Si el Quijote ya es un libro condenado a criar polvo en los anaqueles, el resto de la obra de Cervantes, que la tiene y es magnífica, todavía es más desconocida. Y menos mal para él, porque, así como hoy Cervantes es tenido en gran estima por todos, así de izquierda como de derecha o centro, si realmente hubieran leído sus obras todos los que dicen haberlo hecho, estoy seguro de que sería cancelado a no tardar. Sin entrar en el Quijote, muchos de cuyos capítulos se las traen, varias de sus novelas ejemplares son un compendio de racismo ('La gitanilla', cuyo comienzo es totalmente impublicable en la actualidad) e islamofobia (casi que cualquiera de ellas, pero tomemos 'El amante liberal'). Pero la que choca más con los valores de cierta parte de la sociedad actual es, para mí, 'El licenciado Vidriera'.
Esta obra, resumiendo muchísimo, narra la historia de Tomás Rodaja, un estudiante de Salamanca que comienza sus estudios como criado y que, al licenciarse sus amos, aprovecha para ir de viaje por Italia y, sí, también por Flandes, en una especie de Erasmus de la época:
Fue muy bien recebido de su amigo el capitán, y en su compañía y camarada pasó a Flandes, y llegó a Amberes, ciudad no menos para maravillar que las que había visto en Italia. Vio a Gante, y a Bruselas, y vio que todo el país se disponía a tomar las armas, para salir en campaña el verano siguiente.
Y, habiendo cumplido con el deseo que le movió a ver lo que había visto, determinó volverse a España y a Salamanca a acabar sus estudios; y como lo pensó lo puso luego por obra, con pesar grandísimo de su camarada, que le rogó, al tiempo del despedirse, le avisase de su salud, llegada y suceso. Prometióselo ansí como lo pedía, y, por Francia, volvió a España, sin haber visto a París, por estar puesta en armas. En fin, llegó a Salamanca, donde fue bien recebido de sus amigos, y, con la comodidad que ellos le hicieron, prosiguió sus estudios hasta graduarse de licenciado en leyes.Al volver a Salamanca, se enamora de él una mujer a la que no hace el menor caso, por lo que ésta consigue que ingiera una pócima que se supone que debía hacerle enamorarse de ella. El resultado, sin embargo, no es el esperado, sino que Tomás Rodaja pierde el juicio y cree que está hecho de vidrio y que puede romperse al mínimo golpe, lo que da lugar a todo tipo de situaciones ridículas; sin embargo, en todo lo demás muestra mucha sabiduría, pero el hecho es que la gente se burla de él por esa manía suya, llamándolo licenciado Vidriera. Eso sí, todos se le arriman pidiéndole consejo, y sus ocurrencias y agudezas son la mayor parte de la obra. Por ejemplo, entre otros muchos, da el siguiente consejo, que nos muestra que en el siglo de oro las cosas no estaban mucho mejor que ahora:
Preguntóle uno que qué consejo o consuelo daría a un amigo suyo que estaba muy triste porque su mujer se le había ido con otro.
A lo cual respondió:
-Dile que dé gracias a Dios por haber permitido le llevasen de casa a su enemigo.
-Luego, ¿no irá a buscarla? -dijo el otro.
-¡Ni por pienso! -replicó Vidriera-; porque sería el hallarla hallar un perpetuo y verdadero testigo de su deshonra.
Hoy día, en lugar del final que tuvo la novela y al que pasaremos a no tardar, la actitud lógica de la corrección política actual debiera consistir en respetar los sentimientos del tal Vidriera. Si él se siente de vidrio, él es de vidrio y nadie es quién para burlarse de él, lo cual sería equivalente a un delito de odio. Por lo menos.
La fama de Vidriera crece y termina pasando a la Corte con el mismo éxito que había tenido en Salamanca.
Para acabar de estropear las cosas, la novela prosigue con una desdichada "terapia de conversión" por parte de la pérfida Iglesia católica. Un sacerdote, compadecido de Vidriera, y pasados dos años desde que ingiriera el bebedizo que lo transformó, le hace recuperar el juicio, con lo que pasa a un estado normal y adopta el nombre, no de Rodaja, ni de Vidriera, sino de licenciado Rueda, transformación de su nombre original.
Claro, el problema es que así no le resulta interesante a nadie, de modo que no le hacen maldito el caso. Vamos, como cierto actor que ha pasado a ser actriz y que se ha hecho bastante famoso, no tanto por sus dotes escénicas, sino por el hecho de haber hecho un remedo de cambio de sexo.
La novela termina con el antiguo licenciado Vidriera, ahora Rueda, abandonando la Corte decepcionado y volviendo a Flandes.
(...) y, viéndose morir de hambre, determinó de dejar la Corte y volverse a Flandes, donde pensaba valerse de las fuerzas de su brazo, pues no se podía valer de las de su ingenio.
Y, poniéndolo en efeto, dijo al salir de la Corte:
-¡Oh Corte, que alargas las esperanzas de los atrevidos pretendientes, y acortas las de los virtuosos encogidos, sustentas abundantemente a los truhanes desvergonzados y matas de hambre a los discretos vergonzosos!
Esto dijo y se fue a Flandes, donde la vida que había comenzado a eternizar por las letras la acabó de eternizar por las armas, en compañía de su buen amigo el capitán Valdivia, dejando fama en su muerte de prudente y valentísimo soldado.
Para los que no tenemos intención de volver a la Corte, el licenciado Vidriera no deja de ser un ejemplo. Es cierto que Flandes no es lo que era entonces y que podría decirse que Bruselas es actualmente tan o más Corte que Madrid. No es menos cierto que la milicia, al menos de momento, no es tan necesaria como lo era en plena guerra contra los herejes, pero seguro que se le encuentra alguna utilidad, antes de que se haga tarde.
Porque, sí, siempre se hace tarde...