sábado, 28 de junio de 2025

Antes de la media maratón

El día de la carrera coincidía, además, con el de mi retorno a Bruselas después de un fin de semana largo (y frenético) en Valencia. Nada imposible, pensé para mis adentros: a las nueve y media corro esa carrerita sin agotarme demasiado; en casa debería estar hacia las doce como muy tarde; como las sobras de la nevera, recojo el piso y ya volveré al final del verano; y luego tengo un bonito viaje con la aerolínea de mis sueños (sí, Ryanair) que me debe dejar a eso de medianoche en... Charleroi. Y de allí a casa y a la mañana siguiente a currar.

Bien mirado, igual era un plan tirando a optimista para comenzar el mes, pero uno es más joven (e inconsciente, añado ahora) de lo que dice el carné de identidad.

El domingo por la mañana me levanté ya con un pelín de calor, lo cual indicaba que la carrera podía ser más durilla de lo que pensaba. Desayuné un poco mosqueado y fui a reunirme con mis hermanos. El mayor de los dos, Kúkoch, con buen criterio (como luego se demostró), renunció a la media maratón y se apuntó a la carrera de diez kilómetros que salía un cuarto de hora antes. Porque, efectivamente, cuando nos tememos que vamos a llegar a treinta grados durante el día, un cuarto de hora puede ser la diferencia entre Mordor e ir tirando mal que bien.

Los otros dos nos habíamos apuntado a la media. Llegamos a Torrente sin muchos problemas, porque a las ocho de la mañana de un domingo en nuestro barrio la gente no se ha levantado todavía y lo más que se encuentra uno por la calle es a un sudamericano desorientado saliendo de su discoteca, como sorprendido de que ya fuera de día. Los demás, excepto la tropa que se había apuntado a las carreras, estaban guardando la cama, no se fuera a ir.

Aparcamos, recogimos el dorsal y la camiseta, que antes daban cuando cruzabas la meta y ahora te dan antes de salir. Es como hacerte ver que aún puedes arrepentirte, llevarte la camiseta si quieres (la inscripción ya la pagaste) y dejarte de carreras a treinta grados, so inconsciente. Luego nos pusimos a estirar y yo di una vuelta al estadio de atletismo donde estaban situadas la salida y la meta.

Hay que reconocer que lo del estadio de atletismo era chulo y que no es frecuente en las carreras populares que salgan de sitios como ése. El presentador, que ahora llaman speaker, estaba dando la vara diciendo lo que se le pasaba por la cabeza, pero supongo que es difícil animar cuando no hay mucho que se pueda decir. Pasamos por los servicios, después de una cola que yo no sé cómo nadie se meó encima y, en la pista, nos abordó el presentador a los tres, con su megáfono a toda mecha.

-  ¿De dónde venís?

- De Benicauntrí -dijo muy ufano Reyrata, que así vamos a llamar al hermano menor y que efectivamente reside la mayor parte del año en Benicauntrí. Los otros dos, que pisamos Benicauntrí mucho menos de lo que nos gustaría, no le contradijimos. Total, para qué.

- ¡Ací tenim tres corredors que han vingut des de Benicauntrí a participar en la mija marató! ¡Benvinguts! - aulló el presentador. Luego creyó llegado el momento de hacer una pausa, dejó puesta la música de "Carros de fuego" y nos abordó. Se dejó de postureo en valenciano y nos habló en castellano.

- Ah, pues en Benicauntrí he corrido varios años la San Silvestre, que está muy bien.

- ¿La de los avituallamientos con cassalla? -dije yo un poco zumbón, que también la he corrido un par de veces. Doy fe de que, en esa carrera, que es corta y donde en principio no haría falta poner avituallamientos, sí que los hay, pero no son de agua precisamente.

- ¿Ah, sí? - dijo el presentador -. A mí me gustó mucho.

Charlamos un poco más sobre la famosa San Silvestre de Benicauntrí, sus avituallamientos heterodoxos y el cachondeo que hay en general, y luego el presentador se puso a abordar a unas rubias que se habían acercado a la salida.

- ¿De dónde venís?

- Nosotrrras venirr de Inglaterrra.

- Güi haf ranners camin from Inglan! ¡Tenim corredores que venen d'Anglaterra! ¡Quin goig!

Aprovechando que el presentador tenía otras víctimas y que evidentemente se le caía la baba con ellas mucho más que con nosotros, nos escabullimos para terminar con nuestro calentamiento y estiramientos, que luego todo son lesiones.

Kúkoch se fue a la línea de salida, a hacer sus diez kilómetros. Salió de los últimos, con toda la pachorra del mundo y sin ninguna prisa. No hay que criticarlo, porque, después de todo, por tarde que llegara a la meta, se iba a tirar no menos de una hora antes de que llegáramos nosotros con la llave del coche, así que ¿para qué apresurarse?

- ¿Quieres un gel? -me dijo Reyrata-. He traído cuatro, porque me han caducado, pero me va a sobrar al menos uno.

- Bueno, vale -me encogí de hombros y acepté uno. Mi pantalón no tenía bolsillos, así que lo até al cordón de la cintura y lo metí por dentro.

Con perspectiva, creo que no debí aceptarlo. Aunque lo metí por dentro, no estaba fijo y me bailaba por el interior del pantalón. Y ese peso de una cosa bamboleando durante kilómetros y kilómetros, qué se le va a hacer, al final se nota. Además, ignoré un importante axioma que uno no debe olvidar en las carreras de fondo: nunca hay que hacer experimentos el día de la carrera. Es cierto que suelo llevar geles en los entrenamientos largos, pero también es cierto que no noto efecto alguno y que los tomo en parada, con calma, mientras que en este caso los iba a tomar en movimiento y a temperaturas que no suelo sufrir en mis entrenamientos.

Reyrata y yo nos pusimos a estirar y, tras poner a punto la musculatura del tren inferior, nos fuimos a la línea de salida. El presentador ya había dejado a las inglesas y estaba saludando a la concejala de Deportes del ayuntamiento local, que soltó una proclama y saludo a los participantes de la carrera, antes de irse a la grada. Eran casi las nueve y media y estábamos a cosa de veinticinco grados, así que la cosa se estaba poniendo bastante fea. Es más, daban ganas de dirigirse a la grada, cubierta y a la sombra, hacer el saludo romano y gritar algo así como Ave, aedil! Cursuri moriturique te salutant! Lo cual, efectivamente, significa ¡Salud, concejala, los que van a correr y morir te saludan! También significa que no tengo ni idea de cómo decir "concejala" en latín, porque "aedil" no me acaba de convencer, pero es lo más próximo que he encontrado. Para mí que en los municipios romanos no había concejalas, y mucho menos de deportes.

Sea como fuere, Reyrata y yo nos fuimos a la salida, dejamos a los cronópatas que se pusieran cerca de la línea y nosotros nos pusimos algo más atrás a esperar el petardazo de salida. Sí, en Valencia las salidas se dan con un petardo, no faltaría más.

Sonó finalmente el petardazo, Reyrata y yo nos pusimos en marcha y yo creo que ya se ha hecho un poco tarde hoy, así que voy a dejar esta entrada como está y ya paso en la siguiente a abordar qué es lo que les sucede a unos corredores populares no muy entrenados en una media maratón que se disputa a veinticinco grados, y subiendo.

Pero eso no será hoy, porque es tarde.

lunes, 23 de junio de 2025

Junio a la carrera

Junio no está siendo un mes difícil únicamente para el gobierno español, sino también para mucha más gente, entre los que circunstancialmente me encuentro. Normalmente mi vida es bastante sosegada y tranquila y no me muevo demasiado, muy a diferencia del frenesí que sucedía en Moscú, en que cada día sucedía una nueva aventura. Supongo que, con los años y la llegada de los achaques, el común de los mortales tiende al sosiego. A mí los achaques serios, gracias a Dios, no me han llegado todavía, pero las ganas de sosiego sí.

A despecho de las mismas, junio está siendo una sucesión de viajes y de todo tipo de martingalas, de muchas de las cuales no hay que culpar a nadie más que a mí mismo. Nadie me obligó a inscribirme el 1 de junio en una media maratón, sino que lo hice por voluntad propia. Sí, son veintiún kilómetros y forman parte de mi entrenamiento, pero no competía en ninguna desde nada menos que octubre de 2012, cosa de la que pronto hará trece años.

