viernes, 10 de septiembre de 2010

Mujeres sujeto (I)

Hace ya unas cuantas entradas que Francisco escribió la historia de un amigo suyo que había tenido una relación con una mujer rusa, la cual se había ido con un francés, pero que seguía enviándole regalitos y queriendo mantener el contacto, cosa que tenía al amigo de Francisco bastante fuera de sus casillas. En un arrebato, dije que recogía el guante y que escribiría algo sobre la cuestión.

Y no sé si hice bien o debí mejor escurrir el bulto hábilmente, pero, como no lo hice cuando pude, ahora me toca escribir sobre el asunto. Para empezar, voy a dejar claro que puedo jurar por lo más sagrado que no tengo ningún hijo secreto con ninguna rusa (en realidad, con nadie), salvo que me hayan explicado mal cómo funciona la reproducción humana y también podamos reproducirnos por esporas o vaya usted a saber cómo. Eso significa que no tengo experiencias tan dolorosas como las del amigo de Francisco, pero eso no quiere decir que no tenga ojos en la cara y el suficiente serrín en la mollera como para advertir lo que pasa por aquí y cómo las gasta cierta población femenina local, aunque los expertos en esta materia son otros.

Y lo primero que hay que decir es que comportamientos como la ex-pareja del amigo de Francisco existen. No voy a decir que son generalizados, pero existen y no son esporádicos ni mucho menos. Y a los extranjeros que son, o somos, víctimas del asunto se nos queda una cara de tontos, en el mejor de los casos, o de estreñimiento, si las cosas se ponen peor, que se las trae. Yo diría que los hombres rusos, cuando les pasa alguna historia de éstas, que no dudo ni un momento que también les pasan, se lo toman con mucha más filosofía que nosotros.

La primera reflexión que se me ocurre sobre el asunto versa sobre el porqué de esta actitud, y me voy a poner un poco pedante, así que el que quiera sólo echarse unas risas rápidamente debería cerrar esto e irse a otra página.

Lo primero que podríamos tener en cuenta son los principios que rigen el caletre de los españoles. Los españoles somos oficialmente católicos desde el año 589, que ya son años, y sólo hemos dejado de serlo -oficialmente, insisto- en 1978, lo que nos da cosa de catorce siglos de catolicidad, que ya son siglos. Y, aunque ahora el catolicismo ha perdido terreno y hay multitud de españoles, sobre todo jovencitos, que de doctrina no saben de la misa la media (y nunca mejor dicho), los principios fundamentales siguen ahí impregnando nuestra esencia, y en los treinta años largos de aconfesionalidad que estamos disfrutando, o padeciendo, no ha dado tiempo a arrumbarlos. Y, me atrevo a añadir, menos mal.

Pues bien, en el catolicismo, la infidelidad matrimonial, y hasta la infidelidad en general, es un imprevisto. Es un pecado, sí, pero desde luego es un imprevisto. Los católicos reaccionamos con perplejidad a la infidelidad, algo así como "Pero, ¿cómo ha podido ser?", antes de juzgar, por supuesto negativamente, el hecho.

La prueba de que es un imprevisto es que no se prevé una solución radical a un matrimonio que sufra de una infidelidad de uno de los cónyuges. El matrimonio subsiste, como mucho hay una separación, y ni siquiera los matrimonios civiles se podían disolver, al menos hasta la reforma del Código Civil de 1981. Es más, el adulterio era un delito castigado penalmente, y siguió siéndolo hasta 1978, si no recuerdo mal.

Con esto quiero decir que a los españoles la estabilidad matrimonial siempre nos ha preocupado muchísimo y ha estado muy protegida, tanto por la ley civil, como por la canónica. Pero hay más, porque si repasamos las grandes obras de la literatura española no vamos a encontrar aplauso alguno a la infidelidad matrimonial. Muy al contrario, cuando sale algún marido infiel se le juzga de pena. Y, lo que son mujeres infieles, me tendréis que hacer memoria, porque yo no las recuerdo. Es que sólo se plantea la posibilidad para descartarla rápidamente. No, las mujeres no son infieles y punto. Los hombres sí, los hombres son a veces infieles, pero eso es chunguísimo y se castiga sistemáticamente y, si no, fijaos en Don Juan Tenorio. Que, no lo olvidemos, era soltero y, por tanto, se le podria disculpar algún escarceo. Vamos, que, todavía hoy, nuestros escolares, a pesar de todas las asignaturas relativistas y positivistas con que los gobiernos de los últimos treinta años les están bombardeando, no encuentran arquetipo de infidelidad digno de tal nombre en la literatura española que estudian. Don Quijote estará chiflado, pero siempre pone a su dama por delante y ni se plantea serle infiel. Calixto y Melibea podrán ser un par de tontolabas, pero ahí los tienes juntitos. El corregidor de "El sombrero de tres picos" quiere beneficiarse a la molinera, pero la molinera no duda en darle calabazas y en quedarse con su molinero. Las comedias de Lope, Tirso y Calderón utilizan los celos como recurso, pero siempre acaban por ser infundados: nunca había pasado nada indecente.

