lunes, 22 de septiembre de 2025

Ladrón de bicicletas (II). La bicicleta y Roskilde

Efectivamente, Abi tenía una bicicleta que le había regalado por un cumpleaños anterior un antiguo compañero de colegio y de alguna cosa más. Se hacía tarde, como vimos en la entrada anterior, pero había que cenar en algún sitio y allí no había más que cajas de muebles de IKEA. Por fortuna, una de las cajas contenía una mesa deconstruida, así que, mientras Abi cocinaba algo, abrí la caja, saqué las piezas de la mesa, me hice con una llave Allen de ésas que siempre hay que tener a mano y monté la parte básica para, al menos, no tener que cenar en el suelo o sentados en el sofá con una bandeja delante, que es, por cierto, como Abi había estado cenando los días anteriores. Los cajones, de momento, no eran necesarios.

Al día siguiente, un sábado de octubre, nos levantamos, desayunamos y salimos al patio trasero, donde había un aparcamiento de bicicletas al aire libre y, en él, la famosa bicicleta por la que había estado yo preguntando desde que llegué.

- ¿La usas?
- No puedo. Mi llave no abre el candado.
- Voy a probar.

Le di mil vueltas y revueltas, pero allí no había manera de abrir el candado. Era como si fuese otra llave diferente, que entraba, pero no giraba. Tras un buen rato, di mi brazo a torcer y sugerí otra solución, porque, por suerte, la cadena que ataba la bicicleta al aparcamiento era de las baratas y poco seguras, de manera que no era muy difícil cortarla, siempre que se cortara con las herramientas adecuadas.

- ¿Tienes una cizalla o conoces a alguien que la tenga?
- ¿Una qué?
- Es para cortar la cadena, porque me temo que con la llave no haremos nada. Una cizalla es una herramienta que se parece a unas tijeras con los mangos muy largos, para hacer más fuerza.
- Ah, pues no sé... Preguntaré.
- Cuando la consigas, córtala, que no será muy difícil, y luego tendrás que ver si las ruedas han aguantado bien todo este tiempo a la intemperie.

Fracasado el intento de poner en marcha la bicicleta, tocaba acabar de montar la mesa formando los cajones de la misma, y luego, qué narices, tocaba hacer un poco de turismo. El pueblo no es que tenga mucho que ver, pero no lejos de allí está Roskilde, que es otra cosa. Roskilde es la capital histórica de Dinamarca y tiene una catedral que, para ser luterana a machamartillo, es digna de verse, porque es el lugar en el que los daneses han enterrados a sus reyes desde los albores de la Edad Moderna, e incluso un poco antes; frente al aburrimiento y monotonía decorativa habituales entre los protestantes, la Catedral de Roskilde alberga una serie de mausoleos a cual más impresionante, donde todos los federicos y los cristian que han reinado en este diminuto país descansan en paz. Incluso Cristian IV, que ya es decir, debe descansar en paz.

(La foto que ilustra esta entrada, sin embargo, no es de ningún cristian ni federico, sino del sepulcro de la Reina Margarita, que, todo hay que decirlo, no era ni pudo ser luterana, pero era quien cortaba el bacalao -nunca mejor dicho- en toda Escandinavia en el paso entre los siglos XIV y XV.)

Además de los mausoleos de la Catedral, Roskilde cuenta con un puerto empotrado en su fiordo, junto al cual se encuentra el Museo Vikingo. No es muy grande y se visita cumplidamente en un par de horas, pero tiene algún material original, entre el que destaca la presencia de varias quillas de barcos vikingos de madera que fueron encontrados bajo el fondo del fiordo y que han sido reconstruidos recobrando la estructura que se supone que tenían. Esa parte está muy lograda. El resto del museo consta mayormente de reproducciones modernas, presentaciones y paneles, que es verdad que están muy bien y que le permiten a uno hacerse una idea de cómo se las gastaban aquellos guerreros.

Después de eso, tocaba ir a comer. Como padre todo lo católico que puedo, mis preocupaciones por mis hijos alcanzan no sólo a sus desplazamientos ciclistas, sino también a su práctica religiosa. Luego ellos hacen lo que quieren, porque son mayores de edad y porque viven fuera y me pilla lejos para estirarles las orejas, pero, al menos, que sepan que ahí está su padre con el dedo en alto.

- ¿No hay una iglesia católica por aquí? Que mañana es domingo.

Vale. Es verdad que Dinamarca es un país confesionalmente luterano, pero habría que ver si hay algún hueco para los demás.

- En Copenhague hay.
- Bueno, pues a ver si lo podemos apañar para ir.
- Bueno...

La verdad es que no parecía muy convencida.

Yo tampoco. Los horarios podían ser bastante estrafalarios y yo, al día siguiente, tenía un vuelo que tomar para volver a Bruselas. Eso sí, las ventajas del siglo XXI es que la información está mucho más disponible que en siglos, y hasta en décadas, anteriores.

Pero eso lo veremos, si Dios quiere, en la siguiente entrada.

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