miércoles, 10 de septiembre de 2008

Altruismo nuclear

Como hace un par de entradas estuve escribiendo sobre Tarkovsky, me han venido a la cabeza las sensaciones que tuve cuando vi la que probablemente es su película principal, "Stalker", que también se conoce como "La zona". Transcurre en una misteriosa zona deshabitada en la que suceden cosas inexplicables, a la que el acceso está limitado y para visitar la cual hay que contar con la ayuda de unos guías buscavidas ("stalker", en palabra tomada del inglés). Inmediatamente viene a la cabeza la zona de exclusión de la central nuclear de Chernobyl. Se diría que Tarkovsky se había inspirado en el accidente nuclear... si no fuera porque éste se produjo varios años después del rodaje de la película, lo que le da a la misma una dimensión incluso profética. Tarkovsky moriría en diciembre de 1986, cosa de medio año largo después del accidente.

Para los que estudiábamos ruso, el accidente fue un "shock" brutal. Bueno, supongo que lo fue para todos, pero los que estaban (o, hasta cierto punto, estábamos) relacionados con la Unión Soviética, que no paraban de alabar las excelencias del régimen, del país y de todo lo que oliera a soviético, se encontraron con un golpe bestial y especialmente humillante. La explosión del reactor, producto de una serie de fallos humanos y de que no era todo lo avanzado, sobre todo en materia de seguridad, que hubiera podido ser en su tiempo, ya fue desastrosa; sus efectos sólo pudieron paliarse a costa del sacrificio de muchísima gente que arriesgó su salud para apagar fuegos y para construir el inmenso sarcófago que recubre hoy el reactor. Con todo, el cabreo generalizado se produjo a causa de que el gobierno soviético se calló como una... como un gobierno soviético y no dijo prácticamente ni pío hasta varias semanas después del accidente, hasta el punto de que los suecos, cuando les llegó la radiación, se enteraron antes del accidente que los ciudadanos soviéticos.

Nueve años después del accidente, recién llegado a mi pueblo, y encontrándome en la piscina del mismo, me llamó la atención que un grupo de jóvenes que estaba también allí estaba conversando en ruso. Me acerqué a ellos, les abordé, también en ruso, y ellos se sorprendieron bastante de encontrar allí a alguien que hablase ruso también.
Preguntando por el pueblo, resultó que había una ONG (que no voy a nombrar) que había estado organizando un viaje de niños de las zonas afectadas por el accidente, para que pudieran pasar una temporada en zonas no radioactivas. Y, como en mi pueblo son más generosos que en ningún otro sitio, treinta familias habían dado un paso adelante y se habían ofrecido a alojar a otros tantos niños. Y allí estaban los niños, en la piscina del pueblo.

- ¿Cómo te llamas? (Как тебя зовут?) - le pregunté a uno, que parecía llevar la voz cantante.
- Volodya (Володя).
- ¿Y de dónde eres? (А откуда ты?)
- De Kíev (Я - из Киева).

Fruncí el ceño un poco. Recordaba perfectamente que Kíev, a algo más de cien kilómetros al sur de la central, no estaba entre las zonas afectadas por el accidente. "Quizá vivía en la zona afectada, y lo evacuaron a Kíev cuando se produjo el desastre", pensé.

- Vamos a nadar (Давай поплывём!) - me dijo.

El chaval tendría unos quince años. Yo no es que sea muy buen nadador, pero Volodya me sacó por lo menos media calle. "¿Este tío está enfermo?", pregunté para mí.

Luego salimos del agua, nos vestimos y nos reunimos con el resto de su grupo. Todos llevaban unas zapatillas de deporte último modelo, ropa deportiva de marca y, la verdad, estaban como toros y no parecían estar pasando mucha necesidad en su país, porque, en los tres días que llevaban en la Ribera del Júcar, no podían haber mejorado tanto. Vi que había un par de chavales del pueblo jugando al baloncesto en la canasta del polideportivo municipal y les ofrecí jugar un partidillo. Aceptaron encantados, y Volodya dijo que era del equipo juvenil de Kíev. Yo vi que estaban jugando el Manel, un tirador asesino, y el Sergio, un pívot puro músculo, y me dije que íbamos a ver lo que valía el equipo juvenil de Kíev.

