miércoles, 26 de febrero de 2025

Las cosas de palacio

Bélgica es un país parsimonioso, cuyos residentes harán bien en mostrar paciencia en todas sus empresas. Nunca hay prisa por hacer las cosas y, aunque creo que en esta bitácora se han visto ya suficientes ejemplos de la cachaza con la que se trabaja, no está de más recopilar varios de ellos y añadir alguno.

Esto viene a cuenta por varios motivos, pero uno de ellos es mi asombro por la acelerada actividad del nuevo presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump. El contenido de las medidas que está tomando no debería ser una sorpresa para nadie, porque es bastante coherente con lo que ha ido anunciando a lo largo de todos estos años. Uno puede estar más o menos (o nada) de acuerdo con ellas, pero lo que es indudable es que no ha esperado nada a adoptarlas. Apenas ha pasado algo más de un mes en el cargo y ya ha puesto patas arriba un montón de sectores de la actividad pública que parecían imposibles de zarandear. Uno de ellos es la política exterior, donde parece que el sistema de contrapesos del que presume la democracia estadounidense no funciona bien, o no funciona en absoluto, pero sobre eso y sobre las implicaciones que tiene eso en el transcurso de la guerra que implica a Rusia ya vendrá una entrada dentro de poco. Después de todo, los primeros siete años y las primeras mil entradas de esta bitácora transcurrieron en Rusia, así que qué menos que preocuparse un poco de lo que esté pasando por allí.

En Bélgica, entre los políticos, no hay nada ni medio parecido. Siete meses han tardado, no ya en tomar medidas, sino en formar gobierno, y no es ni mucho menos la vez que más se han demorado en hacer tal cosa. Tienen, como acabamos de ver, un documento de doscientas páginas que han conseguido parir con pena y trabajo y en el que a duras penas se esboza una parte mínima de las reformas que le harían falta a Bélgica, que además tardarán, porque los conocemos, una eternidad en poner en marcha, suponiendo que lo consigan, cosa que me temo que es mucho suponer.

La lentitud no se limita a la política. Uno de los puntos del programa de gobierno belga en materia de justicia consiste en tratar de convertir la profesión de juez en algo suficientemente atractivo, porque se ha detectado que ahora no lo es. Efectivamente, doy fe de que con la justicia hay un problema en Bélgica, el cual no creo que se limite al supuesto poco atractivo de la carrera judicial.

El propio palacio de justicia no ayuda demasiado. Ya fue el protagonista de una entrada hace unos años y nada hace pensar que las cosas hayan mejorado lo más mínimo. Bastantes juicios se celebran fuera de allí, por ejemplo en el edificio colindante, de aspecto bastante anodino y funcional, que es donde tuve que personarme para participar en un juicio en calidad de parte. No, no es plato de gusto, pero uno no elige en este punto la dieta que le toca, así que no hubo más narices que desplazarse hasta allá. Hay que decir que desde la demanda a la primera vista real transcurrió más de un año, tras dos aplazamientos motivados por sucesivas enfermedades de los jueces que tenían que haber presidido las vistas de marras. Como ya sabemos, o deberíamos saber, el sistema sanitario belga no pone muchas pegas a la hora de conceder bajas laborales y supongo que mucho menos si el paciente es juez, porque ya se sabe que arrieritos somos, y en el camino nos encontraremos.

No va esta entrada del fondo del asunto, ni irá ninguna en el futuro, así que nos vamos a quedar en la forma. Uno pasa la puerta giratoria y presenta la citación a la celadora, que detrás de un cristal de seguridad le dice a uno a qué sala debe dirigirse. Bueno, eso si hay vista, porque en los casos de los aplazamientos lo que me dijo fue que me volviera por donde había venido, que ya me avisarían cuando se me convocara de nuevo. Lo del correo electrónico para avisar de estos pormenores y ahorrarse un viaje, como que no. En el membrete del juzgado hay una dirección de correo electrónico, pero yo creo que sólo funciona para recibir, y aun lo que se recibe carece de validez legal, me temo.

