miércoles, 4 de abril de 2012

El restaurante (III)

Mientras la camarera se gira y se retira, y como no hay nada sobre la mesa, uno puede recostarse sobre el sillón y sacar ventaja de que el restaurante es una mezcla de comedor y de sala de estar, mientras la conversación versa sobre todo lo divino y lo humano.

Primero llega la bebida. No, no era vino, sino agua, y realmente era Cabreiroa. Toma ya. La conversación continúa, cambiando de asunto y de idioma constantemente.

Hasta que llega la fideuà. Hay que reconocer que está bien lograda, y más teniendo en cuenta que estamos bastante lejos de Gandía. No sé de dónde habrán sacado el fideo, pero les quedó exactamente lo duro que debe estar; los tropezones eran los que debían de ser, y en general la experiencia fue la que se espera del que pasaba por ser el mejor restaurante español del país.

Pasaba, sí. Lo del asalto armado mencionado en la primera entrada de esta serie ha debido ser el canto del cisne de un restaurante que, según se oía por ahí, tenía decidido cambiar de estilo desde hacía algún tiempo. Y es que lo español, cuando se trata de papeo, no vende en Rusia. España está llena de turistas rusos, a los que les gusta tanto estar por allí que incluso muchos están comprándose los pisos que nosotros estamos dejando vacíos; otros se van allá sólo por ver un partido de fútbol. Sin embargo, vuelven a Moscú y la cocina española la dejan de lado.

Por alguna misteriosa razón, eso no pasa con los restaurantes italianos, que están en cada esquina; ni con los japoneses, que no tengo ni idea de por qué están de moda en Moscú, pero también hay un número notable de ellos. Y aquí podemos ver otra interesante diferencia entre España y Rusia: en España, los restaurantes japoneses son escasísimos y los pocos que hay son para carteras muy gruesas, mientras que los restaurantes chinos abundan y sus clientes somos los españoles de pocos posibles y apetito abundante.

En Rusia, es exactamente al revés. Los restaurantes chinos son pocos y caros (sí, sí, los restaurantes chinos pueden ser muy caros), mientras que los japoneses, que no son baratos, están por todos los sitios.

Pero los españoles no. Los restaurantes españoles en Rusia están condenados a ser la madriguera de una minoría exótica. En Alemania, a fuerza de emigrantes, hay una clientela contrastada; en Rusia, los españoles somos pocos y no damos el perfil del emigrante a Alemania: en plata, no somos de clase baja.

Por eso, el que quiera abrir un restaurante español contando con la colonia española de Moscú está condenado al fracaso. En primer lugar, porque no va a encontrar fácilmente un cocinero español que se vaya a encargar de la cocina; quizá ahora, con cinco millones de parados, pero de mala gana y con ganas inmediatas de salir de Rusia. En segundo lugar, porque en España no hay una cocina, sino por lo menos cincuenta, y el único plato que supera fronteras provinciales y autonómicas es la tortilla de patatas, que no hay ruso al que le salga ni medio bien, con lo que los pinchos salen resecos y sosos. En tercer lugar, porque los españoles, para que nos den platos españoles mal ejecutados, nos vamos a cenar a otro sitio en donde no nos entre nostalgia por el arroz al horno de nuestra madre.

Además, para que haya ambiente español en un restaurante español, debes tener camareros españoles, y eso sí que no hay. Los hispanoamericanos son sucedáneos de segunda clase, cosa que se ve ahora que tanto abundan en los restaurantes españoles de España; no digo que sean peores, es que son otra cosa. Por ejemplo, cuando los quieres llamar:

- ¡Jefe!

Pasando.

- ¡Camarero!

Pasando. Ampliamente. Decides llamarlo en su idioma.

- ¡Mesero!

Que si quieres arroz. Al final te atiende, y dice que ahorita viene. Ahorita puede ser media hora después.

Si lo que pones es una camarera rusa, el ambiente se destruye completamente. Una camarera rusa es un ser prepotente y orgulloso, que sirve para adornar en muchos casos, pero no para servir, que es de lo que se trata.

En estos pensamientos, llega uno al fondo del plato. En España, te lo dejan terminar tranquilamente, y puedes quedarte un buen rato con él en la mesa.

Aquí, no.

Aquí, no bien percibe la camarera que estás cerca de terminar, no te quita ojo. En cuanto te llevas la última cucharada a la boca, se acerca velozmente a la mesa y se te lleva el plato; algunas veces tienes que perseguirla para dejar la cuchara, que todavía no te había dado tiempo a devolver al plato y que llevabas en la mano, como si fueras a gorronear paella. Diríase que andan escasos de vajilla y que tienen que irla fregando constantemente.

Y luego está la música. Alguien debería decirles que en los restaurantes españoles no hay música; como mucho, un hilo musical de fondo apenas perceptible. Aquí se confunde lo español con la música en español, que no es lo mismo ni mucho menos, y te meten unas serenatas de músicas latinas, reguetones y cacofonías varias que te animan a pedir la cuenta y salir corriendo. O a salir corriendo directamente.

¿Por qué te ponen esas cosas? Porque los rusos bailan entre plato y plato. Cada vez menos, pero la costumbre es salir a bailar entre plato y plato. En cambio, la música española actual, o es Julio Iglesias o es pop poco bailable, y en todo caso desconocido, por lo que el ignorante que pone la música decide meter ritmos americanos.

Y así está el patio. Ahora tocará hacer una pausa en la serie, porque se acerca el ayuno y la abstinencia y, en esas circunstancias, seguir hablando sobre comida y restaurantes no es muy consecuente.

Cuando llegue la Pascua, ya le echaré un ojo a la carta de postres del Doce Uvas.

4 comentarios:

javier dijo...

Este tipo de camareros/ras los sufrí los primeros años de la Rusia postsoviética y la manera que te antendieran mejor era adelantándole la propina y haciéndote cliente suya. Le abro de una época en que, para empezar, los platos tardaban un cojonal de tiempo al llegar. Me imaginé que ahora el incentivo monetario sería una manera de cambiar de actitud. Pero no. ¿La hostelería, entonces, es de los trabajos peor mirados en Rusia?

Alfor dijo...

Javier, la hostelería, y los servicios en general, son un mundo por mejorar. Lo de adelantar la propina parece una buena idea, pero me resisto a aplicarla, supongo que por tozudez occidental. Sin embargo, parece que funciona incluso en España, donde a mí ni se me pasaría por la cabeza ir con pasta por delante, pero más de un ruso lo hace... y le va estupendamente.

Camila dijo...

No creo que no haya ninguna razón por la cual en Rusia siguen habiendo restaurantes italianos y no de otros países. Es ahí donde los mozos te atienden muy bien. Tienen la calidez del mediterraneo pero están bien adaptados a los países eslavos, tienen el respeto y la cautela que exigen. Creo que es una muy buena combinación para tener en un mozo. Dicen que los llevan ahí por seis meses para que hagan una experiencia en un país extranjero con cultura diferente y luego vuelven ya para ser jefes de servicio. Me parece una buena idea de los italianos!

Patos y Conejos dijo...

La verdad es que lo de los bares y restaurantes es para matarlos. Me ofende que me obliguen a dejar la chaqueta y que me repitan lo que he pedido.