viernes, 29 de julio de 2011

Vacaciones

Y la verdad es que ya iba haciendo falta.

Porque Moscú, este verano, está siendo especialmente difícil de soportar. Es verdad que el año pasado no sólo hizo más calor, sino que por poco no nos intoxicamos, pero es que, si exceptuamos ese mismo año pasado, no recuerdo un verano tan bochornoso como éste. Llevamos un par de semanas tocando por encima de los treinta grados, y esto no es normal.

Lo normal es que la temperatura ande por los veinticinco, que ya es, y que refresque un poco por las noches. Pero es que por las noches sigue la sensación de bochorno, en una ciudad que tiene árboles y zonas verdes por doquier, y donde el calor, a pesar de estar a más de seiscientos kilómetros del mar más próximo, es húmedo y pegajoso. Tiene lo peor de Madrid (no hay playa) y de Valencia (calor pegajoso). Cuando no hace mucho calor se está muy bien y, de hecho, cuando no tenía niños, ésos que te cambian la vida, hacía todo lo posible por concentrar las vacaciones fuera del verano, cuando en España no aprieta tanto el lorenzo y en Rusia el tiempo es un asco y te pasas el día chapoteando en el barro.

Pero es que ahora el tiempo también es un asco en verano, Dios mío.

En fin, que me las piro. Y, como ya pasó en otros años, las entradas de estos días que vienen (porque, lo que es escribir, voy a seguir escribiendo) van a ir más en plan histórico y gafapasta, y porque se quedó un asunto pendiente: el de los impostores.

Y las cosas, claro, hay que terminarlas.

miércoles, 27 de julio de 2011

IKEA: la adaptación

Está visto que IKEA sólo adapta sus tiendas por imperativo legal o por creer que puede sacar mucha pasta con ello. En Rusia se ha encontrado con los dos motivos. El primero le obligó a poner toda la información en ruso, que es un idioma con letras aún más raras que esa "a" con un redondelito encima que se gastan en Suecia. Así que, si vais a alguna tienda rusa de IKEA, veréis ИКЕА. Hay adaptación, pero tampoco es pasarse mucho, porque se ha limitado a una letra de cuatro.

Otra cosa con la que han tenido que transigir es con los nombres de los muebles, que, como sabéis, están en sueco y a veces son muy graciosillos. No sé si en España estará teniendo mucho éxito la fuente de acero inoxidable "Blanda", pero yo la vi el otro día en la tienda de Moscú y lo primero que me vino a la cabeza es que el acero se iba a derretir con sólo mirarlo. Por cierto, ¿alguien sabe qué quiere decir "blanda" en sueco?

En Rusia, lo que han hecho ha sido conservar los nombres de los objetos en sueco, como la ya mencionada y mundialmente famosa estantería "Billy", y transcribirlos además al cirílico, con lo que se ha transformado en "Били". Eso es muy útil, porque la transcripción es fonética, por lo que los clientes ya podemos pronunciar palabras como "Bjurstå" o, al menos, sabemos cómo se pronuncian. Yo me pregunto si en el IKEA de Sevilla también ponen esos nombres. También hemos aprendido que la "å" se pronuncia "o", que ya es capricho.

La segunda adaptación que ha hecho IKEA no ha sido por imperativo legal, sino para ganar pasta, que es de lo que se trata, después de todo. En España, hace unos años, hubo una ministra de Vivienda, María Antonia Trujillo, que inició un plan de vivienda juvenil a base de ofrecer pisos en alquiler, con la salvedad de que los pisos debían tener entre 30 y 45 metros cuadrados, lo cual, para España, que mide 505.000 kilómetros cuadrados, y para la mentalidad de los españoles, no es pequeño, sino directamente humillante. Ahí no metes el ropero de una española aletiziada de las de "porqueyolovalgo" ni de coña marinera, cuánto menos su mueble zapatero.

En Rusia (que mide 17 millones de kilómetros cuadrados), sin necesidad de que haya ninguna ministra de cuota haciendo de las suyas, es frecuentísimo que los pisos sean todavía menores que los minipisos de Trujillo (conocida también, y es obvia la razón, como "Apretrujillo"). Y claro, en sitios tan pequeños es complicado meter muchas estanterías Billy, pero aquí llega IKEA para explotar, también, este nicho de mercado.

Y, si no, volvamos a la imagen que ilustra esta entrada. Un rinconcito de la tienda ha sido destinado a reproducir un micropiso de los que tanto abundan por Moscú y a amueblarlo de arriba a abajo. Veinticinco metros cuadrados, ni uno más. Traduzco, traduzco el texto:

25 m2. Esto es nuestra casa.

No es grande. Pero tiene mucha más capacidad de la que usted se puede imaginar. Estos 25 metros cuadrados son nuestra casa.