El control de seguridad es como en cualquier edificio público, con un grupito de seguratas charlando mientras tus cosas van pasando por el escáner. Como no llevaba nada fuera de lo normal ni mínimamente sospechoso, pasar seguridad fue engorroso, porque el invierno le hace a uno llevar una serie de complementos que en verano no son necesarios, pero sencillo.

Tras una nueva puerta giratoria y unos cuantos pasillos, se llega a la antesala de la sala de vistas, donde uno se sienta en un banco, al lado de donde se supone que va a ser recibido, y puede ver el paisanaje que se reúne allí, que no tiene desperdicio. Pero, como se hace tarde, la descripción del paisanaje y de la propia sala y sus ocupantes quedará para la siguiente entrada, o para una de las siguientes, ya veré qué hago.

domingo, 23 de febrero de 2025

Cuestión de ego (y II)

 (viene de aquí)

Conseguí una ventaja microscópica después de las primeras jugadas, pero, más que la ventaja, que no existía prácticamente, lo importante era el tipo de posición. Yo estaba a gusto en ella, royendo el peón aislado de las negras en una lucha maniobrera lenta y de largo plazo; Armán Petrosián, un jugador que se consideraba agresivo, como ya vimos, no se quiso defender pasivamente, que era una de las posibilidades, sino que decidió el plan correcto, que era atacar al rey blanco, y allá que lanzó su artillería.

En los últimos años, yo me había convertido en un pésimo defensor y en un táctico muy dudoso, pero en esta ocasión hice algo que se veía pocas veces en mis partidas, que fue tender una trampa. Hice un movimiento aparentemente de retroceso, provocando lo que parecía un sacrificio ganador, pero que en realidad llevaba a una situación ventajosa para las blancas.

Armán Petrosián cayó en la trampa con todo el equipo. De repente, no sólo no había ataque de las negras, sino que las blancas, que hasta entonces parecían enfrascadas en un tedioso juego posicional y maniobrero, habían pasado al ataque a degüello contra el rey negro. Armán Petrosián perdió una pieza. Tras un golpe desesperado que era un error garrafal, perdió más material y abandonó al ver la jugada ganadora de las blancas.

Me dio la mano, yo paré el reloj y lo normal hubiera sido, como se hace en general, felicitar al adversario con un "bien jugado", en el idioma que fuera. Porque, además, sí, las blancas habían jugado bien. Tan bien, que después, ya en casa, cuando vi la partida con el módulo de análisis, resultó que había jugado prácticamente en todos los casos la jugada recomendada por la máquina.

Armán Petrosián, en cambio, se me dirigió en inglés y me dijo:

- Tenía que haber ganado yo. Con esta jugada (y movió una pieza sobre el tablero), no tenías más remedio que jugar esto (y movió otra pieza) y entonces este caballo es muy fuerte y las negras están mejor.

El cabreo que llevaba Armán Petrosián pugnaba por salir de su corpachón, y sólo con pena y trabajo lograba mi ya ex-contrincante mantenerlo encerrado hasta cierto punto. Yo miré la posición, sin muchas ganas de discutir con alguien que se había dejado la objetividad en casa. Movimos un par de piezas más susurrando alguna palabra e intentando no molestar a los que jugaban a nuestro lado.

- ¿Quieres que veamos la partida en la sala de al lado? - le ofrecí a Armán Petrosián.

- No - dijo Armán Petrosián, negando con la cabeza vigorosamente y levantándose de la silla. Acto seguido, abandonó la sala y ya no se le volvió a ver en toda la tarde. Aturdidos por el estrepitoso fracaso de su primer tablero, y obligados a arriesgar para remontar en el marcador, sus compañeros fueron cayendo uno tras otro, incluso los que estaban claramente mejor, de modo que les ganamos por 4:0.

En casa, al revisar la partida, quedó claro que la continuación que Armán Petrosián mencionó, y que supuestamente le daba ventaja, era muy fácil de contrarrestar con una bonita combinación muy sencilla de ver, tanto más cuanto que me quedaba más de media hora de tiempo de reflexión, y que dejaba a Armán Petrosián completamente perdido. No sé si él revisó la partida en su casa, al menos para tratar de corregir sus errores y aprender de ellos, pero la impresión que tengo es que no lo hizo. Y es lástima, porque sería mucho mejor jugador si, además del ego que evidentemente le caracterizaba, tuviera la humildad de reconocer que la culpa de la derrota es exclusivamente suya.

