En su comentario a la entrada anterior, Orayo se manifestaba en desacuerdo con mi opinión de que tomarse tan a mal que tu pareja sea pelín casquivana es algo infantil. Arguye Orayo que cada cual es como es, y que lo que para el miembro (venga, lo voy a decir, o miembra) de la pareja casquivano podrá no valer mucho, pero para el miembro fiel puede tener mucho valor y por eso es razonable que esté irritado.
Correcto. Podemos llamar a esto algo así como "concepción subjetiva" de la relación de pareja. Así es como piensa prácticamente todo el mundo, yo incluido, hasta aproximadamente los veinticinco años. Luego, la mayoría de la gente, tras un camino de Damasco más o menos largo, se pasa a la "concepción objetiva", que voy a tratar de explicar.
En mis tiempos de monitor de tiempo libre, cuando se trataba de organizar marchas por el monte, había un principio básico para evitar en lo posible que los chavales más chulos y más fuertes se escaparan por delante para hacer ver al resto que ellos eran los más guays y los más molones y que las chicas ya tardaban en abrazarlos. El principio era que aquello era un grupo, y que un grupo es tan fuerte como el más débil de sus miembros. Así que lo procedente era que este miembro más débil, a lo mejor una nena de trece años tirando a gordita y sin la menor experiencia previa en marchas, fuera lo más delante posible mientras los demás intentaban animarla.
Una pareja no deja de ser un grupo, aunque pequeñito, así que el principio básico se puede adaptar para este caso, que quedaría así: Una pareja vale tanto como la valora el miembro de la pareja que la valore menos. Ésta sería, pues, la valoración "objetiva".
Así, por poner un ejemplo en un extremo, un matrimonio de católicos practicantes con un porrón de hijos y que, además, se quieren, por lo que ambos cónyuges valoran su relación de pareja con una nota de 9,9 en una escala de 10, vale precisamente 9,9. (Y por ahí anda mi esposa que no me dejará mentir)
En otro extremo, un rollete de aquí te pillo aquí te mato de una noche loca en el que cualquiera de los esporádicos componentes del duo (o trío, si queréis) tiene dificultades para recordar el nombre del otro, se encontrará con una valoración próxima a cero, porque ambos componentes le darán esa valoración. Bueno, si se lo han pasado muy bien, puede que le den un 2 y hasta se pasen el número de teléfono.
Hasta aquí, supongo que de acuerdo todos. El problema viene cuando uno de los miembros de la pareja está perdidamente enamorado y el otro miembro no, por lo que no hace ascos a buscar rollo por allí y por allá. Como estamos hablando de rusas y guiris, supongamos que un español, llamémosle Perico, está que bebe los vientos por una rusita, llamémosla Vera, que es el amor de su vida, además de estar como un queso, y por la que estaría dispuesto incluso a irse a vivir a un apartamento de 25 metros cuadrados en un suburbio de Tynda, que debe ser uno de los agujeros más insondables no ya de Rusia, sino del planeta. Eso es amor, seguro, por lo que valora su relación en un 10. Así, sin decimales.
Por su parte, a Vera le gusta Perico, sí, pero le gusta mucho más la idea de salir por piernas de su apartamento de 25 metros cuadrados en el suburbio de Tynda, y ésa es su prioridad vital principalísima. Pero Perico no encuentra trabajo en su España natal y menos todavía en su Portugalete más natal todavía, mientras que en Tynda es el guiri de la ciudad (los demás son chinos o norcoreanos, o salieron huyendo al mes de llegar) y se saca para vivir razonablemente bien dando clases de castellano e inglés, y hasta tiene un alumno de vascuence medio pirado al que le enseña las cuatro palabras que no ha olvidado todavía. Y en verano le da para irse un mes a Portugalete con su Vera y pasar una semana en Lequeitio.
Vera posiblemente esté pinchando a Perico para quedarse en Portugalete, que está varios miles de veces mejor que Tynda, aunque Perico tenga que buscarse trabajo de mozo de mudanzas o de recogedor de basura (como tiene una carrera y un máster, está bien situado para sacar una oposición al cuerpo municipal de barrenderos). En éstas, Vera conoce a Pierre, y viceversa. Pierre es un gabacho de nariz elevada y nivel de chulería e insoportabilidad aún más elevado, residente en París y Burdeos a partes iguales y que está pasando una semana en Lequeitio porque hace poco que se ha divorciado, se aburría en su mansión de verano en Las Landas y no le apetecía ir a visitar a sus compañeros de clase en Fontainebleau.
