sábado, 27 de septiembre de 2025

Ladrón de bicicletas (III): Un islote en tierra de herejes

Después de no mucho rato de escudriñar por internet, hice un descubrimiento sorprendente.

- ¡Abi, sí que hay una iglesia católica en Roskilde!
- ¿Sí?

Teniendo en cuenta que Copenhague está a sus buenos treinta kilómetros de Ørædessenår y Roskilde a unas cuantas paradas de autobús, descubrir esto constituía un logro de envergadura. Bueno, para mí; para Abi, no lo tengo tan claro.

- ¡Y hay misa mañana a las nueve y media! Incluso hay misa en inglés una vez al mes.
- ¿A las... nueve y media?
- ¡Sí! ¿Me acompañas?
- Bæh... - como vimos, "bæh" no es una interjección danesa, sino un signo de que quien la pronuncia no está nada convencido y no puede decir que sí sin mentir, pero no le parece adecuado decir directamente "de ninguna manera", que es, sin embargo, lo que le pediría el cuerpo.

Si ya de por sí Abi no se ha distinguido jamás por las ganas de madrugar, hacerlo un domingo ya pasa de castaño oscuro. Me temo que su práctica religiosa es esporádica en el mejor de los casos y que la dispersión de las iglesias católicas danesas no contribuye a hacerla más frecuente, pero allí estaba yo para descubrirle un templo próximo. Por cierto, ya tiene narices que tenga que desplazarme desde Bruselas para enseñárselo, cuando ella lleva dos años dando tumbos por el país.

Ørædessenår está pésimamente comunicado y más en fin de semana. Pasa un autobús cada hora, y gracias. Me levanté a las ocho de mi incómodo colchón hinchable, hice un intento, que se quedó en eso, de que Abi me acompañara y, tras una ducha y un desayuno frugal, a las ocho y media estaba en la parada de autobús, que cogí por los pelos, porque, aunque se suponía que debía pasar a las ocho y treinta y cinco, se ve que esos horarios son indicativos y que, si no hay nadie en las paradas, el conductor acelera y pasa de horarios. Vamos, yo entiendo que, si te toca el turno del domingo por la mañana, estés enfadado con el mundo, pero la carrera innecesaria que tuve que emprender tampoco era plato de gusto.

En el autobús, efectivamente, no había nadie, y hasta Roskilde no subió más que una persona y gracias. Me bajé en la estación de Roskilde y caminé un cuarto de hora hasta la iglesia de San Lorenzo, que es la representada en la foto que ilustra esta entrada. Normalmente, en los países en las que los católicos somos una minoría, los templos católicos suelen ser pequeños. Éste, sin embargo, es bastante grande. Fue construido a principios del siglo XX, supongo que en un momento de auge de la propagación del catolicismo en los países en donde no estaba presente. La Catedral de Moscú, por ejemplo, otro lugar minoritario, es exactamente de la misma época.

Efectivamente, el tipo de fieles no varía demasiado del que se podía encontrar en Moscú. Más o menos la mitad de los asistentes a misa debían ser daneses de origen, mientras que la otra mitad serían de origen extranjero. Me pareció ver bastante filipinos. Dinamarca, aunque no lo parezca y sus gobiernos sean más bien de izquierdas, es un país bastante restrictivo con la inmigración externa a la Unión Europea (a la que viene de otros países miembros no tiene más remedio que soportarla). El templo, no en vano era misa mayor (højmesse en vernáculo), estaba bastante lleno. Misas no hay muchas. También es verdad que encontrar sacerdotes daneses o capaces de decir misa en danés debe ser difícil. Por la página web, creí deducir que el párroco es polaco y el coadjutor iberoamericano. Éste era el que dijo misa, en un danés que me pareció enormemente fluido, pero claro, yo danés no hablo. Ya me gustaría, y estoy seguro de que si me dejaran tres meses, y no un fin de semana, triscando por estas tierras, por lo menos llegaría a chapurrearlo.

Fue una buena experiencia, en todo caso. A la vuelta, perdí el autobús por un par de minutos, me negué a esperar una hora e indagué cómo podía volver por mis propios medios, esto es, a pata, a Ørædessenår. Para mi sorpresa, y ya iban dos, en lugar de seguir la ruta del autobús, había un precioso camino entre el bosque y la vía de tren que llevaba en relativamente poco tiempo a mi destino. El camino era mixto, para peatones y ciclistas, y constituía un atajo notable respecto del camino del autobús, y no digamos si, como en el caso de Abi, disponías de una bicicleta.

Claro, ahí estaba el problema.

Cuando llegué a la residencia de Abi, estaba muy contento. No es para menos. Estaba en Dinamarca y hacía sol, que no es poco, y el paseo había sido muy bonito.

- ¡Hay un camino corto de aquí a Roskilde! Como mucho serán tres kilómetros, quizá un poco más. Cuando consigas la cizalla y cortes el cable, lo podrás hacer en nada y podrás olvidarte del autobús.

Ahí ya me estaba pasando yo tres pueblos, como si en Dinamarca todos los días hiciera quince grados y un sol agradable, igual que en aquel momento.

- Ah, ¿sí?
- Sí, el carril bici sale justo detrás de la estación y llega hasta Roskilde. No tiene pérdida. Y no pueden acceder los coches. A ver si consigues la cizalla cuanto antes, cortas el cable y pones en marcha la bicicleta.

Tiene narices que tenga que llegar yo desde mil kilómetros al sur y sin tener ni la más remota idea del país a enseñar los caminos y los atajos locales, pero es lo que hay. La conversación siguió por otros derroteros y la cosa quedó ahí, ya que tocaba pensar en la comida y en el resto del día. Después de comer, ya me fui a Copenhague y, de ahí, al aeropuerto. Me dije que ya visitaría Copenhague en otra ocasión, suponiendo que la haya y que la vez siguiente seguro que ya estarían todos los muebles montados y que ya sería cosa de hacer más turismo y menos carpintería.

Pero sobre la continuación del periplo danés y de las aventuras ciclistas por la zona tocará escribir en otra ocasión,  porque hoy se hace tarde.

No hay comentarios: