miércoles, 29 de octubre de 2025

Ladrón de bicicletas (IV): Una tensa espera

En entradas anteriores (ésta, ésta y ésta otra), habíamos dejado a Abi en su residencia de Ørædessenår, con una bicicleta atada a un aparcamiento con una cadena cuya supuesta llave no abría el candado correspondiente.

Durante los siguientes meses, Abi y yo estuvimos hablando de vez en cuando. Esto de las videollamadas hay que reconocer que es un buen invento y no me duelen prendas en reconocerlo. Cuando yo tenía la edad de Abi, llamaba a mis padres desde Alemania o desde Moscú una vez a la semana, y gracias, porque los estudiantes éramos pobres y yo dedicaba cinco marcos (no tenía mucho más) a charlar con mis padres desde una cabina telefónica o, en Moscú, una oficina de correos, básicamente para decirles que estaba bien y asegurarme de que ellos también lo estaban; el resto de las comunicaciones eran por carta, de verdad, manuscritas y todo eso. No quiero ni pensar en lo que han cambiado las cosas; de hecho, creo que en Correos se han dado cuenta, porque no creo que lleven ya ninguna carta, sino que deben concentrarse en hacer de repartidores de publicidad, cartas oficiales y envíos de mensajería.

Pero estábamos tratando de las conversaciones por videoconferencia que mantenía con Abi. Digamos que en una conversación de cada dos, para no pasarme, yo le hacía una pregunta como quien no quiere la cosa.

- ¿Ya has conseguido la cizalla?

- Pues todavía no.

Unos cuantos meses después, Abi se echó novio, o como se llame eso ahora. Se empeñó en presentárnoslo y en traerlo a Bruselas. Ro y Ame no se lo quisieron perder y vinieron también a Bruselas desde sus respectivas residencias, con lo cual tuve unos días muy animados en marzo de este año. Lo del novio, al que llamaremos Chikchek para continuar con la severa política de anonimato de esta bitácora, es una historia aparte, que en estos momentos no viene al caso, pero cuando llegó por Bruselas me pareció que podría servir para el propósito que nos ocupa en estas entradas, porque, prescindiendo de lo que tenga dentro de la mollera, es alto y no parece un tipo debilucho. Igual, en un futuro, quizá incluso sirva para solucionar problemas.

- A lo mejor Chikchek te puede ayudar con lo de la cizalla.

- Pues igual sí.

Está bien: como padre, a lo mejor me debía haber preocupado de que Chikchek no fuera un maníaco o tuviera problemas mentales, o de que fuera un buen chico, puestos a pedir, pero yo seguía con la bicicleta desaprovechada de Ørædessenår dándome vueltas por la cabeza. Me enteré de que Chikchek vivía en Roskilde, con lo cual no le costaba mucho acercarse por donde estaba la bicicleta y, con las herramientas adecuadas, cortar el cable y ¡hala! a rodar por ahí. Se supone que los hombres hacemos eso por nuestras novias, o como se llamen ahora.

Éste, se ve que no.

Yo no sé lo que este pollo hace por sus novias, más en concreto por ésta en particular, y creo que prefiero no saberlo, pero cortar cables de bicicletas no es una de las posibles opciones.

Después de una semana, Ro se volvió a Madrid, Ame a Mastrique, y Abi y Chikchek se volvieron a Dinamarca, con lo cual las cosas volvieron a la normalidad y, entre las cosas que volvieron a la normalidad, se cuentan las videoconferencias y, dentro de las videoconferencias, las preguntas como quien no quiere la cosa.

- ¿Qué tal anda Chikchek?

- Bien.

- ¿Y la cizalla? ¿Ya la habéis conseguido?

Ojo al plural. Siempre he pensado que soy bueno lanzando indirectas.

- No. Todavía no.

- Pues ya va siendo hora, ¿no? Estamos cerca del verano, hace buen tiempo, Ørædessenår es plano y debe ser muy agradable dar paseos en bicicleta…

- La verdad es que sí…

Nada. Las videoconferencias -y las indirectas- no daban el menor resultado. Ya era verano y, si la cosa seguía así, la bicicleta, después de dos inviernos daneses, igual estaba, no ya oxidada y roñosa, que eso es lo menos que le podía pasar, sino directamente irrecuperable para la Causa (ojo a la mayúscula). Vi con horror que quizá se estuviera haciendo tarde, y todo el que siga esta bitácora supongo que está al corriente de con qué cuidado intento evitar que se haga tarde.