Y, al lado, en el ángulo superior, está la foto de un edificio típico de suburbio, feo hasta decir basta y parecido a uno que ya visitó esta bitácora hace algún tiempo, así que no voy a hacer sangre con él. Y en el ángulo inferior, han puesto la foto de la supuesta habitante de la celda, una niña joven, soñadora y monilla que no agacha la cabeza ante las estrecheces (en sentido estricto) a las que se enfrenta y que lucha por obtener lo mejor de la situación en que se halla. Al cohabitador de la niña ni lo mencionan, porque ya se sabe en estos casos quién toma la decisión de compra y quién lucha por salir de la tienda lo antes posible antes de que la sangría para el bolsillo adquiera proporciones irremediables.

Uno entra en la reproducción del piso (el plano está en la propia imagen), y realmente flipa. Es cierto que es mucho mejor que los dos habitantes del piso sean delgados, y es deseable que se lleven muy bien entre sí, porque, aunque hay de todo, cama sólo hay una. Bueno, es un sofá-cama fácilmente transformable. Hay un remedo de cuarto de baño que da para ducharse de perfil y peinarse de canto, un recibidor por el que se puede acceder al piso, aunque sólo en fila india, y una cocina integrada con el dormitorio y el comedor que permite suponer que mucho queso de Cabrales no van a consumir. Embutir todo eso en un cuadrado miserable tiene un mérito grandioso. A estos tíos les dejas un zulo de ETA y les sobra sitio para montar un jacuzzi.

Para cuando, de resultas de llevarse bien, los dos habitantes del piso pasen a ser tres, en otra parte de la tienda hay una solución habitacional de 35 metros cuadrados que incluye otras virguerías notables, incluyendo cuna y cambiador multiusos.

Eso sí, lo que siempre, siempre, siempre hay es una estantería Billy, aunque sea pequeña. Ahí ya se les terminó la necesidad de adaptarse, porque en su interior no había más que libros en sueco (siempre el mismo libro, además). Yo me preguntó qué necesidad tendrían los de logística de la tienda en traer ochocientos ejemplares de "Den vedervärdige mannen från Säffle", que en Suecia, como todo, deben costar un ojo de la cara, en lugar de comprar los libros en Moscú, donde prácticamente van a peso.

Bueno, bien mirado, si compran libros en ruso, igual luego todo son sisas, hurtos y se pasan la vida reemplazando ejemplares. En cambio, "Den vedervärdige mannen från Säffle" hay que ser muuuuy friki para sacarlo de la estantería y llevárselo a casa.

Parece que ahora no me ve nadie...

lunes, 25 de julio de 2011

IKEA: la llegada de la tienda prometida

El otro día estuve, después de hacía mucho tiempo, en IKEA. En su día, recuerdo que la apertura de la primera tienda de IKEA en Moscú, en el lejano marzo de 2000, fue un acontecimiento planetario, mucho mayor que el encuentro de Obama y Zapatero (vale que éste tampoco es manco). Para hacernos una idea de lo que significó la llegada de IKEA, bastará con saber que, con anterioridad, comprar muebles en Moscú significaba pasar las de Caín. O comprabas unos mamotretos postsoviéticos para llorar, con unos defectos impresionantes, o te veías reducido a gastarte un ojo de la cara en mueble de importación, que tampoco tenía siempre la calidad mínima. Además, tú te las apañabas con el transporte a casa de lo que compraras. Para los que no éramos millonarios, pero necesitábamos muebles mínimamente presentables, la situación era por lo menos incómoda, lo que explica en muy buena medida la austeridad de mi apartamento de recién llegado, con cuatro muebles comprados por catálogo, igual que los electrodomésticos, y pare usted de contar.

IKEA cambió radicalmente la situación. La primera vez que entramos Alfina y yo casi nos dio algo.

- ¡Pero si es una tienda igual que las de Eurøpå! - Alfina todavía sigue repitiendo que ir a IKEA era como pasar a otra dimensión.

En aquel entonces, marzo de 2000, Rusia estaba hecha una cochinada, las tiendas tenían un servicio deleznable, con unos dependientes que directamente despreciaban al cliente, y no digamos si no hablaba ruso como un nativo. Pasabas a IKEA, y te encontrabas con que estaba todo limpio, incluso los baños (es imposible mantener un baño limpio en Rusia, pero allí se las apañaban para conseguirlo); todo estaba ordenado, no amontonado; podías encontrar las cosas que querías sin preguntar a ningún cretino ensoberbecido; eran bastante bonitas y, en comparación con lo que te encontrabas por la ciudad, tiradas de precio; podías pagar con tarjeta, sin necesidad de llevar un saco de billetes; tenías un restaurante molón y barato donde comías bastante bien y los niños tenían su propia zona para jugar mientras mirabas muebles. Un edén.

Claro, lo que ocurrió fue que, durante los años siguientes, si ibas a visitar a cualquier ruso o guiri que anduviera cerca de la treintena y fuera de clase media, te encontrabas exactamente los mismos muebles y decoración en todos los pisos. Es decir, lo mismito que tenías tú en tu casa.