Y es que está visto que, lo que el ego te da, el ego te quita. Saber combinarlo con la capacidad de aprender de los errores sólo está al alcance de los muy grandes, que, evidentemente, no somos ninguno de los dos.

miércoles, 19 de febrero de 2025

La huelga y Arizona

Efectivamente, el jueves pasado hubo manifestaciones y una huelga. Yo diría que tuvieron éxito en una cosa, que fue en movilizar al sector del transporte, y un fracaso en todas las demás. Claro, si concentras tu caja de resistencia en el sector del transporte, consigues que no haya aviones, autobuses y trenes, con lo cual mucha gente que no quería hacer huelga y cuyos puestos de trabajo no son compatibles con el teletrabajo no tuvo más remedio que quedarse en casa. Por poner un ejemplo, la pobre señora que viene una vez por semana a limpiar a casa, que vive lejos y que me tuvo que avisar de que, muy a su pesar, no veía manera de alcanzar su puesto de trabajo. La prueba de que la huelga no contó con el apoyo del público en general fue que el tránsito fue como de costumbre y que la ausencia de autobuses quedó más que compensada con una afluencia mayor de automóviles.

Total, que los empleados del sector del transporte, que ya digo que estoy convencido de que tienen una buena caja de resistencia, forzaron a la huelga a los trabajadores más pobres, porque los que tienen más posibles sacaron su coche del garaje y se dirigieron tal cual a sus puestos de trabajo.

La siguiente huelga general está convocada, según me acabo de enterar hoy, para el 31 de marzo, convocada por el sindicato cristiano (CSC) y socialista (FGTB). Bueno, la iniciativa ha sido del sindicato socialista, y eso que en el nuevo gobierno belga hay dos ministros socialistas (eso sí, flamencos); se ha adherido el sindicato cristiano, o así se hace llamar, a pesar de que en el gobierno están los dos partidos políticos que en su día fueron la sedicente democracia cristiana. Por lo visto, las medidas que anuncia el gobierno son una declaración de guerra contra el mundo del trabajo, así que va a haber una lucha que durará toda la legislatura.

Al gobierno belga se le llama "Arizona", porque la bandera de Arizona (para mi gusto, bien fea) tiene los cuatro colores de los partidos que forman la coalición: el azul de los liberales del Movimiento Reformador, el rojo de los socialistas flamencos, el naranja de los antiguos socialcristianos, tanto flamencos como valones, y -novedad- el amarillo de la Alianza Neoflamenca. El acuerdo de gobierno tiene nada menos que doscientas páginas, con lo que no es extraño que les haya costado concluirlo, y tiene recortes, sí. No son la famosa motosierra, sino, todo lo más, un cortaúñas, pero se ve que los sindicatos no son partidarios.

 Los acuerdos de gobierno, entre muchas cosas más, pretenden limitar el subsidio de desempleo, para que no salga más rentable cobrarlo que trabajar. El objetivo consiste en que el que trabaje cobre 500 euros más que el que perciba el subsidio. También quieren recortar las pensiones, porque dicen que el sistema es inviable (tengamos las orejas muy abiertas en España), así que quieren que los empleados de la compañía de ferrocarril y los militares se terminen por jubilar a los 67 años, como todo el mundo. No, no hay muchas más reformas, no vayamos a creer, tampoco van a enviar a la miseria a nadie. Siguiendo la moda actual, van a ponerse algo más serios con la inmigración y el asilo político. El resto de las medidas, francamente, me parece que tienen mucho de blablablá y poco de chicha (otro día escribiré sobre la justicia belga y las medidas, o así, del gobierno en esta materia). Hay una cosa que últimamente es de actualidad en España, y es la tributación del salario mínimo, que en Bélgica es bastante más elevado que el español y se acerca a dos mil euros. Bueno, pues es salario mínimo en Bélgica será igual al salario neto, lo cual debe significar que no sufrirá retenciones y, entiendo yo, no pagará impuesto sobre la renta.

