viernes, 21 de mayo de 2021

Altercados fronterizos

Hace unos días se hizo bastante famoso un granjero valón que movió un mojón fronterizo para poder maniobrar con su tractor, lo que dio como resultado que el territorio de Bélgica aumentara unos cuantos centímetros cuadrados. Alguien se percató del tema y avisó a las autoridades competentes, que tomaron cartas en el asunto y devolvieron el mojón a su sitio, con el chasco del granjero, que supongo que desde entonces tiene que hacer maravillas para dar la vuelta con su tractor.

Como no todo es pandémico es este mundo, y Bélgica está más o menos de moda desde que aquí se refugia un ex-presidente autonómico español, ahora reconvertido en eurodiputado, el incidente fue reproducido por un sinnúmero de medios españoles, lo cual le ha dado mucha más difusión de la que realmente merecería. Pero eso nos da pie para hablar de la frontera entre Bélgica y Francia, una frontera sorprendentemente estable, y digo sorprendentemente porque ha sido sistemáticamente atravesada, en ambas direcciones, por los ejércitos de prácticamente todos los países europeos... menos Bélgica, curiosamente.

La configuración actual de la frontera es de 1820, sí, por un tratado fronterizo entre dos países, ninguno de los cuales era Bélgica, que aún no existía. Lo firmaron la Francia de la Restauración de Luis XVIII y el flamante Reino de los Países Bajos en la persona de Guillermo I, el Orange que finalmente consiguió el sueño húmedo de la familia de calzarse una corona real, un sueño que posiblemente perseguía desde que un antepasado suyo se rebelase en el siglo XVI contra su señor natural, duque de Borgoña y rey de España.

Sin embargo, la configuración de la frontera se produjo algún tiempo antes, durante las guerras que la Francia de Luis XIV mantuvo contra la Monarquía Hispánica, y que tuvieron como teatro principal precisamente esa frontera (los secundarios fueron los Pirineos y el Franco Condado, y algo Italia, pero allí no hubo variaciones significativas: el Franco Condado fue simplemente engullido por los franceses).

Hasta el reinado de Felipe IV de España, la frontera entre los Países Bajos Españoles y el Reino de Francia estaba bastante más al sur de lo que está hoy. Ya desde la costa, la frontera (el concepto de frontera en la Edad Moderna era bastante más poroso que en la actualidad) dejaba Gravelinas y Dunquerque en zona española; más al interior, la totalidad del condado de Artois era también español, con ciudades como Saint-Omer; todo el Henao, con Valenciennes o Lila, era español. También lo era un Luxemburgo mucho mayor que el Gran Ducado independiente actual, porque no sólo comprendía territorios que hoy están en Bélgica (una de cuyas provincias,recordemos, se llama Luxemburgo), sino la ciudad dormitorio que es hoy Thionville, hoy en Francia.

La verdad es que hubo un momento, más o menos a mitad del reinado de Luis XIV, en que la frontera se acercó peligrosamente a Bruselas, mucho más que hoy. España se había puesto en manos de dos de los tipos con el puño más cerrado en materia económica que ha dado la historia. El duque de Medinaceli y el conde de Oropesa pusieron en orden la economía española a base de llevar a cabo una política monetaria durísima, con deflación incluida y recorte de gastos impresionante. El famoso presupuesto cero prácticamente lo inventaron ellos. Entre eso, y la crisis demográfica que sufría España, el ejército español, que cobraba menos de lo justo (presupuesto cero, ya sabemos) no estaba en condiciones de enfrentarse al francés, que más bien llevaba a cabo una política económica que primaba el gasto, y mucho más el gasto militar. Charleroi, Mons y Cortrique cayeron sucesivamente en manos francesas, y supongo que lo de Charleroi fue especialmente molesto, porque los españoles acabábamos de fundarla pocos años antes y de dedicársela al mismísimo rey Carlos II. De hecho, hubo que fundarla para proteger Bruselas de alguna manera, ya que, después del final de la guerra franco-española de 1634-1659, las fortalezas que hasta entonces eran fronterizas quedaron del lado francés, y había un pasillo entre Mons y Namur que conducía desde la frontera francesa hasta Bruselas y que estaba totalmente desprotegido.