Aunque uno tiene ya una edad a la que no se encuentra mucha gente dispuesta a meterse esos veintiún kilómetros entre las piernas, yo pensaba que no me iba a costar demasiado bajar de dos horas. No es que yo sea una fiera atlética, ni mucho menos, porque mi mejor marca, precisamente en ese 2012, es de una hora y 44 minutos, que desde luego no es para tirar cohetes ni tampoco para presumir demasiado. Pero bajar de dos horas es algo que he hecho de vez en cuando en algún entrenamiento cuando las circunstancias han acompañado, es decir, perfil llano, buen tiempo, haber dormido bien y haber comido a su debido tiempo. Y, si lo hice en entrenamientos, pensé que con más motivo lo haría en competición, porque es bien sabido que en dichas circunstancias las marcas se mejoran bastante, aunque en sentido estricto uno termina por competir contra sí mismo, sin aspiración alguna de ganar nada de nada, pero acompañado de otros corredores populares entre los que se desarrolla un estímulo de mejora, también conocido como 'pique'.

Para la preparación no hice nada que no hiciera habitualmente para carreras de diez kilómetros, que son las que corro habitualmente. Por cierto que la carrera no iba a tener lugar en Bélgica, sino en los alrededores de Valencia. Competir en Bélgica nunca me ha apetecido mucho, en primer lugar, porque las carreras son incomprensiblemente caras y, por si fuera poco, porque también son incómodas; a despecho de su precio exorbitante, hay demasiados participantes. El día que vi a los participantes en los veinte kilómetros de Bruselas ir apelotonados en el kilómetro siete, pasando por el 'Bois de la Cambre', ya me di cuenta de que las carreras tan masivas no eran para mí y seguí entrenando a mis anchas por otra zona del mismo 'bois'.

En Valencia no es que corra menos gente. Probablemente sea al contrario. Lo que sí que sucede es que hay mucha más oferta. En un fin de semana cualquiera, hay varios pueblos que organizan su propia carrera, así que los corredores se van dividiendo entre las distintas posibilidades. En Bélgica, en cambio, los veinte kilómetros de Bruselas, o los diez de Uccle, que también existen, son acontecimientos únicos, quizá en todo el país, de modo que quienes tienen el gusanillo de correr desarrollado terminan por apelotonarse en la carrera que toca. Y así nos va, que los que se tocan son los corredores por pura falta de espacio entre uno y otro.

El caso es que, en esto, uno de mis hermanos me llamó la atención sobre una media que coincidía con una estancia mía en Valencia y que tenía lugar en una ciudad muy cercana al 'cap i casal' que, además, se ha hecho famosa en toda España por ser la cuna de una de las personas más famosas de todo el país, ya que últimamente sale a diario en la prensa y en la televisión por sus méritos adquiridos al servicio de España, sin que el hecho de que, según todos los indicios, se haya (presuntamente) embolsado algunas cantidades más allá de su salario, cantidades que puntualmente parece haber invertido en su solaz y en conocer gente más allá de su círculo íntimo, sean mácula alguna en la abnegación que ha mostrado a lo largo de toda su carrera.

Como se hace tarde, la entrada se alarga, y no es cuestión de entrar en detalles sobre este asunto que apenas queda esbozado, es hora de publicar lo que hay y dejar la continuación de este relato para la próxima entrega, que llegará, si Dios quiere, a no tardar.

domingo, 15 de junio de 2025

Reseñas sobre el aeropuerto de Charleroi

Tengo que agradecerle a Lluis que, después de leer la última y vitriólica entrada sobre el aeropuerto de Charleroi (y la madre que lo parió...), haya señalado las opiniones que tal lugar merecen a otros viajeros, y que, muy a diferencia de las páginas oficiales del aeropuerto o de la región, no sólo corroboran punto por punto lo relatado en dicha entrada, sino que alimentan la sospecha de que incluso me he quedado corto en mis quejas.

Para el aeropuerto, no sólo debería ser preocupante que la valoración de sus servicios sea bajísima, sino que esa valoración es tanto más baja cuanto más recientemente se ha producido. En cristiano, que van a peor, parece que inexorablemente.

Uno lee las opiniones de "trustpilot" y llega a la fastuosa nota de 1,2 sobre 5. Algunos opinadores lamentan que deban poner al menos una estrella y que no se pueda calificar con ninguna. De vez en cuando hay algún comentario elogioso, normalmente en francés y supongo que de algún viajero local herido en su orgullo valón, pero la práctica totalidad son enormemente críticos. Que si los baños de la zona de llegada son de pago (cosa que efectivamente es lo nunca visto y que debería ser directamente delictivo), que si el personal es antipático (no es extraño, habida cuenta de lo que tienen que soportar), que si los aparcamientos huelen a orín (efectivamente, hay quien no quiere pagar en los servicios y no se puede contener), por no hablar de lo absurdamente lejos que están. Uno los ve en el mapa y el P3 está razonablemente cerca, pero la administración del aeropuerto hace dar al peatón viajero un rodeo incomprensible por pura antipatía, ya que una rampa de nada te dejaba en la terminal. Sobre el P4, llamado con mucha sorna foot&fly, hay un viajero que se ha tomado la molestia de hacer cálculos y que considera que está a mitad de camino entre Charleroi y Tombuctú. Estoy por dar por bueno tal cálculo.