De eso han pasado once años, y han abierto muchas más tiendas de IKEA, mientras que otras tiendas se han tenido que poner las pilas y no tratar a los clientes como el enemigo.

He estado en tiendas de IKEA en Alemania (una vez) y en Moscú (muchísimas veces, y las que me quedan), pero no en España (en Valencia todavía no hay, y en Madrid no necesito muebles). Me sorprende que todas las tiendas sean exactamente iguales, con exactamente las mismas cosas y los mismos nombres en sueco, a veces bastante divertidos. Sí, aquí también tenemos la mundialmente famosa estantería "Billy" que nadie consigue montar correctamente, entre otros modelos con nombres a cual más raro. Como raro parece que la tienda de IKEA en Moscú sea igual que la que hay en Düsseldorf o la que hay en Murcia, cuando las circunstancias en esos sitios no tienen nada que ver.

Y, efectivamente, un poquito de adaptación sí que hay. Pero, como se me hace tarde, lo dejo para mañana.

viernes, 22 de julio de 2011

Incorporaciones a la barra derecha (III)

No todo ha de ser tachar, no, señor. Sangre fresca llega la barra derecha:

1.- La frontera azul. Es una de las ahora mismo cuatro bitácoras que adornan "Rusia Hoy", que es una publicación en español de Rossiyskaya Gazeta ¿Que no sabéis lo que pienso de Rossiyskaya Gazeta? Eso es porque no habéis pasado por aquí.

Obviamente, "Rusia Hoy" es una guarida de rusófilos, pero no pasa nada. Sé perfectamente que buena parte de los visitantes de esta bitácora son rusófilos, y para mí es un placer darles algún enlace donde se encuentren a gusto.

El autor de la bitácora es español, murciano para más señas, y escribe bien. Acaba de empezar, pero parece menos perezoso que los otros autores que escriben en esa plataforma, y su estilo mola, así que lo incluyo en la barra de la derecha. Como sabéis, cuesta mucho salir de ahí, así que esperemos que haya para rato.

2.- Rusadas. Me lo envío una amiga, y tenía que haberlo metido en la barra derecha de inmediato, pero uno es de un perezoso para cambiar diseños y hacer cositas que no sean escribir que da asco. El tío es un currante brutal, actualiza a diario y, además, ¡tiene sentido del humor! Una fiera.

Y hasta aquí las nuevas incorporaciones. Parecía que la rusosfera en español languidecía, pero quizá es simplemente que no había buscado bien.

miércoles, 20 de julio de 2011

La limpieza de la barra derecha (II)

Como bien saben los lectores de esta bitácora, me he sacudido la pereza de encima, y me he puesto a hacer limpia en la barra de la derecha. En la entrada anterior ya expliqué los motivos de la eliminación de cinco bitácoras abandonadas, y toca ahora hacer un repasito a las que han pasado la criba, a ver cómo está de salud la rusosfera en española recogida en esa barra.

Hay dos bitácoras que no han sido eliminadas por los pelos. La primera es Soviet Russia. Las aventuras de Xavi en Omsk, y los relatos con que nos deleitaba, se fueron espaciando y espaciando, hasta que ahora aparece uno de uvas a peras. La iba a borrar, pero entonces resurgió momentáneamente para incorporarse al 15-M a distancia, como los estudiantes de la UNED y, siempre con la esperanza de que sea más asiduo, lo mantengo, aunque, por lo que he hablado últimamente con el autor, el tiempo no le sobra.

Y luego está Desde mis gafas. César, el autor, incluso se había despedido hacía año y medio, lo cual convertía esta bitácora en clara candidata al ciberdesguace. Pero he sido tan sumamente vago en actualizar el diseño que le he dado tiempo a descansar y meter otra entrada, muchísimos meses después de la anterior, así que no va a haber ciberdesguace. Lo que no sé es si en esta su nueva etapa César va a seguir escribiendo sobre estos andurriales eslavo-orientales, o se va a dedicar a la España cañí y olé; pero, puesto que a mí también me gusta escribir de lo mío, y es lógico que a veces lo haga sobre el país donde nací, difícilmente voy a poder reprochar a nadie que haga lo mismo.

Las demás bitácoras siguen ahí, con actualizaciones más o menos frecuentes, pero siguen ahí. Unas más serias, otras más festivas, otras más socarronas, otras más rusófilas. El caso es que a mí me molan, y por eso están ahí.

Ahora llega el momento de ampliar un poco. Hasta ahora, únicamente había puesto bitácoras no alojadas en ningún medio de comunicación masivo. No puedo dar una razón de por qué hago esto, pero supongo que, más o menos conscientemente, tengo a todos los medios de comunicación masivos bajo sospecha de falta de independencia y, por consiguiente, me parece que también las bitácoras alojadas en ellos van a ser hechura de sus amos. Pero voy a comenzar a relajar este prejuicio, en parte en atención a que esta misma bitácora está alojada en Google, que tampoco es, probablemente, una casa muy representativa de la rebelión, la lucha contra el sistema o la anarcotradición. Y, lo dicho, mal puedo reprochar a los demás que hagan lo que yo y alojen su bitácora donde mejor les parezca y les dejen.