Total, que el mes que viene tendremos huelga de nuevo. Iba a ser todos los trece de cada mes, pero, como alguien ha apuntado muy astutamente, el 13 de marzo es jueves y el viernes toca volver al tajo, mientras que el 31 de marzo es lunes.

No hay color. Ni tiempo que perder para convocarla, no vaya a hacerse tarde.

jueves, 13 de febrero de 2025

Cuestión de ego (I)

(viene de aquí)

Armán Petrosián era, y es, un bigardo enorme con algo de sobrepeso, cercano a la treintena y, como todos los armenios, moreno y vestido de negro de arriba a abajo. Éste, además, usaba barba corta y gafas de pasta.

La primera vez que me encontré con él fue en un torneo individual, por aquí cerca. Por lo visto era armenio de segunda generación, porque hablaba flamenco con otros participantes en el torneo que lo tiene como lengua materna, así que supongo que los armenios eran sus padres, por lo menos, y que él estaba razonablemente integrado. Digo que supongo porque los ajedrecistas raramente hablamos entre nosotros de otra cosa que no sea ajedrez, y debido a esto solemos ignorar casi todo de nuestros contrincantes, excepto las aperturas que juegan, que eso sí que nos interesa. Todo esto tiene sus ventajas, que quede claro, porque nunca, y nunca es nunca, se habla de política ni de religión, lo cual lleva a que puedas tener cierta amistad con personas con las que, en otros ámbitos, no irías ni a comprar el pan a la tienda de la esquina, pero que han jugado el verano pasado un torneo en un sitio muy chulo y tú podrías estar interesado en hacer lo propio. Sea como fuere, la vida personal de los ajedrecistas no suele aparecer en nuestras conversaciones; muchas veces, eso es una señal de que esa vida personal no existe en absoluto; en otros, porque es mejor no tratar la cuestión, pudiendo hablar de asuntos relacionados con el ajedrez.

Después del éxito de la serie "Gambito de Dama", creo que ya todo el mundo sabe que la liturgia al comenzar la partida consiste en sentarse uno frente al otro y darse la mano, y ahora ya varía según los países. En España se desea suerte, lo cual me parece de lo más hipócrita, porque, en realidad, estás deseando lo contrario; en Bélgica y en otros países del centro de Europa, lo que se desea es "buena partida", y esto es un deseo probablemente sincero, porque sí queremos que la partida tenga los menores errores posibles y sea de la mayor calidad (siempre que ganemos), aunque, desde luego, preferimos que sea el rival el que cometa la metedura de pata definitiva. En realidad, a este nivel, las partidas no son demasiado buenas, así que se aplica el dicho de un maestro de la primera mitad del siglo XX, Tartakower, que decía con mucha sorna que "en ajedrez, gana el que comete el penúltimo error". El último es el que te lleva a abandonar.

Cuando uno se ha dado la mano, el jugador que lleva las negras, que en este caso era yo, pone en marcha el reloj, y el tiempo del jugador de las blancas empieza a correr hasta que juega y pulsa el botón a su vez. Así paso en mi partida de 2021, recién salidos de la pandemia, contra Armán Petrosián. En aquel entonces, digamos que mi mente estaba a otras cosas, a causa de distintos avatares que estaban sucediendo; por otra parte, ajedrecísticamente, los años de pausa habían hecho mella y mi repertorio de aperturas era superado con cierta facilidad por jugadores con un ELO bastante inferior al mío.

Armán Petrosián obtuvo algo de ventaja en la apertura, pero logré equilibrar con cierta facilidad tras terminar la misma. Sin embargo, poco después cometí un error bastante grave que terminó, primero en perder material, y luego toda la partida.

Casi nunca se llega al jaque mate. Cuando uno se ve perdido, y en 2021 me pasó demasiadas veces (siempre son demasiadas), lo que se hace es parar el reloj y ofrecer la mano al contrincante, que la acepta. En España, es normal decir "enhorabuena", y el Bélgica, según casos "goed gespelt" o "bien joué", según el idioma de cada uno. Así lo hice, de mala gana, pero es mejor dejar la mala gana en el interior de uno y sonreír al contrario. El jugador que ha ganado tiene que estar contento, claro.

