Les presento a Ernst Thälmann, que es el individuo ése de la estatua con el puño en alto y que también es el chico al que me refería al final de la entrada anterior. Thälmann fue un político alemán de entreguerras que destacó por varias cosas. Cronológicamente, la primera de ellas, como ya quedó dicho, consistió en viajar a Moscú con el fin de que que la Komintern le echara una manita para controlar el Partido Comunista Alemán, dirigido entonces por gente bastante díscola; la segunda consistió en ser un precursor de las tácticas Aznar - Anguita y de su pinza contra los socialistas. Así como Anguita y Aznar, cada uno aparentemente por su cuenta, le dieron mucha caña a los sociatas españoles, Thälmann sometió a los sociatas alemanes a una estopa inmisericorde. Y, como en el caso español, tal actitud contribuyó a erosionar a los sociatas, pero en beneficio no de los comunistas, sino del otro protagonista de la pinza. El otro protagonista de la pinza también, como Aznar, lucía bigote, pero lo malo es que atendía por Adolf Hitler, que se demostró sensiblemente más peligroso que el primero.
Finalmente, Thälmann fue el tercero en discordia en las elecciones presidenciales alemanas de 1932. Mientras los dos candidatos principales, el mariscal Hindemburg, apoyado, cosas veredes, por los sociatas, y el propio Hitler acaparaban todo el protagonismo, pocos recuerdan que había un tercer candidato, más rojo que un pimiento, que era el propio Thälmann y que, como quien no quiere la cosa, saco unos cinco millones de votos, que no está mal.
Cuando Hitler subió al poder en enero de 1933, la cosa se puso fea para los comunistas alemanes, a los que sólo les dio tiempo para montar un congreso rápido, que por cierto fue prohibido, y para pasar a la clandestinidad antes de que les empezaran a llover capones. Thälmann fue detenido pocos días después y enchironado acto seguido. Durante la guerra se pensó que intervendría en algún intercambio con los soviéticos, pero la nueva dirección del KPD, dirigida por un señor que luego se haría famoso y a quien ya hemos citado, Walter "Barba de Chivo" Ulbricht, no mostró demasiado entusiasmo por el canje. Finalmente, cuando Hitler, después del intento de golpe de Estado de 1944, acabó de desquiciarse del todo, si es que faltaba algo por desquiciarse, incluyó a Thälmann, olvidados los felices tiempos de la pinza, en los listados de clientes de los Exekutionskommandos de las SS. No obstante, para no dejar tanto rastro, la orden fue cumplida por un Transportkommando, allá a las afueras de Buchenwald.
En 1986 se celebró el centenario del nacimiento de Thälmann, y los fastos del mismo incluyeron la construcción de una estatua en su honor en la entonces Meca del proletariado mundial, Moscú, claro. La foto del día de la inauguración la tenéis en la entrada anterior, con discurso incluido de Erich Honecker y, aunque no os lo creáis, el sitio de las dos fotos es el mismo, justo al lado de la estación de metro "Aeroport". Y es yo vivía, en tiempos, muy cerquita de allí, antes de que aparecieran todas esas tiendas que veis. La plaza, y concretamente el pedestal del monumento, era un punto de reunión de los estudiantes de los institutos universitarios vecinos y, dicho sea de paso, un lugar de cine para ligar al aire libre. Vamos, si no fuera porque me consta que esto lo lee mi mujer, incluso daría detalles.
Cuando, tras algunos años, camino del aeropuerto, volví a pasar por allí, vi una imagen parecida a la de la foto que ilustra esta entrada y se me cayó el alma al suelo. El lugar salvaje de socialización intensa a los pies del ilustre revolucionario alemán se había convertido en un templo del consumismo más despiadado. El único que seguía allí era Thälmann, un poco fuera de lugar con su puño en alto, pero mucho me temo que toda la magia que tenía la plaza en los primeros años noventa ha desaparecido para siempre.
Cada vez que paso por allí, pienso que ya va siendo hora de volver a visitar el barrio y ver cómo han cambiado los sitios que constituyeron mi entorno durante un año y medio de los primeros noventa. Como siempre, entonces tenía la impresión de que las estaba pasando canutas, pero cuando pasa el tiempo uno suele acordarse de los buenos momentos, que también los hubo. A ver si la semana que viene paso por allí y recuerdo viejas rencillas.
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