lunes, 4 de marzo de 2013

El libre albedrío y las leyes

La anterior entrada (e incluso alguna anterior a ésa) ha servido de pie para una serie de comentarios que giran en torno a una pregunta básica, que podríamos resumir, espero, así:

¿Por qué la Iglesia intenta influir sobre las leyes civiles para que éstas reflejen su doctrina?

¿No sería mejor abstenerse de hacerlo, y centrarse en la evangelización, para que los que quieran se adhieran a lo que dice?

Si las leyes civiles castigan el apartarse de la doctrina católica, ¿no se está comprometiendo el libre albedrío, obligando a todos a no pecar, bajo pena, no ya de castigo divino en un futuro, sino de castigo terrenal bien inmediato?

Lo de la pederastia del último párrafo del comentario de Miguel es otro asunto, pero no me niego a abordarlo, es que creo que es otro tema no directamente relacionado. Como Bélgica es uno de los países donde se han producido más casos (dentro de la Iglesia Católica y, la gran mayoría, fuera), no faltará ocasión de volver al asunto.

Antes de comenzar a abordar el asunto, vamos a partir de la base de que un católico tiene, o debería tener, una visión del mundo muy diferente a la de una persona no religiosa. Antes de seguir leyendo, convendría hacer una breve pausa, entrar aquí y leer despacio lo que pone, que es corto, aunque cada palabra tiene su miga.

Un católico es una persona que pronuncia esas palabras del enlace siempre que va a misa, es decir, entendemos que por lo menos una vez por semana. Es cierto que habrá gente que lo haga automáticamente y de forma meramente mecánica, sin pensar en lo que significan esas palabras, pero ésa es otra cosa.

Antes, pues, de criticar lo que hace la Iglesia, habría que considerar que la Iglesia está formada por personas que, resumiendo muchísimo, creen en Dios. Es más, creen que Dios lo ha creado todo, incluyendo a ellos, que ha venido al mundo a cargar con sus pecados, a darles la Verdad y devolverles la libertad, y que Dios sigue presente, que incluso es capaz de actuar a través de ellos, y que recompensará teniendo siempre junto a Él a quienes hagan lo que dice. Y además está dispuesto a perdonarles cuantas veces haga falta, y van a hacer falta muchas.

Ese tipo de gente es la que forma (formamos, sí) la Iglesia. Tela. Para quienes no creen en Dios, dicho así un poco a lo bruto, somos gente de psiquiátrico. El desafío consiste en encontrar una forma de convivencia de dos concepciones tan enfrentadas como ésas y ante las que no caben términos medios: o Dios existe, y es todo eso que pone en el párrafo anterior, o eso son paparruchas de unos mentecatos que llevan siglos dando la murga y están totalmente pasados de moda.

Ambas formas de pensar tienen consecuencias prácticas, y son muy diferentes. Si creo que Dios existe, lo lógico y consecuente es que siga sus mandatos, porque, al fin y al cabo, le debo todo lo que soy; si creo, en cambio, que Dios no existe, a lo mejor lo que yo pienso coincide aproximadamente con lo que creen los creyentes, con lo cual nos llevaremos razonablemente bien, pero a lo mejor no coincide, y aquí empezamos a liarla parda.

Y con esto llegamos al asunto del Derecho, ese intento siempre mejorable por dar a cada uno lo suyo.

Si nos fijamos, la Iglesia no exige que la legislación incluya toda su doctrina, ni ha sido así nunca. Hace un par de entradas, Arkadi decía en un comentario que en la España de Franco la Iglesia tenía la sartén por el mango y que tenía el monopolio de la educación. Efectivamente, la España de Franco era un Estado confesional, vale, nos sirve como ejemplo, y ninguna normativa iba contra lo que manda la Iglesia.

¿Quiere eso decir que el pecado estaba castigado penalmente? De ninguna manera. En la España de Franco, por ejemplo, uno podía no ir a misa y pasar del tercer mandamiento, y no sucedía absolutamente nada. Mis abuelos, en un pueblecito de un par de millares de habitantes, con un control social importante, no iban a misa más que dos veces al año (Todos los Santos y Navidad, y no tengo ni idea de por qué lo hacían así), y nunca les molestó la brigada político-social. El poder civil jamás ha castigado la envidia, la gula o la pereza, o codiciar los bienes ajenos, o no honrar a tus padres. Allá tú.

