viernes, 1 de febrero de 2013

Bélgica como unidad de destino (y III)

Hace bastante tiempo de esta serie. Y es que el tiempo pasa volando. En todo caso, las otras dos entradas de esta serie están aquí y aquí.

Cuando llegó la paz, Bélgica perdió su razón de ser. En 1830, su existencia era útil para todo el mundo. Para las potencias europeas, era un estado tapón para evitar las ambiciones territoriales francesas. Y las ambiciones territoriales francesas existían y estaban muy cercanas: del final de las guerras napoleónicas hacía sólo quince años, y Waterloo está a poquísimos kilómetros al sur de Bruselas. Por cierto, Waterloo no se pronuncia "Guaterlú", aunque fuera Wellington el que ganara la batalla. La guerra franco-prusiana de 1870 fue la demostración de que Francia seguía con sus ambiciones territoriales, aunque después del rapapolvo que se llevaron ya han estado desde entonces más bien a la defensiva.

Si a las potencias europeas y a Inglaterra les venía bien un estado tapón, a Francia le encantó la revolución belga de 1830, que además coincidió con la suya propia, que echó del trono a Carlos X, el último rey legítimo que ha reinado en Francia, y le dio la corona, si es que se puede llamar así, a Luis Felipe, rey de los franceses, que no de Francia, al igual que Leopoldo I (y todos sus sucesores hasta hoy) son, como ya hemos visto, reyes de los belgas, que no de Bélgica. La soberanía popular, que hacía estragos.

El caso es que Francia, en lugar del pedazo de Reino de los Países Bajos, se encontraba con un Reino belga bastante diminuto, que, como tapón, no parecía muy efectivo (el Kaiser Guillermo y Adolfo demostraron que no, que era bien poco efectivo), donde la lengua oficial era el francés, cuyas leyes eran las mismas (Bélgica adoptó, directamente, el Código Civil francés de 1804) y que podía considerar como su patio trasero. Cuando Guillermo I de Holanda intentó recuperar Bélgica, Luis Felipe envió tropas enseguida, que convencieron al rey holandés de volver a su reino antes de que le llovieran capones.

Todo el mundo estaba contento con la existencia de Bélgica, ese país simpático, diminuto e inofensivo. Bueno, a los habitantes del Congo no les preguntaron, así que no sabemos si estaban contentos o no. En Bélgica sostenían que sí, que lo estaban.

Pero claro, esto funciona en tiempo de guerra real o potencial. Cuando terminó la última, se creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y luego las otras dos comunidades, se vio claro que los problemas bélicos posibles no iban a tener Bélgica como teatro de operaciones. La peña critica mucho, y con mucha sorna, a la Unión Europea y su flamante Premio Nobel de la Paz, pero también lo tienen gente como Obama, que yo no sé qué guerras ha evitado, o Yasser Arafat, que no diría yo que no le quisiera mal a nadie. Al lado de ése y otros ejemplos, la Unión Europea ha sido un exitazo de paz. Y ahí la existencia de Bélgica como que da un poco lo mismo.

En la última entrada de esta serie, Juano decía que un católico sólo podía ser liberal. Claro, yo, que me tengo por católico, pero no por liberal, no puedo estar de acuerdo con él. Bélgica, como país a lo bruto, tampoco es un buen ejemplo para demostrar lo contrario. Además de su cualidad de estado tapón, Bélgica era un país católico, opuesto a ese rey protestante, Guillermo I, y a sus súbditos mayoritariamente tan protestantes como su rey.

La condición de estado tapón era un factor externo; el único factor interno que unía a los belgas era el hecho de ser católicos. Entonces llegaron los años sesenta y setenta, la teología de la liberación, el cachondeo litúrgico, el no saber a qué estábamos jugando, un par de primados tirando a primos, y la caída en picado de la práctica religiosa. Decir que hoy día Bélgica es un país católico, cuando se calcula que va a misa uno de cada veinte, es por lo menos un poco optimista. Y, si ya no les une ni la religión, ni nada, no es extraño que les salgan nacionalistas con ganas de bulla.

Y sí, en España ha pasado algo parecido. De hecho, España se ha pasado la mitad larga de su historia peleando contra los herejotes, los de fuera y los de dentro. Hace unas cuantas entradas, tres meses ha, escribí este párrafo:

Los bolcheviques cometieron muchísimas torpezas en sus primeros meses en el poder, pero hay que reconocer que hicieron una cosa a la perfección: dieron un nuevo sentido a la existencia de Rusia. Cuando uno compara con lo que hicieron los revolucionarios españoles en 1833, o en 1868, o en 1931 (y, por qué no, en 1977), uno percibe el fracaso en dar una misión alternativa a la que siempre había tenido la España tradicional... y eso llevó al fracaso de los sucesivos regímenes políticos, incluido el actual (un saludo al señor Mas, que hoy está por aquí fent pais... i desfent pais). Los bolcheviques, en cambio, tuvieron éxito en sustituir una visión de Rusia como guardiana de las esencias de la religión ortodoxa y de la raza eslava, para reemplazarla por una visión de Rusia como vanguardia del movimiento obrero internacional contra el capitalismo. Por eso Rusia, incluso hoy, resulta tan simpática a los izquierdistas de todo el mundo, mientras que España sigue despertando las antipatías del mundo protestante anglosajón porque su imagen de defensora de la fe católica, que lo fue durante muchísimos años, no la han conseguido borrar todos los años de revolución y autoodio que llevamos padecidos en los últimos dos siglos.

A Bélgica no le ha ido mejor últimamente, y se diría que resiste por inercia, o porque romper países es muy cansado y total, tampoco estorba gran cosa. La cuestión es si en España, en Bélgica, o donde sea, esta situación es reversible y cabe la posibilidad de que a alguien se le ocurra dar un sentido a la continuidad del país.

En Rusia, por cierto, están también en ello. Y eso me trae a la memoria un artículo de prensa que me pasó Alfina (que sigue por allí) el otro día y que trata precisamente de ello. Pero eso será en otra entrada, porque se está haciendo tarde.

3 comentarios:

Óscar Aransay dijo...

Hola Alfor:

Se agradece que sigas trasnochando para contarnos cosas. Y, por suerte, parece que Bélgica da más de sí de lo que esperabas antes de la mudanza. Gracias por contarnos cómo ves las cosas

Óscar

Alfor dijo...

Óscar, ya le voy cogiendo el tranquillo a Bélgica, ya. Pero Rusia sigue siendo más interesante y, como acabo de llegar de allí, creo que dentro de poco viene una serie laaaarga sobre este mismo tema, los países y su destino, pero referido a Rusia.

maybe kandalaksha dijo...

Mira que le tengo cariño a Bélgica. Mi padre fué acogido como niño de la guerra en Bruselas y eso se agradece siempre. Pero Rusia me interesa más, sea por mi hija rusa o mis niñas acogidas rusas o por lo que sea. De modo que yo siempre agradecido si vuelves a retomarla como objeto de tus entradas.