Esta bitácora comenzó en Rusia en mayo de 2006, permaneció allí hasta diciembre de 2012, y desde entonces lleva penando por Bélgica. Igual que ella, hay otros españoles que han hecho un recorrido similar, y voy a dedicarme a recordar a alguno de ellos.
El primero es Juan Van Halen, un tipo bastante revoltoso de la primera mitad del siglo XIX. Ha salido mencionado un par de veces por aquí, y seguramente es hora de tratar de él de manera un poco más pormenorizada. Con ese apellido, es fácil pensar que muy español no sería y, en efecto, descendía de un antepasado flamenco, pero su familia llevaba bastante tiempo en España.
Cuando pasó lo del 2 de mayo, capituló y se hizo afrancesado e incluso participó en las guerras napoleónicas, en el ejército francés, aunque no en España,. Derrotado Napoleón, lo normal es que hubiera ahuecado el ala y se hubiera exiliado en Francia, como todo afrancesado que se precie, pero nuestro hombre debió mover hilos excepcionalmente bien, porque no sólo terminó congraciado con el bando patriota español, sino que le reconocieron el grado militar e incluso recibió un ascenso. Para ser liberal hasta la médula, y masón hasta el tuétano, en plano sexenio absolutista, no está nada mal.
Sin embargo, como la cabra tira al monte, y nuestro hombre era muy cabra, se lio en alguno de los pronunciamientos liberales que el gobierno deshacía en aquellos tiempos de forma poco menos que rutinaria y, tras fugarse de la prisión donde le habían recluido, y donde parece que la vigilancia era mejorable, o que más bien había órdenes de hacer la vista gorda y de dejarle irse, acabo exiliado en 1818 en San Petersburgo, en la corte de Alejandro I, que es dudoso que se pueda considerar un tipo muy liberal, pero que tenía entre sus consejeros más próximos a otro español, Agustín de Betancur, que debió interceder por Juan Van Halen para que le diese un destino adecuado. Lo mandó al Cáucaso a pegarse con el turco.
Hasta ahí, bien, pero como la cabra seguía tirando al monte, y es que hay gente que no aprende ni quiere aprender, volvió a meterse en líos, conspiraciones liberales y logias masónicas diversas en San Petersburgo, así que el zar resolvió que ni Betancur ni leches, y puso a Van Halen de patitas en la frontera con el imperio austríaco (no, aún no era austro-húngaro, todo llegaría). Entretanto, resultó que en España un tipo bastante traicionero, de nombre Rafael del Riego, en lugar de irse a América a someter a los liberales de allí y reducir aquellos virreinatos a la obediencia, utilizó las tropas a su mando para montar un pollo y hacer caer el absolutismo, al menos de momento, y Van Halen aprovechó y volvió al ejército español, ahora liberal.
Duró poco. Cuando los franceses entraron en España en 1823 no las tenían todas consigo, pero, en lugar de una resistencia a muerte, como en 1808, lo que encontraron fue un ejército realista español de cincuenta mil hombres que se les unió con mucho gusto en la tarea de reinstaurar al Rey en la plenitud de sus derechos. Van Halen, viendo que igual era tentar demasiado a la suerte quedarse por España, se fue por patas hacia América, donde no le fue muy bien, así que en 1830 lo encontramos en el Reino de los Países Bajos, una especie de Benelux del siglo XIX que unía lo que hoy son Bélgica, los Países Bajos propiamente dichos y Luxemburgo bajo la autoridad de la casa de Orange. Un invento del Congreso de Viena, vamos.
Por alguna razón, los belgas lo consideran belgo-español, supongo que por tener un antepasado flamenco que, por una feliz casualidad, es por línea paterna y le ha dejado su apellido, aunque llevaran siglos siendo españoles. Supongo que de flamenco no hablaba ni jota (como cualquier bruselense de hoy en día, vamos), pero que el francés lo debía dominar a la perfección, pues no en vano había estado varios años en el ejército francés. El caso es que se monta una trifulca en Bélgica, o mejor dicho en los Países Bajos meridionales, y los mandamases de la revolución-trifulca se dan cuenta de que disponen de pasta, ya que no en vano se trata de regiones ricas, pero andan fatal de cuadros con experiencia militar. Y ahí aparece Van Halen. Les cuesta poquísimo darle el mando del ejército miliciano, y a él le cuesta aún menos aceptarlo.
La campaña es un éxito, en buena medida porque enfrente tiene a un ejército cuya oficialidad es del norte, pero cuya soldadesca es más bien del sur, mucho más poblado que el norte, y no tiene el menor ardor guerrero. Van Halen sale victorioso de la campaña, escribe un libro con más anexos que relato, es encarcelado por si le da por pensar en un golpe de Estado, es rápidamente rehabilitado, y no tarda mucho en darse cuenta de que allí no se le ha perdido nada más, que en Bruselas llueve mucho y que, oye, igual por España hace falta.
Y, efectivamente, vuelve a España, donde, por aquellas fechas, Fernando VII ya no es lo que era y ha dejado de perseguir liberales. Se reincorpora al ejército, igual que su hermano Antonio, para confusión de muchos historiadores que tienen problemas en distinguirlos, y los dos participan en la siguiente guerra, que enfrenta a los liberales españoles, ahora llamados cristinos o isabelinos, o simplemente guiris, con los realistas, ahora llamados carlistas, o simplemente carcas. Brillar, brillar, no es que brillaran mucho. De hecho, a Antonio Van Halen le hicieron jefe del ejército del Centro, y Cabrera le fue dando de bofetadas todo el tiempo, salvo en la última campaña, la de 1840, en que las fuerzas eran demasiado desiguales.
El resto de su vida lo pasó Juan Van Halen sin meterse en demasiados líos. Ya sólo salió una vez al exilio, lo que en su caso hay que considerarlo un mérito importante, y falleció más o menos tranquilamente en España. Sus descendientes masculinos siguen llamándose Juan Van Halen hasta hoy mismo, y el actual representante de la dinastía es un político del PP (además de literato, vale, seguramente su perfil político no es el más importante) que se hizo famoso hace unos años por utilizar un par de latinajos en un discurso en el que criticaba a la entonces Ministra de Cultura, y hoy vicepresidenta del Gobierno, en que quedó muy claro que no es necesario ser mínimamente culto para que te hagan ministra de Cultura. Al menos, en España.
Ya hemos encontrado, pues, un español que pasó por Rusia y luego por Bélgica, como esta misma bitácora, para terminar en España (eso no lo sabemos todavía, en el caso de esta bitácora). Por lo demás, está bitácora, ni su autor, son de tendencia masónica o liberal, pero eso es otro asunto.
Escudriñando, será cosa de intentar buscar a otro español que haya realizado el mismo periplo, pero la verdad es que parece difícil. A ver si rascando un poco por ahí encontramos algo, pero eso será otro día, porque hoy se hace tarde.
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