viernes, 16 de agosto de 2013

El desfile (IX): Culpable.

Sinopsis: He sido designado para montar un desfile de moda tiranistaní en tres semanas, con la ayuda de un funcionario tiranio un pelín pusilánime, un italiano ensoberbecido y un par de altos funcionarios tiranios tocapelotas. Los obstáculos que van saliendo se van superando a trancas y barrancas, pero parece que todo va avanzando. De esta serie ya hemos visto unos cuantos antecedentes, que son éstos: I, II, III, IV, V, VI, VII y VIII.

Después de comer, volví a mi despacho un pelín cansado, supongo que a causa del bajón de adrenalina después de arreglar el asunto del pago del local. Pillé por banda a Salaroy y le dije que sería una buena idea acercarse con los trajes al Bolshoi, para dejarlos por allí, y que le había contatado una furgoneta para hacerlo. Salaroy me debió ver con cara de no aceptar negativas y se fue con Konstantin y con Artyom. Dos cosas menos.

Ajenos al asunto, Héctor y Lupita estaba pululando por allí. No hay nada peor que un funcionario estresado, pero desocupado, porque va buscando entrometerse en cualquier cosa. Además, los asuntos se estaban complicando. Estábamos a una semana nada más del evento y, como nadie había dado orden de parar aquella locura ni parecía que hubiera problemas irresolubles, todos pensaban que el desfile sería un éxito. El reultado es que, como el éxito tiene muchísimos padres, todos los lameculos tiranios se estaban apuntando a la delegación del general Ranzai. A medida que los lameculos tiranios cuya presencia se confimaba iban subiendo de nivel, también subía de nivel el nerviosismo de Lupita y de Héctor. Y, recordémoslo, el sentido de la presencia de Lupita en aquel sarao consistía en encontrar un culpable a quien echar las culpas de cualquier cosa que pudiera salir mal.

Y, reconozcámoslo: en las circunstancias en las que se estaba organizando aquello, la probabilidad matemática de que algo saliera mal era de 1. Otra cosa es que la pifia se pudiera disfrazar mejor o peor, para que, aunque saliera mal, no se notase a primera vista y así las señoras Ranzai y Putina no notaran nada demasiado raro ni salieran críticas negativas en los periódicos tiranios. Pero de ahí a que las cosas salieran realmente bien había un techo enorme. Enorme.

Y eso yo lo sabía. No había montado un solo desfile de moda en mi vida, pero era evidente que ahí había demasiados cables sueltos como para poder asegurar que no habría problemas. Además, llegaría un momento en el que cometer un error sería inevitable, en que llegaría una de esas situaciones en las que, hagas lo que hagas, alguien se va a molestar. Y, llegado ese momento, ahí estaría Lupita para señalarme con el dedo y decidir que el culpable era yo.

Además, sabía que ese momento llegaría más adelante, mucho más cerca del propio desfile. Todavía era pronto para montar un pollo. Lupita podría ser una inútil en términos de rendimiento para contribuir a que el desfile funcionara, pero sabía perfectamente que, si montaba un pollo tal que me apartaran del asunto, el propio desfile corría peligro. Y eso, si se podía evitar, mejor.

2 comentarios:

Miguel dijo...

Esto me recuerda a dos citas de La Ley de Murphy:

"errar es humano pero echarle la culpa a otro es más humano todavía"

y

"el hombre capaz de sonreir cuando las cosas van mal ya ha pensado a quien le echará la culpa"


grandísimo libro

Alfor dijo...

Miguel, ahí, la Ley de Murphy plagió miserablemente la Biblia, pero eso viene en la entrada de hoy.