En estas circunstancias, ingresa en la barra derecha la bitácora "Érase una vez en Rusia". No, no suena ninguna banda sonora de Ennio Morricone al entrar en ella, ni tampoco de Glinka o de Prokopiev. La bitácora está alojada en "El País" y no tengo ni idea de quién la escribe, pero alguien que escribe en El País y firma como "soviética", probablemente responde al prototipo de rusófilo: al menos, seguro que responde a dos de las características más habituales del mismo, es decir, que es de izquierdas (o sólo progre, que no es lo mismo) y no le gustan los EEUU. Otra de las características habituales es la de ser hombre, y ésa parece que falla estrepitosamente en este caso. Y es que ni siquiera yo puedo acertar siempre, y menos cuando estoy de broma.

En todo caso, la bitácora tiene varias entradas simpáticas y, ahora que me doy cuenta, es la primera bitácora escrita por una mujer que accede a la barra derecha. Si estuviera en España, es posible que esta circunstancia incluso fuera ilegal y me obligaran a poner más bitácoras de mujeres, vinieran o no a cuento.

Hasta aquí hoy. Pero quitar cinco bitácoras e introducir sólo una queda un poco flojo, así que tendré que rebuscar un poco por la red para meter algo más. Lo cual ocurrirá en la siguiente entrada, porque hoy se hace tarde.

lunes, 18 de julio de 2011

La limpieza de la barra derecha

Lo venía prometiendo desde hace meses... puede que años. Pero ha llegado el momento de quitar de enmedio, o mejor, de la barra derecha, todas las bitácoras arruinadas por el abandono. Y de ir metiendo nuevas poco a poco, pero esto lo iré haciendo con calma. Bueno, espero que no con tanta calma como he tenido para limpiar éstas.

Ha caído de la barra The Carbuncho Times, que llevaba cuatro años sin actualizarse, lo cual es suficiente justificación para darlo por abandonado. Su autor continúa por Moscú, sí, y lo veo con mucha frecuencia, pero sus ocupaciones familares y académicas lo tienen lo suficientemente ajetreado para haber dejado el mundo de las bitácoras, así que una menos.

Otro que no sigue es Diarios rusos, bitácora de un profe de español en San Petersburgo que ya dejó San Petersburgo hace dos años, y con San Petersburgo dejó su bitácora. Era muy chula, el autor la escribía muy bien y me ha dado pena quitarla, pero las telarañas eran ya excesivas.

La siguiente víctima de la escoba es "El mundo mirado a través de diferentes cristales" (eso es lo que prometía, vamos). Al final, resultó que los cristales no eran tantos y la cosa no ascenció más que a cuatro entradas, como la bitácora de un becario cualquiera. Es una pena, porque el asturiano que lo escribía estaba en Irkutsk, que no es un lugar en el que abunden los españoles con ganas de escribir sus vivencias. De todas formas, se le veía concienzado a tope con la idea de difundir su bitácora, prueba de lo cual es que tradujo todas las entradas al inglés (pero, de leerlas, recomiendo encarecidamente hacerlo en español, mucho más que en inglés. si lo leéis en inglés entenderéis por qué). Quizá por eso, aún hoy, en el contador que tiene en la página sale que ha tenido más de once millones de visitantes. O es más conocido que Rihanna, o un fantasmón de siete suelas. El caso es que el entusiasmo se le apago enseguida, como a Usain Bolt corriendo una maratón.

Finalmente, el último tachón de esta tanda le corresponde a "Camino de perdición". Ya le tocaba. Por una parte, el autor, Boots, que incluso hoy a veces aún entra por aquí (¡un saludo, Boots!) ha dejado Moscú, de donde pensábamos que sólo conseguirían hacerle salir con aceite hirviendo, y ahora es un señor funcionario en Bruselas, aunque, lo que es la bitácora, la tenía apolillada desde bastante tiempo antes. Como no es probable que retome sus experiencias con el género bitacoril, procede aligerar la barra derecha.

También cae "Hora de Moscú". Su autor, Galo, argentino él, ha escrito dos entradas en los últimos dos años, y de la última hace más de siete meses. En estas circunstancias, a mí me parece claro que estamos ante una víctima de esa enfermedad, que podemos llamar "fatiga bloguera", y de la que nadie está a salvo, como es posible que comprobéis dentro de un tiempo, no sé cuánto, si continuáis pasando por aquí. Y, como no es cuestión de tener ahí bitácoras fosilizadas, toca desprenderse de ésta.