Como la valoración de Vera de su relación de pareja no ha pasado en ningún momento de 3,5 y no está por la tarea de volver a Tynda dos semanas después (de hecho, no quiere volver a Tynda nunca más, deseo que no es criticable en absoluto), es fácil suponer que Vera, que sigue estando como un queso, ve el cielo abierto.
¿Tiene derecho Perico a irritarse? Sí, claro, pero es que estaba equivocado. La valoración de su relación de pareja no era de 10, como él creía, sino de 3,5, por lo que lo que se ha esfumado es algo que, aunque subjetivamente era impagable, objetivamente valía mucho menos. Te puedes enfadar por haberte equivocado, pero, si lo piensas fríamente, tampoco es como para retar en duelo al francés ni para darte a la bebida, cosas que no arreglan nada, e incluso, si llegas a extremos de sangre fría verdaderamente laudables, puedes seguir manteniendo la relación con la Vera de turno. Ella lo hará gustosa, porque ella nunca se llamó a engaño, sabía que su relación de pareja nunca valió más de 3,5 y no tiene ningún sentimiento de culpa por el hecho de que Perico, que en el fondo es buen chico, creyera otra cosa. Y eso, creo, también responde la pregunta de Francisco de hace unas cuantas entradas.
Y, ahora sí, a la próxima pasamos a otra cosa sin mujeres en varias leguas a la redonda.
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Hace 2 semanas
5 comentarios:
Bastante de acuerdo con lo expuesto, Alfor. Un planteamiento frío, científico, pero efectivo.
Bueno, cuando haya lugar me gustaría continuar el tema sobre mujeres rusas, pero no en sus relaciones con occidentales, sino con rusos.
He estado hablando del tema con algunas conocidas y creo que puede ser interesante.
Una de las cosas que le llamó la atención a una amiga española que visitó Rusia fue cómo las rusas pasan de un cuento de princesas (noviazgo) a ser muy poco consideradas por sus maridos. También el machismo imperante, que le pareció espantoso, pero que a las locales les parecía de maravilla.
Me gusta la exposicion y estoy bastante de acuerdo con ella. He pasado por una historia con ciertas similitudes recientemente y el punto de vista que comentas me parece acertado. Pero no deja de joder.
Sin embargo, es bueno caer en estos engaños y desengaños para sacar lecciones valiosas.
Un saludo!
¿9.9? ¿Sólo? :-)
Francisco, lo de las relaciones de pareja entre rusos es muy interesante también. Hay de todo, pero la verdad es que el arquetipo comentado se repite frecuentemente.
Orayo, hombre, claro que jode. Pero cuanto antes te "distancies" del suceso, mejor. Jode menos (menos tiempo, que no es poco) y se salva la dignidad mucho mejor.
Alfina, en realidad es 9,94, pero he redondeado en el primer decimal. :)
Muy pertinente lo dicho en esta entrada. Todo lo expuesto aquí es más o menos aplicable a una historia que viví yo, aunque la chica era alemana, por lo que puedo dar fe de que el análisis es certero y de aplicación más o menos universal.
Añadiré una cosa, que he aprendido desde aquella "historia".
El valor subjetivo que uno le atribuye a una relación es inversamente proporcional a dos variables:
(1) La conciencia que se tiene (o no) de que ninguna chica es insustituible. Cuando vas por la segunda chica, crees que has encontrado algo especial. Cuando vas por la 25, ya te has dado cuenta (salvo imbecilidad profunda) de que ninguna es objetivamente tan buena como para ser insustituible, si bien no todas son igual de buenas.
(2) La capacidad de seducir (y, por tanto, de sustituir *efectivamente* a la chica que te ha dejado).
También son de gran interés las observaciones sobre como las expectativas materiales de vida influyen en nuestras decisiones amorosas. A mí, en esencia, me dejaron - además de por tener un periodo inexplicable en que mi comportamiento se volvió beta, o más bien omega - porque el rival ofrecía, como ledit Pierre, un nivel de vida muy superior al que podía ofrecer yo.
Money talks.
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