domingo, 10 de marzo de 2019

Peligros marcianos

Qué tiempos aquéllos en que el 8 de marzo estaba prácticamente confinado a Rusia. En España, en las más de dos décadas que viví allí entre mi nacimiento y mi emigración, el 8 de marzo era un día como cualquier otro, salvo que, si te pillaba en Valencia, había mascletà frente al ayuntamiento y pasabas por allí de vuelta a casa a escucharla. A ninguna mujer cuyo cumpleaños no fuera precísamente ese día se le ocurría que el 8 de marzo hubiera algo particular que celebrar, así que todo transcurría en paz y tranquilidad, y la armonía reinaba mientras la primavera comenzaba a desperezarse y el buen tiempo incipiente alegraba los corazones.

Eran otros tiempos.

Entretanto, las cosas han empeorado mucho. El 8 de marzo, una fiesta que nació únicamente para conmemorar a la mujer trabajadora, ha degenerado hacia un esperpento pensado para dividir y para acusar a los hombres de todo lo posible. Como da la casualidad de que soy hombre, la fiesta, que ya me cargaba en Rusia, me carga mucho más en Bélgica. Y menos mal, me cuentan, que no estoy en España, donde la fiesta parece completamente politizada y sirve como un motivo más de enfrentamiento civil, como si no tuviéramos bastante con la tumba de Franco, los independentistas de todo cuño y el debate sobre si la tortilla de patatas debe o no llevar cebolla.

En Bélgica sigue sin ser festivo, y la huelga que ha convocado no sé quién ha tenido poca incidencia, por decir algo. Más molesta ha sido la manifestación que ha tenido lugar por la tarde y que ha transcurrido por el centro hasta la plaza Luxemburgo, pero, como en Bruselas hay manifestaciones prácticamente todos los días, una más no se nota demasiado.

Tengo pocas dudas de que la promoción de una fiesta tan avinagrada tiene origen demoníaco, al menos en Occidente. En Rusia, la fiesta era almibarada y empalagosa, pero no avinagrada. Absolutamente a nadie en Rusia se le hubiera ocurrido montar una manifestación para protestar contra el patriarcado falócrata, mientras lanza su torva mirada contra los hombres, y nadie, pero nadie, acusaría a los hombres de violencia "de género", ni siquiera de llegar a casa borrachos con demasiada frecuencia (y mira que no les faltarían razones para esto último...). En Occidente, en cambio, esto no es una fiesta, sino una venganza, pensada con toda seguridad para clavar un clavo más en el ataúd de la familia como siempre se ha entendido, y maquinada por gente que alimenta una frustración enorme y cuyo mayor objetivo en su vida consiste en que, ya que ellas están frustradas, no exista armonía en la vida de nadie.

Como la cosa es relativamente nueva, y parece que su auge no ha cesado todavía, es un poco pronto para plantearse qué hacer ante este fenómeno. Lo más sensato debe ser ignorarlo y esperar a que se deshinche y que las aguas vuelvan a su cauce, pero no sabemos hasta cuándo va a permitir Dios este contrafuero; puede que nuestros pecados sean tantos que esta penitencia dure mucho más de lo que esperamos. Puede que la legislación vigente en España, que sigo admirado de que haya pasado el filtro del Tribunal Constitucional, no sólo empeore aún más, sino que se convierta en paradigma de progreso para el resto de Europa, y que el sentido común y la igualdad ante la ley sólo persista en países como, Dios lo quiera al menos, Polonia.

Lo normal es que esta nueva religión feminista, como cosa basada en la mentira y en la negación de la naturaleza, tenga efectos contrarios a los deseados por sus adeptos (y adeptas, que no se diga): si ahora están frustados, más lo estarán cuando las consecuencias de lo que está pasando vengan a ahondar más aún su frustración. Como, si algo caracteriza a esta generación, es la soberbia, lo que menos sucederá es que el común de las feministas reconozca estar equivocado; muy al contrario, pensará que la solución a su frustración progresiva consiste en insistir en las mismas medidas, y hasta en adoptar otras que mantengan el estado de guerra entre tirios y troyanos, mientras manda callar a quienes se bajen del carro vociferante y decidan que van por mal camino.

Los próximos años prometen. Prometen sufrimiento.

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