De momento, ésas son las cinco bitácoras que han abandonado, por defunción, la barra de enlaces. Pero creo que esto no ha sido todo. Por una parte, hay otras dos bitácoras que estaban marcadas en el primer proyecto de aligeramiento; por otra, me doy cuenta de que ahora debería rellenar la barra derecha con bitácoras jóvenes, frescas, lozanas y de actualización razonablemente frecuente. Sólo falta encontrarlas...

viernes, 15 de julio de 2011

La lavadora

Tras catorce años de combates prácticamente diarios, la lavadora-héroe de la familia von Buchweizen, adquirida en el lejano 1997 y que ha resistido tres mudanzas y varias reparaciones, parece abocada al desguace. Lo que es lavar, sigue lavando, pero cada vez que lo hace hay que usar la fregona a base de bien, por no contar la serie de desconchones y de trozos de chapa oxidada que la condecoran. En general, los electrodomésticos que compré con ocasión de mi mudanza a Moscú, y que ya están en un estado de decrepitud preocupante, comienzan a dar señales de que lo suyo ya es la tercera edad y de que su relevo está próximo. A día de hoy, además de la lavadora, subsisten el televisor (otro héroe de guerra), la nevera (contra todo pronóstico) y el microondas (éste a duras penas).

Tras duras discusiones sentimentales, porque la lavadora es prácticamente de la familia, hemos tomado la decisión de reemplazarla. Snif.

En España, uno compra una lavadora nueva, y la tienda le vende la lavadora, se la instala y se lleva la vieja. No hay problema. El otro día, estábamos Alfina y yo en Madrid, visitando a la familia política, y a una tía de Alfina se le había estropeado la nevera de manera irreparable. Nevera nueva al canto. Cuando llegamos, la nevera nueva y flamante estaba instalada, de la vieja no había ni rastro, y la tía de Alfina estaba la mar de contenta con su pedazo de nevera, en la que iba a meter, supongo, los tomates que le habíamos traído.

Aquí, no.

En Rusia, puedes comprar una lavadora con gran facilidad.

Incluso te la pueden traer a casa. Sí, ya sé que es lo mínimo, pero no deberíamos dar ciertas cosas por supuestas.

Las tiendas fetén también se ocupan de instalar la lavadora. Pero ya no todas las tiendas, no vayamos a creer. Sólo las fetén.

Lo que no hace nadie, pero nadie, es llevarse la lavadora vieja. Lo suyo sería pensar algo así como: "Mi cliente tiene un problema. Su lavadora no va bien, y quiere una nueva. Le voy a arreglar el problema. Le vendo la lavadora, me llevo la otra, y tendrá una lavadora nueva que funcione."

Pero claro, eso sería lo normal. Llevamos tres tiendas fetén consultadas, y en las tres nos hemos encontrado con un dependiente desmotimado, con peinado lacio, legañas en los ojos, uniforme descuidado e higiene personal remota en el tiempo, con el que la conversación era algo así como:

- Y la lavadora vieja, ¿se la llevan?
- No tenemos ese servicio. Antes lo hacíamos, pero ya no.

"Antes lo hacíamos". La leche. Los tres lo "hacían" antes, y han dejado de hacerlo. Y me refiero no a cualquier tenderete de barrio, sino a MVideo, Eldorado y Technosila, probablemente las tres cadenas de tiendas más importantes de Rusia.

De momento, la cuestión ha quedado aplazada. Como estoy de rodríguez y mis necesidades de lavandería no son interminables, seguramente vamos a emplear poco la lavadora durante el verano, así que las cosas pueden esperar un poco, y después de todo siempre me queda sacar a bailar a la fregona. Al parecer, muchas tiendas, las que no son tan fetén como las consultadas, se limitan a venderte la lavadora y a ponerte en contacto con quienes la montan, que no son ellos (y el precio del montaje va a aparte) y es posible que con quienes puedan llevarse la vieja al reciclaje. Pero parece que el reciclaje cuesta cosa de cuarenta euros. Vamos, que al precio que tenga la lavadora hay que echarle cien euros más para arreglar los pequeños problemas de montar la nueva y que alguien se lleve la vieja, además de los problemas de coordinación de las tres cosas.

Creo que aquí a esto lo llaman servicio al cliente.

miércoles, 13 de julio de 2011

Comercios

En los años del desarrollismo franquista español, y aún antes, los edificios se construían a pie de calle, con un portal por el que se accede a las viviendas y con dos locales comerciales a los lados del portal, que son los que hacen que en España haya tal densidad de pequeños comercios, sucursales bancarias (bueno, ahora veremos cómo queda eso) y tiendas de proximidad, como dicen los finos.

En Rusia, no.

En la Unión Soviética, los jerifaltes comunistas encargados de la planificación decidieron que eso de destinar espacio a las tiendas era fomentar el consumismo y que, para fomentar el consumismo, ya estaba el fasciocapitalismo burgués occidental, dirigido, entre otros, por Franco, ése que pasó, contradiciendo a Dolores. El resultado es que los edificios de viviendas eran, estrictamente, edificios sólo de viviendas y pare usted de contar, mientras que los escasos comercios eran espacios a donde la gente iba a perder la paciencia a base de hacer colas en tres sitios distintos, para escoger, para pagar y para recoger lo comprado. Y gracias si había lo que buscabas.

