lunes, 24 de noviembre de 2008

La celebración (II)

En el capítulo anterior, habíamos presentado a los personajes de la celebración. Se mascaba la tragedia, pero, de momento, sólo se mascaba.

Habíamos dejado el relato en el momento en que Volodya, que tenía que conducir y, por tanto, no pensaba beber, había abandonado este loable propósito al ver inesperadamente su copa llena y, viendo que las copas de los demás comensales estaban también llenas, ya fuera de vodka o de vino, nos hizo levantar para pronunciar un brindis.

- Quiero brindar por nuestro anfitrión, que después de mucho tiempo y mucha obra ha conseguido este estupendo apartamento, en el que esperamos que viva muchísimo tiempo y que lo llene de hijos, en lo que esperamos que estará pensado también nuestra amiga Irina (llamemos así a la esposa de nuestro anfitrión). Y es que es lo único que les falta. Entonces, brindemos por la felicidad de nuestros anfitriones en esta celebración en que ha reunido a sus amigos.

Levantó la copa, todos las chocamos entre todos, y Volodya apuró la suya de un trago. Yo, de momento, me conformé con un sorbito de los que apenas moja el labio. Por suerte, el vodka era bueno, no de los que huelen demasiado a colonia o a alcohol de quemar; de todas maneras, lo acompañé con una selyotka pod shuboy que estaba delante de mi plato diciendo cómeme. Vamos, un arenque algo suavizado con un buen trozo de pan, porque es importante proteger el estómago de los lingotazos de vodka, aunque el lingotazo consistiese en sorber apenas la copa con disimulo.

La conversación no avanzaba después del brindis. Yo intenté ponerme a hablar con Volodya, pero éste no parecía interesado en la conversación y resultaba un poco displicente. Traté de dar conversación a su mujer, pero debió parecerle indecoroso y volvió la cabeza. Me di la vuelta a ver qué decía la vecina de la solución habitacional socialista, pero la verdad es que no había mucho tema de conversación. Con el cubano me parecía maleducado hablar en castellano. La verdad es que la cosa no tiraba para adelante. Entonces entraron otras dos parejas, que ya completaban el número de invitados. Se trataba de un adulto joven, de largas melenas rizadas, y de su mujer, rubia, delgada y con unas ojeras preocupantes; la otra pareja era un hombre de edad parecida al anterior y que debía trabajar en la universidad, pues todos le llamaban "Profesor", y de su esposa, una señora relativamente gris.

No bien hubieron llegado, y como la conversación seguía atascada, Volodya pensó que el mejor lubricante de conversaciones era ese líquido transparente de cuarenta grados. El de los rizos, al que llamaremos Artyom, era de su misma opinión, así que se llenaron las copas y Artyom se levantó.

- Alfor -dijo Volodya, al ver mi copa-, ¿qué haces con la copa llena?
- ¿Está llena? - pregunté, como quien no quiere la cosa.
- Que no la vuelva a ver llena -y me dio un codazo, y no siguió con la murga porque ya Artyom estaba a punto de pronunciar su brindis, así que de momento me libré del asunto.
- Quiero brindar -dijo- por este piso que nuestro anfitrión e Irina han conseguido con tanto esfuerzo, pero que resulta tan amplio, mucho más amplio que el de nuestros amigos de aquí a mi lado (en este momento los dueños de la solución habitacional socialista le lanzaron unas miradas asesinas mientras externamente le reían la gracia), que a ver si consiguen algo un poco más holgado. Yo quería brindar por el piso, por las mujeres que nuestro anfitrión ha logrado reunir, y sobre todo por Irina, que suponemos estará encantada de dar este paso. Y todos esperamos que dentro de poco en este piso también aparezcan los niños que todos esperamos que tengáis.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien! - gritamos todos, mientras apurábamos las copas. Bueno, la verdad es que yo volví a escaquearme y me mojé los labios. A mi izquierda, Volodya ya debía ir por el tercer chupito, entre brindis y paréntesis entre los mismos. Daba la impresión de que el viaje en coche hasta su dacha había pasado a un segundo plano en su escala de preocupaciones. Al menos con él al volante.

Como la cosa seguía algo mustia, Volodya se volvió a levantar, hizo callar a todos y pronunció otro brindis.

- Pues yo quiero brindar por las mujeres. Y en especial por Irina, que ha llevado al equilibrio a nuestro anfitrión. Y por los niños que esperamos que pronto aparezcan en esta casa. Y... bueno, y... - Volodya parecía haberse quedado sin ideas de repente, pero eso no tenía mucha importancia.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien! - y las mujeres dieron otro sorbito a sus copas de vino, mientras los hombres, excepto uno, que se estaba arrepintiendo de haber dicho que bebería vodka, habiendo vino, apuraron sus copas de vodka.

Volodya cayó sobre el sofá junto a mí.

- Y ahora, amigo, vas a pronunciar un brindis tú - me dijo Volodya. A todo esto, yo ya había pillado a su mujer echándole vodka en la copa, con lo que no sólo el cubano y el anfitrión le estaban cebando, sino, curiosamente, también su esposa. Su hija parece que no, al menos yo no la pillé.
- ¿Y también debo desearles que tengan muchos hijos?
- Di lo que quieras. Pero tienes que bebértelo todo ¡Todo! ¡Hasta el fondo!
- ¿Fondo? Creo que esa palabra no está en mi vocabulario.
- ¡Hasta el fondo!

Bueno, de ésta no me libraba.

Pero lo del brindis y lo que sucedió despues le toca al siguiente capítulo de la serie.

2 comentarios:

Esther Hhhh dijo...

Bueno, a ver si en el brindis animas la fiesta, Alfito, porque parece que era un poco sosa, entre falta de conversación y tal, sólo los brindis parecían animarla un poco, aish...

Besitos

Alfor dijo...

Esterita, las fiestas rusas suelen animarse a medida que se humedece el gaznate. Ya lo iremos viendo.