Es más, y ya nos ponemos con el tema del sexo, en que tanto divergen la Iglesia y el mundo, en la confesional España de Franco (y en todas las anteriores) el preservativo no estaba prohibido, como tampoco lo estaban las relaciones sexuales prematrimoniales libremente consentidas entre adultos. Allá tú.

¿Qué estaba prohibido en la España de Franco? Efectivamente, estaba prohibido lo que afecta a terceros. Estaba prohibido matar o robar, o la codicia excesiva, reprimida desde 1909 por la legislación Azcárate, aún vigente, contra la usura. Todo eso sigue vigente hoy, y nadie discute que deba seguir estándolo (bueno, quizá Bárcenas o Urdangarín lo discutan, por la cuenta que les trae).

La divergencia con un Estado confesional está en los puntos en que se ven afectados terceros, y especialmente en asuntos de Derecho a la vida y de cuestiones relativas a la familia. Ahí la Iglesia no calla, y reclama que la legislación esté conforme a su doctrina, porque no sólo se ve afectado el mismo que comete el pecado (allá él, y advertido está), sino que ese pecado se extiende y afecta a quienes no tienen culpa en ello.

En el Derecho a la vida es claro, espero: si Dios nos ha dado la vida (recordemos: el Espíritu Santo es Señor y dador de vida), nosotros sólo la tenemos de prestado. En realidad, le pertenece a Él, y sólo Él puede decidir cuándo y cómo disponer de ella. Insisto: eso es una consecuencia directa de creer en Dios. Un no creyente que defienda la vida deberá buscar otros argumentos, y ya sabrá él cuáles encuentra, pero un creyente en nuestro Dios no puede callar. Si, además, la ciencia dice que la vida humana empieza en el momento de la concepción, cuando hay un ADN único e independiente y cuando ya no va a haber ningún cambio cualitativo, la consecuencia es inmediata: nadie tiene derecho a disponer de esa vida que ha empezado ya, porque no es suya. Y, por consiguiente, toda acción encaminada a destruirla es una acción ilícita, incluyendo el aborto, por supuesto, pero también cosas como la fecundación in vitro (y, sobre todo, sus embriones desechados) y toda una serie de anticonceptivos que, en realidad, son abortivos, porque destruyen un embrión ya existente o impiden artificialmente su progreso. Es más, esos desgraciados casos límite de malformaciones fetales, o de violaciones, tienen una respuesta clarísima para un creyente, y creo que está claro cuál es.

En esta época del control de la natalidad, de hedonismo y cháchara, y de miedo cerval a la superpoblación del planeta, esta postura molesta. Yo tengo más de una carrera universitaria, pero mis estudios están bastante separados en el tiempo. En la primera carrera que hice, la cuestión de la superpoblación ni se mentaba, y hubiera habido ocasión; en la segunda, que era Economía, ya aparecía por varias asignaturas como un factor limitador del crecimiento y la reducción de población como un objetivo de la política económica para aumentar el PIB por cápita (eso parece obvio, vale); pero es que ahora estoy estudiando Geografía e Historia y los manuales están llenos de perlas como la "acción antrópica perturbadora" y otras así, que casi te dan mala conciencia por existir.

En este sentido, la Iglesia molesta, con esa manía de defender la vida humana desde la concepción hasta la muerte. Y el resultado es que van a por ella de todas las maneras posibles: dando voz a supuestos científicos que dicen que la vida no comienza en la concepción; diciendo que la vida del feto, en realidad, pertenece a la madre (¿Aún se escucha por Alemania aquel desafiante "Mein Bauch gehört mir!" de los primeros ochenta?); o exigiendo que se calle y deje a la gente hacer lo que quiera.

Pero eso no es un problema y los cristianos contamos con eso. El problema viene con los distintos Danneels que han proliferado y que han renunciado a hablar claro, para tratar de contentar a ambas partes antagónicas y con el absurdo temor de que imponer demasiados sacrificios al pueblo les va a hacer irse de la Iglesia. Digo absurdo porque ese abandono de la Iglesia es precisamente lo que ha sucedido, y a los tibios ni siquiera queda el consuelo de haber dicho lo que tenían que decir.

Hasta aquí, hoy. Soy consciente de que ésta era la parte fácil, y de que falta la parte relativa al sexo. Si, después de lo que queda escrito, las respuestas a las tres preguntas de arriba siguen sin están claras, o hay otras, en la siguiente entrada continuaré.

8 comentarios:

Miguel dijo...