La frontera actual quedó más o menos decidida tras la paz de Ryswick de 1697, que puso fin a la guerra de los Nueve Años. Los contendientes estaban completamente agotados, incluyendo a la Francia de Luis XIV, que había empezado muy ufana la guerra, pero estaba pidiendo la hora. Los que escriben que estaba pensando ganarse a la opinión pública española, para presentar a su nieto como candidato a la sucesión de Carlos II, no digo que no tengan razón, pero no está claro que Francia tuviera ya fuerzas como para resistir a todos los demás países coaligados, como se demostraría en la siguiente guerra, pocos años después. El caso es que la paz de Ryswick dejó la frontera entre Francia y los Países Bajos Españoles en el punto en que está hoy: Mons y Charleroi (bueno, y Luxemburgo) fueron devueltas a España, y ya hubo unos años de paz.

Concretamente, tres, tampoco vayamos a creer.

En la siguiente guerra, la de Sucesión de España, los ejércitos que se pegaron en Flandes fueron los mayores que hasta entonces había visto Europa, y así sucedió también en las guerras siguientes. Indefectible, había un ejército francés invadiendo lo que luego sería Bélgica, contrarrestado por otro ejército, normalmente austríaco, pero también podía ser prusiano, inglés o hasta ruso. Al final, tras acabar la guerra, siempre se ha estado volviendo a la frontera de la paz de Ryswick, con algún mínimo retoque. Efectivamente, cuando los geógrafos se pusieron de acuerdo, en 1820 se firmó un tratado de límites en Cortrique, y así se ha seguido hasta hoy, en que el granjero belga la ha movido un poquito.

El caso es que no hay ningún río, ni ningún accidente natural, que sirva de límite de la frontera, como son el Rin con Alemania, o los Pirineos entre Francia y España. La línea fronteriza va básicamente campo a través, y la diferencia más acusada al cruzarla es que uno llega a Bélgica y deja de pagar peajes carísimos, porque los franceses parece que piensen que cruzar su país es un privilegio que no se debe regalar así como así. Sin embargo, ya digo, es una línea notablemente estable, a pesar de que separa dos territorios francófonos (excepto el extremo más próximo al mar, que pertenece a Flandes) y de que los franceses han entrado repetidamente en su extremo norte con ganas de mover la frontera en sentido contrario al que pretendía el granjero belga, la última vez en 1815, cuando Napoléon lanzó su última ofensiva.

Sea como fuere, ya veremos qué pasa en el futuro. Uno también pensaba que la Unión Soviética era para toda la vida, y de buenas a primeras nos quedamos sin ella; a saber qué sucede con Bélgica, un país que se mantiene de pie como se mantienen los castillos de naipes, pero que, contra todo pronóstico, todavía aguanta, y no sabemos el día ni la hora en que se disolverá. Quizá entonces llegue el momento de tocar su frontera meridional, pero de verdad.

Hasta entonces, vamos a dejar esto, que se hace tarde.

3 comentarios:

Fer Sólo Fer dijo...

¡Extraordinaria revisión! Amenísima e interesante. ¡Gracias!

millanga dijo...

Sí señor, muy interesante. Uno no se da cuenta de la cantidad de territorios y fronteras que se aglomeran en tan poco espacio hasta que lo mira de cerca.

Un saludo.

Alfor dijo...

Fer Sólo Fer y Millanga, muchas gracias, me alegro de que os haya gustado. Y sí que es verdad que hay fronteras muy retorcidas por aquí, por ejemplo la que hay entre Bélgica y los Países Bajos, que no sé quién la ha diseñado en algunos puntos, pero no hay aduanero que la resista. Ya hablaremos de ella en otra ocasión.