domingo, 9 de marzo de 2008

Guerras de ayer y de hoy

Lo siento, chicos. Ya sé que Botas me advirtió de que estas entradas laaaargas y técnicas no le interesan a nadie, pero es que yo soy así. Los que me conocen ya saben que la historia me pierde, pero esta entrada, además de ilustrar un período muy poco conocido de la historia rusa, más que nada va de periodismo.

Sí, de periodismo. Hara cosa de un mes, tras copiar un artículo del Moscow Times, dije que un día hablaría sobre mi verdadero periódico favorito, que no era el Moscow Times. Es el "Ekonomika i Zhizn", que, en materia de prensa económica, es fresco, no se anda con chiquitas y es tremendamente práctico. Eso sí, no está libre de sesgos, como vamos a ver; pero claro, el que esté libre de sesgos, que tire la primera piedra.

El Ekonomika i Zhizn (que, traducido, quiere decir algo así como "La economía y la vida") es un semanario fundado en los años veinte del siglo pasado, cuando Lenin, forzado por las circunstancias, aflojó un poco la garra y permitió algunos elementos parecidos a la propiedad privada (la llamada NEP). Evidentemente, lo que decía entonces y lo que dice ahora son dos mundos distintos, hasta el punto de que, con relativa frecuencia, en el periódico aparece una sección especialmente chocante, cual es la titulada "Экономика и духовность", o sea, "Economía y espiritualidad". En ella, se tratan temas históricos, más concretamente prerrevolucionarios, se entrevista a algún pope o a algún obispo y se destaca el buen hacer de algún ministro de Hacienda o Economía, o de algún alto cargo en general, de los gobiernos zaristas. Vamos, que si se hubieran atrevido a hacer algo remotamente parecido a eso en su período fundacional, a la redacción entera la hubieran enviado a descubrir minas de oro en Siberia, descalzos y en camiseta.

Ya escribí no hace demasiado que los rusos y los ingleses andan últimamente un poco más enfurruñados que de costumbre y que se hacen la puñeta sin llegar a las manos, pero sí intentando que el otro tropiece. A esto hay que añadir una noticia bastante conocida, el apoyo ruso al programa nuclear de Irán, que ha preocupado bastante a los gobiernos, como el británico, entre otros varios, que no esperan nada bueno para ellos de semejante programa nuclear. Sumando una cosa y otra, y echando un vistazo a los libros viejos, los redactores de esta sección del semanario han encontrado una historia muy apropiada para dar coba a la política exterior rusa. Ahí va traducida, y observemos el sesgo proiraní y antibritánico del artículo. No tiene desperdicio y, además, está bien contado.

EN COMPENSACIÓN DE LAS PÉRDIDAS

Casi todo el siglo XVIII Persia, instigada por Gran Bretaña, guerreó constantemente con Rusia, manteniendo en peligro el Cáucaso. Los georgianos, los armenios y muchos pueblos de las montañas estuvieron al límite de la destrucción. Sólo en 1813, tras una serie de brillantes victorias de los rusos, se firmó finalmente el tratado de Gulistán, de acuerdo con el cual Persia se obligó a devolver a todos los prisioneros rusos y reconoció la integración de Georgia Oriental y de una gran parte de Azerbaiyán en el Imperio ruso. Por primera vez, Rusia también adquirió el derecho exclusivo de mantener una flota de guerra en el Mar Caspio, sobre el cual se declaró la libertad de navegación comercial. Durante cuatro años, Persia, con el apoyo de Inglaterra, luchó por la revisión de las cláusulas del tratado de Gulistán, hasta que, finalmente, éste entró en vigor. Parecía que la paz iba a ser entonces larga y sólida, pero, apenás llegó a Teherán la noticia de la sublevación de los decembristas, las fortalezas fronterizas rusas se vieron sitiadas. Sin declaración de guerra, las tropas iraníes avanzaron hacia Karabaj y Bakú. Elizabetpol fue ocupada, Shusha fue sometida a asedio, pero ocurrió que el ejército ruso, de ocho mil soldados, destrozó el ejército enemigo, de 35.000 hombres, que atacaba, dirigido por el príncipe heredero Abas-Mirza. Tras ello, las unidades rusas avanzaron rápidamente hacia el interior de Irán. Ya sólo podía hablarse de rendición sin condiciones. Pero he aquí que nuevamente se entrometió la "diplomacia occidental".

