jueves, 18 de abril de 2013

Política local

Una de las ventajas de no tener un par de horas de diferencia horaria con España es que, gracias a las nuevas tecnologías, uno puede estar bastante al día de lo que sucede por allí. La desventaja paralela es que el tiempo que se dedica a enterarse de lo que sucede por la patria, que no está mal empleado, no se emplea en enterarse de lo que sucede en el lugar donde uno vive y se gana los garbanzos.

En Rusia eso no pasa. Rusia es un país gordo y original que sale en los medios de todo el mundo. Uno pensaría que Bruselas, sede de un porrón de instituciones, también sale a diario en los medios de comunicación de todo el mundo, y por eso debe ser aún más sencillo que Moscú enterarse de lo que sucede por aquí, y eso, ciertamente, parece verdad, pero desde luego no es toda la verdad.

Me di cuenta de ello hace un par de semanas, cuando estaba en Valencia en una de esas fugaces apariciones que desde Bruselas son posibles y desde Moscú eran un palizón apenas soportable. Iba yo, con mi bicicleta, de casa de Kúkoch, a quien había ido a visitar, a la mía propia, cuando vi a pocos metros a Daniel Ortega. No, no es su verdadero nombre. La política de anonimato de esta bitácora no cambia con la localización de su autor.

- ¡Ortegaaaa! - le grité, mientras frenaba la bicicleta a su lado.

Ortega no es un prodigio de efusividad. Ortega es una personalidad difícil de describir, llena de fobias, vacía de filias y psicológicamente una mezcla de Harry el Sucio y de Ban-Ki-Moon, sin saber cuándo te toca cuál. Está enteradísimo de los datos de la política internacional y seguro que ha leído, y memorizado, cualquier cosa que haya salido publicada en la prensa española, pero no llega más allá de sabérselo de memoria. Es parroquiano de todos los garitos del barrio, pero a la vez no lo es de ninguno, y deambula de uno a otro, o más allá, sin que nadie sepa si va o viene.

- Hola - dijo Ortega.

- ¿Qué tal? ¿Cómo estás? - hacía tiempo que no lo veía, le conozco desde los trece años de ambos y, con todo lo rarito que es, siempre lo he apreciado mucho.

- Bien. De vacaciones. El lunes, a trabajar.

Ojalá fuera verdad. Pero no lo es. Creo que todos sus (más bien pocos) amigos lo sabemos, y hacemos como que le creemos cuando nos lo dice.

- Bien, bie...

- ¿Y tú? - las preguntas de Ortega siempre son cortantes y a veces, muchas veces, no te deja ni terminar lo que estás diciendo.

- Bie...

- ¡Menuda la que está montando Putin en Rusia!

- ¿Putin?

- Sí, ¿no hay manifestaciones todos los días? La oposición está en auge.

- Bueno, no hay para tanto. Oye...

- ¿Qué quieres?

- Ortega, que ya no vivo en Rusia.

- ¿Ya no? ¿Y dónde vives?

- Vivo en Bélgica.

- Ah, ahí estuvisteis 589 días sin gobierno.

- Sí, pero eso ya pasó.

- Y ahora está allí Elio di Rupo.

- ¿Quién?

- Elio di Rupo.

- Ah...

- Bueno, me voy. Adiós.

- Adiós, Ortega.

Ortega es así de brusco. Pero me dejó mosqueado. Sólo entonces caí en la cuenta de que no tenía ni idea de quién era el primer ministro del país en que vivo, cosa que no me había pasado nunca hasta entonces, ni en España (aunque los primeros ministros que hemos estado teniendo casi es mejor que los olvidemos cuanto antes), ni en Rusia (¡hasta de Kirienko me acuerdo!), ni en Alemania (siempre fue Helmut Kohl mientras estuve allí, pero también me acuerdo de los demás).

Supongo que para un país no es mala cosa que su primer ministro pase desapercibido. Pero esta situación también puede deberse a que, en realidad, lo que pinta en Bélgica el primer ministro es más bien poco. Casi todas las competencias están en manos de las tres regiones territoriales y de las tres comunidades lingüísticas, y el gobierno central es un ente que, puesto que ha estado en funciones bastante más de año y medio, y aquí no ha pasado nada, quizá no sea tan importante como podría pensarse.

Ahora bien, reconozco que tampoco sé quién es el presidente de la región de Bruselas, en cuyo mismísimo centro resido, ni el alcalde de mi comuna, y eso quizá se vaya haciendo preocupante. Voy a ver si me pongo con ello.

De momento, he estado viendo de que pie cojea ese Elio di Rupo y, por lo que se sabe de él, el día menos pensado me lo encuentro en la lavandería, por haberle dicho alguien que iba un tipo bien parecido con una mochila rosa, y a él le gustan mucho las mochilas rosa. Ay, Señor...

2 comentarios:

Miguel dijo...

Te pido perdon Alfor, he dudado de ti, he pecado de pensamiento...

Estaba leyendo la entrada y a medida que progresaba y viendo que empezabas a hablar de Bruselas me iba mosqueando por momentos ya que no veia posibilidad alguna, dada la tematica de la bitacora de hoy, que fuera a salir la mochila rosa y los alegres chicos de la lavanderia por ningun lado...

te habia minusvalorado, espero que sepas disculpame, tu bitacora es como las buenas pelis de intriga, en el ultimo parrafo se descubren todas las cartas y todas las identidades junto con sus desvergonzadas intenciones quedan desveladas...

un saludo! ;-)

Alfor dijo...

Miguel, :-)

Pero eso tampoco quiere decir que la mochila rosa vaya a salir a diario, ¿eh?