Bien, pues, ¿cuál es el secreto que asegura que todo al final va a salir bien, a pesar de que los plazos se incumplan de manera sistemática? Hay varias posibilidades que influyen en eso, pero yo voy a aventurar alguna:
En primer lugar, el concepto de éxito se relativiza extraordinariamente cuando se trata de Rusia. Cuando un directivo guiri viene por aquí durante algún tiempo, primero alucina, luego intenta luchar y quitar los palos que le ponen en las ruedas, luego sigue luchando, pero cada vez menos, y finalmente se hunde en su derrota y se une al sistema. Y el sistema, no lo olvidemos, no aprueba el fracaso. En los Estados Unidos, la forma de evitar que te pongan la L de "loser" es, por lo visto en las pelis, esforzarte a saco y triunfar en todo lo que hagas.
Aquí, no.
Aquí, como lo que hacen en las películas de los Estados Unidos cuesta mucho y no estamos como para irnos deslomando gratuitamente, la táctica para evitar el fracaso consiste en cambiar la definición de éxito y bajar el listón. Ya no se exige que todo salga a pedir de boca, sino sólo que no resulte demasiado evidente que ha salido un buñuelo. Lo bueno es que el ruso es un auténtico maestro en el arte de camuflar chapuzas y en hacer pasar por bueno algo que sólo es un decorado. Para ello cuenta con varias ventajas, la primera de las cuales es que el directivo tiene tantas ganas de salir con el prestigio profesional no demasiado tocado que no va a hacer demasiadas preguntas comprometidas. La segunda, para los guiris, es la propia barrera del idioma. Aquí no hay mucha gente que hable inglés y entre los curritos a pie de obra absolutamente nadie lo habla (últimamente, los curritos de a pie de obra tampoco es que hablen muy fluidamente ni siquiera el ruso), por lo que los directivos guiris tienen que tirar de intermediarios y de traductores. Y los que estamos en ese papel hemos adquirido una experiencia bastante amplia en
suavizar las cosas. Para entendernos, somos una especie de vaselina humana. Y, narices, se nos da bien. El maestro más famoso en estas artes de disfrazar las cosas fue el príncipe Potyomkin, en tiempos de Catalina II, que contó con infinidad de sucesores, por ejemplo, entre los que debían cumplir los planes quinquenales. Unos fieras, tú.
Pero, claro, por mucho que bajes el listón, hay un mínimo que hay que cumplir, y ahí viene el factor que, junto a la relativización del concepto de éxito, explica que todo salga siempre bien en Rusia. Se trata de un sexto sentido que han desarrollado los trabajadores rusos para distinguir lo fundamental de lo accesorio y para readaptar los plazos a lo fundamental. Además, es imposible engañar a un trabajador ruso y decirle que la tarea que le encomiendas es importantísima y debe acabarla cuanto antes. Si es realmente así, lo hará; pero, si no es así, lo va a olfatear por muy buen actor que seas y va a
obrar en consecuencia.
Así, cuando uno ve los cronogramas y recuerda conceptos de la carrera como "camino crítico" y "holguras", y lo compara con la realidad ejecutora rusa, pues lo mínimo es una sonrisita. En lenguaje técnico, el trabajador ruso a pie de obra, siguiendo un esquema del tipo
no dejes para hoy lo que puedas hacer mañana, alterará el cronograma para colocar las holguras al principio del mismo y descubrirá holguras que ni siquiera tú habías visto.
Pero, con ese sexto sentido del tiempo a corto plazo que les caracteriza, en cuanto la fecha realmente definitiva del fin de la actividad se acerca, el trabajador entra en alerta. Es importante destacar que la fecha debe ser la
realmente definitiva. De nada sirve que tú, en tu intimidad, te digas: "Le diré que lo necesito para esta fecha y así tengo un día de margen." Nononononono... el trabajador ruso lleva un polígrafo incorporado en algún lugar de su cerebro y detectará que la fecha definitiva y perentoria que le estás transmitiendo no es real, sino que tiene un poquito más de tiempo. Y lo aprovechará.
En el paroxismo, un trabajador ruso es capaz de corregirte a ti mismo. Tú puedes creer que la fecha definitiva es X, pero él puede descubrir que, en realidad, es suficiente con que él haga su parte en X+2, y así lo hace, con lo que tú descubres que la verdadera fecha perentoria no era X, sino X+2. Tenía razón él.
Cuando llega el momento, entonces sí. Entonces se curra a base de bien, se mete gente, se va a toda viroya, se eliminan cosas no críticas, adornitos y parafernalia superflua y se concentra uno en lo necesario para no recibir un capón de los que te dejan en la cola del paro.
Y al final, las cosas salen. A trancas y barrancas. Con más suspense que en una película de Hitchcock. Con unas jornadas finales en las que al que no está en el ajo le saltan las lágrimas y suda sangre. Los que llevamos aquí nuestro tiempo ya no tenemos lágrimas. De repente, todo lo que era imposible va surgiendo a pocas horas de que sea demasiado tarde, todo lo que no dependía de uno, sino de los demás, comienza a abrirse paso, y al final algo parecido al éxito tiene lugar.
Y ahí viene el tercer factor: como, durante casi todo el tiempo de preparación, hemos estado a punto de fracasar y los directivos guiris han visto el fracaso cara a cara todo el rato, al final, por poquito que salga bien, ya tienes un éxito. Sobre todo en comparación con lo que llegaste a temerte.
La valoración de esta forma de trabajar la dejo para otro rato. A mí me interesa el choque cultural que implica poner frente a frente a un trabajador ruso estándar (los hay que están convertidos a la cultura laboral occidental, pero son pocos y yo creo que sólo disimulan) y a un directivo guiri de cultura gringa. Porque la reacción del directivo occidental desesperado y que ve el fracaso acercarse de manera aparentemente inevitable, llega un momento en que, sometido a una tensión brutal, consiste en abandonar toda esperanza y salvar el culo como sea. Y eso implica algo especialmente deleznable: buscar un culpable.
De la búsqueda de culpables hablaremos otro día. No es que tenga muchas ganas de hacerlo, porque suelo ser yo.