El embajador inglés echaba chispas, gritando al ministro iraní como si fuese un simple muchacho: "¡Es insensato! ¿Por qué emprendieron esta temeridad? ¿Acaso no les habíamos advertido de que había que actuar con mayor cuidado? ¡Ahora los rusos les pedirán a ustedes la luna! ¡Y ustedes tendrán que traérsela!" Como respuesta, el ministro abrió los brazos...

Los temores del diplomático británico estaban perfectamente fundamentados. Habiendo rechazado un ataque traidor, Rusia había ganado el derecho legítimo a resolver para siempre la "cuestión iraní". Ya en el primer encuentro, los diplomáticos rusos exigieron que se permitiera a la marina de guerra rusa la navegación sin obstáculos por todas las vías navegables del Mar Caspio y la cesión a Rusia de los janatos de Najicheván y Ereván.

Además, los negociadores rusos exigieron de Teherán la plena libertad de movimiento y comercio para los comerciantes rusos por todo el territorio de Persia, así como una contribución increíble para aquellos tiempos: ¡veinte millones de rublos!

En la elaboración de los puntos del nuevo tratado, a propuesta del general Paskevich, jefe de los ejércitos rusos, intervino también Aleksandr Griboedov, "persona de raras cualidades y probada honradez". Las condiciones que propuso eran bastante duras. Amenazando a los persas con "una revuelta a cambio de la que habían provocado ellos en nuestro país", Griboedov insistió en la ampliación del territorio ruso moviendo las fronteras "más al sur del río Araks". Le pareció justo exigir de Persia el pago de la mitad de la contribución aun antes de la firma final del tratado.

Las propuestas formuladas por Aleksandr Sergeevich provocaron la furia del Sha. "¡Malditos infieles! ¡Nunca obtendrán lo que piden!", gritaba histéricamente. "¡Sólo tenéis que continuar la lucha!", decían los ingleses, echando aceite al fuego. "La corona británica os prestará toda la ayuda necesaria".

A principios de 1828, las acciones militares se reanudaron, pero inmediatamente quedó claro que los argumentos de los cañones rusos eran más convincentes que las promesas inglesas. El Sha necesitó muy poco tiempo para "cambiar de opinión". Ciertamente, hizo un intento de suavizar las condiciones del convenio, trasladando a Paskevich su redacción "conciliadora" del tratado de paz. Pero sólo consiguió provocar la ira del general ruso. "¡En el tratado no habrá ningún cambio!", dijo tajantemente al enviado persa.

Cuando, tras ello, los cañones rusos volvieron a hablar en la lengua de los proyectiles, al Sha sólo le quedó esperar la prometida ayuda de los ingleses, pero en éstos, como es sabido, los hechos no suelen corresponderse con las palabras. En ese momento aún no resolvieron actuar abiertamente contra Rusia, como hicieron un cuarto de siglo después, así que el Sha tuvo que firmar un decreto sobre la "reanudación de las conversaciones de paz". Para "confirmar la seriedad" de semejantes intenciones, los rusos exigieron iniciar el "pago de la contribución" en calidad de garantía.

Y por enésima vez la mirada del Sha se dirigió a los ingleses: algo dirán ahora los "promisores". Pero no escuchó nada que le animara. El embajador inglés Mac Donald se lavó las manos ilustrativamente en presencia de Griboedov y de los negociadores del Sha. Como resultado, ya el 30 de enero se entregaron en total ¡siete millones de rublos! a las avanzadillas rusas. En respuesta, Paskevich, acompañado por los diplomáticos Obrezkov y Griboedov, acudió al poblado de Turkmanchay (cerca de Tabriz) para realizar una ronda final de conversaciones.

