montan son de agarra y no te menees. En cambio, la marshrutka llega como puede hasta el metro más cercano a las afueras y, a partir de allí, habrá calor, aglomeraciones, malos olores, sudor y codazos, pero atascos no.

Lo que sí es cierto es que las marshrutkas son para gentes más duras que el pan del domingo. Precisamente eso las hace interesantes. Mientras los señoritos se van en taxi a mil quinientos rublos (unos sesenta dólares, BAR), el pueblo no puede o no quiere permitirse más de cuarenta rublillos (dolar y medio, a ojo). Y yo soy pueblo. Y tenía prisa. En cuanto a lo de ser más duro que el pan del domingo, pues se va consiguiendo, pero requiere práctica constante, y el taxi reblandece las posaderas.

Así que me acerqué a la parada de la marshrutka. De las quince plazas, había como cinco ocupadas. El asiento del conductor estaba vacío, así que me giré a un tipo que estaba pululando por allí (los aeropuertos de Moscú están llenos de gente que pulula eternamente).

- ¿Va usted a Plánernaya?

Se encogió de hombros mientras gruñía algo y se fue, de lo que deduje que no era el conductor. Me dirigí a otro, grueso, moreno y mal encarado, que también pululaba.

- ¿Va usted a Plánernaya?
- A Rechnoy Vokzal -musitó entre dientes, como si no quisiera que lo entendiese.
- ¿A dónde?
- ¡A RECHNOY VOKZAL! -berreó mirándome torvamente.

También me venía bien, así que subí. Enfrente de mí había una parejita. Ella, una chiquilla dulce y educada, acababa de llegar de Francia, de un intercambio para estudiar francés, y él, un estudiante de ciencias delgado y bien parecido, había venido a recogerla con una flor en la mano (la flor estaba ya en la mano de la chica, pero yo supuse que la había traído él). Al lado de ellos, había una mujer delgada de mediana edad que no dijo ni mu en todo el viaje.

Y al fondo estaba todo un campeón, un jovenzuelo vestido de negro, con la camisa (negra) por fuera, camiseta roja, chapa del Che, chapa anarquista, gafas de sol, muñequera molona y madre al lado. La madre, otra mujer delgada, le había venido a recoger y él le estaba contando sus aventuras por Italia, donde parece que había ido a jugar un torneo de fútbol internacional y de paso a sembrar el pánico por las playas, bañándose en todos los sitios donde no se podía. Se ve que habían perdido casi todos los partidos, pero él se había hinchado a meter goles. La madre le decía que hablara más bajo, cosa que el jovenzuelo hacía durante los siguientes dos segundos, pero enseguida volvía a elevar la voz.

Entró una jovencita con el pelo sobre la cara y amplias gafas oscuras, por lo que no estoy seguro de que fuera guapa o no. La barbilla era agraciada, al menos; entraron un par de personas ojerosas con pinta de trabajadores nocturnos del aeropuerto a quienes les había llegado el relevo.

Quedaban tres plazas libres. Había la esperanza de que el conductor diera por bueno el pasaje y saliéramos ya, pero éste era de los que maximizan el beneficio, y bufaba mirando en derredor suyo por si venía algún pasajero más. En esto, se oyó su voz fuera de la furgoneta, a mis espaldas:

- Pero, ¿dónde quiere usted que meta todo este equipaje?

Su interlocutor musitó algo inaudible.

- Bueno, vamos.

El conductor asomó la cabeza, miró al interior, y me dijo:

- ¡Apártate!

Opté por no exigirle que me lo pidiera por favor y me aparté. Y entonces entró, primero, un niño pequeño; después, una mujerona gruesa y desmejorada; además, un hombre de mediana edad corpulento, el de la camiseta a rayas de la foto de la última entrada; y, finalmente, un montón de bultos entre maletas, bolsas de deporte y bolsas del supermercado. Al hombre no le quedó sitio más que para clavar el codo en mis costillas, como ya quedó dicho, y adoptar una posición poco menos que de break-dance, aprovechando el espacio libre que le dejaba su equipaje.

Debo reconocer que, en estos casos, yo hubiera enviado la dureza y esas zarandajas a la porra y hubiera ido en taxi, pero permitirse el taxi es algo que no todos podemos hacer, y parece que a mi compañero de asiento le venía bien el ahorro.

En sí, la marshrutka es una tartana desvencijada, sucia, atestada de pegatinas mugrientas, con asientos incómodos, lunas polvorientas, chapa al descubierto, suspensión lamentable y mecánica mejorable. Pero llega a los sitios. Los conductores se saben todos los atajos, las malas artes en la carretera, las maniobras indecentes y los cambios de carril repentinos y por sorpresa. Y así llegamos al metro.

El conductor abrió la puerta y mi compañero de asiento quitó el codo de mis costillas y se puso a sujetar como pudo sus maletas. Bajó a trancas y barrancas con la mujerona y el niño, cargó todos los bultos que pudo, dejó uno solo a la mujerona y se dirigió al metro sudando. La parejita de Francia y flor, con el chico llevando el pedazo de maleta, entró también en el metro sin tantos problemas. La madre y el hijo garrulo desaparecieron entre la multitud, y así lo hicieron los demás pasajeros.

Yo tomé mi mochila, entré en el metro y me monté con dirección al trabajo. Y pensé en el pobre hombre de las maletas y del codo en mis costillas, la mujerona y el niño, en el hombre endurecido a la fuerza, mientras que otros, en su situación, prescindimos de la dureza y buscamos formas más cómodas de salir del aeropuerto, aunque ello nos haga rascarnos el bolsillo y nutrir a la mafia de chulos de taxista que infestan Sheremetyevo. Otros no tienen esa opción.

3 comentarios:

BAR dijo...

Mil gracias por todas las aclaraciones Alfor....ya haciendo cuentas , vaya que te sale caro irte en taxi, creo q escojiste la mejor opción, aquí en México, este tipo de transportes se les llama "combis", y son igual de incómodas, sobretodo porque van 15 personas ahí sentadas, juntas y sin decirse nada...

Un beso

Alfor dijo...

BAR, pues, menos el nombre, igualito que aquí.

Esther Hhhh dijo...

Madre del Amor Hermoso, que modales los del conductor... Y que tierna la parejita, ains...
El jovencito macarra es total...
Por lo que cuentas de los conductores de las marshrutka, estos se defenderían muy bien por Marrakech, la leche.
En medios de transporte así siempre se descubren esos personajes del día a día que nos hace ver la realidad a la que a veces le damos la espalda..

Besitos