miércoles, 9 de mayo de 2018

Nuevas aventuras de la puerta

He de confesar que uno de los motivos que me han tenido ausente de estas pantallas ha sido la puerta del garaje. Bueno, en realidad no es ya la puerta del garaje, sino la puerta de entrada. La puerta del garaje lleva en buen funcionamiento desde hace más de un año, y la empresa que nos la instaló nos dejó tan buena impresión que les preguntamos si también se dedicaban a las puertas de entrada, y nos respondieron que no, pero que tenían contactos y nos instalarían una. Entusiasmados con el buen trabajo que nos habían hecho con la puerta del garaje, después del fiasco de la otra empresa, decidimos confiarles, también, la puerta de entrada, y ello se reveló como un error, y un error gordo.

A cada momento surgían retrasos e impedimentos. Primero el plazo de entrega de sus proveedores holandeses, luego encontrar un hueco para instalarla, pero al final lo tuvimos y nos vimos dueños de una hermosa puerta, pero con algún defectillo. Así que más adelante tocaba sustituir el pomo, porque el que habían puesto hacía difícil abrir con la llave, y, para colmo de males, al llegar los fríos resultó que la puerta los aguantaba fatal, y no había forma de que se cerrase, como no fuese usando la llave. Y, a todo esto, nos dimos cuenta de que el mecanismo de apertura automática con videoportero que teníamos en la anterior puerta y que era el orgullo del electricista que nos lo instaló, había dejado de abrir la puerta. Eso no era muy grave, vale, porque, total, si la cerrábamos con llave, no hay mecanismo de apertura automática que pueda con eso. Pero, bueno, el video sí funcionaba, así que al menos podíamos saber, sin necesidad de asomarnos con indiscreción a la ventana de la cocina, si quien venía era amigo, enemigo o simplemente peñazo o Testigo de Jehová.

Yo, entretanto, iba escribiendo más y más entradas sobre esta saga, sin haber llegado a su final y sin saber si éste iba a producirse o sería uno de esos procesos inacabados que perduran en el tiempo, no sé, como la construcción de la Sagrada Familia o el Palacio de los Sóviets (o el Palacio de Justicia belga, si nos ponemos en plan local, pero de eso ya escribiré en otro momento, ahora que estoy enrachado). Llegado Año Nuevo, me propuse que mi siguiente entrada en la bitácora sería aquélla en que anunciaría que el señor Puertinx había terminado de prestar sus servicios, y que ya teníamos una puerta puturrudefuá y chiripitifláutica. Y que cerrara, que también es importante en una puerta.

Mis sucesivas comunicaciones con el señor Puertinx no fueron un éxito, la verdad. Yo no dejaba de apremiarle, por tierra, mar y aire, o más bien por teléfono y por correo electrónico. Finalmente, un buen día me dijo que el proveedor holandés le había dicho que ya tenía el nuevo pomo, y que se pasaría el viernes por la tarde a finalizar el trabajo. Eso fue a principios de marzo, no vayamos a creer.

Con lágrimas en los ojos, o casi, anuncié la buena nueva a la familia y empecé a escribir la entrada que significaría el fin de la serie y mi reencuentro con la actividad bitacoril.

El viernes por la mañana, sin embargo, Puertinx me llamó.

- Que no puedo pasar hoy, porque mi proveedor, el holandés, ha traído la pieza en U, no la pieza en D que había pedido usted.

Mis manos comenzaron a temblar. Hablé con Alfina y, cómo estaríamos de hartos, que Alfina vino a decir que estaba de acuerdo en que la instalara de una vez, así fuera en U, en D, o como si fuera en Ñ.

- Da igual. Instale la que haya traído.

Puertinx vaciló un poco.

- Es que ya he encargado la otra.

- Da igual. Anule el pedido. Nos quedamos con lo que hay.

Puertinx volvió a vacilar.

- Es que de todas formas no es la medida correcta.

Me quedó claro que, por las razones que fuera, una parte del purgatorio que me deba corresponder cuando pase a mejor vida, alejado de los proveedores belgas, tengo el privilegio de expiarlo en este mundo, espero que a cuenta de lo que me toque en ultratumba. Eso sí, decidí que no estaba dispuesto a exasperarme lo más mínimo con este tema.

- Avíseme cuando esté. Pero venga al menos a reparar la puerta, y que se cierre correctamente. O que se cierre, al menos.

- Claro, claro... A ver cuándo me puedo pasar.

Y me puse a esperar. Pasaron días. Pasaron semanas. Pasó un mes, y Puertinx sin venir ni dar señales de vida. Llegó la Pascua, y tururú. Ya decidí reanudar la bitácora, aunque fuera un poco, porque estaba acercándose el aniversario de la misma, y eso siempre trae consigo, incluso en años tan malos como éste, una entrada especial.

Finalmente, ha bastado irme unos días de Bélgica -estoy en la Valencia de mis entretelas-, para que el señor Puertinx, sin avisar ni encomendarse a Dios ni al diablo, se presente e instale el pomo. Menos mal que Ame estaba en casa. A ver: no dudo de que un instalador de puertas debe saber cómo abrir una, incluso en ausencia de los dueños, pero reconozcamos que hubiera quedado feo.

Al llamar a la familia, se apresurarme a darme la buena nueva.

- ¡Papá! ¡Ya está la puerta arreglada! ¡Y cierra y todo!

- ¿Y también funciona el mecanismo de apertura automática? - repuse.

- Ah, no sé, vamos a comprobarlo ¡Ro! ¡Baja a ver si la puerta se abre, que yo le doy al botón! - Ame estaba en plan ejecutivo.

- ...

- No, papá, no funciona.

Ya decía yo que no podía ser verdad tanta belleza.

***

En fin. Que yo esperaba limitarme a una sola entrada más sobre la puerta, pero está visto que mi purgatorio sobre la tierra tiene visos de prolongarse algo más. Seguiremos informando sobre la eficacia belga en el sector de los servicios.

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