Pero llegó la disolución de la URSS y del comunismo, y con esto se desataron las ganas de consumir de los rusos. Unas ganas de consumir que estaban ahí, ocultas y con bozal, pero que eran de lo más real. Y apareció la libertad de empresa y lo que no aparecieron fueron locales comerciales, porque nadie pensó en ellos al hacer los edificios. En su lugar, y aún hoy seguimos así, hay quioscos que venden de todo por doquier, pero los sucesivos alcaldes de Moscú (bueno, los dos) tuercen el gesto cuando se dan cuenta de que los quioscos son de una cutrería tremenda y les ponen todas las zancadillas que pueden, y si no les ponen más trabas es porque tampoco se trata de desabastecer la ciudad.

Una muestra de los lugares en que debe situarse el pequeño comercio lo tuve el otro día, cuando tuve que cambiar una cubierta de mi bicicleta. Vivo en el centro de Moscú, ese lugar donde los alquileres pueden superar el PIB de varios países africanos, pero así y todo intenté buscar una tienda de repuestos y, gracias a Yandex, que nos ha cambiado la vida, encontré una muy cerca de mi casa. Bueno, encontré dónde estaba ubicada. Ahora había que encontrar la tienda propiamente dicha.



De momento, estaba en un edificio de viviendas, lo cual no es demasiado ortodoxo, pero, comparado con lo que viene después, va a parecer rutinario.



Cuando avanzaba hacia el lugar donde parecía lógico que estuviera, advertí un minúsculo cartel en una puerta, y menos mal, porque me hubiera vuelto loco buscando. La ubicación de la tienda es algo así como sería en España meter un comercio en la sala de contadores de la luz de un edificio normal.



Y, claro, no es que esperara que el paso hasta la tienda estuviera iluminado, alicatado y limpio, pero uno no sabe si va a comprar la cubierta que le hace falta a una tienda de repuestos de bicicleta o a Mordor.



Las cosas se van haciendo lóbregas por momentos, y sólo cabe esperar que el dependiente de la tienda sea la Bruja Avería o Saurón.



Finalmente, se llega al final del pasadizo. Los dependientes de la tienda posiblemente temen que el posible cliente no tenga arrestos para pulsar el timbre y lo señalizan adecuadamente. Más vale. Cutre, pero eficaz.

Lo que no fue eficaz fue lo que encontré dentro, porque, aunque por dentro no era una tienda satánica, sino bastante normal, no tenían cubiertas como las que me hacían falta.

En eso, mucha diferencia con los tiempos de la URSS no hay.

lunes, 11 de julio de 2011

Investigando

Los científicos han demostrado que el chocolate tiene propiedades euforizantes y mejora la autoestima.

Eso es porque aún no han probado el vodka.

viernes, 8 de julio de 2011

El sarao (IV): La deconstrucción.

Nos acercamos a las mesas. Parecía que por el final había un poco más de espacio, así que nos colamos por allí. Un cocinero sonriente nos recibió y nos dio una cucharadita de unas bolitas de color rojo, que para nosotros era evidente que era caviar de salmón.

- ¿Qué es eso?
- Aquí pone que es caviar de melón.

Lo probamos.

- Pues sabe a melón.
- ¿Y está bueno?
- No sé. No estoy seguro.

Seguimos probando cosas raras. Había un postre extraño que parecía un estropajo y que estaba dulce... no, salado... no, sí que estaba dulce... bueno, no sé bien cómo calificar el sabor que tenía. La verdad es que estaba comestible, pero no era como para matar por comerlo.

Para entonces, buena parte de la gente ya se había ido retirando, en dirección a la mesa donde servían el vino, que ése sí que era como toda la vida, sin deconstrucciones ni narices.

- Creo que ahí sirven la famosa tortilla de patatas deconstruida de Fernando Adriano.
- ¿Vamos a probarla?
- ¡Vamos!

No había nadie. El cocinero nos puso en una copa lo que me pareció que eran los ingredientes de una tortilla de patatas por separado, con su aceite de oliva, sus huevos y sus patatas. No estaba mal, pero no pude evitar pensar qué hubiera pensado el legendario inventor de la tortilla de patatas, el tío Tomás, si hubiera visto en qué iba a degenerar su invento.

Entonces nos abordó un ruso totalmente borracho (y hay que reconocer que allí no faltaban medios para alcanzar tal estado), diciendo que los postres estaban un poco más allá. En realidad, los postres estaban donde nosotros habíamos empezado, donde el caviar de melón, y el primer plato era precisamente la tortilla deconstruida, así que habíamos comenzado por el final, pero, claro, es que aquello parecía caviar, que en Rusia es el aperitivo, y resultó que era fruta. Comimos un par de cosillas más y nos acercamos a los helados.