Resignado a tener que ocuparme personalmente del asunto, pillé el teléfono, abrí la aplicación de la línea aérea de referencia en Bélgica, suspiré, miré el calendario, tecleé por aquí y por allá, y a los pocos minutos ya tenía un fin de semana en Dinamarca.

Hay que reconocer que eso también ha cambiado enormemente en los últimos veinte años y, si no, siempre podemos repasar una de las primeras entradas de esta bitácora, que parece escrita hace siglos, pero no, es de hace algo menos de veinte años.

- Abi.

- Dime, papá.

- A ver si puedes conseguir una cizalla para el 1 de agosto, que voy para allá.

- ¡Bieeeeeeen!

- Bieeeen, pero que no se te haga tarde.

domingo, 26 de octubre de 2025

Camino de Santiago en Bruselas: Uccle

Entramos ahora en el municipio donde tengo el honor de residir. En efecto, después de una caminata por el casco urbano de Forest, a partir de un lugar  no muy bien determinado de la avenida del general Joffre, ésta deja a pertenecer a Forest para pasar a ser Uccle, sin que sobre el terreno se perciba absolutamente nada. Eso pasa mucho en Bruselas. Tu vecino, el de la casa de al lado, puede vivir perfectamente en otro municipio distinto al tuyo. Yo mismo trabajo en Bruselas y, cuando cruzo la calle, ya estoy en Etterbeek.

Uccle, o Ukkel, según se sea vernáculo de una lengua o de la otra, es un municipio mucho más homogéneo que Forest. Creo que ya he escrito más de una vez que aquí todo quisqui está razonablemente forrado, o más les (nos) vale estar forrados, porque es uno de los municipios más caros de Bruselas para cosas como adquirir una vivienda. Así y todo, que quede claro, la vivienda aquí está bastante menos cara que en muchos lugares de España, donde nos hemos vuelto locos. El transporte público de Uccle es pobre, yo incluso diría que a propósito, con el fin de que nadie que no posea un coche pueda permitirse vivir por aquí.

Total, que los moros se han ido a morar a municipios más asequibles, y los negros han hecho lo propio, salvo los que andan bien de parné, que los hay, y entonces no hacen ascos a esta zona. En todo caso los negros que hay son fáciles de contar. Ya digo que para vivir en un sitio donde el impuesto sobre bienes inmuebles se va demasiado fácilmente a tres mil euros anuales, como es mi caso, que no tengo ni con mucho el casoplón más cuco de la zona, es mejor tener el riñón bien cubierto. ¿Hay guiris? Claro. Yo mismo y muchos españoles más. Además, hay unos diez mil franceses que huyen de los impuestos de su propio país y que aquí se integran de maravilla, y mejor que lo harían si quisieran aprender neerlandés, pero no hay que pedirle a un francés que aprenda más lenguas de las estrictamente obligatorias para subsistir.

El camino de Santiago entra en Uccle desde Forest y luego desciende por la avenida Coghen. Si hubiera prisa, el camino se dejaría de hacer vueltas y bajaría directamente por la avenida hasta el final, pero eso sería muy aburrido, así que quienquiera que lo tuvo a su cargo vio las posibilidades e incluyo un desvío que luego, visto sobre el mapa, tampoco es que alargue apenas el recorrido. Efectivamente, y de manera inopinada, el camino tuerce a la derecha, y he aquí que nos encontramos en la plaza Coghen.

La plaza Coghen es un proyecto inmobiliario pionero en Bruselas, destinado a gente con posibles y sin ganas de mezclarse con la chusma, pero que no tuvieran necesariamente intención de comprarse un castillo y parecer nobles medievales. Vamos, para la clase media alta acomodada, más alta que media. Se gestó en el período de entreguerras, esos locos años 20, y es un complejo muy bien conservado, en estilo art-deco, que ya sabemos que a los bruselenses les fascina. El lugar es tranquilo y está razonablemente aislado del resto de la ciudad, aunque se puede pasar y cruzar en todo momento, no como otros sitios del municipio que están cerrados a cal y canto. Supongo que es por eso que el camino de Santiago puede permitirse pasar por aquí.

Sea como fuere, salimos de la plaza Coghen, llegamos a la calle del Decanato y, unos metros más allá, estamos en el centro de Uccle y en su iglesia principal, dedicada a San Pedro.