En fin, que en España la infidelidad está históricamente prohibida, mal vista en todos los casos, y la infidelidad femenina es directamente inconcebible.

¿Y en Rusia? Pasemos a ver el caso ruso siguiendo los mismos parámetros.

Rusia fue un país oficialmente ortodoxo entre 988 y 1917, o sea, algo más de nueve siglos, que tampoco está nada mal. Podríamos decir que no hay diferencias entre ser católico y orotodoxo hasta el cisma de Oriente de 1054, pero eso tampoco cambia demasiado, porque entre 988 y 1054 no creo que la mayoría de los rusos de entonces supiera siquiera que había una ciudad llamada Roma y un papa en ella.

En la doctrina ortodoxa, en lo que yo, y no sólo yo, considero que es casi la diferencia fundamental entre católicos y ortodoxos, el adulterio está previsto y regulado. Claro, no está bien valorado, sino todo lo contrario, pero está previsto, y la consecuencia que trae consigo es que el cónyuge inocente (normalmente, la mujer, vale, pero no necesariamente y menos en Rusia) puede pedir el divorcio. Algo que en España y en todo el orbe católico está descartado, excepto en las mentes de algunos teólogos progres y despistados, o algo peor. No, no me olvido de la nulidad, ni de los abusos a que lleva esta puerta, pero es otra cosa. En todo caso, sobre estas diferencias entre las doctrinas católica y ortodoxa ya estuvimos escribiendo aquí.

Pero hay más. La posibilidad de infidelidad, incluso femenina, o especialmente femenina, está marcada en los tuétanos educativos rusos. Si rebuscamos entre los grandes referentes literarios rusos, vamos a darnos de narices con la novela rusa por excelencia. Recordemos que la novela española es el Quijote, que, entre otras cosas, es un canto a la fidelidad; las novelas rusas más impactantes son, por su parte, y salvo que algún ruso me corrija, dos de León Tolstoy: "Anna Karénina" y "Guerra y paz", pero, sobre todo, la primera, de lectura obligatoria para todo (toda) estudiante ruso (rusa) de secundaria.

En las dos novelas aparecen flagrantes infidelidades femeninas, pero el caso más claro es el de "Anna Karenina", en que la infidelidad femenina es bien valorada. Con independencia de las circunstancias particulares de la obra, es una novela que ningún autor español podria haber escrito, y no porque esté escrita de narices (lo está y, si no la habéis leído, ya tardáis), sino porque la infidelidad femenina no se contempla en la literatura española. Es como escribír "ahora" sin hache intercalada: no se puede hacer porque va contra las reglas. Sin embargo, la lectura de esa novela forma parte de la educación rusa. De hecho, las dos novelas son una sucesión de cuernos tan brutal que a Tolstoy habría que haberle concedido las dos orejas y el rabo por la faena.

Y hasta aquí, la parte de hoy, pero creo que es un tema muy abierto a opiniones distintas. En todo caso, me he dejado bastantes cosas en el tintero, la más importante de las cuales es qué hacer ante una situación tan desagradable.

5 comentarios:

Carlos OC dijo...

Interesante. Me quedo con ganas de leer la continuación.

salu2

danferesp dijo...

Con respecto a la aceptabilidad social del adulterio, yo sólo recuerdo el cuento/ chiste que voy a parafrasear por si alguien sabe su origen o versión "correcta".

Para la burguesía catalana del siglo XIX ir a la opera era el lugar donde ver y ser visto.

Le dice la esposa al marido:
-"Mira, ahí está la querida de tal y tal".

- "Mm!"
- "Que quieres que te diga, la encuentro de lo más vulgar. La nuestra es mucho mas fina!"

