sábado, 2 de septiembre de 2017

El almohade

He de reconocer que el final de la última entrada, que he releído bastante después de escribirla, era por lo menos inquietante.

Sin embargo, la aseveración del final, que Solzhenitzyn pone en boca de uno de los personajes de su novela, es una verdad como un templo. Al cáncer le gustan las personas.

Desde la última entrada, ha pasado algún tiempo. He de reconocer que se me pasó por la cabeza dejar la bitácora en el estado en que ha quedado durante agosto, con esa frase lapidaria y definitiva que lo hubiera cerrado, y que quedara a la imaginación del lector que apareciera por aquí elucubrar sobre el destino final del autor de las líneas.

Pero, entretanto, ha pasado el mes de agosto, que ha sido de aúpa. Por primera vez en muchísimos años, he estado un mes entero fuera del trabajo, primero en el extranjero remoto, luego un par de días en un hospital (incluyendo un rato sobre una mesa de operaciones), y luego unos cuantos días de convalecencia con ciertas dificultades para usar el brazo izquierdo, que además es el bueno. Las dificultades continúan, eso sí, pero son cada día más fáciles de sobrellevar.

Por si fuera poco, los sarracenos no se limitan a atentar en Bruselas, que ya es algo que debe darse por descontado, sino que ahora vuelven a la carga en España, lo cual me lleva a ciertas reflexiones sobre cómo reacciona el personal allí y aquí cuando no se sabe de dónde vienen los tiros, pero sí que los tiros vendrán indefectiblemente.

Los días de convalecencia, en mi querida Valencia, la millor terreta del món, los podía haber pasado bastante aburrido. Los médicos no me dejaban hacer deporte, que es mi ocupación habitual cuando estoy por allí, ni siquiera montar en bicicleta, que es mi medio de transporte preferido. Lo único que me dejaban hacer era caminar, y a eso me he dedicado básicamente, lo cual me ha permitido recorrer partes de Valencia que hacía tiempo que no pisaba y, como complemento, echar un ojo a la historia del Reino de Valencia y, en particular, de sus orígenes, siempre tan ilustrativos y que nos enseñan cosas aplicables a esta actualidad que padecemos.

Uno de mis paseos me ha llevado por los alrededores de la plaza de la Virgen (siempre es bueno, y más tras haber pasado un episodio delicado, visitar a la Geperudeta y darle las gracias), donde se encuentra el Convento de la Puridad, un lugar que contiene los restos de un personaje fundamental en los orígenes del Reino de Valencia, y con una historia personal especialmente interesante.

La ortografía de su nombre es variada como pocas. Si atendemos al callejero de Valencia, pues tiene dedicada una calle cerca de la Bolsería, se trata del Moro Zeid. Hay quien prefiere Zayd Abu Zayd, que debe ser la versión más arabizada pronunciable en castellano, y yo aquí me voy a limitar a escribir su nombre como Abuceit, que es la castellanización más tradicional.

Abuceit no era un tipo cualquiera, no. Abuceit era bisnieto del primer califa almohade, que era en el siglo XII el equivalente más exacto del ISIS del siglo XXI. Esos tipos no se andaban con chiquitas con la tolerancia religiosa y esas zarandajas. Su guerra santa les llevó a quitarse de en medio a los almorávides, que ya de por sí abogaban por una interpretación rigorista del Islam, y a dar mandobles por todo Al Ándalus. Fueron de victoria en victoria hasta las Navas de Tolosa, en que su ejército quedó deshecho, y su califa, el Miramamolín, que era tío de Abuceit, tuvo que volverse a Rabat con el rabo entre las piernas.

Abuceit, pues, era el gobernador almohade de Valencia en la segunda década del siglo XIII. No era un sitio tranquilo para gobernar, pero ahí estaba él. Por el norte, tenía como vecino a un rey jovencito que tenía bastantes problemas para imponerse a los nobles de su reino, así que, de momento, por ahí no tenía mucho que temer. En efecto, Jaime I, que tal era el rey jovencito, era por entonces un quinceañero con serios problemas para hacer acatar su autoridad en sus estados. Luego, las cosas cambiarían, y Jaime I acabaría siendo conocido como 'el Conquistador' y reconocido como uno de los grandes reyes de las Españas, pero para eso tuvieron que pasar bastantes años.

Por el sur, los problemas eran más reales. El imperio almohade de la Península se estaba disolviendo y, en Murcia, Ibn Hud echó a los almohades y se hizo con el poder, en competencia con otro señor que se haría famoso más adelante, Mohamed Aben Alhamar, fundador del reino de Granada.

Además, Abuceit tiene serios problemas de legitimidad. Antes de los almohades, y no hacía tanto tiempo de eso, el rey de Valencia era el Rey Lobo, un personaje un tanto extraño, que vestía a la cristiana, siendo musulmán, que contrataba mercenarios cristianos (estaba forrado) para currar a los almohades, y cuyo apellido 'Mardanís', suena bastante a Martínez. Este rey fue finalmente expulsado por los almohades, pero dejó un buen recuerdo entre sus súbditos, sobre todo entre los murcianos, a los que elevó al mayor grado de prosperidad que hubieran tenido nunca. Y he aquí que un pariente suyo, Zayán, mira con codicia Valencia.

Por si no tenía suficientes quebraderos de cabeza, corriendo el año de la hégira de 623, o sea, el año del Señor de 1226, se presentan en Valencia dos tipos no se sabe si inconscientes, o directamente suicidas.

Pero de estos dos pipiolos tocará escribir en otra ocasión, porque ahora se va haciendo la hora de comer, y hay gusa. Y, para un convaleciente, esto es de la mayor importancia.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Inquietante es decir lo menos, veo que tenía buenos motivos para ponerse tan serio, pero..., ¿y la puerta de garaje?, ¿no pretenderá dejarla en el aire?.
Mis mejores deseos.

Óscar Aransay dijo...

Hola Alfor:

Me alegro de saber que se recupera. Nos tenía preocupados una ausencia así. Que todo siga bien. Gracias por volver

Óscar

Alfor dijo...

Unknown, bienvenido. La puerta de garaje no quedará en el aire, pero lo cierto es que estaban terminando los últimos flecos al mismo tiempo que se estaba escribiendo esta entrada. Y todavía estamos pendientes de algún detalle...

Óscar, gracias por su interés. Vamos a ver qué tal se da esta nueva etapa y si, efectivamente, todo se da bien.