En la última semana, pues señor, he tenido el honor de asistir a dos tipos de formaciones diferentes, en cada caso con sus formadores correspondientes. En el primer caso, los participantes en la "convivencia" éramos gente relativamente recién llegada a la organización. En este caso, además, los formadores eran internos. En el segundo caso, en cambio, los participantes eran gente curtida en muchas batallas, veterana y con responsabilidad en el funcionamiento de la organización. En este caso, los formadores eran consultores externos y, creo que no hace falta decirlo, el hotel era mucho mejor.
Creo que voy a tardar en olvidar la semana pasada, al menos por el choque de las formas de pensar de dos grupos tan iguales y tan diferentes. En estos casos, y creo que lo he visto en todas las formaciones "espirituales" a las que he asistido, al final te dividen en grupos y te ponen a trabajar sobre un proyecto, más o menos el que tú quieras, con el que entretenerte cuando vuelvas a tu puesto de trabajo y te hayas librado de los setecientos correos electrónicos que se han acumulado en tu bandeja de entrada, para que aprendas a irte de convivencia por ahí, pardillo.
El primer grupo era generalmente de gente más joven que yo, como recién llegados. Cuando llegó el momento de proponer temas, yo tenía uno que me ha ido rondando la cabeza estos últimos meses.
- Pues yo creo que podríamos hacer un proyecto sobre la implantación de la firma electrónica. Así seríamos más productivos y ahorraríamos mucho, porque podríamos imprimir mucho menos.
Mis compañeros de grupo me miraron con desagrado, como si yo fuera un pragmático repugnante, incapaz de levantar la vista hacia horizontes más elevados.
- Yo creo que deberíamos proponer algo para cambiar el mundo - dijo uno.
- No nos pasemos - dijo otro -. Vamos a conformarnos con un proyecto que sea capaz de cambiar Europa.
- Bueno, vale, igual lo de cambiar el mundo era demasiado.
Casi todos mis compañeros, menos un par que eran mayores que yo y a quienes mi proyecto les parecía atractivo, estuvieron de acuerdo en que cambiar el mundo era quizá excesivo, pero que nuestro proyecto debería, por lo menos, cambiar Europa. Yo, que me vi en minoría, vi cómo aprobábamos un proyecto flipadísimo e irrealizable, por necesitar un presupuesto brutal, pero un proyecto muy bonito. Yes.
Salí de la formación pensando que los años me habían convertido en un materialista carente de ideales. O tal vez es que siempre fui así y siempre me gustó poner los pies en la tierra. Vamos, que soy un puro prosista.
Al día siguiente tuvo lugar la segunda formación y, naturalmente, llegó el momento del proyecto. Ya que no había funcionado en la primera formación, traté de colarlo en la segunda.
- Pues yo creo que podríamos hacer un proyecto sobre la implantación de la firma electrónica. Así seríamos más productivos y ahorraríamos mucho, porque podríamos imprimir mucho menos.
Mis compañeros de grupo me miraron con desagrado, como si vieran en mi idea un idealista con la cabeza llena de pájaros, incapaz de poner los pies en el suelo.
- Eso es muy general - dijo uno.
- Yo creo que deberíamos proponer algo más concreto.
- El lavabo de los baños del segundo piso gotea un poco. Creo que habría que arreglarlo.
- Buena idea. Lo presentamos.
- Alfor, lo tuyo no es que esté mal, pero es un poco... no sé... idealista. Poético.
Moraleja: Idealismo, divino tesoro, que te vas para no volver.
Conflicto Rusia-Ucrania. Actualización mes de octubre
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"Cuánta gente apoya la guerra, y cuántos están en contra? Si bien existen
investigaciones de opinión pública no son confiables porque mucha gente
teme re...
Hace 2 semanas
3 comentarios:
Jajaja.
Me he reído bien a gusto. Es lo que tiene el maravilloso y subjetivo mundo de la comparación: para un grupo de amigos soy un tostón y un aburrido y para otro soy un tipo de lo más extrovertido... En fin, que no le pase como a mí y entre todos le hagan creer que no tiene término medio. A ver si en su caso ha encontrado el virtuoso equilibrio aristotélico entre los dos extremos.
Ieau, las consecuencias del equilibrio no son muy deseables. Ya sea por demasiado atrevido, ya sea por demasiado apocado, el caso es que el proyecto que me gustaba se queda sin hacer.
Donde haya pragmatismo razonable que se quite el idealismo que, a mi juicio, no es otra cosa que la manifestación de la arrogancia y el narcisismo de los supuestos idealistas.
Dicho esto, el segundo grupo se pasó un poco con su amor de lo prosaico.
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