- ¡Mira esa chica!
- ¿Cuál?
- ¡Ésa! ¿Has visto qué vestido?

La verdad es que era por lo menos curioso. Era como si tuviera el escote por detrás. En lugar de tela, por la espalda tenía un pedazo de... nada, que le dejaba al descubierto toda la espalda y hasta una parte de lo que hay al sur de la misma.

- ¡Pero si se le ve el culo!
- Alfina, no es eso. Yo diría que es una espalda deconstruida.

Pasamos a los helados, y nos sirvieron una bola de helado de limón dentro de un limón. Yo creo que eso ya lo habían descubierto los de Helados Alacant, pero de todas formas estaba tan bueno que repetimos varias veces, porque una bolita, la verdad, sabía a poco. Y luego había otro postre, un crocante congelado con nitrógeno líquido que te hacía exhalar vapor por la boca a los cinco segundos de haberlo comido. Aparte de convertirte en un dragón, tampoco estaba nada mal.

Ahí había modelitos a cuál más extravagante, aunque el que se llevaba la palma era el de la espalda deconstruida. Está visto que la peña necesita llamar la atención como sea.

Mi opinión sobre la cocina de Fernando Adriano y de su discípulo Pacorrón Zero es que en Moscú va a arrasar. Las cosas originales y deconstruidas arrasan en Moscú, donde la gente tiene auténtica manía por ser diferente a los demás, y un restaurante cuyos platos no se sirvan en cualquier otro sitio tiene en Moscú más público que en toda España, aunque comer en ese restaurante cueste un riñón. Es más, tendrá más público si cuesta riñón y medio.

Y ya Alfina y yo consideramos que, a la vista de que al día siguiente nos tocaba trabajar, y ya pasaban de las diez y media, era cosa de ir retirándose a recoger el coche, que seguía aparcado en algún lugar cerca de cierta estación de metro. Eso nos permitió dar todavía un paseíllo por el Moscú crepúscular de estos días de verano, y de contemplar cosas tan chulas como la Catedral de Cristo Salvador a punto de nieve.



La sensación es un poco de fin de ciclo y de ganas de vacaciones. Que las hay, ya lo creo.

miércoles, 6 de julio de 2011

Los caballeros las prefieren

Las esperas en los aeropuertos son bastante aburridas. Uno llega pronto, por si acaso hay problemas y, si no los hay, el resultado es que llega antes de tiempo y toca esperar. Y a Abi le entra la fiebre consumista propia de su adolescencia incipiente, y se pilla a su madre para pasear por la tienda más próxima.

- Mamá, mamá, ¿me puedo comprar un bolígrafo de color rojo?
- ¿Para qué, hija?
- Para poder distinguir cruces y redondeles al jugar al tres en raya.
- A ver... cruces... redondeles... cruces... redondeles.
- Ahhhhh... es que soy rubia, mamá.

El reconocerlo le honra.

lunes, 4 de julio de 2011

El sarao (III): Hablar con la boca llena

(viene de aquí y de aquí)

Efectivamente, la mayoría de la gente se arremolinó en torno a la tribuna con el fin de escuchar la disertación de Fernando Adriano. Mi amigo el intérprete ya llevaba un rato subido a la misma, delante de uno de los micrófonos, como quien lleva muchísimas horas de vuelo en esto de repetir en otro idioma lo que dicen otros. Por un momento, se detuvieron las mandíbulas y los gaznates, y todo el mundo, menos un par de becarios que seguían junto a la mesa del jamón, giró sus rostros al grupito de gente que, pagada de sí misma, acaparaba el protagonismo de la velada.

La verdad es que Fernando Adriano apenas habló. No debe de ser lo suyo, y además estaba rodeado de auténticas figuras en el arte de la palabrería. De momento, tomó la palabra el presentador ruso, un joven especialista en animar el cotarro, de los que abundan mucho en sitios como las bodas, y que es capaz de estar hablando sobre la amistad de los pueblos durante horas sin decir nada, como un político español. Por fin, abandonó el micrófono y, tras él, pronunció su discurso el Embajador, con su voz engolada, su bronceado de medalla olímpica y su sonrisa profidén; le siguió el Secretario de Estado de Turismo, que era uno de los organizadores y, al parecer, había venido de España a propósito para presentarlo y que añadió más vaguedades sobre la amistad de los pueblos. Y luego intervino otro cocinero español que también había venido y al que, para preservar su anonimato, llamaremos Pacorrón Zero, que queda algo así entre dicharachero y agente secreto. De todas formas, también habló sobre la amistad de los pueblos. Yo no sé cómo el intérprete podía estar traduciendo sin repetirse todo el rato, pero ya dije que es realmente muy bueno.

