viernes, 30 de diciembre de 2022

Esperando la instalación de la cocina

Tras la intervención de los burócratas belgas, las cosas comenzaron a volverse convulsas, pero, por fortuna, también para nuestros negligentes proveedores. De momento, nuestro gestor español de segunda generación desapareció del panorama para no volver a reaparecer. El señor Valencia únicamente resurgió durante las conversaciones que esporádicamente tenían lugar con los representantes de la tienda, y no precisamente para elogiarlo.

El director de la tienda era el señor Vanderborre, o eso decía él. Supongo que le debió llegar el toque desde la central de la empresa diciendo que tenían una queja a través del servicio de consumo, que ellos ponían en su propaganda que estaban adheridos al sistema de mediación, y que resolviera el jaleo o se atuviera a las consecuencias. No sé yo si habrá muchos clientes que recurran al servicio de mediación, pero, por la velocidad en que trataron nuestro caso, yo diría que no, así que lo recomiendo encarecidamente a todo el que se encuentre en un marrón como ése.

Digo lo de arriba porque me llegó el siguiente correo:

Chers Monsieurs

Nous avons lu attentivement votre mail relatif à la commande et le placement d’une cuisine par le point de vente de Drogenbos. (Hemos leído atentamente su correo sobre el encargo y la instalación de una cocina a cargo del punto de venta de Drogenbos)

Après réception de celui-ci, notre animateur réseau a immédiatement pris contact avec le responsable du magasin de Drogenbos, de manière à étudier avec lui toutes les possibilités de résoudre ce problème auquel vous êtes confronté. (Tras recibirlo, nuestro responsable de red ha contactado inmediatamente con el responsable de la tienda de Drogenbos, con el fin de estudiar con él todas las posibilidades de resolver el problema al que usted se enfrenta)

Comme dans notre réponse du 3 mai 2016, le suivi du dossier se passe donc au niveau du magasin de Drogenbos. (Al igual que en nuestra respuesta del 3 de mayo de 2016, el seguimiento del expediente pasa, por lo tanto, a la tienda de Drogenbos).

Restant à votre disposition, nous vous prions d’agréer l’expression de nos salutations distinguées.

Kristieno RONALD - Ixina
Assistante Commerciale Réseau
Commercieel Assistente Netwerk

El señor Valencia, antes de ser despedido, reconoció que algo había salido mal, cosa evidente donde las hubiera, y se ofreció a tomar sobre su propio margen las modificaciones del proyecto. El señor Vandenborre intentó hacerse el sueco respecto de esto, pero de alguna manera olí que el señor Vandenborre había perdido bastante poder de negociación y que (¡por fin!) quienes teníamos la sartén por el mango éramos nosotros. Y me dispuse a dar sartenazos sin piedad.

Finalmente, la encimera vino. Vino desde Portugal, en uno de los fenómenos más raros que he visto, porque la trajeron los mismos instaladores, portugueses también, en una furgoneta que venía de Portugal, con matrícula portuguesa y todo. Al parecer, los belgas les enviaban varios encargos, ellos los preparaban en Portugal y luego los embarcaban en la furgoneta, se hacían el trayecto Portugal-Bélgica durmiendo en la misma, llegaban a Bélgica, ejecutaban la instalación y, completado el trabajo, se volvían a su casa a escuchar fados y comer bacalao. Simple y, hay que reconocerlo, eficaz. Durante un tiempo he de reconocer que llegué a creer que no había operarios belgas en absoluto, y que para cualquier trabajo había que traer gente de fuera, porque el personal local no realizaba trabajos manuales.

Para dejar esto claro, debo añadir que, más adelante, he coincidido con operarios belgas, al menos un fontanero y algún otro, que trabajan estupendamente, pero no deben abundar demasiado, me temo.

El caso es que la cosa estaba prácticamente terminada y sólo quedaba el último intento del señor Vandenborre por corregir la cuenta de resultados de aquel expediente.

