En Europa Occidental hay lenguas minoritarias prácticamente en cada esquina, de ésas que hablan cuatro gatos y que están en trance de desaparición, como los vuelos puntuales de Iberia. En España nos creemos gran cosa porque tenemos varias lenguas minoritarias y una muy gorda, pero sale uno por esta zona de Europa y empieza a oír cosas rarísimas.
Bruselas es un ejemplo de eso. No parece sino que sea la ciudad en la que se hayan congregado los hombres tras el derribo de la torre de Babel. Sale uno a la calle y empieza a escuchar todos los idiomas posibles, excepto a partir de eso de las ocho de la tarde, en que sólo se escucha el castellano (a veces también algo de italiano). Por el día, sin embargo, yo creo que Dios hubiera tenido que hacer otra cosa para confundir a la humanidad y dispersarles, porque lo de hacerles hablar distintas lenguas ya está hecho y de aquí no se va nadie.
Y ¡anda que no hay gente rara! Venía yo ayer de hacer la compra en el supermercado menos birria de por aquí, donde la mitad de los clientes son españoles (al menos, la mitad de los clientes que hablan mientras compran) y oigo a mi espalda a una mujer soltando una parrafada en una jerigonza totalmente incomprensible, a grito pelado, a dos pasos de la Grand Place.
Me volví, por si la bronca era para mí.
Parecía que no. La mujer, una morena de piel oscura y de edad alrededor de la treintena, se dirigía a un hombre, de edad y aspecto parecidos a los suyos, que también le respondía a grito pelado desde la acera de enfrente en una jerigonza probablemente idéntica a la anterior.
También era capricho, el de la mujer, ponerse justo a mis espaldas a abroncar al otro, y el de los dos, hacerlo a varios metros uno de otro. Vamos, yo diría que era una bronca, porque el aspecto era de enfado monumental y parecía evidente que aquéllos dos se habían llevado mucho mejor en otros momentos. Yo no sé cómo acabaría aquello, pero, gracias al cielo, cien metros después estaba mi portal, en el que me metí, y la señora de rasgos sarracenos tuvo que buscar otra espalda para echar broncas desde ella al otro.
No es la primera vez que en esta zona del mundo me encuentro con lenguas ininteligibles. En el primer viaje que hice por aquí, y al paso por Luxemburgo, subieron al tren dos señoras entradas en carnes y en años, que hablaban entre sí en un idioma cortante de vocales sumamente claras, que resultó ser luxemburgués, una lengua que hablan cuatro gatos en todo el mundo, pero que ahí la tenemos, oficial y todo.
Poco después, al llegar el tren a su destino, me encontré con el alsaciano, un dialecto, yo diría que del alemán, por tal y como está escrito, que es totalmente insólito escuchar en Estrasburgo, donde se habla exclusivamente el francés, pero en el que están rotuladas todas las calles del centro histórico, que allí no sólo son "rue", sino también "gass".
¿Y el flamenco? Ésa es otra. En Bruselas se oye de vez en cuando, muy poco, pero, en cuanto sales del término municipal, se acabó el francés radicalmente. Es más fácil que te hagan caso en alsaciano, y no digamos si te diriges a ellos en flamenco.
Es curioso. Yo compararía el flamenco con el valenciano, pero, si un guiri habla flamenco, por muy pésimamente que lo haga, el flamenco que lo escucha sonríe de oreja y, muy pagado de sí mismo y de la importancia de su idioma, que hasta lo estudian los extranjeros, acoge al voluntarioso forastero con toda la amabilidad de que es capaz. Que, en términos absolutos, quizá no sea la repera, pero, en términos relativos, es todo lo que pueden.
Con el valenciano, eso no pasa. Llega un guiri a Valencia, o mejor a un pueblo de Valencia, hace el esfuerzo de estudiar y hablar valenciano, obviamente con acento, y los valencianos que lo oímos pensamos que, para hablar mal el valenciano, más le valdría al extranjero hablar en castellano, y vemos con cierto desagrado que insista en hablarnos en nuestra lengua. De hecho, directamente respondemos en castellano, y no le decimos lo que pensamos de sus intentos de integración lingüística porque tampoco es cosa de deprimir al personal y porque, al fin y a la postre, él lo hace por bien.
Con lo cual ¿vale la pena aprender las lenguas minoritarias? Pues es un asunto dudoso y creo que la respuesta en "según cual". El valenciano va a ser que no, así que, salvo los que lo llevamos de serie, que cada vez somos menos, su estudio como lengua extranjera es cosa de frikis y de escolares forzados a hacerlo. Pero, ¿y las demás?
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Hace 2 semanas
3 comentarios:
Pues de lenguas minoritarias y raras, raras, Rusia está bien repleta. Deberías estar curado de espanto.
Saludos
Hola
Pues... mi lengua materna es el valenciano, recuerdo a la generación de mi abuelo, las mújeres no sabían prácticamente castellano, mi tía no pronunciaba el sonido j de jota, joroba etc. porque en valenciano no existe...
y bueno yo no estoy a gusto con la normalització por lo tanto pues no aprendí bien a escribir y no lo uso... una pena, lamentable este tema...
Después yo no tengo el mitja de valencià, que se pide para muchas cosas... es increíble que a alguien le pidan un título de su lengua materna... pero es así...
En cambio tengo el Mittelstufe y desde que estoy en España no me ha servido para nada...
También una vez que barajé la posibilidad de irme a Praga y lo desestimé 1. por el clima, 2. por la lengua, en un país con pocos extranjeros...
Cuando iba de visita no entendía nada de checo... y hay muy pocos extranjeros... porque en otro país con más extranjeros hablas mal y es normal pero en Chequia... me daba la impresión que por mucho tiempo que me quedara no sería nunca un checo más... no sé...
Saludos
Lluis
Fernando, sí, pero no la parte central, en la que he vivido. Allí no hay más que ruso, y para de contar (bueno, y tayiko, además creciendo). Para encontrar hablantes de tártaro o de mordovio hay que irse bastante lejos, porque todos se pasan automáticamente al ruso en cuanto llegan a la capital.
Lluis, te entiendo perfectamente. Mi lengua materna es el valenciano, tampoco tengo el mitjà (ni siquiera el certificado de nivell de coneiximents oral), porque nunca tuve interés en obtenerlo y porque emigré bastante pronto y mi vida laboral ha transcurrido fuera de Valencia. Mis abuelos paternos no hablaban castellano y las jotas se convertían en ches. Lo mismito.
El Mittelstufe ya te acabará por servir, que el mundo no se ha terminado todavía. Yo he tenido el alemán "hibernado" durante quince años y ahora lo hablo a diario. De todas formas, no diría yo que el alemán entre en el grupo de lenguas minoritarias.
Y el checo... oye, nunca se sabe. Tengo al menos una compañera de trabajo que lo habla (y no le ha venido mal hacerlo) y uno de mis compañeros en Moscú lo hablaba también perfectamente y no diría yo que a ninguno de ellos les ha sido inútil. Todo es ponerse...
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