miércoles, 17 de septiembre de 2008

En casa del herrero

Eduard y yo nos encontramos en la sala central del metro.

- Alfor -dijo al verme llegar, al mismo tiempo que él- tú y yo somos puntuales como espías.

Sonreí.

- ¿Vamos?

Salimos del metro y tomamos el camino de la fábrica de bombillas. Eduard me había estado insistiendo varias semanas en que quería llevarme a ver una fábrica de unos conocidos suyos, a quienes estaba ayudando a promocionarse. Yo había logrado escabullirme durante algún tiempo, pero llegó un momento en que ya no era posible y cedí. Y allí estaba.

Tras un breve paseo, en el que no sé bien si Eduard tenía dificultades para seguirme, o era yo quien tenía problemas para retardar mi paso, llegamos a la puerta de la fábrica, en una zona industrial prácticamente en el centro de Moscú. El acceso, al menos, no fue tan complicado como en otras ocasiones: en lugar de propusk, fue suficiente con llamar por un teléfono interno, situado junto a una de las distintas puertas de acceso. Eduard pidió hablar con su contacto, que era el director, y luego sólo tuvimos que esperar diez minutos, atravesar la primera puerta, regañar con el guarda (que estaba aburridísimo y se puso muy contento cuando nos vio y pudo incordiar a alguien), pasar por otra puerta, recorrer unos cuantos pasillos, franquear otra puerta, subir por un ascensor, avanzar por distintos vericuetos y, finalmente, ya salieron a recibirnos. La verdad es que fue más fácil que de costumbre.

- La fábrica -me dijo Eduard durante la espera de los diez minutos- la trasladaron a las afueras de Moscú. Aquí tienen las oficinas.
- Ya.
- Hacen unas bombillas y unas linternas estupendas. Alfor, es un ahorro tremendo ¡Y una seguridad! Todos los cuerpos de seguridad, del Ministerio de Situaciones de Emergencia, los mineros, los de la KGB... todos llevan sus bombillas. Son especiales.

El ascensor era una caja de madera con una panel de botones austero a más no poder. En el techo había un panel de luz birrioso, al trasluz de cuya bombilla se podían distinguir algunas moscas muertas.

- ¡Cuántos ascensores hay que alumbrar! ¿Eh, Alfor?
- ¿Y estas bombillas son las que vamos a ver? - pregunté, y creo que no pude disimular un rictus de desagrado.
- Noooo, Alfor, claro que no.

Los pasillos que íbamos atravesando eran una sucesión de pasadizos lúgubres, apenas iluminados por ocasionales tubos de neón, la mitad de los cuales chispeaban en un intento agónico de prolongar su vida útil. Yo callaba, y Eduard seguía ponderando las bondades de la empresa que íbamos a ver y de las lámparas que esperábamos admirar.

El protocolo de visitas a empresas en Rusia es casi siempre muy parecido. En primer lugar, se producen las presentaciones, y tras ellas un breve discurso de cada uno de los asistentes. A los rusos les encanta hablar. Aunque a muchos extranjeros pueda parecerles que no es así, en realidad ello sucede porque, cuando no hablan en ruso, no se sienten seguros del todo; en su idioma, en cambio, están en su ambiente y cualquier conversación entre conocidos puede convertirse en un acto pomposo con discursos dignos de Demóstenes o Cicerón.

Tras las presentaciones, fuimos a ver la producción, en lo que puede denominarse parte de trabajo. En este caso, el director quiso que viera bien lo que alumbraban sus bombillas y las lámparas que hacían con ellas.

- Y esta lámpara está hecha con una bombilla especial, que sólo consume cuatro vatios, pero alumbra como una de sesenta, e incluso de setenta y cinco. Mire, mire...

La encendió y me la enfocó a los ojos, que ya no vieron claro en toda la mañana. Doy fe de que la bombilla, por lo menos, alumbraba como las de setenta y cinco vatios.

Luego salimos al pasillo, donde los técnicos de la empresa habían instalado una regleta con distintos portalámparas.


- Vasia, apaga la luz, que vamos a ensseñar las bombillas.

La luz, o algo así, eran los tubos de neón famélicos y moribundos que habíamos visto antes. Vasia los apagó, aunque la verdad es que tampoco se notó demasiado. El director se puso a maniobrar con la regleta y a encender y a apagar bombillas. Funcionaban bien, y todos se hacían lenguas de lo poco que gastaban, pero al final las apagaron y volvieron a encender los tubos parpadeantes. Yo pensé que, si sus estupendas bombillas gastaban tan poco y duraban tanto, también podían dejarlas encendidas, pero por algún motivo que se me escapaba, aquel razonamiento no entraba en los planes del personal de la fábrica de bombillas.