Técnicamente, valía poco, pero físicamente, Volodya y un compinche suyo hicieron pasar las de Caín al Sergio. Yo jamás había visto que alguien pudiese mover al Sergio ni un centímetro, y Volodya, en un rebote, le metió el culo y el hombro y lo mandó a dos metros. No hubo tortas porque Sergio todavía no se había ido a trabajar a Sueca, porque, lo que es hoy, ya veríamos.

- ¿Pero estos no estaven malalts? (¿Pero éstos no estaban enfermos?) - dijo uno que nos estaba viendo.

Yo no quise decirles lo que estaba pensando. Que posiblemente a la ONG le habían dado gato por liebre y que, para poder hacerse cargo de algunos jóvenes que sí estarían enfermos, les habían colado a hijos de funcionarios locales de alto copete que tenían de enfermos lo mismo que de toreros, y de pobres lo mismo que de legionarios romanos. Que luego supe que lo primero que hicieron al aterrizar en España fue comprarse ropa y que no parecían reparar en gastos. Y que las familias de acogida de mi pueblo querían hacer una buena obra, pero que lo que estaban haciendo, lamentablemente, era el canelo, al menos en su inmensa mayoría.

- Escolta, Alfor (Oye, Alfor) - me dijo el Sergio, en plan de choteo - ¿I si mon anarem a Chernobyl un parell de mesos, a vore si mos posem aixina? (¿Y si nos fuéramos un par de meses a Chernobyl, a ver si nos ponemos así?)

2 comentarios:

Esther Hhhh dijo...

Hace poco hicieron un reportaje en la dos, creo recordar, sobre Chernobyl. Lo que contaron fue realmente escalofriante. Sobretodo lo del sarcófago. La gente que trabajó haciéndolo, están todos muertos a día de hoy. La mayor parte sufrieron enfermedades y dolores horribles antes de su muerte, por la radiación. Sacaron imágenes grabadas en el lugar donde preparaban a los "voluntarios" (no creo que realmente lo fueran) para entrar en el lugar de trabajo. Casi me entró la risa, irónica claro, porque la protección que llevaban era absurda. Unas máscaras, un traje de goma y guantes. Nada que ver con los equipos anti-radiación que llevan hoy en día los que se acercan a lugares con algo de radiactividad, y eso que esos lugares no tienen ni una milésima parte de lo que allí había. Trabajaban, me parece, tres o cinco minutos, algo así, muy poco tiempo, para exponerlos lo menos posible a la radiación.

Me gustó ver el reportaje y saber lo que realmente pasó, pero al mismo tiempo me dio una rabia terrible y unas ganas de llorar, pura impotencia, que ni te cuento. ¿Por qué no cerrarán las nucleares de una puñetera vez? Y lo peor es que ahora, relativamente cerca de aquí, en Tarragona, hay una central que está dando muchos problemas ya. Y no la cierran. Tremendo. Seguro que lo has leído en lo del Capi.

En cuanto a los adolescentes de buen ver y teóricamente enfermos, pues ya sabes, Alf, siempre pasa lo mismo. Se hacen planes con la mejor de las intenciones, pero siempre acaban en fracaso porque hay "trifásicos". Como bien dices, los funcionarios se sacaron por el morro unas vacaciones pagadas en España para sus hijos mientras los que realmente estaban enfermos, seguían sufriendo la radiactividad...

Besitos

Alfor dijo...

Esther, no la cierran porque, si lo hacen, seis millones de personas no van a poder encender la luz, salvo pagando barbaridades. Y con las demás nucleares, lo mismo.

El día que los ecologistas coñazo se den cuenta del precio al que se pondrá la electricidad sin energía nuclear, entonces al que le va a entrar la risa va a ser a mí.

Los liquidadores de Chernobyl eran efectivamente en gran medida voluntarios. Muchos siguen vivos (no murieron tantísimos), y yo incluso he visto a alguno, cuya salud ciertamente es mejorable, pero, lo que es respirar, respira.