miércoles, 13 de marzo de 2019

La semana más larga (IV): Familiares

Mi padre no estaba en sus mejor momento cuando entré a verlo. No exagero un punto si digo que, con mejor o peor fortuna, había vivido sus últimos años cuidando a mi madre, dentro de sus escasas posibilidades, y ahora estaba en un estado de ánimo muy poco halagüeño, entre resignado, apesadumbrado y desficioso. Y, desde luego, de muy mal humor, y eso que siempre que me ve se alegra mucho.

Le di cuenta de cómo había ido la noche, le dije que no había visto al médico, porque no había pasado, y mi padre se limitó a cabecear sin muchas ganas de hacer nada. Le iba a costar digerir el trago que, fatalmente, íbamos a tener que pasar dentro de muy poco tiempo.

- Papá, habrá que avisar a las tías. No sabrán que la mamá está en el hospital.

- ¡No! ¡No avisemos a nadie! ¿Qué más les da?

- Papá...

- ¿Qué van a hacer?

- Debemos decírselo. Ya me encargo yo.

- ¿Para qué?

- Es lo que toca.

Yo vivo fuera de España, y mi relación con mi familia extensa, fuera de mis padres, hermanos, cuñada y sobrinos, es esporádica siendo generosos. Aun así, seguramente soy el que más mantiene el contacto, porque Kukoc y Reyrata bastante tienen con lo suyo para juntarse con primos y tíos segundos. Mi madre es hija única, y mi padre como si lo fuera, así que no había mucho donde rascar, pero mi madre, a falta de hermanas, sí tenía primas y, aunque últimamente no estaba en condiciones de relacionarse con nadie, me consta que no siempre había sido así.

No creo traicionar el anonimato que reina tradicionalmente en esta bitácora si digo que decidí empezar mi ronda de llamadas por la tía Amparo. A fin de cuentas, ¿quién no tiene una tía Amparo en Valencia? Yo no tenía su teléfono, pero conseguí hacerme con el listín telefónico de mis padres, donde vi su nombre garrapateado y un número de teléfono a su lado.

- Papá, voy a llamar a la tía Amparo.

- Te tendrá un cuarto de hora al teléfono, por lo menos ¡No la llames!

- Papa... que hay que hacerlo.

Marqué el teléfono. Se puso el tío Pepe.

- Tío, soy Alfor, el hijo de Padralfor y de Madralfor.

- ¿Tú eres el que está en Rusia?

Creo que mis tíos no están al día de mis aventuras.

- Sí, tío, yo estaba en Rusia ¿Se puede poner la tía?

- Ahora le paso el teléfono. Ten paciencia, que voy poco a poco, que me rompí la cadera.

Mis tíos deben andar casi por los noventa años, eso sí, muy bien llevados, pero no dejan de ser noventa y hay que hacer acopio de la paciencia que ojalá tengan conmigo si Dios me permite llegar a esas edades. Al final, le pasó el teléfono a mi tía.

- Tía, que soy Alfor.

- ¿El de Madralfor?

- Ése, ése. Llamaba para decirte que Madralfor está en el hospital desde anteayer... y que es probable que no salga.

- Ay, hijo, yo también estoy malísima. No sabes lo que me ha pasado, ni qué mal he estado este verano. Y luego Pepe, con la cadera, estamos fatal, y por lo menos con el andador va poco a poco y parece que está mejorando, pero qué mal. Y después me duele todo, y este año fíjate que ni siquiera pudimos ir al pueblo por fiestas, que tú ya sabes que siempre vamos, y este año, mira, que no ha habido manera. Estamos fatal...

- Bueno, tía...

- Y dices que mi prima está en el hospital. Igual que yo, que me he pasado un montón de tiempo últimamente por allí, y es que nos hacemos mayores, claro. Fíjate que tu prima, Amparo, que está muy bien, pero luego está mi nieta, que la pobrecita ha estado constipada, en la cama con fiebre, tan pequeñita, pero ahora ya está mejor, que es un encanto. La que está mal soy yo, que me duele todo cuando me levanto, y es que ya tengo unos años.

- Claro, claro...

- ¿Y qué le pasa a mi prima?

- Está en la unidad de paliativos, y los médicos dicen que puede faltar en cualquier momento.

Sí, en Valencia la gente no muere, ni fallece. La gente falta.

- ¡QUÉ ME DICES!

- Pues sí.

- ¡Ay! ¡Mi pobre prima! Que tú sabes que teníamos mucha relación, y que nos hemos criado como hermanas ¿Dónde está? ¿Que no podré pasar a verla?

- Tía, como quieras, pero está inconsciente y no parece que vaya a recobrar el conocimiento.

- ¡Ay, pero yo quiero verla! Dime dónde está que igual me acerco esta tarde. Ay, no, que estoy malísima. Bueno, es igual, tomaré el autobús ¿En qué hospital está?

Se lo dije.

- ¿Y en qué habitación?

- En la siete dos.

- Ay, que no sé cuándo podré ir.

- Tía, de verdad, no te molestes, que no te va a conocer.

- Pero yo quiero despedirme de mi prima.

- Bueno, haz como quieras. Siempre hay alguien a su lado; o está Reyrata, o estoy yo.

Por fortuna, la conversación no duró mucho más, y ya colgué con un suspiro.

- ¡No tenías que haber llamado! - dijo mi padre - ¡Ya ves! ¡Un cuarto de hora al teléfono! ¡A tu madre siempre le hace lo mismo!

Por experiencia propia, me consta que mi madre llevaba varios meses, tirando por lo bajo, incapaz de sostener el teléfono, cuánto menos de hablar, y mucho menos un cuarto de hora.

Todavía tuve que llamar a algún pariente más, a cual peor de salud, hasta el punto de que se podría pensar que son ellos los que iban a faltar. Alguno estaba, en honor a la verdad, un poquito más sano que los anteriores, y menos mal.

Por la tarde tenía nuevo turno en el hospital, así que más me valía descansar un poco. Casualmente igual que ahora, en que se hace tarde.

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