lunes, 7 de mayo de 2018

Obras son amores

Cualquier capital europea está sometida a la posibilidad de que sus calles se corten y sus zanjas se abran. Uno recuerda aquella canción de Barón Rojo, 'Son como hormigas', en la que la letrista se quejaba de lo siguiente:

Son ya las ocho
el ruido en la calle es infernal
perforan la acera
por cuarta vez o por quinta ya.
Son como hormigas
que buscan comida sin parar.


Eso era en Madrid, supongo, que es donde vivían los componentes de Barón Rojo (y su letrista). En Valencia no estamos mucho mejor que en Madrid, y uno se pregunta si un poquito de coordinación entre los del alcantarillado, la luz y el agua no resultaría posible. Pero, al menos, en Madrid y en Valencia hay un solo ayuntamiento y se supone que su mano izquierda sabe lo que hace la derecha.

Aquí, no.

En Bruselas hay veinte municipios y veinte ayuntamientos distintos, y son muy celosos de sus competencias, además de que hay alguno que se lleva a matar con el vecino. Uno mira las competencias de los municipios belgas, y ve cosas tan raras como la tramitación de las peticiones de nacionalidad, que es algo que en España nadie se plantea que no lleve el Gobierno central. Pues no digamos las obras públicas, los asfaltados de calles y los agujeros diversos que se pueden hacer en las aceras y en las calzadas.

El ejemplo paradigmático es el Chaussée de Vleurgat, y más concretamente el tramo entre la avenida Louise y la plaza Flagey. El segundo ejemplo paradigmático es, al otro lado de la plaza Flagey, la avenida Malibran, que termina en la plaza Blyckaerts. Cinco años llevo pasando por ellas prácticamente a diario, y no hay día en que las haya visto totalmente desprovistas de obstáculos. Como decía Danny De Vito cuando le preguntaron qué le parecía Madrid, 'cuando la terminen quedará muy bien'.

Al menos, uno espera cierta calidad, que compense la parsimonia con que se lo toman. Ni eso. La avenida Malibran pasó meses con un carril (y sólo hay dos) cortado por un socavón espontáneo que se había abierto por pura y dura inutilidad del último que metió asfalto por allí. Se supone que es la ladera de un cerro cuya cima sería la plaza Blyckaerts. Que alguien me diga cómo puede a alguien hundírsele el asfalto, y quién es el figura a quien achacar los cientos de horas perdidos en atascos. A todo esto, el municipio (Ixelles, me temo) se limitó a poner vallas alrededor del socavón. Prefiero no saber los trámites que había que hacer antes de ponerse manos a la obra, pero me consta que se pasaron semanas enteras mano sobre mano.

Uccle, que es nuestro municipio, parecía una excepción al desorden, pero eso era hasta el mes pasado. Desde el actual, parece que el frenesí reformador ha llegado hasta nosotros: han cortado la que seguramente es la arteria principal del municipio, la avenida De Fre, y al mismo tiempo han hecho una especie de desaguisado en la avenida Stalle, que es la salida natural de Uccle hacia el resto del mundo; mientras tanto, han desviado parte del tráfico por la calle Edith Cavell... donde también hay obras y un estrechamiento de la calzada, ya de por sí estrecha. Para colmo de males, la otra salida de Uccle, la avenida del General Jacques, lleva más de un año con unas obras endémicas que llevan un retraso tan colosal que sólo resiste la comparación con las pirámides de Egipto. Si Uccle ya era una comuna con comunicaciones difíciles, ahora ya hay que proponérselo muy seriamente para entrar o salir de allí. Yo, en bicicleta, todavía me apaño razonablemente bien, y mejor me apañaría si los conductores belgas, en lugar de protestar ante sus autoridades por semejantes desmanes, cosa que ya tardan en hacer, no se limitaran a ponerse muy nerviosos y a aprovechar cada centímetro libre de que disponen, que es, precisamente, el espacio por donde en general discurrimos los ciclistas.

Uno pensaría ¿y por qué no hacen las obras durante las vacaciones escolares, por ejemplo en julio y agosto, para reducir los problemas de tránsito?

Bueno, pues no hemos topado con la Iglesia, pero sí con el mes de julio, que es infinitamente más intransigente. No sé exactamente por qué ley o convenio, pero el mes de julio no se toca, y todo lo que se ha tocado debe parar. Tiene gracia que, en un país tan lluvioso como Bélgica, se paren las obras en el mes más adecuado para llevarlas a cabo, con días largos, tiempo generalmente seco y temperaturas moderadas. Precisamente por eso los obreros de la construcción se toman sus vacaciones por unanimidad, y ay de quién ose insinuar que podrían dejar trabajar a quien quisiera hacerlo.

En fin, que no quiero ni siquiera saber qué cantaría Barón Rojo si le tocara vivir en la Bruselas del siglo XXI. Lo que es seguro es que iban a echar de menos el ruido infernal de su calle de Madrid, por mucho que perforaran la acera por cuarta o por quinta vez. Eso no es nada.

¿Cuándo
los gobernantes
funcionaran de un modo racional?
Ellos
que se pasaron
media vida en la universidad.


Eso me pregunto yo.

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