Después de ver luminarias a porrillo, volvimos al despacho del director y ahí ya estaba preparada la siguiente parte del protocolo de recepción de visitas: el papeo y la priva. Los rusos (excepto los funcionarios, que son otra cosa) son muy hospitalarios y agasajan muy bien a las visitas, dándoles de comer... y de beber. Encima de la mesa, además de rebanadas de pan, queso, algo de embutido y galletas, había una botella de coñac francés. El protocolo incluye brindis a gogó, como ya vimos en otra ocasión.

Luego viene la fase de amistad eterna y de intercambio de regalos. Bueno, en este caso lo cierto es que los regalos sólo fueron de su parte a la mía, así que salí de allí con una estupenda linterna de minero, de ésas que se acoplan a la frente, que espero que me sirva en alguna acampada nocturna o en las excursiones ciclistas cuando todos los gatos son pardos. Y ya nos despedimos y Eduard y yo nos dirigimos al metro de vuelta.

- ¿Has visto qué maravilla? ¡Todos los equipos de seguridad y de rescate rusos llevan lámparas de éstas! - Eduard no paraba.
- Eduard.
- ¿Sí?
- Y, si estos tíos hacen unas bombillas tan estupendas, y realmente lo parecen, ¿por qué narices tienen esa cochambre de alumbrado y de instalación en sus oficinas?

Eduard se rio.

- Es verdad, es verdad... ya sabes, у запожника нет запог! (literalmente "El zapatero no tiene botas", que en castellano es "En casa del herrero, cuchillo de palo"). La próxima vez que los vea se lo diré.

* * *

- Señor von Buchweizen.
- ¿Sí?
- Le llama Eduard Robertovich, le paso la llamada.
- Eduard, ¿cómo estás?
- Alfor, querido, ¿has visto el accidente del avión de ayer?
- Sí, qué desastre. Han muerto todos.
- ¿Pero lo viste por la televisión?
- Bueno, ví el reportaje, sí.
- ¿Y no te fijaste?
- ¿En qué?
- Alfor, ¡por favor! ¿Cómo no te diste cuenta? ¡Todos los miembros de los equipos de rescate llevaban las linternas fabricadas por la fábrica que visitamos! ¡Son maravillosas!

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo digo en serio, usted debería dedicarse a escribir. Tiene un don para la literatura costumbrista, para la descripción de aquello que nos hace comunes. Pienseselo.
Por lo demás me encanta su blog, que -por cierto- actualiza muy frecunetemente. Gracias por todo ello.
Joan.

Esther Hhhh dijo...

Madre del Amor Hermoso, Alf. El tal Eduard está obsesionado con las bombillas, ¿cómo puede fijarse en el detalle de que los equipos de rescate llevan las dichosas bombillas, en un pedazo accidente como ese? Por cierto, no me había enterado de nada, no sé si es que veo poco las noticias (que también) o que aquí en España sólo les importan los accidentes cuando ocurren en lugares más cercanos...

Y sí, tienes razón, podrían los de la empresa de bombillas arreglar un poco la instalación y cambiar las dichosas luminarias, porque, francamente, no dan muy buena imagen de ellos mismos...

Besitossssssss

César dijo...

Молодец!

Achab dijo...

Se implica, el hombre, se implica...

Anónimo dijo...

Pues bombillas, no sé, pero lo que son linternas... la verdad es que te quedaste con la mitad en una mano mientras la otra quedaba colgando por los cables...

Aaaahhh ahora entiendo, que lo suyo no es el montaje sino... LAS BOMBILLAS!

Alfor dijo...

Joan, bienvenido y gracias por sus palabras. Lo malo es para la literatura supongo que hay que tener imaginación, pero casi todo lo que se cuenta aquí son sucesos reales.

Se intentará seguir actualizando... :)

Esther, seguro que el accidente salió en las noticias españolas, pero obviamente mucho menos que el de Barajas, que nos pilla de lleno.

Cesar, благодарю!

Achab, pues no vea cuando a Eduard le dé por promocionar la fábrica de piensos naturales. Miedo me da.

Alfina, ciertamente, hay prototipos susceptibles de mejora... ciertamente que sí. Es verdad que ésa de los cables es otra historia que también se las trae. Pero lo suyo de verdad son las bombillas.