martes, 23 de enero de 2007

Guía práctica contra milicianos (II)

(continúa la entrada anterior. Y sí, el de la foto no es un miliciano de tráfico, sino de los otros, a la caza de emigrantes e, incidentalmente, de algún maleante)

El miliciano salió cansinamente de su coche y se acercó al mío. Las dos primeras condiciones, lo que es yo, las cumplía: iba a 50 por hora, todo lo más, y con todos y cada uno de los papeles en regla.

El siguiente dilema es ¿salgo del coche y espero al miliciano en la calle o me atrinchero en el interior? La bibliografía sobre el particular que pude leer cuando comencé a conducir por Moscú insistía en que era mejor salir del coche y esperar al miliciano con una sonrisa en el exterior. Así, se supone, la comunicación sería mejor, más amistosa; el miliciano se sentiría tratado de manera afable y tendería, él mismo, a la afabilidad.

Pamplinas. El consejo lo debió escribir un miliciano. La primera vez que me vi en semejante tesitura, salí del coche y el miliciano insistía en que iba a más velocidad que la permitida, e incluso me enseñó un rádar que sólo podía estar falsificado. Aquel día me salvó que era la fiesta de la victoria y el hombre estaba de buen humor. La segunda vez no me salvó nadie, en parte porque acababa de hacer un cambio de sentido glorioso, saltándome delante del miliciano una doble línea continúa. La tercera vez, que no había hecho nada, tuve un cabreo impresionante con el idiota que me paró, que insistía en que me había pasado el límite de velicidad, y desde entonces decidí que ya no salía más del coche.

Y, así, tercera norma: si vas en coche y no eres culpable de nada, quédate en él.

Esto se justifica también por la cuarta norma: usa la empatía con el miliciano. Ponte en su lugar. El miliciano está en una situación peliaguda: en la gran mayoría de los casos, está buscando gente que haya cometido infracciones y, por tanto, sea susceptible de querer untarle. Paralelamente, no vamos a excluir que esté velando por el cumplimiento de la ley. Todo podría ser. Si, a primera vista, ve que opones resistencia y que no le vas a ofrecer tan fácilmente un soborno, entenderá que está perdiendo el tiempo, que podría aprovechar mucho mejor tratando de interceptar a otros potenciales infractores, y no insistirá demasiado.

Con el miliciano que verifica documentaciones a pie de calle, pasa lo mismo. Estar de pie a la salida de una estación de metro atisbando sospechosos y parando gente es un trabajo miserable. Si eres uno de los que detiene, estás en regla y no encuentra fácil convencerte de lo contrario, te dejará en paz. La alternativa sería llevarte detenido a la comisaría, pero eso significaría irse él también hacia allá y perder la oportunidad de seguir parando gente, con los potenciales ingresos que ello supondría. Seguro que no va a cometer ese error.

- ¡Buenos días! -dijo el miliciano, una vez hube bajado la ventanilla- Cuarta sección.
- ¿Qué dice? -pregunté.
- ¿Qué?
- Que no le he oído ¿Puede repetirlo?
- Ah, bueno. Que soy de la cuarta sección.
- Encantado.
- ¡Que soy de la cuarta sección! -ya se estaba poniendo un poco intranquilo.
- ¿Y qué quiere?
- Ver los documentos.
- ¿Cuáles?

El miliciano se paró. La cosa se le estaba complicando.

Quinta norma: Hay que tener alguna salida fuera de lo habitual preparada. Yo hago una mezcla entre hacerme el ignorante y chulearlos un poco, pero reconozco que la táctica tiene sus peligros. A los milicianos de a pie, cuando me piden los documentos, les pido yo los suyos y me aprendo bien sus nombres. No les hace ni puñetera gracia, y alguno ha intentado tomar las represalias que ha podido. El caso es que el miliciano tenga que desviarse del tratamiento estándar, y de paso perciba (y ya lo creo que lo perciben: andan muy bien de olfato) que no representas ningún peligro, que no eres terrorista ni estás borracho y que no va a ser fácil que te des cuenta de la conveniencia de gratificarle.

- El pasaporte técnico del coche.
- Ah, bueno. Ahora se lo doy.

Saqué del bolsillo el documento que me pedía.

- Mmmm... parece que está en orden. Oiga, ¿y el coche está a su nombre?
- No, al de mi mujer.
- Ah, al de su mujer.

Ya se le veía derrotado. Si hubiera querido, hubiera podido pedirme el poder de Alfina por el que me dejaba conducirlo, que lo tenía en la guantera. O el carné de conducir (reconocen el carné español). O, al menos, decirme que el coche estaba sucio (eso también está prohibido, pero con el tiempo lluvioso y el barrizal que está hecho Moscú, todos los coches están sucios). El caso es que ya decidió que había perdido demasiado tiempo conmigo.

- Muchas gracias - y me devolvió el documento.
- A usted.

Volvió a su coche y se reunió con sus compañeros. Yo quité los intermitentes, metí primera y salí de allí sin bajas en mi billetero. No siempre ha sido así, pero, el otro día, me volví a librar.

3 comentarios:

Esther Hhhh dijo...

Hola Alfi:
Madre del amor hermoso ¿llevar sucio el coche es motivo de multa? pero si de aparcarlo en la calle el pobre ya está sucio... Menos mal que aquí eso no ocurre, porque no veas como tengo al pobre coche, entre las obras de las calles contiguas a la mia y el tiempo tan revuelto.
En fin, me alegra saber que lograste librarte, jejejejejjeejeje...
Besitosssssss

PD: Lo del nombre de los milicianos, eso es muy tuyo eh?? jeje

BAR dijo...

Wow..también estoy sorprendida por eso de llevar el carro sucio!!!

Lo cierto es que hace que la ciudad se vea mejor. En cuanto a la corrupción, reservo mis comentarios.

Un beso

Alfor dijo...

Pues sí, llevar el coche (o carro, según dónde) sucio es motivo de sanción. Últimamente están muy moderados y sólo ponen problemas si el coche está tan sucio que la matrícula está cubierta de barro.

Es que no sabéis lo sucio que puede llegar a estar un coche en Moscú. En Valencia, que es lo que mejor conozco, hacen falta meses de conducción cañera para llegar a los niveles que puedes alcanzar aquí en un día de los del deshielo, en un par de kilómetros.