Una pregunta Alfor,

interesante respuesta, entiendo que la iglesia no se calle en un tema que considera importante y intente influir en algunas leyes de acuerdo a su doctrina (en este caso las relativas a terceros), ahora bien, uno mira a segun que religiones, sus relaciones con el estado y sus influencias por la importancia que tienen para ellas segun que tema y es facil ver en que puede degenerar esto por lo que sigo pensando que es importante dejar la labor de influencia en la legislacion a la ciencia, no a Dios.

Por otra parte queria comentarte ya que has entrado de lleno en el tema que el otro dia hablando con unos amigos salio el tema del porcentaje de catolicos que hay en España. Segun las encuestas oficiales es un alto porcentaje, pero claro la encuesta refleja opiniones sin entrar en hacer un examen de fe. Es decir, el clasico "soy cristiano" aunque me pase por el forro los preceptos de la iglesia, principio segun el cual puedes ser de cualquier religion tan solo con enunciarlo.

Ahi entrabamos a discutir la diferencia entre ser de "tradicion cristiana" (celebras navidad, pones Belen, etc) y ser cristiano (profesas la fe).

Dado que eres uno de los pocos creyentes convencidos (al menos asi parece) que conozco me interesa tu opinion aun a riesgo de convertir tu bitacora en un blog de teologia, ¿cual crees que es la salud del cristianismo en España?

un saludo y gracias!

beloemigrant dijo...

Estimado Alfor:

Muchas gracias por su respuesta.
He descubierto, sin embargo, una aparente contradicción: si la pretendida influencia se limita a aquellos pecados que afectan a terceros, entonces la oposición no es íntegramente cristiana. Me explico: el hecho de que terceras personas se vean afectadas convierte la cuestión en un asunto de convivencia, pero en principio (en principio) no debería hacer más grave el pecado, lo que sí justificaría mayor necesidad de intervención. La gula de uno, convenientemente destilada, difícilmente tendrá consecuencia sobre otra persona, si se mantiene amurallada por el amor al prójimo, igual que cualquiera de los pecados capitales (uno puede dejar de manifestar la ira o la envidia en sus acciones, pero estarán ahí, a pesar de todo, como pecado) y a pesar de ello forma parte de los pecados más graves. [¿Qué significa, por cierto, cometer un pecado? ¿Cómo pueden el latrocinio, que es una acción, y la ira, que es un estado de ánimo, y ni siquiera un pensamiento, llamarse por el mismo nombre? Quizás haya algo allí que nunca haya comprendido.]
Vuelvo a la cuestión de que discriminar entre pecados (aquí solo acciones) con efectos sobre terceros entre los demás pecados) no tiene, a mi entender, motivación exclusivamente teológica. En algunos Estados norteamericanos, por ejemplo, están prohibidos los juguetes para adultos: ahí falta esa discriminación entre vida privada y vida en sociedad que parece dar mayor coherencia a la acción legislativa: un pecado privado es igual de odioso a ojos de Dios que uno público. Se previene ese "allá tú" del que usted hablaba. ¿Cuál es la diferencia entre unos y otros pecados, si Dios los ve todos? La diferencia es que unos están a la vista de la gente, y otros no. Repugnan a Dios todos, porque todos conoce. Al cristiano sólo aquellos de los que sabe. Y cuando el pecado es "privado", no hay manera no invasiva de tener noticia de él, y el cristiano, como persona, tira la toalla. Por eso, en mi opinión, la legislación en el sentido cristiano no se hace en Europa pensando únicamente en Dios (como en el caso de los consoladores estadounidenses), sino en el hombre (retraso del matrimonio homosexual), por lo que el componente que la motiva es puramente profano. ¿Entiende por qué lo digo?

(Sigue:)

beloemigrant dijo...

En otro orden de cosas: dice usted que unos y otros buscan razones distintas, a veces, para justificar lo mismo. Le doy la razón, pero voy más allá: hay conceptos que no requieren justificación. Desde un punto de vista teológico, el bien emana de Dios. Por tanto, la naturaleza del universo está impregnada de él. El bien es natural. Se siente a un nivel instintivo, porque Dios está en la guanina, tiamina, citosina y otros íntimos potingues. Se explica a sí mismo. No necesita justificación. Cuando nos justificamos, es cuando tratamos de negar la evidencia de una naturaleza que intuimos sin llegar a comprender. Cualquier criminal, sabiéndose criminal, te dirá que su vida ha sido muy dura, obviando el hecho de que la mayor parte de las personas con vidas difíciles no se han convertido en criminales.

