domingo, 22 de mayo de 2022

Mandamases de Bélgica: Balduino I el Santo

Seguimos con la serie de mandamases que lo han sido en la ciudad de Bruselas, y seguimos, pues, con los monarcas belgas ¿Son mandamases los reyes de los belgas? Es algo difícil de decir, en estos tiempos de monarquías extremadamente descafeinadas, pero, como son los jefes del Estado, pues vamos a seguir suponiendo que lo son. Y nos habíamos quedado en el momento de la abdicación de Leopoldo III.

Así pues, a Leopoldo III le sucedió tras su abdicación su hijo Balduino, que acababa de alcanzar la mayoría de edad. Balduino tuvo más suerte que su padre y que su abuelo en el sentido de que no le tocaron invasiones alemanas ni guerras mundiales, pero tampoco tuvo las cosas fáciles. Al principio, al menos, tuvo el privilegio de tener a su padre cerca, porque no se mudó de Laeken hasta que Balduino se casó con Fabiola de Mora y Aragón. Llegado este momento, en 1960, Leopoldo III se retiró a sus posesiones campestres a disfrutar de sus aficiones hasta que, en 1983, falleció, pero esto ya lo vimos en la entrada anterior.

El momento cumbre del reinado de Balduino fue probablemente cuando le pusieron a firmar la ley belga que permitía el aborto en determinados supuestos. Balduino, a diferencia de alguno de sus antepasados más inmediatos, era un católico bastante consecuente y no tenía la menor intención de firmar lo que en su opinión le supondría la excomunión latae sententiae, además de un pecado mortal indudable.

La cosa se solucionó con una abdicación temporal. En aquel momento, la unidad de Bélgica había empezado a resquebrajarse, las regiones y las comunidades lingüísticas habían empezado a caminar, los flamencos estaban mosqueados con los valones, y los valones con los flamencos. Vamos, que había dos símbolos que unían a los belgas (los Diables Rouges, o Rode Duivels, llegaron después). Uno era la religión católica, pero claro, un país que acepta la ley del aborto por amplia mayoría es bastante difícil que se pueda considerar católico (y desde entonces, como hemos visto numerosas veces en esta bitácora, las cosas no han mejorado en absoluto, antes al contrario). El segundo símbolo era la monarquía, razón por la cual nadie quería realmente deponer al rey por un quítame allá esa firma y arrostrar las consecuencias de lo que podía pasar. Al final convencieron al rey de volver a reinar al cabo de unos días y de que firmara otro la ley, y Balduino, no se sabe con qué grado de conformidad, aceptó aquello y volvió a reinar como si nada, pero dejando claro que él no había cooperado con la llegada del aborto a su país.

Hoy día, Balduino, que en francés es Baudouin y en flamenco Boudewijn, es el héroe de los escasos círculos católicos belgas con los que tengo contacto. Su beatificación está en marcha, e incluso se sustenta por ahí la idea de convertirlo en patrón de los políticos, sustituyendo a un peso pesado como Santo Tomás Moro. Como esta bitácora sigue siendo un egoblog, y con todo el respeto por Balduino y la dificilísima situación en la que se encontraba, no está de más recordar que Santo Tomás Moro pagó un precio bastante más elevado (su cabeza, directamente) por ser consecuente con sus ideas que el que tuvo que pagar el rey de los belgas (dejar de serlo un par de días, y luego volver como si tal cosa).

Pongamos otro ejemplo, éste algo más reciente, pero de un rey de un país vecino: Enrique V, rey legítimo de Francia, conocido como conde de Chambord. Enrique de Borbón, nieto del último rey legítimo reinante, Carlos X, tenía todos los números para subir al trono francés en 1871, después de la derrota del Segundo Imperio en la guerra franco-prusiana; de hecho, la mayoría de los diputados en la Asamblea Nacional eran monárquicos. Lo único que se le exigía era aceptar como bandera la tricolor que hoy día sigue siendo la bandera republicana; sin embargo, Enrique V se negó a hacer tal cosa y eso dio paso a la III República francesa ¿Hizo bien Enrique V? No lo sé, pero fue mucho más consecuente que su antepasado Enrique IV, el de "París bien vale una misa". No quiso jurar una bandera bajo la que se han cometido muchísimas atrocidades desde 1789, incluido el asesinato de su tío abuelo Luis XVI.

A Balduino I no le importó seguir siendo rey en un país que había aprobado una legislación absolutamente contraria a sus principios (y a los de cualquiera con estómago) ¿Hizo bien Balduino? No lo sé, pero su actitud es comprensible desde el punto de que su desaparición hubiera significado el fin de la monarquía en Bélgica, y quién sabe si el fin de Bélgica, y la legislación abortista hubiera entrado en vigor igualmente. Al menos, de esta manera consiguió dar testimonio de su posición contraria a la ley, al mismo tiempo que preservaba la unidad nacional.

Sea como fuere, Balduino es popular todavía hoy en Bélgica. Él y Fabiola no tuvieron hijos, así que, cuando Balduino falleció de un infarto durante unas vacaciones en España, le tuvo que suceder un pariente. Se suponía que iba a ser su sobrino favorito, Felipe, pero las cosas no funcionan así en las monarquías, donde hay unos automatismos que procede seguir. El primero en la línea de sucesión no era el tal Felipe, sino su padre, y hermano de Balduino, que subió al trono con el nombre de Alberto II.

Que será de quien nos ocupemos en la próxima entrada, con la prudencia debida al hablar de alguien que sigue vivo, porque sí, nos estamos acercando irremediablemente al momento presente, después de más de dos años de ir compaginando la pandemia y esta serie tan larga.

Pero eso habrá que abordarlo en un momento posterior, en que no se haya hecho tan tarde como hoy.

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