domingo, 27 de enero de 2013

Rarillos

Bruselas no es un lugar que se caracterice por una marcha desmedida. Muy al contrario, los domingos por la tarde sus calles están vacías y, si hace un tiempo de perros y está nevando, lo más probable es que, si te encuentras a alguien por la calle, sea español. Y eso porque un español estándar no concibe eso de quedarse en casa y, esté donde esté, lo suyo es buscar un bar.

La semana pasada tuve invitados. Durante todo el tiempo que estuve en Moscú, la suma de todos los invitados que tuve se puede contar con los dedos de las manos, pero en Bruselas parece que la cosa podría cambiar: no hay que sacarse pasaporte, ni visados, y los vuelos son baratos (todavía). Y encima hay vuelos directos desde Valencia. La repera.

Mis invitados no tuvieron suerte con el tiempo. Yo pensaba que en Bruselas no nevaba, pero eso fue hasta la semana pasada: se pasó todo el sábado por la noche nevando a base de bien y, el domingo, la Grand Place tenía un palmo de nieve y la plaza de España era un excelente campo de combate para disputar una batalla de bolas de nieve. Claro que mis invitados no habían visto nevar prácticamente en su vida, hasta el punto de que el único que sabía hacer bolas de nieve era yo. No fue extraño que les pudiera correr a bolazos.

Por la tarde, era obligado salir a tomar una cerveza. Después de todo, la cerveza belga tiene justa fama, y venía muy recomendada a mis amigos. Salimos por el centro, pero, entre que de por sí la marcha es la que es, y que el tiempo invitaba a los belgas a quedarse en casita, y no a tomar cerveza fría, por ahí no había apenas nadie. Y, efectivamente, todas las conversaciones que se oían entre los grupitos que nos íbamos encontrando eran en español, menos una. Y ésa una era en italiano.

- ¿Nos metemos aquí? - dijo mi primer gosti, a quien llamaremos Juan, fieles a la política de anonimato de esta bitácora, que no cambia un ápice por mucho que lo haga su ubicación geográfica.

- Bueno, vale - dijo el segundo gosti, a quien, por la misma razón, llamaremos Pedro.

Entramos, y no había nadie. Una parejita en una mesa alejada, haciéndose unos arrumacos no muy apasionados, y nada más. Los españoles sólo buscamos lugares poco concurridos en situaciones de intimidad que no se daban, así que lo suyo era buscar algo más bullicioso. En Moscú, nada más fácil; Bruselas es otra cosa.

- Casi que nos vamos, ¿no? - dijo Juan.

- Antes, viniendo hacia aquí, había uno que parecía que no estaba mal.

- Vamos.

Dimos la vuelta a la esquina, entramos en un bar con escasos ventanales, abrimos la segunda puerta y, hombre, pues dentro sí que había gente y animación. Era un local alargado.

- Oye, esto está bastante petado.

- Mira, mira, allá al final parece que hay una mesa vacía.

Nos abrimos paso entre los grupitos, que nos miraban al pasar, y Juan y yo llegamos a la mesa, mientras Pedro se quedaba algo por detrás.

Llegó un señor calvo, alto y con un pequeño bigote, que estuvo amabilísimo y limpió la mesa.

- ¿Saben ya lo que quieren tomar?

- Aún no ha llegado nuestro compañero, que se ha quedado atrás.

- No se preocupen. Ustedes decidan y yo vengo dentro de un rato.

En esto, percibí una mirada diferente a las habituales, me giré, vi algo inusual en el ambiente y dije:

- Oye, Juan, ¿te has fijado en que no hay ninguna mujer en este bar?

- No, hombre, mira ahí al lado de esa ventana, que hay dos.

- ¿Te refieres a ésas del pelo muy corto que se están dando la mano?

- Eh... eh... sí... -dijo Juan, mirándome con los ojos muy abiertos, mientras un señor gordo le estaba mirando a él muy detenidamente.

(...)

- ¡Vámonos de aquí!

- Peeeedro... nos vamos, no vengas hacia aquí.


Uniendo la acción a la palabra, nos escurrimos entre los grupillos con mucho más cuidado que a la ida, bajo la atenta mirada del señor gordo, y ganamos la salida con un suspiro. Ya en la calle, alcé los ojos y vi una bandera arco iris colgada de un mástil, justo sobre el bar en cuestión. Entre que era de noche, que Bruselas la iluminan de cualquier manera y que, con el frío y el hielo, la tendencia es más bien mirar al suelo, se me había pasado por alto.

Bueno, eso y que en Moscú, a nadie en su sano juicio se le ocurriría colgar una bandera arco iris de un local. Y, en Valencia, lo cierto es que tampoco he visto ninguna. Pero el centro de Bruselas es una cosa muy diferente.

Después de la experiencia, Juan, Pedro y yo nos metimos en un bar de la Grand Place completamente vacío a hablar de Filosofía del Derecho. No es muy español, pero era seguro.

2 comentarios:

Alfina dijo...

Ya será menos...
Por cierto, ese bar ¿No estará cerca de dónde lavas la ropa? :-)

Alfor dijo...

Alfina, no está muy lejos, no. Por cierto que mañana me toca ir, maldición.