Creo (y la fe no me hace más tonto que otros: tonto me hace sólo el ser tonto) en un progreso lento y paulatino de la Humanidad, desde el punto de vista de que hoy día no en todos sitios se decapita. Eso me hace tener más confianza en que la Humanidad pueda acercarse al bien de modo más efectivo poco a poco, mediante una lenta evolución histórica, que en una sola generación (que en una sola persona) gracias a dogmas tan ajenos a nuestras limitadas entendederas como el resumen de fórmulas de un libro de física, que no aprender no convierte a uno en físico, igual que aprender a aquéllos no hacen bueno a nadie por arte de magia.

La certeza nunca es de nadie. El creyente de cualquier signo tampoco puede tener otra cosa que fe y esperanza. Y eso ayuda de modo subjetivo, pero no objetivo.

Y ahora, a ver qué es eso del sexo, pasatiempo, de por sí, tan sano, que a la mayoría nos hace no reconocer a Dios en el que lo prohíbe.

P.D. Me da coraje tener un verbo tan pesado. ¿Soy yo aquí el que suena a seminarista?

Ernestín dijo...

Estimado Alfor. De las mejores entradas en tu bitácora. ¿Sabes porqué? Por que has logrado encender un poquito más mi fe. Cordial Saludo.

Alfor dijo...

Miguel, eso de dejar la influencia de la legislación a la ciencia me da mucho miedito. Eso sí que puede degenerar en algo muy serio. Del materialismo científico al gulag va un paso. Y de la Rassenbiologie a los KZ otro parecido.

En cuanto a la salud del cristianismo en España, no estoy muy seguro de lo que entiendes por salud. La asistencia a misa, como indicio, supongo que andará cerca del 20%, y la equis de la declaración de renta es bastante estable, pero eso sólo son indicadores (proxies, como diríamos los economistas) y no creo que sea lo que realmente cuenta. Como lo que realmente cuenta es la presencia de Cristo, y la Eucaristía sigue ahí a diario, la salud parece buena. Pero, si quieres criterios más basados en los fieles que en el Altísimo, yo sería mal cristiano si no viese el futuro con optimismo. :D

Beloemigrant, no es como usted dice. Los pecados que afectan a terceros y se cometen públicamente son más graves que los que se cometen sólo en privado, porque añaden el escándalo al propio pecado.

Un pecado es todo lo que nos aleja de Dios. No necesariamente es una acción. Ya sabe: pensamiento, palabra, obra u omisión. Anteayer les hice leer el Credo, y hoy tocaría el "Yo, pecador".

El escándalo es algo un poco particular, pero de eso toca hablar en la siguiente entrada.

De todas formas, sí que es cierto que el razonamiento le ha quedado algo confuso, y que no estoy seguro de haberlo pillado todo.

Ernestín, sólo por eso ya vale la pena la entrada y la bitácora entera. :)

Arkadi dijo...

Vaya si tiene miga esta entrada, Alfor... Aunque yo soy de los que se llevan las manos a la cabeza cuando oyen a los obispos decir ciertas cosas, lo cierto es que no puedo por menos que estar de acuerdo con casi todo: la iglesia es una institución cuya razón de ser fundamental (una de ellas, al menos) es proponer y defender un determinado sistema ético, y no tendría sentido pedirles que renunciaran a ello. Aunque yo creo que eso todo el mundo lo tiene asumido, y que lo que nos fastidia a (casi) todos los no creyentes, no es que la jerarquía eclesiástica defienda determinadas posiciones, sino que las defienda desde la hipocresía y la doble moral, como ocurre demasiado a menudo; o que se empeñen en mantener discursos absurdos y ofensivos para los demás, como lo de que "si no tienes fe, no puedes tener ética ni sabes distinguir entre el bien y el mal". En el tema del aborto no entro, porque es un debate en el que hay muchísima tela para cortar y no acabaríamos; pero sí que hay un par de puntualizaciones que me gustaría hacer.