Armán Petrosian aceptó la mano, nos levantamos y yo iba a proponer ver la partida en la sala de análisis, cosa que en el mundillo se conoce gráficamente como post mortem. Así hago siempre que pierdo y también cuando gano, si deduzco que el contrincante está por la tarea, cosa que no es simple y se produce en un momento delicado. Pero Armán Petrosián no me dio tiempo a proponer nada, sino que tomó la palabra y dijo, en voz alta, perfectamente audible para toda la sala, y en un inglés probablemente algo mejorable:

- You play too passive! You have to play more active! If not, you lose!

Eso me hizo torcer el gesto, pero sólo en sentido figurado, porque en estas condiciones uno tiene que obligarse a saber perder, incluso cuando el oponente no sabe ganar. También me repatea que me hablen en inglés, idioma que hasta entonces no había utilizado, como si por el hecho de ser extranjero estuviera obligado a conocerlo y a ignorar todas las demás lenguas. Aun ofrecí revisar la partida, no recuerdo en qué idioma, pero mi contrincante dijo que tenía que tomar un tren y se fue.

Durante los siguientes años me lo fui encontrando aquí o allá y siempre nos saludamos con una inclinación de cabeza, antes o después de meternos en nuestras respectivas partidas, pero no habíamos vuelto a enfrentarnos. Hasta el mes pasado, esta vez en el encuentro por equipos.

El equipo de Armán Petrosián estaba en una situación aún más problemática que la nuestra, que ya de por sí era crítica, así que vinieron con toda la artillería que pudieron encontrar. El propio Armán ocupaba el primer tablero y tenían una media de cien puntos ELO superior a la nuestra. Era evidente que habían subrayado con purpurina esa fecha y ese encuentro en el calendario y que habían indicado a sus mejores jugadores que era ahí donde tenían que empezar la remontada en la clasificación. Entraron en la sala con seguridad, su capitán comunicó la alineación al nuestro y fueron ocupando sus asientos. Armán se sentó frente a mí.

- Dag! - dije yo.

- Oh! Spreek je in het Nederlands? (¿Hablas neerlandés?)

Seguimos hablando en holandés un ratito, pero mejor traduzco la conversación al castellano.

- Creo que ya jugamos una vez, ¿no? - dijo.

- Sí, sí, ganaste bien.

- Sí, fue una apertura interesante, pero luego cometiste un error y ya no hubo nada que hacer para salvar tu posición.

Eso forma parte de la lucha psicológica anterior a la partida, vale, pero no sé si es de muy buen gusto hacerlo. Yo no lo hago nunca, pero alguien que tiene mucho ego, y ése parecía el caso de Armán Petrosián, quizá tenga necesidad de inflarlo un poco más antes de empezar.

En los tres años y medio que habían pasado desde nuestro encuentro, algunos de los problemas que me acechaban entonces habían encontrado una solución y, en el terreno específicamente del juego, mi repertorio de aperturas era cada vez más estrecho, pero también más profundo, es decir, jugaba menos cosas, pero las conocía mejor y daba prioridad a llevar al contrario a mi terreno, aunque no fuera a sacar ventaja.

Esta vez yo llevaba las blancas. Nos dimos la mano, como también hicieron los restantes participantes de nuestros equipos, y Armán Petrosián puso en marcha mi reloj. Todas las partidas comenzaron a la vez. Las primera diez jugadas las hicimos con rapidez. En la undécima, Armán se puso a pensar y realizó una jugada que yo sabía que no era mala, pero tampoco la mejor.

(continuará)

domingo, 9 de febrero de 2025

¡Tenemos gobierno!

No sé si es la primera vez que un independentista preside el gobierno del país del que su región se quiere independizar, pero me cuesta creer que haya habido algún caso anterior. Bélgica, como en otras ocasiones, es pionera también en esto, y he aquí que tenemos como primer ministro a Bart de Wever, que es el señor de la foto y que sólo ha tardado siete meses en formar gobierno. Con esto, ha mejorado los logros de intentos anteriores, que consiguieron que Bélgica estuviera varios años con gobernantes en funciones, que, por esto mismo, no tomaban ninguna decisión mínimamente comprometida.