El parvis de Saint Pierre, en efecto, tiene en su centro la iglesia representada aquí y que, por dentro, yo diría que es más bonita que por fuera. Y eso que por fuera no está tampoco nada mal. Cualquier observador versado en historia del arte notará el estilo neoclásico de la fachada y aventurará que la factura del edificio es del siglo XVIII, salvo imitaciones posteriores. No las hubo: efectivamente, el edificio fue terminado en 1782, en pleno período neoclásico.

Por dentro, no he sacado foto, pero es todavía más neoclásico que por fuera. En general, es un edificio agradable, donde se dice misa cuatro veces por semana a cargo del sacerdote, que no párroco, un señor bajito de apariencia y origen vietnamita que se las ve y las desea para atender este templo y otros dos que están a su cargo. Sobre eso de que el único sacerdote en condiciones de la parroquia no sea el párroco y de que el párroco no sea sacerdote ya volveremos en otra ocasión, pero sí, es una de las originalidades de la iglesia católica en Bélgica.

De momento, atravesamos la plaza de los Héroes, que es el único nudo de comunicaciones del municipio digno de este nombre, y nos metemos en la avenida De Fré, dedicada, claro, al señor De Fré, que fue alcalde de Uccle hace mucho tiempo. Poco después nos encontramos con este edificio, seguramente el segundo más antiguo de Uccle, el Vieux Cornet, llamado en neerlandés Hof ten Horen. La torre  que está a la izquierda es del siglo XVI, de 1570, según rezan las cifras de su fachada. El resto es un añadido del siglo XVIII, que tampoco está mal, teniendo en cuenta que, en dicho siglo XVIII, aquí había más bien poco.

(Sí, he dicho que éste es el segundo edificio más antiguo de Uccle, lo cual posiblemente haya hecho a algún lector preguntarse cuál será el más antiguo. Para mi espanto, aún no he publicado ninguna entrada sobre el mismo, cosa que tendré que remediar más pronto que tarde.)

Actualmente, en una parte del edificio funciona un restaurante en el que no he estado nunca. Cuando era italiano, hace unos años, pasaba por caro y malo; desde hace algún tiempo es chino y tiene muy buenas críticas. A ver si me paso por allí en algún momento, pero ese momento no ha llegado todavía.

Claro, no ha llegado porque tenemos que continuar la marcha, ya que, siguiendo por la misma calle del restaurante chino, nos metemos nada menos que en el Crabbegat. Este lugar sí que fue mencionado en esta bitácora hace algunos años, relacionado con mis quejas por lo mucho que duran las obras por estos pagos.

Entretanto, gracias a Dios, las obras han terminado, y el Crabbegat luce como en la foto que ilustra esta entrada. El Crabbegat es un precioso camino excavado, que por esta zona son razonablemente frecuentes, pero es que éste se encuentra en plena zona urbana. Claro, viéndose el caminante en él, es difícil pensar que a pocos metros nos encontramos en la bulliciosa plaza de los Héroes, pero así es. Recorremos un trecho y eso basta para encontrarnos absolutamente solos. Más adelante, el camino se bifurca y nosotros tomamos la desviación izquierda, mientras que la derecha nos llevaría prácticamente al mismo sitio, pero bueno, vamos a ser obedientes, que para eso vamos siguiendo señales.

Poco a poco vamos viendo las primeras casas, incrustadas en el borde del camino y donde vivir debe ser muy interesante... si uno es misántropo y tiene un buen coche para moverse, porque para encontrar un autobús que pase cerca hay que ser bastante optimista. Unos cuantos metros más y llegamos al cartel de la foto, que señala el final (o el comienzo, según por donde entremos) del camino.

Además, es el punto del camino bruselense de Santiago más cercano a mi domicilio. Y, como se ha hecho un pelín tarde y va siendo cosa de cenar, ha llegado el momento de interrumpir este periplo con ánimo de reanudarlo en otro momento, porque, ciertamente, me temo que a Santiago, desde aquí, no llegamos, pero, puesto que hemos pasado por la Puerta de Halle, ¿por qué no seguir al menos hasta allá, es decir, hasta Halle?

Será en otro momento. Creo que hace unas entradas quedó a medias alguna aventurilla por Dinamarca, ese país donde algo huele a podrido. A ver si averiguamos qué es, antes de que se haga tarde.

martes, 21 de octubre de 2025

Camino de Santiago: Forest

Ya hacía tiempo que no veía señal alguna que me indicase que no iba desencaminado, cuando, apenas hube puesto los pies fuera del municipio de San Gilles, vi la marca roja y blanca del GR-12 justo delante de mí, invitándome a girar hacia la izquierda.

