miércoles, 7 de agosto de 2024

Lux aeterna luceat ei, Domine

Tras una larga enfermedad, que le tuvo tres meses entre hospitales y algodones, y un período final de cuidados paliativos, la semana pasada falleció el sacerdote español de la pastoral hispanófona de Bruselas. Ha sido una gran pérdida para todos los que estábamos próximos a él, tanto para nosotros, los feligreses, como para sus compañeros jesuitas. Durante los últimos dieciséis años ha estado en Bruselas, y su estado de salud no hizo posible que pudiera regresar a España, que es donde hubiera querido fallecer. Realmente, ha muerto con las botas puestas, ya que dijo su última misa a finales de abril y desde entonces ha estado empalmando hospitales con residencias. Ya tuvo mérito que aceptara salir de Zaragoza para ir a Bruselas cuando tenía setenta y siete años, que es más bien edad para retirarse a descansar, y no para salir de la patria de uno a una misión bastante incierta, pero que ha desempeñado ejemplarmente a lo largo de quince años más.

Durante las últimas semanas lo había estado visitando con relativa frecuencia. Estuve en el hospital, cosa que me inspiró un par de entradas (ésta y ésta de rebote), y le tuve que decir que en junio habían interrumpido las misas en español en su parroquia, porque no había ningún sacerdote hispanófono dispuesto a sustituirlo.

- Pero, ¿por qué? - me dijo - Eso tenían que habérmelo consultado. Igual me pongo bien y hubiera podido decir misa el domingo que viene.

Esto era en martes y el padre estaba conectado a un respirador, había pillado el Covid en el hospital y no podía dar un paso sin ayuda, pero está visto que la moral la tenía alta y consideraba la posibilidad de salir de allí y decir misa cinco días después. No, no era de Alcoy, pero hubiera podido serlo.

El padre Jorge (a estas alturas se puede mandar el anonimato a la porra) tenía un profundo sentido del deber y de para qué estaba allí. Cumplió los noventa años en plena pandemia y acababa de salir de un cáncer de pulmón. No es que fuera sólo de un grupo de riesgo, es que era de un grupo subrayado en purpurina para que no se expusiera al virus y que tenía preferencia para todas las vacunas. Pues él, ni corto ni perezoso, a la que el gobierno belga abrió un poco la mano y permitió las misas de hasta quince personas, reunió a los que pudo, ordenó abrir la iglesia y allí se puso a celebrar misa con ayuda, entre otros, de su fiel portero, cuya misión era impedir a toda costa que entrasen más de quince personas a la misa. Creo que ya sabemos que el portero cumplió fatal su difícil tarea y que se descontó en numerosas ocasiones, el pobre.

Durante las últimas semanas se fue apagando y los últimos días estaba mucho tiempo bajo los efectos de los sedantes y apenas podía hablar ni reaccionar, pero estuvo presente casi hasta el final. Él se quejaba de que estaba solo, pero la verdad es que pasaba gente a visitarlo todos los días y prácticamente a todas horas. En uno de los últimos días, cuando ya se veía cercano el desenlace, estaba yo al lado de su cama cuando pasaron a visitarlo dos compañeros suyos jesuitas, que tampoco eran precisamente novicios y que no creo que cumplan los ochenta y no sé si los noventa. Me saludaron y yo les cedí el sitio para que se acercaran al padre.

- Ah, está bien presente - dijo uno.

- Lo está, lo está - dijo el otro.

A todo esto, el padre Jorge alcanzaba a mirarles, pero bien poco más.

- Me muero - dijo. Lo había comprendido cuando salió del hospital y entró en cuidados paliativos en la residencia sacerdotal donde estaba pasando sus últimos días.

- Vas a prepararnos un lugar en el cielo, que dentro de poco iremos nosotros y te queremos encontrar allí - dijo el primero.

- Y seguro que también está Pagola. Bueno, Pagola igual tiene que ir primero al purgatorio - dijo el segundo, un tipo más callado pero evidentemente más socarrón.

- No, no, Pagola va al cielo - reaccionó el padre Jorge.

Los otros dos rieron. El padre Jorge no estaba para risas, pero al menos sonrió.

- Bueno, Pagola aún es joven, le queda mucho por aquí.

Ahora mismo, el padre José Antonio Pagola tiene ochenta y siete años, así que, eso de que es joven, depende de con quién se le compare. Se trataba del teólogo de cabecera del padre Jorge, que no dejaba de recomendar sus libros, cosa que puede tener sus peros, porque el padre Pagola es un teólogo bastante controvertido y hay quien dice que directamente arriano, de manera que sus obras, que se venden muy bien para la temática que desarrollan, por lo menos son sospechosas.

Los dos jesuitas se fueron al poco rato de allí para volver a su propia residencia, pero el padre y yo no nos quedamos solos mucho tiempo, ya que no tardó en llegar otro de sus feligreses habituales, y luego otro y otro más. Si esto pasaba a finales de julio, en pleno periodo de vacaciones y con buena parte de la feligresía esparcida por Europa, no sé si hacen falta más pruebas de que el padre era muy apreciado y de que se le echará mucho en falta.

El 31 de julio nos dejó finalmente. Seguro que no es casualidad que falleciera, él, jesuita durante casi toda su vida, en el día de San Ignacio de Loyola.

Requiem aeternam dona ei, Domine
et lux perpetua dona ei

3 comentarios:

Fer Sólo Fer dijo...

Descanse en paz

Anónimo dijo...

Que solos nos estamos quedando. Descanse en paz

Alfor dijo...

Fer Sólo Fer, Anónimo, así sea.