Hace bastantes entradas escribí sobre quién mandaba aquí, y puse como ejemplo la forma de compás que tiene el parque situado frente al palacio real, que, incidentalmente, es el lugar donde suelo ir a entrenar.
Bueno, pues no siempre este lugar se ha usado para entrenar.
En 1717, reinaba en Rusia el zar (todavía no emperador) Pedro I, el Grande. El título de "grande" lo merecía, al parecer, por sus éxitos militares contra turcos, polacos y suecos, además de por sus reformas administrativas y por la fundación de San Petersburgo. De hecho, tiene monumentos y bustos por toda Rusia, alguno de ellos feísimos, como el de Moscú, y otros no tanto, como el de Astracán que, si Dios quiere, esta bitácora visitará en breve. Si no fuera por su gobierno, de todas formas hubiera merecido el título de "grande" por el hecho de que medía 2,04 metros, que hoy es una estatura elevada, pero que a principios del siglo XVIII era simplemente algo descomunal. Vamos, que el hombre destacaba.
A pesar de ser nada menos que el monarca ruso y estar muy viajado, Pedro I nunca dejó de ser un pedazo de bruto con unos modales muy primitivos. Hasta cierto punto, se le puede comparar con demasiados de los turistas rusos actuales, que están forrados y que son a veces demasiado... expansivos en las zonas turísticas que visitan. Igual que a ellos, a Pedro I le gustaba viajar. A finales del siglo XVII había visitado media Europa en la "Gran Embajada", buscando una alianza contra el turco, pero tuvo que volver precipitadamente a Rusia para aplacar una conspiración que pretendía derrotarle.
Ya con el país pacificado, con la guerra contra Suecia totalmente encarrilada y San Petersburgo fundado, Pedro I volvió a darse un paseo por Europa, y en 1717 pasó por Bruselas. Pedro I, aparte de sus escasos modales, tenía grandes cualidades personales, pero la sobriedad no era una de ellas. El hombre dejó memoria de su paso por aquí, dice la historia que el 16 de abril, a las tres de la tarde, montándose una borrachera épica en el mismísimo lugar donde yo voy a entrenar y que sigue siendo un lugar adecuado para la estancia de maleantes y otra gente sospechosa, como puedo asegurar por propia experiencia.
En 1854, ya con Bélgica independiente, el príncipe Davidov obsequió a las autoridades con un busto de Pedro I, para conmemorar la estancia del zar en Bruselas. Las autoridades belgas lo colocaron en el mismo sitio donde tuvo lugar el botellón regio, donde hoy mismo está a disposición del público que visite la ciudad, aunque advierto que no está precisamente a la vista y que hay que buscar un poco. Y luego, el que sepa flamenco, tendrá que descifrar la inscripción, aunque la verdad es que no es demasiado difícil.
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