Seguir marcas es un ejercicio de comunicación. El senderista, y en este caso el peregrino, debe meterse en la cabeza de quienquiera que las haya puesto. El objetivo de esta persona era que los que siguiéramos ese camino no nos perdiéramos, pero él no tenía modo alguno de saber quiénes seríamos, así que asumo que puso las marcas que él pensaba que serían necesarias para no perderse él mismo, o quizá alguna más, sospechando que alguno de quienes lo siguiese fuese más torpe que él.

Tampoco nosotros, caminantes, sabemos qué es lo que pasaba por la cabeza del que pintó las marcas, pero podemos comenzar a conocerlo a medida que vamos viendo dónde coloca las marcas. Algunos colocan muchas marcas confirmativas, sin que haya cambios de dirección ni pérdida posible, sólo para hacer al caminante que no se ha perdido; otro son más escuetos y no ponen marcas más que allí donde hay un desvío.

En este caso, las marcas nos invitan a entrar en el parque de Forest. Forest (Vorst en flamenco) es un municipio con fuertes desigualdades. Paradójicamente, su parte septentrional, que es donde estamos, se acerca mucho a la estación de tren de Midi / Zuid, que es la estación del sur. El resto del municipio alterna zonas degradadas, industriales, y otras en las que vive gente de muy alto copete, pero éstas son las más cercanas al siguiente municipio, que veremos en la entrada siguiente y que ya ha aparecido en esta bitácora más de una vez y más de dos.

El parque es un paseo agradable. Un domingo por la tarde, hay un montón de bruselenses haciendo la fotosíntesis con profusión, alguno con la camiseta quitada. El camino atraviesa el parque de cabo a rabo, lo cual es una alternativa excelente al camino más recto, que hubiera ido por la carretera de Alsenberg y que, francamente, hubiera sido un tostón.

A la salida del parque de Forest, y a punto de entrar en la siguiente zona verde, se ve en la distancia uno de los lugares más famosos del municipio, si no el que más. Se trata de la Altitude 100, que es una plaza cuyo nombre viene de que está a cien metros de altitud sobre el nivel del mar, aunque en realidad parece que le falta alguno que otro.

Sobre el centro de la plaza se alza la iglesia de San Agustín, construida en estilo art-deco usando hormigón armado entre 1933 y 1935, después, por lo tanto, de la caída en desuso del estilo neogótico, pero antes de la irrupción del feísmo arquitectónico en la arquitectura religiosa. Vamos, que la iglesia es de una apariencia curiosa, pero a mí no me parece directamente fea.

No tardamos en abandonar el asfalto para pasar a otro parque de Forest: el parque Duden. En su día, los terrenos pertenecieron a la rica abadía de Forest, pero fueron 'desamortizados' en 1829. Tras algunos cambios de propiedad, terminaron en manos de un rico comerciante alemán establecido en Bruselas que atendía por el nombre de Wilhelm Duden. Éste los legó nada menos que a Leopoldo II, en 1900, con la condición de que se convirtieran en parque público. Y así ha sido hasta hoy.

El sitio es muy chulo. Además del parque, hay un palacio con forma de castillo y algún pabellón hermoso de verdad. El nombre de Duden, a los que hemos pasado buena parte de la infancia y de la adolescencia estudiando alemán, no puede menos que sacarnos una sonrisilla, porque el Duden era el diccionario ortográfico de referencia para el idioma alemán, algo así como el de la Real Academia de la Lengua para el castellano. En el caso del Duden, algunos españoles que éramos aún pequeños e inocentes pensábamos que era para resolver dudas, de ahí lo de Duden. En realidad, duda en alemán se dice Zweifel y el nombre de Duden viene por su fundador, el profesor prusiano del siglo XIX Konrad Duden. No he podido averiguar si tenía alguna relación familiar con nuestro comerciante y propietario Wilhelm Duden, pero vaya usted a saber, porque eran prácticamente contemporáneos.

En todo caso, vamos a salir del parque tras un relajante paseo siguiendo las marcas y, tras un poco de callejeo por la parte más noble de Forest, dejamos el municipio en cuestión y pasamos al siguiente, que será materia de la próxima entrada, porque hoy se hace tarde.

sábado, 18 de octubre de 2025

Camino de Santiago en Bruselas: San Gilles

Ya hace algún tiempo que, siguiendo el camino de Santiago en Bruselas, nos quedamos en la Puerta de Hal y en el monolito y placa que el gobierno autonómico gallego, llamado Xunta en el romance vernáculo, donó a las autoridades bruselenses y que pide a gritos una reparación.