Porque es verdad que mucha gente, básicamente anarquistas y libertarios, se regocija cuando no hay gobierno y ve que no pasa nada, como una prueba de que sus postulados políticos son adecuados y de que el gobierno es algo irrelevante, cuya existencia es mejor reducir, a la nada si se puede. Yo, bien lo sabe Dios, no tengo ni pizca de simpatía por los estados metomentodo que regulan todos los aspectos de la vida de la gente, pero una cosa es regular hasta la granulación del papel higiénico o los milímetros que es admisible meterse el dedo en la nariz, y otra es desentenderse de los problemas reales.

Problemas reales es lo que está pasando en Bruselas, por donde a uno, a la que tenga mala suerte, le pueden pillar en medio de un tiroteo. Que sí, que dicen que eso no va con la población general y que son ajustes de cuentas de bandas de traficantes de drogas, pero, caray, que alguien debería tomar cartas en el asunto, que primero fueron los terroristas islámicos, ahora los traficantes de drogas, y yo pensaba, a juzgar por las sirenas que suenan a diario por doquier, que Bruselas está trufada de patrullas de policía que más parecen los hombres de Harrelson que otra cosa. Eso sí, bilingües. Eso es lo que pasa cuando te pasas meses, o años, con gobiernos en funciones: que nadie se moja, porque, total, pasado mañana llega alguien que será quien se coma los marrones.

El nuevo gobierno no va a decretar la independencia de Flandes porque todo tiene su tiempo, pero sí que ha esbozado algunas medidas. No olvidemos que, además de la Alianza Neoflamenca del primer ministro, en el gobierno están los liberales francófonos (MR), los Comprometidos y sus hermanos flamencos del CD&V, así como los socialistas flamencos (los francófonos no). Bart de Wever no es Trump, ni mucho menos, pero no deja de ser alguien de tendencias liberales, así que ha insinuado que va a haber reformas y que eso del déficit publico, como que no. De momento, quiere controlar la inmigración y poner orden en las cuentas públicas, es decir, recortar gastos.

Inmediatamente, el sindicalismo de todos los colores y los partidos de izquierda (menos el que tiene en el gobierno, supongo) le han saltado a la yugular. Todos los días trece de cada mes va a haber manifestaciones, comenzado por el jueves que viene, y hay huelgas previstas, sin que hasta ahora haya ninguna fecha específicamente indicada.

Seguiremos informando el jueves, que se prevé caliente. Entretanto, se hace tarde, y yo llevo un par de semanas de gira europea, así que voy a hacer la maleta, que mañana me voy. Pero el jueves estaré de vuelta, claro que sí. Yo eso no me lo pierdo.

lunes, 3 de febrero de 2025

Una nueva etiqueta

Revisando entradas anteriores de esta bitácora, me di cuenta de que había una omisión imperdonable. Bueno, seguro que hay más de una, pero soy un hombre y sólo puedo ocuparme de una cosa a la vez, así que vamos a empezar por el hecho de que, en la nube de etiquetas que clasifican las entradas, no había ninguna dedicada al ajedrez. Naturalmente, he procedido a corregir el error antes de que fuera demasiado tarde. Como los lectores saben, la palabra "tarde" aparece con frecuencia en las entradas, como señal de que aquí se teme a Dios, desde luego, pero también se respeta mucho a Cronos.

El caso es que de ajedrez he escrito con cierta frecuencia, y eso que en 2006, año en que comenzó esta bitácora, yo me encontraba prácticamente retirado de la competición, aunque con cierta nostalgia de la misma. Mi mejor momento deportivo había llegado en 1997, año en que salí bastante bien parado de un torneo internacional cerrado en Moscú y superaba con cierta holgura los 2200 puntos de ELO, camino de pensar en un título internacional, que se consiguen a partir de 2300 puntos. Sin embargo, un matrimonio y tres hijos vinieron a poner punto y final a mi progresión. Como dice un compañero de mi actual equipo, pierdes cien puntos ELO por cada hijo, cosa que en mi caso se ha cumplido con precisión casi matemática.

