viernes, 22 de marzo de 2019

La semana más larga (V): Segunda vecina

Por la tarde volví al hospital, esperando a cada momento que fuese el último. Reyrata leía un libro con semblante aburrido.

- ¿Qué tal? ¿Cómo está?
- Igual.

Y así era. Nuestra madre seguía respirando con regularidad y, eso sí, inconsciente. La única indicación externa de que estaba enferma es que estaba en la planta de paliativos, de donde no se suele salir.

Pero hay excepciones.

- ¡Dame agua, nene, dame agua!

Aún estaba allí la vecina. Cada noche, había una acompañante sudamericana diferente a su lado. Una le daban agua más a menudo; otra lo hacían menos y la trataban con más desdén. Los familiares pasaban un rato durante el día, pero no sé bien si para acompañarla o para despotricar de ella.

El lunes por la mañana pasó el médico.

Había que verlo.

No voy a calificar sobre su competencia, que desconozco, pero lo cierto es que su aspecto externo daba que pensar. Llevaba el pelo largo, lacio y canoso, recogido en una coleta podemita; usaba barba, bastante descuidada. La bata ocultaba su ropa de calle, pero lo que sobresalía por las piernas eran unos pantalones rotos por varios sitios, y unos calcetines de un color difícil de precisar. Vamos, menos mal que llevaba una bata de médico, y que el hábito hace al monje, porque, si llega a quitársela y me lo encuentro por la calle, igual le compro un bocadillo.

Tras ver a nuestra madre y sorprenderse un poco de que todavía siguiera allí, ocupando la cama 7.2, pasó a la vecina, la 7.1.

- ¡Dame agua! - bramó de nuevo.

Ni caso le hizo el médico. Coincidía que estaban los parientes, un hijo y su nuera, y se dirigió a ellos.

- Le voy a dar de alta. Aquí no podemos hacer más por ella.
- Pero, ¿no ve cómo está? ¿Qué hacemos con ella?
- Que vuelva a la residencia. Sí, tendrá demencia senil, pero en esta unidad no le podemos ayudar, y no parece para morirse de manera inminente.

Los parientes gruñeron un poco, pero tampoco mucho. Supongo que esperaban un final, y no lo habían tenido.

- Creo que no les caía muy bien - me dijo Reyrata.
- Salta a la vista.
- Se estaban peleando entre los hijos por ver quién no estaba. Y se les veía a la greña.
- Bueno, al menos esperemos que quien venga a ocupar la cama no se pase el tiempo pidiendo agua.
- Esperemos.

La espera fue tan corta como acuciante la falta de camas del hospital, de manera que a los pocos minutos llegaba otra anciana. La diferencia con la anterior era notable, porque no venía acompañada de mala gana, como la otra, por un matrimonio presto a traspasar la función de acompañante a unas mercenarias, sino por un tropel de todas las edades a partir de la infancia, desde adolescentes a jubilados, muy solícitos con quien, a no dudar, era la matriarca de la familia. Reyrata y yo, que sólo éramos dos, porque la tía Amparo sólo pasó un rato y se fue tras llorar a su prima, nos retiramos prudentemente hacia el fondo de la habitación.

- Ya verás como te pones bien, abuela.
- ¿Cómo te encuentras?
- Bien, bien...
- Un par de días y a casa.
- Ánimo, abuela.

El optimismo supuraba por los poros de los acompañantes. Reyrata y yo, a la vista de tal panorama, pensábamos que lo más probable es que, por falta de camas en otras secciones, hubieran enviado a la unidad de paliativos a una paciente con una dolencia curable. Cosas más raras se han visto.

Reyrata se fue a dormir a casa, prometiendo relevarme a la mañana siguiente, con lo que me quedé solo con toda la turba de acompañantes de la vecina. Les cedí una silla que había en nuestra parte de la habitación, y que indudablemente les hacía mucha más falta que a mí, y yo me acurruqué en el sillón extensible y luego, cuando se hizo algo más tarde, extendí mi sábana, tomé una de las mantas del hospital, y me dispuse a dormir, ignorando los murmullos de los acompañantes de la vecina, la mayoría de los cuales parecían dispuestos a pasar la noche entera por allí, y entraban y salían de la habitación mientras conversaban entre ellos y con la enferma.

Yo, en cambio, tras una breve inspección a mi madre y darme cuenta de que la situación seguía estable, me tumbé sobre el incómodo sillón a pasar unas horas de sueño, sin saber exactamente cuántas serían.

Y eso mismo es lo que voy a hacer ahora, porque se hace tarde, sí, y porque tengo bastante sueño, que no son horas en Bélgica de andar por ahí despierto dándole a la tecla.

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