viernes, 14 de marzo de 2008

Cocina para exiliados (XI): ensalada mixta.

Uno pensaría que los rusos son unos consumados maestros en las ensaladas ¿No es, acaso, universalmente conocida la ensaladilla rusa? Pues, sin embargo, resulta que la ensaladilla rusa no se conoce, tal como la hacemos nosotros, en Rusia. Lo más parecido es la llamada ensalada "Olivier", inventada por un cocinero francés afincado en Rusia y llamado, precisamente, Olivier; también guarda relación con nuestra ensaladilla rusa la llamada ensalada "stolichny" (capitalina, o moscovita, como prefiramos), fruto de la rivalidad entre dos cocineros, el mencionado Olivier e Ivanov, un pinche suyo que trató de rivalizar con su maestro francés. Pero ésa es otra historia, que ya llegará el momento de contar.

En realidad, la cocina mediterránea pilla bastante a trasmano en Rusia, lo cual no nos debería extrañar, porque Rusia no tiene salida al Mediterráneo, salvo que consideremos como tal al Mar Negro y, aún así, sólo es un cachito. La gran mayoría del país se encuentra a muchísimos husos horarios y a un montón de grados de temperaturas de las zonas donde predomina el clima mediterráneo.

Y así, hacerse una ensalada mixta, que los más patriotas llaman (o llamamos, vaya) ensalada valenciana, no es una tarea especialmente fácil y, sobre todo, especialmente barata. Vayamos a por los ingredientes:

1. Lechuga, indispensable.
2. Tomate, lo mismo.
3. Cebolla. Y cruda, nada de mariconadas.
4. Oliv... digo, aceitunas. Verdes o negras, según guste.
5. La zanahoria rallada le viene muy bien.
6. Atún.
7. Un huevo duro por comensal. Duro con esas proteínas.

El aliño, que sea sal, aceite de oliva y vinagre. Y nada más, que todo lo demás viene del diablo.

En Rusia, no encontraremos problemas para hacernos con huevos, cebollas y zanahorias. El atún, igualito que en España, lo encontraremos enlatado. El problema puede llegar con los otros tres ingredientes.

El primero son las lechugas. En Rusia, casi cualquier hierba verde se conoce como "salad" y se supone que se puede echar a la en-salad-a, pero lo cierto es que encontrar lechugas, tal y como yo entiendo que es una lechuga, no es tarea fácil, tanto más cuanto que parece no haber palabra en ruso para identificar exactamente lo que quiero. Y eso es una curiosidad semejante al hecho de que en ruso hay más de una palabra -y no son sinónimos- para lo que en castellano llamamos simplemente salmón. Y es que cada uno tiene sus productos y los mima encomendándoles más palabras de su vocabulario.

Vamos el caso es que en la mayoría de las ocasiones uno tiene que resignarse a subproductos, como la lechuga iceberg, que será muy chula en Murcia, pero que, para cuando consigue llegar a Moscú, parece que haya adelgazado en calidad y volumen lo que ha engordado en precio. O como la lechuga china, que los chinos probablemente utilizan para torturar disidentes. Lo más apañado es hacerse con las macetitas con cuatro hojitas amarillentas que venden en las verdulerías, procedentes de los invernaderos, mientras esperamos tiempos mejores para nuestra despensa.

Lo del tomate es todavía peor, porque, bueno, los hierbajos los podrás disimular, pero una ensalada mixta sin tomate es... no sé, como un huevo frito sin pan. Y el caso es que tomates hay, y muy buenos y no demasiado caros, pero sólo durante unos meses al año, hacia el final del verano y principios de otoño, en que casi todo el mundo lo cultiva en sus dachas sin conservantes ni nada parecido y está de muerte. Pero, claro, fuera de esos meses la cosa cambia, y uno no va a renunciar a su dosis de vitaminas atomatadas por el mero de hecho de no ser temporada. Al fin y al cabo, en España estamos, en este aspecto, muy mal acostumbrados.

Los tomates en invierno empezaron a existir en Moscú a principios de los noventa, cuando a los moscovitas se les dejó comprar en las tiendas reservadas a los extranjeros y empezaron a surgir, como balbuciendo, algunos supermercados a cuyos dueños sólo les faltaba el parche en el ojo, tales eran los precios que ponían a sus cosas. Uno se los podía encontrar por lo que hoy son ocho euros el kilo, o más, y lo bueno es que se vendían.

Entretanto, los tomates están por todos los sitios, se cultivan en invernaderos no muy lejanos de Moscú (será por energía para hacerlos funcionar...) y saben tan poco a tomate como sus homológos españoles de la misma calaña. En lo que se diferencian es en el precio que, sin ser los ocho euros de su época gloriosa, tampoco es el euro y medio, todo lo más, que nos encontramos en España. No, hacia los tres euros es el precio estándar.

Nos faltarían unas aceitunillas. Lo que es marinadas, como es norma es España, no las encontraremos fácilmente. Alternativamente, uno podría pensar en hacer la salmuera uno mismo, pero, para que sirva de algo, tendría que tener aceitunas crudas, y el olivo más cercano a Moscú debe estar por Bulgaria. En fin, que lo que toca es tirar de lata.

¡Y será por latas! Los aceituneros españoles han creado para su exportación a Rusia las versiones más perversas de aceitunas rellenas, y no sólo las tradicionales de anchoa, sino también de atún, que están pasables, y engendros propios de alguna mente enferma, como las rellenas de queso o de almendra (¡Lástima de aceituna y de almendra!), elaboradas en España por indicación de los distribuidores rusos, que han dicho al fabricante que las quieren así y, claro, quien paga manda.

En fin, que aproveche y la próxima entrada, sí, ya será la continuación de los rusos haciendo cositas por Bilbao.

2 comentarios:

César dijo...

Lo de la ensaladilla rusa que practicamos en España hace mucha gracia "de ese otro lado". Y eso que dices de las "aceitunas perversas" made in Spain también lo he visto cuando vivía en Kishinev. Aunque, la verdad, yo pasaba totalmente de comidas nostálgicas.

Saludos.

Alfor dijo...

César, ¿así que a Moldavia también llegan las aceitunas rellenas insólitas? ¡Qué espanto!

Lo de las comidas nostálgicas también lo tengo al revés, ahora que estoy por España y me pregunto cómo hacer recetas rusas (también me gustan). Pero eso es asunto de otra serie.