Como Serov, gorrón o no, es pero que muy bueno, sus obras no están en el museo que lleva su nombre. Lo único que hay allí son copias, y algunas veces no demasiado logradas. Las obras originales están en la Galería Tretyakov, en el Museo Ruso, o en el Museo de Pintura de Minsk. No obstante, nos pasearon por las cuatro salas de la casa mientras la guía y directora del museo nos ponía al día de la biografía, vida y milagros de Serov y de su anfitrión.
A la salida de la visita nos pusieron la mesa en el bosque, al aire libre, porque el clima lo permitía y hasta lo exigía, tal es el calor que habíamos pasado dentro de la casa. Además, la cena consistía mayormente en productos cultivados y elaborados allí. Así, los tomates sabían realmente a tomate, el queso estaba muy bien y la smetana y el requesón estaban para chuparse los dedos. Entonces salieron a relucir unas jarras de un líquido de color marrón.
- ¿Eso que es?
- Eso es nuestra famosa domotkánovka - dijo la directora.
- Famosa... ¿qué?
- Domotkánovka. Todo el mundo está de acuerdo en alabarla.
Evidentemente, era una bebida alcohólica. Muy alcohólica. Puesto que la servían y hasta la alababan, supuse que no me quedaría ciego si la probaba. Se fue sirviendo todo el mundo, y la gente levantó sus vasitos.
- ¡Por el viaje y por habernos conocido! - gritó uno.
- ¡Por el viaje y por habernos conocido! - respondimos todos, y nos echamos los vasos a los labios.
Pffffff... qué sensación. Tragué un poco de aquel mejunje infernal y pillé enseguida un pedazo de pan para que lo empapara y no se paseara por mi estómago destrozando las paredes.
Los demás no se dieron tanta prisa en comer. A los demás les gustó. Bueno, la verdad es que ni siquiera habían protestado mucho del hotel, así que no sé de qué me estaba asombrando.
- ¡Qué bien! ¡Qué fuerte!
- Es un buen samogón, sí, señor.
- Sírvame más.
- ¿Le sirvo a usted? - me preguntó mi vecino de mesa.
- No, déjelo, todavía me queda un poquito en el vaso.
- Vale, vale...
La guía ya nos había advertido de que no habría mucha cantidad del brebaje ése, así que, contra la costumbre de los rusos de ofenderse si alguien no bebe, en esta ocasión hicieron una excepción y pensaron que, si no bebía yo, saldrían a más. Todos contentos.
Uno de los objetivos de la ingestión alcohólica, como sabemos todos los que hemos tenido diecisiete años alguna vez, consiste en desinhibirse. Los españoles, con el tiempo, ya nos desinhibimos solos, a veces incluso demasiado, pero los rusos siguen bastante cortados a edades avanzadas y continúan con la ayuda etílica.
Hay que decir, eso sí, que la ayuda funciona. Treinta y pico tíos que por la mañana no se conocían de nada, en cuanto estuvieron un poco chispas y apareció una señora del museo con un acordeón, se pusieron a cantar con muchísimas ganas. Conseguimos destrozar "Podmoskovskye vecherá" y casi todas las canciones más conocidas; se cantaron tantas canciones de la guerra (la de 1941-1945, que es la única que ha habido y habrá) que estuve por mirar por encima de la valla, a ver si había algún malvado Gruppenführer acechando.
Y luego estaban las dos señoras que se sentaban justamente frente a mí. Pero a ésas les toca capítulo aparte.
2 comentarios:
Oye, pues la comida en la casita, suena muy bien, Alfi...
Cambiando de tema ¿nos veremos la semana próxima?¿o fuiste un buen estudiante? jejejeje
Besitos
Esti, fui un mal estudiante, lo reconozco. Digamos que he estado siendo estudiante demasiado ocasional.
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