viernes, 21 de enero de 2011

Eficacia de la oración

Cualquier teólogo católico hablará del gran poder que tiene la oración. Y ciertamente lo tiene, aunque hay teólogos que tratan de retirarse un poco y aducen que la oración no es exactamente para mover la voluntad de Dios, sino para escuchar a Dios y aceptar la voluntad de Éste. En mi edición de "Teología para universitarios", que me ha acompañado en mis singladuras como catequista de los últimos años, se insiste en que orar nunca es negociar con Dios, y cita como ejemplo la oración de Abraham, cuando intercede por Sodoma y Gomorra (Gn, 18, 23-32). Dios va a destruir ambas ciudades, y Abraham entiende que algo falla, porque en ambas ciudades puede haber gente justa que no merezca morir como los demás pecadores contumaces que había por allí, así que Abraham se dirige a Dios para hacerlo reflexionar:

... Supongamos que hay en la ciudad cincuenta inocentes; ¿no sería necesario perdonar a toda la ciudad por esos cincuenta inocentes que hay en ella?
... ¿y si faltaran cinco para los cincuenta?
... ¿y si fueran solamente cuarenta?
... ¿treinta?
... ¿veinte?
... ¿diez?

Una y otra vez, Dios responde que, si se hallaren esos justos, y en atención a ellos, no destruiría la ciudad, pero el final de la historia ya lo conocemos: Sodoma y Gomorra fueron destruidas, y en ella no había más que cuatro justos: Lot, su mujer y sus hijas. Y los cuatro fueron salvados. Pero el diálogo anterior había ayudado a Abraham a "adaptar" su voluntad a la de Dios. A comprender.

Sin embargo, después de todo en el Nuevo Testamento (Mt, 7, 7-8), no deja de decir: pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.

En nuestra familia, la oración ha estado presente desde el principio. Desde que Abi era una niñita rubia de tres o cuatro años con la cabecita llena de ilusiones, y con oraciones propias de los niños. Durante muchísimo tiempo, años incluso, se le caía la baba viendo las hadas del estilo de Campanilla, con sus alitas volando por ahí y por allá, o con la serie de Barbie Fairytopia. Todas las noches, todas, en los momentos de oración, hacía la típica oración de niñita, pero añadía algo de su cosecha:

- Y, ade'ás, quie'o tener alas que 'uelen.

Abi, aquella niñita encantadora de poquitos años y cabellos rubios, estuvo pidiendo alitas durante mucho tiempo. Entretanto, ya no tiene tan pocos años, como que los próximos que cumplirá serán los doce. Se ha hecho alta, le está creciendo el pecho y todo indica que le falta bien poco para hacerse una mujercita. Y otra cosa que está cambiando es el olor corporal, en particular en los sobaquillos.

Vamos, que tantos años pidiendo a Dios "alas que 'uelen" han dado resultado. Efectivamente, le huele el ala que es un primor.

Moraleja: Cuando reces, procura pronunciar bien. Luego, si no, todo son líos.

6 comentarios:

danferesp dijo...

angelito....

Anónimo dijo...

un desodorante podría ayudar, ¿no?
Besos de la cuñá

Unknown dijo...

Alfor:Verdaderamente Dios escucha y entiende bien nuestras palabras, siempre incorectas. Si llega a dar alas que vuelen a Abi te podrías haber quedado sin ella. Un día quizá lo llegue a hacer...y echarás de menos "sus aromas"...

Alfor dijo...

Danferesp, ya más bien angelote, no vayamos a creer.

Cuñá, eso le decimos todos, pero está en la edad de llevar la contraria.

Miguel, no, si lo bueno de Dios es que, cuando tú crees que ya había dicho su última palabra, va y resulta que había más. Así que efectivamente esas alas que vuelen podrían llegar, sólo espero que le lleguen cuando esté preparada para usarlas (aunque yo no quiera reconocer que lo esté, que todo podría ser).

Babunita dijo...

Una tan seria, en modo gafapasta leyendo su entrada, y así, sin avisar nos da estas conclusiones que nos atragantan de la risa...

Alfor dijo...

Es por el contraste... :)