miércoles, 26 de diciembre de 2007

Entrada nada navideña

Y ahora toca una vez más una de aviones, en este caso del retorno de los Von Buchweizen a España a bordo de, claro que sí, Aeroflot. A los Alfor, Alfina, Abi, Ro y Ame acompaña en esta ocasión Alson, un niño de nueve años que viaja con nosotros para reunirse con su madre, que ya está en Madrid. Por si fuera poco, en el avión viaja otra pareja amiga, con dos niños, uno de ellos tirando a revoltoso, y el habitual magma de bebés adoptados con padres novatos desquiciados por la llantina incesante de sus hijos recién estrenados.

Vamos, un guirigay de mil pares de narices, sólo apto para pasajeros pacientes y para fanáticos de los niños. Quien no lo sea debería plantearse otras fechas menos familiares o una generosa dosis de valeriana antes de embarcar.

Abi, Ro y Alson se colocaron en la fila delantera, de las dos que nos habían dado, y los mayores, con Ame, en la trasera, con el objetivo de separar en lo posible a nuestros niños de los de la otra pareja y reducir así el jaleo. Pero, claro, aunque se porten bien, Abi, Ro y Alson son niños, y están nerviosos por el viaje, así que juegan y, efectivamente, algo alborotan. El pasajero que viajaba delante de ellos se dio la vuelta y se alzó ligeramente de su asiento.

Él era un cincuentón de barriga prominente, aunque sin exagerar, pelo escaso y cano y aspecto de clase media pagada de sí misma, de gesto altanero y mirada entre retadora, suficiente y torpe. Le acompañaba su esposa, de edad similar y volumen corporal parejo, que acaso hubiera tenido un aspecto lozano varios lustros antes, si bien, lamentablemente, del mencionado aspecto quedaba tan poco que el antifaz que se ponía para intentar dormir le favorecía en gran medida. Y también estaba su hija, que acurrucada junto a la ventana, no se metía en nada y, quizá por eso, parecía la más juiciosa de los tres.

- Oiga, uhté -dijo el padre.
- ¿Sí?
- ¿No le parese que podían ponerse uhtedeh, loh mayoreh, detráh de nosotroh, para podé dehcansá?
- De acuerdo.

Y, efectivamente, ordenamos a Abi, Ro y Alson que pasasen a nuestros asientos y nosotros ocupamos los suyos. Yo, que debí intuir algo, le dije a Alfina que me quedaba con el asiento que estaba inmediatamente detrás del hombre. Hubo unos momentos de relativo orden, aunque sólo relativo, porque nuestra tropa se puso a jugar con sus nuevos amiguitos de los asientos de detrás. Bueno, y porque pasó algo más: los tres de delante, casi al unísono, reclinaron sus asientos todo lo que pudieron.

- Ya podemoh incliná loh asientoh -dijo el hombre con satisfacción.
- Claro, si su intención es triturarme las rodillas - repuse.

El hombre ignoró completamente esta circunstancia, mientras yo, resignado a pasar el resto del viaje en un espacio restringido, trataba de encajar mis rodillas en el espacio vital que mi compañero de viaje me había dejado. Y ahí empezó todo. A mi oído izquierdo se estaba situando un duendecillo con cuernos, rabo y un pequeño tridente, que decía algo así como:

- Alfor, querido. Esto no puede seguir así. Alguien como tú, con tantas horas de vuelo, tiene recursos de sobra para convertir el viaje de este memo en un infierno.

Al oído derecho, susurraba un angelito blanco con alitas.

- No, Alfor, no le hagas caso. Sé paciente y manso ¡Cuántas veces no estarás tú en su lugar!
- Alfor -decía el duendecillo-, fíjate cómo se regodea de ti este cretino, que primero te hace cambiar de asiento y, cuando te tiene detrás, te deja sin sitio ni para respirar.
- Alfor, Alfor -decía el angelito-, déjalo estar, no te metas en problemas, ¿qué vas a ganar con esto?

Meditaba yo estas cuestiones, mientras trataba de colocar mis maltrechas rodillas, cuando el hombre echó su mano hacia atrás, palpó lo que había detrás de su asiento y, naturalmente, encontró mis rodillas incrustadas en su respaldo. Y dijo.

- Oiga, uhté. Me ehtá clavando lah rodillah en lah espaldah ¿Puede dejá de molehtarme?

Ahí comenzó a subírseme la sangre a la cabeza. Es como si el tío me diese una bofetada y me dijese que le había dado un golpe en la mano con la mejilla.

- Oiga, que no me puedo cortar las rodillas. Dios me hizo así. Si usted levanta un poco el asiento, cabremos todos.
- No, señó. Éhtah son lah medidah del avión, y yo puedo bajá el asento hahta donde se pueda. Eh un estánda que tenemoh que respetáh.

Y el angelito, que vio que cerca de mi cabeza comenzaba a hacer mucho calor, dijo:

- Bueno, yo me voy a pasear un rato. Os dejo solos. No os paséis mucho.

En la próxima entrada se tratará de qué sucedió a continuación.

1 comentario:

Esther Hhhh dijo...

uhmmmmmmmmmm.... me muero de ganas de ver ese demoniete en acción, jejejejjeejjee....


Por cierto, feliz añoooooooo