Tras tanta cháchara, el público ya estaba más pendiente de la mesa con la comida que de lo que pudiera decir Adriano, así que éste se limitó a saludar y a decir algo sobre lo bien que le habían recibido, y supongo que también diría algo sobre la amistad de los pueblos, pero a esas alturas ya no le escuchaba casi nadie.

Acabaron los discursos, y los rusos se dirigieron en masa a la mesa donde se servía la cocina innovadora. Algunos españoles también se unieron al aluvión, pero la mayoría de los demás, y yo diría que con buen criterio, nos retiramos al lado del jamón.

Por fortuna, los dos becarios no habían tenido estómago como para acabárselo todo, así que quedaba margen para sacar de penas la tripa. De vez en cuando aparecía alguna rusita por allí, de las más relacionadas con España, sea por trabajar para alguna empresa, o hasta para la misma Embajada, y le daba algún tiento al cerdo, pero, en general, los dueños del jamón éramos los españoles «pata negra», y nunca mejor dicho.

Desde allí, los dos becarios, Carbuncho, Alfina y yo, con algún otro que se nos juntó, observábamos a la concurrencia. Era curioso contemplar a los diplomáticos españoles postineros y a los empresarios veteranos y canosos, todos ellos impecablemente trajeados y pagados de sí mismos, paseando su cuerpo serrano por entre los recovecos que dejaba el lugar y entrando al palique con las rusitas más obsequiosas que se les ponían a tiro. Las rusitas, de todas formas, no eran las veinteañeras incipientes universitarias con el curso recién acabado, sino que tenían algo más de experiencia y el punto de estrafalariedad justo en su vestir para llamar la atención por algo más que por los encantos que pudieran tener, o por la progresiva desinhibición propia de la velada que iba avanzando.

Mientras tanto, una legión de rusos jóvenes, demacrados, peinados de manera innovadora, y vestidos como una mezcla de lolailo, ministra de cuota y diseñadora chiflada, pululaban por la sala para ser vistos y hasta fotografiados. Un fotógrafo nos cogió por banda a Alfina y a mí y nos tiró no menos de veinte fotos, algunas de ellas con la boca llena. Para compensar, sacamos nuestra cámara y conseguimos que nos sacaran una foto. Yo creo que nos sacaban tantas fotos porque los únicos que íbamos de «smart casual» éramos Fernando Adriano y yo mismo, y cuando cumples con las normas te lo reconocen a base de foto. Ya nos podían haber dado un premio, no sé, un jamón, por ejemplo, en lugar de tanta foto.

He aquí que nos fuimos dando cuenta de que clareaban las filas de los que se habían estado agolpando junto a la mesa donde servían la cocina de autor.

- ¿Nos acercamos?
- ¡Venga!

Y nos acercamos, pero lo que sucedió alrededor de las mesas queda para otra ocasión.

viernes, 1 de julio de 2011

Burbujas

Para los que se quejen de la inestabilidad del mercado inmobiliario en España, hago una pausa en el relato del sarao y traduzco la carta que me encontré al llegar a la casa en la que resido en régimen de alquiler.

Estimado propietario de vivienda:

La agencia inmobiliaria internacional IntermarkSavills, que trabaja desde hace quince años con éxito en el mercado de la vivienda de élite en Rusia, y en Gran Bretaña desde 1855, le presenta sus respetos y le ofrece sus servicios.


(Ya está la pérfida Albión perjudicando a los españoles, como toda la vida)

Trabajamos con pisos ofrecidos para un alquiler de entre 2.000 y 45.000 dólares al mes, o más, así como con casas situadas fuera de la ciudad.

(Para los que se crean que esto es una errata o que se me ha quedado el dedo pegado en la tecla y hay al menos un cero de más: sí, ahí pone cuarenta y cinco mil dólares y, efectivamente, hay gente que paga eso AL MES por vivir en Moscú)

Nuestos clientes son directores y empleados de las mayores empresas occidentales y rusas. En este momento tenemos solicitudes de alquiler en su barrio y, en particular, en su edificio.

(Ups, creo que no me conviene que mi casero vea esta carta)

Si nos contacta, podrá alquiler su inmueble a clientes seguros de maneras fácil y beneficiosa. Nuestros experimentados asesores valorarán el potencial arrendaticio de su piso o casa, organizarán una campaña publicitaria de su inmueble y guiarán el contrato desde las primeras negociaciones con el cliente hasta que dé las llaves a sus nuevos inquilinos.

Si le interesan nuestros servicios en el área de compraventa, inversiones inmobiliarias, tasación de activos y asesoría jurídica, los especialistas de IntermarkSavills estarán igualmente encantados de ayudarle. Para conocer qué ingresos estables puede reportarle su piso o su casa, invertir en inmuebles en el extranjero, comprar o vender inmuebles en Moscú o Londres, IntermarkSavills es su socio más leal.

Atentamente,


Evidentemente, la carta va a ser destruida inmediatamente, antes de que se enteren los que me pueden subir el alquiler.