viernes, 2 de marzo de 2007

Pacifistas

El pasado 23 de febrero era una efemérides importante, hasta el punto de que hay quien lo considera el "Día del Hombre", lo cual, en estos días de violencia de género asimétricamente perseguida y de expresiones políticamente correctas, resulta al menos agradable de escuchar. Sin embargo, la definición exacta de la festividad es "Día del Defensor de la Patria" y, en realidad, es la fiesta sucesora del clásico Día del Ejército Rojo.

Entretanto, el ejército ha perdido el rubor, pero la fiesta sigue y el carácter belicoso de la misma no ha sufrido alteración. El centro de Moscú se vio tomado por policías y militares que debían mantener el orden durante los actos oficiales en el Kremlin y durante las distintas manifestaciones de rojos y amarillos. Pues bien, entre los diversos colores de mítines que se convocaron, se coló uno, en la plaza Pushkin, totalmente opuesto al espíritu de la festividad, cual era el arco iris. Sí, señor, en pleno Día del Defensor de la Patria, va y se convoca un mitin pacifista.

Eran cuatro gatos, y difícilmente podían ser más, ya que los como mucho cien metros cuadrados del espacio reservado al mitin estaban concienzudamente acordonados por policías y vallas. Yo, que pasaba por allí, pensé en acercarme a ver qué pasaba, mas vi el cordón y pensé que no valía la pena emprender otra discusión más con las fuerzas de seguridad. Aquel día ya llevaba más de una.

Así pues, me acerqué lo que pude. Una mujer con un altavoz arengaba a los participantes, en su mayoría gente de aspecto normal con banderas de "No a la guerra", desafiando los veintipico grados bajo cero, que ya es desafiar.

- Y ahora voy a dar la palabra a Goldstein Elena Abramovna, del Comité Social de Podolsk.

Elena Abramovna, que aparentemente estaba bastante nerviosa, tomó el altavoz y empezó a hablar.

- Estimados oyentes -Elena Abramovna pronunciaba una erre algo gutural-, es la primera vez que intervengo en público. Espero que... -su voz, que comenzó teniendo un volumen aceptable, bajó enseguida a un nivel apenas audible, a pesar del altavoz.

Junto a mí llegó un hombre recio, sesentón, pero de buen aspecto, con un par de dientes de oro, que intentaba seguir el mitin y aguzaba el oído sin gran resultado.

- Uf, es humillante -dijo.
- Sí -le dije-. No dejan pasar.
- No, sí que están dejando. Si se acerca uno le dejan, tras preguntarle a dónde va.

Ah, pues, ése es el sistema para reducir el número de asistentes a las manifas potencialmente problemáticas, sin que te puedan acusar de conculcar los derechos de reunión y de asociación. Qué listos.

- Aun así, es humillante -dije.
- Lo que es humillante es que no se oye nada. A ver si habla más fuerte.
- Es nueva hablando en público -dije sonriendo.

El otro me miró sin comprender bien.

- No será tanto -y siguió su camino.

Menos comprometido que los manifestantes con la causa de la paz, los veintipico bajo cero me indujeron a seguir también el mío. Todavía le eché una mirada al grupito de pacifistas que, inasequibles al desaliento, aunque no totalmente inmunes al cansancio, ya apenas agitaban sus banderas, bajo la mirada impasible de los soldados que no se sabe si estaban allí para protegerlos o para aislarlos.

1 comentario:

Esther Hhhh dijo...

Ains,... Madre del amor hermoso, que complicado es defender la paz y la libertad... Sobretodo a 25 grados bajo cero.

Besitos