Una, respecto de la España de Franco (el viejo tema): dices que "uno podía no ir a misa", pero sería más exacto decir que "no había ninguna ley que le obligara a uno a ir a misa". Yo conozco, entre mi familia y conocidos, al menos tres personas -hombres todos- a los que los agarró la guardia civil y los llevó al cuartelillo por andar deambulando por la calle a la hora en la que todas las "personas decentes" estaban en misa como Dios manda. Aquellos beneméritos defensores de la ley y el orden consideraban que era su deber tener controlados a esos elementos potencialmente sospechosos. Estoy seguro de que ni el párroco ni el obispo les habían pedido que lo hicieran; y por supuesto ninguna ley les respaldaba; pero en la práctica tenían toda la autoridad del mundo para hacerlo. Es lo que tienen los regímenes autoritarios. También podríamos hablar de la censura eclesiástica, los certificados de buena conducta, y otros puntos oscuros en los que la iglesia se imbricaba con la maquinaria del estado franquista y sus decisiones tenían repercusiones legales directas: y aunque todo eso son viejas batallitas, y todos estamos de acuerdo en que aquello no estaba bien ni era justificable, no está de más recordar que la iglesia católica de entonces estaba bien cómoda y contenta con ese estado de cosas.

La segunda puntualización es la que seguramente estarías esperando, y es sobre la cuestión de los "efectos a terceros": en efecto, es completamente razonable oponerse al aborto desde el momento en que la decisión de abortar, tomada por la madre, afecta fatalmente a otra vida humana, la del feto. Por eso respeto la postura de la iglesia en ese tema; pero por eso mismo no puedo respetar la postura de los obispos en otros temas como el del matrimonio gay, en el que no hay "efectos a terceros" ni ningún damnificado potencial a quien proteger, y por lo tanto la (o)posición de la iglesia, a ojos de los no creyentes, resulta completamente indefendible.

Pero, como digo, estoy seguro de que esta te la esperabas, y de que la munición para ese tema la estás guardando para la entrada siguiente; así que permaneceré a la escucha ;) ¡Nos leemos!

Alfor dijo...

Arkadi, por partes:

1.- Guardias civiles deteniendo gente que no iba a misa. La benemérita es así y cualquier excusa es buena. Cuando el Duque de Ahumada creó la Guardia Civil, su función consistía en perseguir bandoleros y carlistas (o quien fuera las dos cosas), más de uno de los cuales era cura.

2.- Censura eclesiástica. Pero en tiempos de Franco eran laicos los censores. La censura eclesiástica es de hace un par de siglos.

3.- Certificados de buena conducta. Hoy vas a hacerte un certificado de penales y el funcionario consulta en línea con los archivos en Madrid y te lo da en cinco minutos. A falta de Internet, desde luego que te hiciera los certificados el párroco era mucho más barato para el Estado. De todas formas, también creó que los más felices en dejar de hacerlo fueron los propios párrocos.

3.- Si no tienes fe, no puedes tener ética y no puedes distinguir el bien del mal. Me extraña que lo hayan dicho exactamente así, pero sí es cierto que para tener una distinción clara entre bien y mal, el relativismo no es una buena idea, hay que tener un punto fijo.

Y en el matrimonio gay me pongo a escribir sobre la función didáctica de la ley y sobre la devaluación del matrimonio.

De todas formas, no espero convencer a nadie: como queda dicho arriba, la cosmovisión creyente y la no creyente son tan distintas, que no creo que sea posible llegar a un entendimiento más o menos permanente.

Arkadi dijo...

Aquí estamos otra vez, Alfor. Bastante más tarde de lo que me hubiera gustado, pero el trabajo me ha tenido amarrado al duro banco... Que conste que me he pasado regularmente por el blog para ver cómo iban las cosas, pero no he tenido tiempo ni tranquilidad para contestar.

Y bueno, para responder a tu último post, y yendo a lo importante:

-la censura en tiempos de Franco (y con esto doy por terminado el tema, porque ya huele) era doble, política y eclesiástica, y esta última la ejercían, lógicamente, miembros de la iglesia. Hay numerosas anécdotas sobre lo complicado que llegaba a ser para escritores y artistas pasar ese doble filtro.

-y en cuanto a lo del relativismo moral... pues mira, siento tener que decírtelo, pero tu respuesta es precisamente una muestra de esa actitud que irrita y ofende a los no creyentes, aunque no sé si lo harás conscientemente siquiera :( Pero plantear la cuestión, así, falazmente, como si fuera una alternativa entre el dogma religioso y el relativismo moral... pues no mola. Y que lo haga un creyente de a pie aún tiene un pase, porque probablemente es lo que os habrán enseñado a decir. Pero cuando se lo oyes decir a obispos y papas, que no sólo *deberían* saber de qué están hablando, sino que encima se arrogan autoridad en el tema, pues es inevitable sentirse ofendido. Es difícil creer que una gente que demuestra tan poca honestidad intelectual (por no hablar de la otra) pueda estar en posesión de ninguna verdad absoluta.