Saludos

Francisco dijo...

Hola Alfor,

excelente entrada... Sí, creo que algo de eso hay, aunque en la literatura española también hay casos de infidelidad femenina, como en La Regenta.

Sobre la historia que comenté, la cuestión no se trataba tanto sobre infidelidad (este amigo (Nacho) fue informado por su rusa de que está con un franchute), como sobre el interés de la rusa por mantener el contacto con él, mediante llamadas y regalos.

Para más inri, sospechamos que hubo algo más que palabras cuando se vieron, a pesar del franchute. A la vista del público iban agarrados como pareja, más, no sabemos.

)))

Reunido el cónclave femenino de la pandilla, los resultados son:

Se ha ido con el gabacho pq quiere un tío con dineros, no como nuestro amigo, que anda pelado, y sólo puede invitarla a cerveza y poco más.

Pero... quiere mantener el contacto con Nacho. Incluso le envía algún regalo.

Esto se interpreta como:

a) que sí siente algo por él, pero... un tío con dinero es un tío con dinero.

b) Mantener a Nacho en la reserva, por si falla el gabacho.


Ya que Alfor ha recogido el guante, voy a escribir algunas cosas que he visto en Rusia.

Todos hemos leído sobre las "scammer". Hay páginas enteras dedicadas a ellas. Pues bien, conocí algunas personalmente y voy a hablaros de Olga.

Olga es una chica con aspecto hispánico, tiene antepasados tártaros. Pelo moreno, etc.

Olga tiene un novio ruso, luego conoció via internet a un turco, a quien ve esporádicamente; pero ése no tiene muchas perras. Ése está para lo que está.

Y busca un occidental rico por internet. Imaginad qué panorama para el occidental que contacte con ella.

Este caso lo he conocido personalmente, lo que no quiere decir que sea típico de la mujer rusa este comportamiento.

Otro caso que he conocido es el de mujeres que quieren vivir mejor, salir de pueblos dejados de la mano de Dios y recurren a internet para intentar conocer a un occidental que las saque de allí. Es triste pero es así. Estos casos me dan mucha pena. La mujer que conozco en esta situación es muy buena gente, tan sólo quiere una vida mejor.

Lo que le pasó a un conocido estadounidense no voy a contarlo en detalle. El caso típico de rusa buenísima (verbo estar, no ser) que se lía con un yanqui, y en cuanto conoció a otro más rico, mandó a tpc al primero.

Como pañuelos de papel.

javier dijo...

Bueno, la mujer soviética siempre ha tenido fama de activa e independiente. Incluso hasta de harpía calculadora.¿O todo eso era también un invento? (¿La realidad sería acaso su envés: sufrida, resignada, alcohólica y práctica?)Aunque parece que la rusa contemporánea es otra cosa. Una escritora catalana (que estuvo cerca de un mes por allá) se quedó admirada de las jovencitas rusas, afirmaba que eran guapísimas, inteligentes, llenas de recursos, con una poderosa autoestima y ganas de comerse el mundo. Incluso afirmó apabullante: "el futuro es de las rusas".

Alfor dijo...

Orayo, pues ahí está, pero todavía no hemos acabado.

Danferesp, también está el de aquella mujer que le dice a su amiga:

- A partir de ahora voy a tener que poner cuidado para no quedarme embarazada.
- ¡Pero si tu marido se ha hecho la vasectomía!
- Sí. Por eso.

Francisco, y excelente comentario, muchísimas gracias. Lo de La regenta se me había pasado por alto, ciertamente, pero no hace tanto tiempo que ha entrado en los planes de estudios, y nunca como lectura obligatoria. Mis padres ni supieron que existía Clarín.

Su comentario lo citaré, no en la entrada recién publicada, sino seguramente en la siguiente, en particular lo relativo a la opinión del cónclave femenino, de las "scammer" y de los pañuelos de papel. De momento, sólo quiero decir que no todas las rusas son así, ni mucho menos, pero sí es cierto que prácticamente todas las que he conocido y son así... son rusas.

Javier, ¡cuántos calificativos! Yo creo que todavía quedan algunos que expliquen por qué las rusas, que ya llevan tiempo siendo como las encontró la escritora catalana que cita, no han conseguido comerse el mundo hasta hoy, sino sólo volver locos a un buen número de hombres.