Cuando las reseñas son en italiano, con el gracejo propio de los transalpinos irritados, se centran, además de en repetir algunos de los aspectos anteriores, en lo condenadamente sucio que está todo, además de abarrotado hasta no poder más. De forma vehemente que no puedo sino compartir, el reseñador italiano sugiere no volver por allí nunca más y evitarlo más que las calderas de Pedro Botero.

También hay reseñas en neerlandés, muy probablemente de viajeros belgas del norte de la frontera lingüística, que no ahorran epítetos negativos hacia el aeropuerto, que algunos de ellos hacen extensivos a Valonia en general. En una generalización arriesgada que quizá comente otro día, el aeropuerto de Charleroi no es, en su opinión, sino una señal del decaimiento general de Valonia, esa región en decadencia inexorable que los socialistas han gobernado casi desde su constitución, con escasas excepciones, aunque una de esas excepciones, mira por dónde, es el momento presente.

Las reseñas en alemán son escasas, pero de enjundia. Un alemán es un señor pragmático que no hace nada que no vaya a tener repercusión práctica, así que, cuando escribe, que son pocas veces, lo hace de verdad. Las que he leído invitan directamente a remediar los males del aeropuerto despidiendo a todos los trabajadores y a la gerencia del mismo, supongo que para comenzar de cero. Poco le falta para recomendar, además de lo anterior, el derribo de todas las instalaciones.

La utilidad del aeropuerto para acortar tiempo de estancia en el purgatorio no debemos desdeñarla así como así, pero podemos añadir una circunstancia suplementaria, cual es la opinión que merece la empresa monopolista del servicio de autobuses, Flibco. La compañía funciona bien y ofrece servicios de transporte prácticamente a toda hora; el problema es que no hay otra. Como buen monopolista, Flibco exprime su posición dominante en el mercado. Ahora mismo, un viaje desde el malhadado aeropuerto y Bruselas (estación de tren de Midi, o del Sur en castellano) sale por veinte euros por trayecto, y luego hay que llegar a casa y a ciertas horas no es sencillo, creedme. En estas circunstancias, la competencia lo debería tener fácil para dar un servicio alternativo. No es demasiado conocido, pero existen compañías de taxis que ofrecen un servicio de taxi compartido que funciona bastante bien y que te dejan en la puerta de tu casa por treinta euros, lo cual está muy bien. Vale, tienes que esperar a que lleguen los otros pasajeros, normalmente de otros vuelos, y luego has de tener la suerte de que el itinerario no te lleve a ser el último al que dejen, pero es difícil que tardes más que con Flibco y sus autobuses. En mi caso particular, últimamente he utilizado el servicio de taxis compartidos un par de veces y hay que reconocer que, aunque siempre hay un poco de incertidumbre, funciona bien y, además, como Uccle está en la entrada de Bruselas desde el sur, esto es, desde Charleroi, siempre he sido el primero en llegar a casa, cosa que se agradece especialmente a las horas (o más bien deshoras) a las que estoy llegando últimamente. La compañía ofrece la posibilidad de pagar con tarjeta, pero recomienda el pago en efectivo. Prefiero no ser curioso y no preguntar por qué. El servicio es tan "de estranjis" que la compañía no tiene un acuerdo con el aparcamiento del aeropuerto y los taxis pagan por la estancia como un coche más. Y sí, se supone que esto es el primer mundo. A veces, en Charleroi, más bien parece uno encontrarse en el primer inmundo.

Voy a dejar en paz el aeropuerto de Charleroi. Si Dios quiere, no lo voy a utilizar por lo menos hasta octubre en calidad de pasajero, aunque seguramente sí como acompañante. Que el Señor acompañe a quienes pasen por allí este verano y se pregunten si el precio del billete merece la pena. Pero que se lo pregunten pronto, antes de que compren los billetes... y sea tarde.