sábado, 24 de marzo de 2007

La voz de su amo

Normalmente, en esta bitácora no se habla de política rusa, salvo contadas excepciones, pero recientemente ha sido cesado uno de los personajes más curiosos del circo político local, y no resisto la tentación de contar algo más sobre él.

Su nombre es Alexander Veshnyakov, y hasta hace pocos días ocupaba el cargo de presidente de la Junta Electoral Central. Era una de las personas con mayor presencia en televisión, con atrevidas opiniones que no esperaríamos de sus colegas de países occidentales. Por cierto, ¿alguien sabe quién es el presidente de la Junta Electoral Central española? Yo no, y seguramente pocos de los que lean esto lo sabrán, a no ser que se pongan a buscar ex-profeso. Aquí, en cambio, Veshnyakov dejaba aparecer su huesuda cabeza por delante de cuanta cámara de televisión se le ponía delante. El que no lo conocía es porque estaba tan desconectado de la realidad que debía pensar que Gorbachov seguía siendo presidente.

Alexander Veshnyakov fue la voz de su amo desde que accedió al cargo, ya va para seis años largos. En las primeras elecciones parlamentarias con Putin en el poder, su junta tuvo una de las actuaciones más sonrojantes que se pueden recordar, con el fin de que el partido pro-Putin obtuviera un resultado arrollador. Vamos, nadie dudaba de que iba a ganar, pero se pretendía evitar un molesto parlamento dominado por la oposición comunista, como había sido el caso hasta entonces. No es que fuera importante el parlamento, en un régimen tan presidencialista como el ruso, pero podía estorbar.

Para eso, había que apartar a posibles candidatos rivales, y el rival número uno en el espacio electoral de gente de orden nacionalista era el LDPR, el Partido Liberal-Democrático de Rusia del conocido Vladímir Zhirinovsky y su segundo, conocido de estas páginas, Alexey Mitrofánov. La normativa electoral exige que los candidatos deben declarar su patrimonio, en un infantil e ineficaz intento de evitar corruptelas. Zhirinovsky, cabeza visible del partido, tiene el riñón bien cubierto y declaró una auténtica barbaridad patrimonial que ya quisiera para sí un servidor. Sin embargo, olvidó declarar un pisito de 43 m2 de su hijo. Aunque eso era una nadería en comparación con su caudal, la Junta Electoral Central, sin dejarle subsanar el evidente olvido, anuló la candidatura. Zhirinovsky, mientras recurría la decisión y despotricaba con más razón que un santo contra la decisión de la Junta Electoral, previó que sus recursos no tendrían mucho éxito y formó otra candidatura, el "Bloque de Zhirinovsky", cambió su propaganda electoral y trató, vamos, de salir adelante.

Acto seguido, los tribunales, suponemos que con una sonrisilla sarcástica, ¡admitieron el recurso de Zhirinovsky! y ordenaron a la Junta Electoral, que se sometió encantada, que aceptara la candidatura del LDPR. Con ello, el bueno de Zhirinovsky se encontró con dos candidaturas y un gasto electoral totalmente inútil promocionando una candidatura que ahora le iba a quitar votos a la suya de verdad (al final, Zhirinovsky retiró una candidatura y, para alivio suyo, la confusión del electorado "liberal-demócrata" no fue tanta como para dejar a su partido por debajo de la barrera del 5%).

Veshnyakov se convirtió en jefe de la comisión en 1999 y, desde entonces, sería incorrecto decir que la democracia ha florecido en Rusia: antes, los gobernadores regionales se elegían directamente por el pueblo; ahora, los elige el presidente prácticamente a dedo. Antes, había multitud de partidos pequeños que, con relativamente pocos votos, tenían representación en el parlamento; ahora hay una barrera de entrada del 7% de los votos, únicamente superable para un máximo de cuatro o cinco partidos con recursos sobrados, y eso sin garantías de éxito. Hay dos partidos del cabezazo que apoyan todo lo que dice el presidente y que crean una ilusión de pluralidad.

Curiosamente, Veshnyakov acabó por criticar dos medidas que, a ojo, parecen lo de menos. Hasta hace poco, en las elecciones rusas, había una opción para votar "contra todos los candidatos" y se exigía un mínimo del 25% de participación para que las elecciones fueran consideradas válidas, con lo que los votos de protesta tenían algo que hacer. Como el voto de protesta es algo mal visto por el actual régimen, esas dos anomalías fueron abolidas. Ya de paso, colaron una serie de medidas para eliminar candidatos díscolos de las elecciones. Y entonces, llegaron las sobrecogedoras declaraciones de Veshnyakov: "Los candidatos no deseados siempre podrán ser eliminados de las elecciones aplicando esta ley, y no es de esperar que los jueces sean de mucha ayuda."

Esta insólita franqueza, dicen, le ha costado el puesto.

Y, sin embargo, es cierto que por cualquier tontería le pueden a uno tachar de la papeleta. Yabloko, por ejemplo, fue eliminado de las últimas elecciones de San Petersburgo, donde podía haber hecho ruido, después de oponerse a la construcción de un rascacielos de Gazprom, y no sólo ellos.

En fin, que se avecinan las presidenciales, y el Kremlin quiere a alguien con un perfil más bajo, quizá menos díscolo. Eso sí, frente a la idea de que a Veshnyakov lo habían cesado por demasiado demócrata, hay gente que se ha reído mucho.

Grigori Yavlinsky (líder de Yabloko): "Durante el mandato de Veshnyakov las elecciones dejaron de existir. Hacía su trabajo, ejecutando lo que ordenaba Putin. Da igual quien le sustituya."

Vladimir Ryzhkov (diputado independiente por Barnaul, que dejará de ser, o diputado, o independiente, porque la figura del diputado independiente ha sido abolida: es obligatorio ser presentado por un partido): "Veshnyakov es directamente responsable de ayudar a destruir la democracia en este país. Que haya hecho un par o tres de críticas no lo convierte en liberal. Ya cumplió su trabajo, y ahora seguramente le nombrarán gobernador de algún sitio o le enviarán de embajador a algún lugar."

Y el caso es que cuando lo nombraron, en 1999, parecía que iba a ser el guardían de la democracia (no es de extrañar, comparado con sus antecesores Ryabov e Ivanchenko, que vaya piezas).

Por cierto que Ryabov, tras su cese después de las vergonzosas elecciones de 1996, en que Yeltsin fue, "sorprendentemente", reelegido, partiendo de una intención de voto poco más que nula en todos los sondeos, fue nombrado embajador en la República Checa. A ver a dónde mandan a éste.

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