Naturalmente, el camino continúa hacia el sur. Aunque nada lo indica, porque actualmente no hay separación urbana alguna, lejos de lo que ocurría cuando las murallas de Bruselas dejaban bien claro dónde terminaba la ciudad, hemos cambiado de municipio. Seguimos, sí, en la actual región de Bruselas, esa enorme conurbación de diecinueve municipios, pero ahora estamos en San Gilles.

San Gilles es un feudo portugués, por así decirlo. Los emigrantes portugueses que acudieron el siglo pasado a trabajar a Bruselas se pusieron a vivir aquí, no muy lejos de los españoles, que, como vimos, estaban en Marolles, intramuros. La diferencia es que muchos descendientes de aquellos portugueses siguen viviendo en San Gilles, hasta el punto de que el municipio está trufado de churrasquerías y no es difícil escuchar la lindísima lengua portuguesa a poco que uno pegue la oreja a la conversación que pueda mantener un grupo de personas morenas, sí, pero no de raza negra. Entretanto, todo hay que decirlo, también hay brasileños y probablemente africanos lusófonos, aunque éstos, como me decía un profesor mío portugués con cierta retranca, no hablan portugués, sino pretogués.

La imagen que ilustra esta entrada es la iglesia parroquial de San Gilles, en la cual, naturalmente, se celebra misa en portugués. Se supone que también hay una misa en español, pero la única vez que asistí a ella la celebró un sacerdote que lo hablaba con mucha dificultad, asistido por una religiosa brasileña que tampoco lo tenía como lengua nativa.

Pero bueno, lo que uno espera cuando va siguiendo un camino, sobre todo en el complejo escenario urbano, en el que hay calles por doquier y, por tanto, muchas posibilidades de desviarse, son marcas, señales, algo que guíe al caminante.

Un poco más allá de la iglesia de San Gilles, subiendo hacia la barrera, que es el lugar donde se situaba la antigua aduana de entrada en Bruselas, encontré por fin la señal que iba buscando. A partir de aquí, las marcas ya no estarían clavadas al suelo, como en el municipio de Bruselas, sino que serían pegatinas fijadas a elementos del mobiliario urbano. En este caso, vemos la concha amarilla sobre fondo azul que nos guiará a partir de ahora, pero la verdad es que no veremos demasiadas. A lo largo de este trayecto, vamos a fiarnos igualmente en las marcas rojas y blancas del GR-12, sendero de gran recorrido que, si lo siguiéramos en su totalidad, nos llevaría de Ámsterdam a París, pero que en este tramo, como ya dijimos, va a hacer causa común con el Camino de Santiago.

El camino es algo caprichoso, la verdad, y no necesariamente nos lleva por el recorrido más breve, sino que, como un guía orgulloso de su ciudad, nos indica lugares que vale la pena visitar, aunque ello nos obligue a dar algún paso más de lo estrictamente necesario.

Y eso es exactamente lo que sucede en esta ocasión, en que, en lugar de seguir derechamente por la carretera de Alsenberg, que es la que lleva directamente al sur, nos desvía a nuestra izquierda, con el fin indudable de que pasemos por el edificio que está muy cerca de la barrera de San Gilles y donde hemos localizado las marcas que seguimos.

El palacio es impresionante. No es otra cosa sino el ayuntamiento de San Gilles, maison communale en romance vernáculo y Gemeindehuis en la otra lengua oficial, pero que prácticamente nadie utiliza por estos pagos. El edificio es un ejemplo impresionante de la pasta que se manejaba por estos pagos cuando las colonias eran explotadas a conciencia, pero ahora no tenemos ningún motivo particular para glosar sus maravillas, sino para continuar por el camino que llevamos, el cual nos hace pasar delante de él, para girar a la derecha, cruzar nuevamente la carretera de Alsenberg y seguir recto.

Si la iglesia de San Gilles que aparece en la primera ilustración de esta entrada era un edificio de bella factura, aquí tenemos un ejemplo contrario, fruto de los estragos que los desvaríos arquitectónicos de la segunda mitad del siglo XX han producido en la arquitectura religiosa. Porque, sí, el edificio reflejado en la foto de la izquierda no es un gimnasio ni una biblioteca, sino un templo católico.