En ajedrez hay dos cosas interesantes. Hay más, seguramente, pero hay dos que destacan. La primera es el juego en sí, en el cual la suerte no tiene mucho espacio, por lo cual el único culpable de las derrotas es el jugador mismo. Las excusas y los intentos de echarle la culpa a otro no son convincentes en absoluto y despiertan más bien el desprecio de quienes la escuchan. Es más, si los jugadores de ajedrez aplicáramos en el resto de nuestra vida este mismo principio de que tú eres responsable de tus males y que no debes ir por ahí buscando culpables, probablemente nos iría mucho mejor. Yo ya lo intento todo lo que puedo, pero claro, somos seres imperfectos.

La segunda cosa interesante es el mundillo, es decir, la fauna que rodea al ajedrez. Yo he jugado al ajedrez hasta ahora en cuatro países, de los que he estado federado en tres (en Rusia, mis experiencias ajedrecísticas han sido pocas, pero intensas, y no las he escrito todas todavía), y la verdad es que humanamente es muy formativo, porque, en general, hay de todo, menos mujeres. Vale, esto último no es totalmente verdad, porque sí que hay algunas mujeres, pero son poquísimas y hay que reconocerles el mérito a las pocas que hay, ya que no debe ser fácil estar en un entorno tan masculino, aunque me consta que se las trata de manera exquisita.

Para ser ajedrecista de élite ayuda mucho tener una autopercepción muy favorable de uno mismo. Vamos, lo que llamamos un ego insoportable. No le da a uno más talento, vale, pero sí le hace a uno luchar hasta la extenuación por no perder, y eso son puntos. No es extraño que, entre los jugadores de primerísimo nivel, haya algunos con un carácter manifiestamente mejorable, como el famoso Kaspárov, y que los que son evidentemente buenísimas personas (me vienen a la cabeza casos como los de Anand o de Svidler) ganarían -todavía- mucho más si tuvieran ese ego propio de un argentino.

Yo, qué le vamos a hacer, no tengo suficiente ego, lo cual me cuesta por lo menos cien puntos de ELO. No me gusta nada perder y, cuando sucede, siempre con demasiada frecuencia, tengo que esforzarme para mantener una sonrisa, felicitar al contrario e incluso ofrecerle el "post-mortem", que consiste en reproducir la partida juntos en una sala aparte y analizar por encima qué estaba pasando por la cabeza del otro. Si el contrincante es un tipo educado y deportivo (yo se supone que ya vengo así de fábrica), este post-mortem suele ser un momento razonablemente agradable, incluso si has perdido. Si el contrincante, en cambio, tiene el ego hinchado, se limitará a hablar de sí mismo y de lo bien que ha jugado, con independencia del resultado, es decir, también si ha perdido, y el post-mortem perderá interés.

Para no quedarnos en términos abstractos, y porque ahora estoy federado en Bélgica y me encuentro enrolado en un club con el que participo en la liga belga, vamos a ver un ejemplo más concreto.

El ajedrez en Bélgica, como casi cualquier cosa, es un deporte con un número muy alto de practicantes extranjeros o al menos de origen extranjero. En mi club, que es un poco especial, apenas hay un solo belga, pero uno ve los emparejamientos y resultados de la liga belga y las alineaciones de casi todos los equipos están trufadas de apellidos claramente extranjeros.

Así las cosas, antes de la sexta jornada, uno de nuestros equipos, el tercero, estaba en peligro serio de descender de categoría y le tocaba enfrentarse contra un rival directo por la permanencia. Normalmente juego en un equipo superior, pero el capitán me propuso jugar en el primer tablero del tercer equipo y uno, que se tiene por un jugador de equipo, aceptó. En general, casi en cualquier división el primer tablero es siempre un tipo duro de roer, de modo que se podía esperar una partida en la que yo no fuera el favorito.

- En las anteriores rondas, en el primer tablero de nuestros contrarios ha jugado Armán Petrosián - me dijo el capitán.

- Oh, oh... - respondí.

Yo ya conocía a Armán Petrosián (que, como de costumbre en esta bitácora, no es su verdadero nombre). Pero, como esta entrada se está haciendo larga y no es cosa de abusar de la paciencia del lector (por no hablar de que se está haciendo tarde), vamos a dejar la presentación de Armán Petrosián y de mi encuentro con él para una entrada que escribiré más adelante.