Los debates se prolongaron tres días. Los diplomáticos persas aún intentaron ganarse siquiera alguna indulgencia. Pero sólo lograron que el texto del tratado se llenara de "expresiones propias de un fiel súbdito". Así, por ejemplo, se decía sobre el pago de la contribución: "El Sha de Persia, en atención de los sacrificios significativos causados al Imperio Ruso por la guerra surgida entre ambos estados, y también por las pérdidas y perjuicios sufridos por los súbditos rusos, se obliga a recompensar a aquéllos con una reparación en dinero".

Por el tratado, firmado finalmente en la noche del 9 al 10 de febrero, Rusia obtuvo "bajo soberanía plena" el janato de Ereván "a un lado y a otro del Araks" y el janato de Najicheván. Todos los prisioneros de guerra capturados en la última guerra o en la anterior, así como los súbditos de ambos gobiernos que hubieran sido tomados prisioneros mutuamente, debían ser liberados y devueltos en el plazo de cuatro meses.

También se satisficieron otras exigencias de la parte rusa, entre las cuales la más importante era el tratado de comercio que permitió a los comerciantes rusos viajar libremente y comerciar por todo el territorio de Persia. Además, los enviados rusos consiguieron de paso firmar un protocolo sobre el ceremonial de la embajada, según el cual a los diplomáticos rusos se les otorgaba el derecho a permanecer vestidos a la europea al ser recibidos por el Sha.

* * *

"¡Ha logrado usted por la fuerza de la palabra más que otros con los cañones!", dirá a Griboedov Nicolás I al recibirle en palacio. "¡Fantástica, honrosa paz!", concuerda, asintiendo con la cabeza, el ministro de Asuntos Exteriores Nesselrode...

Los acuerdos de 1828 pusieron el fundamento de la soberanía de las repúblicas transcaucásicas, el futuro de cuyos pueblos no parecía despejado en absoluto. Por espacio de muchos años determinaron las relaciones entre Rusia e Irán, otorgando beneficios económicos mutuos a ambos países. Las antiguas pretensiones y ofensas fueron dadas al olvido; por contra, las relaciones comerciales se desarrollaron con tal dinamismo que hasta la mismísima revolución no hubo un solo intento (!) de alterar las condiciones de la paz de Turkmanchay.

Es más, resultó que Irán incluso obtuvo más beneficios de sus lazos con Rusia que el mismo país vencedor: ¡hasta 1917 el saldo comercial fue favorable a Irán!

En la época soviética no se rompieron los lazos que se habían creado entre nuestros países. Proyectos conjuntos de extracción de recursos naturales, energía atómica, colaboración militar, comercio beneficioso para ambas partes... todo ello se ha convertido en garantía de unas relaciones sólidas, de buenos vecinos, que, esperamos, nada ensombrezca tampoco en el futuro.


Para que se aclare el personal, al principio de la entrada va un mapa ilustrativo, que he tomado de la Wikipedia y que he retocado algo. La línea negra gruesa es la frontera ruso-persa anterior a la guerra, mientras que la roja es la frontera posterior al tratado, que hoy sigue siendo la frontera septentrional de Irán, ya no con Rusia, sino con Armenia y Azerbaiyán. Con un cuadrado rojo, probablemente sólo visible en la foto ampliada, se han marcado las poblaciones que aparecen en los comentarios, Shusha (que resistió los ataques persas mucho mejor de lo que ocurriría contra los armenios, en la guerra de 1991-1994), Elizavetpol (hoy Gäncä) y la capital del actual Azerbaiyán, Bakú. Si os gusta la historia, que os aproveche. Si no os gusta, lo siento, pero el gustazo que me he dado traduciendo y escribiendo esto no me lo quita nadie.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola otras veces tehe criticado por algunos comentarios tuyos, pero en esta oportunidad dejame felicitarte excelente relato historico ademas el de los rusos en tu pais chistosisimo. es verdad soy de Peru

Alfor dijo...

Querido anónimo peruano, gracias, hombre. Pero has despertado un monstruo. Como me ponga a escribir muchas entradas históricas o traducciones de este jaez, al Botas no le va a gustar.