En esta ocasión no pude evitar la tentación de acercarme un poco a ver detalles. Se trata de la parroquia de Santa Alena (sí, con a) y es la sede de la comunidad católica brasileña. De hecho, todas las misas de la semana son en portugués. En francés no hay ni una. El flamenco ni está ni se le espera. Supongo que los brasileños se pondrían muy contentos con que les diesen un templo para ellos solos y no se preocuparon demasiado de que su estilo fuese tirando a modernillo. Ya se sabe que, a caballo regalado...

A unas pocas decenas de metros de la parroquia de Santa Alena acaba el término municipal de San Gilles y comienza el de Forest. Y no sólo acaba el susodicho término, sino también esta entrada, porque, ciertamente, se está haciendo tarde.

martes, 7 de octubre de 2025

El hechicero

Marroquíes y argelinos aparte, Bruselas está llena de africanos negros. Bueno, en realidad en Bruselas hay de todo, pero el porcentaje de africanos es particularmente elevado, no en vano es en el África negra donde tuvieron sus colonias y por ello no es tan extraño que sea de allí de donde vienen muchos de sus inmigrantes. Muchos se convirtieron al catolicismo durante los años de la colonización y, llegados aquí, siguen siendo católicos, yo diría que en mayor medida que los belgas de raíz, hasta el punto de que un número bastante elevado de sacerdotes católicos en Bélgica es de raza negra y origen africano; es más, son los sacerdotes belgas de los que uno se puede fiar más en materia de doctrina.

Otros africanos no llegaron a convertirse al catolicismo, o no lo hicieron del todo bien, así que, igual que en el caso caribeño equivalente, hay bastante santería y ritos poco ortodoxos. Y, claro, también hay hechiceros, no faltaría más.

Uno de ellos es el profesor Lalaby. Ignoro por qué se hace llamar profesor, pero vamos a dejar de lado ese detalle tan trivial. Es el autor del pasquín que ilustra esta entrada. A tenor del mismo, el profesor Lalaby es un gran vidente, y médium, Afirma que no hay problema sin solución, por lo que es posible dominar la vida de uno en lugar de sufrirla. Un cambio nos espera en nuestra casa. Resuelve problemas de falta de correspondencia afectiva, problemas profesionales y personales, juegos de azar (aquí no sé si se refiere a problemas de adicción a los mismos o a que te toque la lotería), impotencia sexual, enfermedad desconocida. También te puede librar de un hechizo, claro, porque no hay mejor cuña que la de la misma madera.

El profesor Lalaby tiene citas de 8 de la mañana a 10 de la noche. Acepta desplazarse.

¿Quién es el profesor Lalaby? Afirma ser muy conocido por la eficacia de sus poderes. Tiene un poder que ha heredado de su padre y nos ayudará a resolver todos nuestros problemas, incluso en los casos más desesperados.

Es más: no digas a Fulano que tienes un problema, no: dile a tu problema que tienes un hechicero africano. Estará a tu lado en toda situación delicada para apoyarte, especialmente allí donde otros han fracasado en su misión. Gracias a sus cualidades de hechicería y de videncia transmitidas por su tribu hechicero-chamánica, lleva a cabo tratamientos patológicos sorprendentes, y además neutraliza los sortilegios lanzados contra uno. Es capaz de contactar con los espíritus adecuados, predice las peripecias perjudiciales que se avecinan y hace muchas más cosas. El profesor Lalaby nos insta a no perder tiempo y a controlar nuestro destino para ser actor de nuestra propia vida. Es un grande.

¿Que cómo sé todo esto?

Volvía el otro día de correr por el bosque cercano y estaba haciendo unos estiramientos delante de casa, cuando vi aparecer a un repartidor de publicidad que hizo ademán de introducir un papel en mi buzón. Para ahorrarme el fastidio de abrirlo, detuve con un gesto al repartidor, le dije que era yo quien vivía ahí y le pedí que me diera en mano el folleto que estaba a punto de meter en mi buzón. El repartidor me miró fijamente, algo confuso, y me dio el folleto, antes de seguir su camino para repartirlos a mi vecino y a todas las demás familias de la calle.

Al leer el folleto, que efectivamente anunciaba los servicios del profesor Lalaby, vi la foto del mismo, que resultó ser el propio repartidor de publicidad que había venido a traérmelo.

Seguramente no hay mejor forma de controlar nuestro destino para ser actor de nuestra propia vida que ocuparte tú mismo de la promoción de tu negocio. Hasta en los detalles más nimios.