Pero este intento forma parte ya de la siguiente entrada, que hoy ya se está haciendo tarde.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Marroquíes

El hecho de que esta bitácora lleve renqueante desde hace algunas semanas se debe exclusivamente a la falta de tiempo, pero no a la falta de materia, porque no, no han faltado cosas que relatar durante este tiempo. Una de ellas se refiere al Mundial de Qatar, ese país que soborna a diestro y siniestro para conseguir buena imagen y, una vez se conocen sus manejos, obtiene exactamente lo contrario.

La selección belga de fútbol, conocida, sobre todo localmente, como los "diablos rojos", no ha tenido una buena actuación en el Mundial. Ganaron el primer partido, eso sí, pero no pareció nada convincente, al menos a juzgar por lo que decían los aficionados al fútbol que me rodean. Por mi parte, yo en todo el mundial no vi sino medio partido. Con lo que paso del fútbol, mucho me hubieran tenido que pagar los cataríes para hacerme ver algo más.

Al día siguiente del partido que los diablos rojos ganaron a los canadienses, un compañero de trabajo, belga él, se asomó por mi despacho preocupado por que el juego de su selección no le acababa de gustar. Como España acababa de ganar a Costa Rica por una paliza, aunque no vi el partido, pude hacer como que me ufanaba un poco, pero poco más podía hacer.

Claro, ahora sabemos que el grupo de Bélgica fue el más duro del mundial, en el que se acabaron encontrando dos de los semifinalistas, pero eso no se podía saber entonces. El caso es que, en el siguiente partido, los diablos rojos (o los "diables rouges" o los "rode duivels", según la versión lingüística local que nos guste más) tropezaron contra la selección marroquí, y la cosa se puso mal, pero no tanto por la posible eliminación de los belgas (que se hizo realidad poco después), sino porque nos hemos dado cuenta de que demasiados marroquíes están, literalmente, por civilizar, y curiosamente son precisamente aquéllos que viven en los países que presumen de ser civilizados, porque los marroquíes que se han quedado en Marruecos han celebrado sus triunfos con alegría, como es natural, pero sin desmandarse más de lo que es normal y hasta deseable.

Los de Bruselas, no.

No sé yo lo que habrá pasado en vuestras ciudades, porque marroquíes hay hoy en día por doquier, pero en la mía, después de la trifulca que se montó tras la victoria de la selección de Marruecos contra la belga, todo el mundo (excepto los marroquíes, claro) ansiaba la eliminación de Marruecos. No por antipatía personal contra sus jugadores o técnicos, que seguro que son buenos chicos y en todo caso juegan bien al fútbol, sino por pura seguridad personal. Después de la victoria contra los belgas, los alrededores de la estación de Midi quedaron literalmente destrozados. Lo peor de todo es que la cosa continuó. En octavos de final, como seguramente todos recordaremos, la selección de Marruecos eliminó a la española en los penaltis. Quisó la suerte, o la desgracia, de que yo no estuviera atricherado en casa, que hubiera sido la opción más segura de haber sido posible, sino en la oficina, y de que me tocara volver a mi domicilio poco después de que terminara el partido, sin saber el resultado todavía.

Al pasar por la plaza Flagey, no hizo falta más. Ya me enteré de quién había ganado. Comenzaron a pasar coches ondeando banderas marroquíes y, en la propia plaza, un grupo de chavales con una sonrisa de oreja a oreja desenvolvían una bandera de Marruecos. No parecía que fueran a ser muy violentos, pero, por si acaso, comencé a pedalear más fuerte, también debido a que hacía un frío del quince. Ahí parece que los marroquíes se limitaron a celebrar la victoria sin provocar destrozos, sino con la alegría, totalmente aceptable, de quien ha recibido un alegrón.

Cuando la selección de Marruecos se enfrentó a la portuguesa, que fue su siguiente víctima, yo estaba recogiendo en coche a una conocida, y sus hijos, que vive en Jette. Entre el sitio al que íbamos y el domicilio de Jette, era preciso pasar por Molenbeek, un municipio casi completamente arabizado que ya protagonizó un apasionante viaje en los albores de esta bitácora en Bruselas. Pues bien, en las calles no había ab-so-lu-ta-men-te nadie, y no creo que fuera únicamente por la temperatura de dos bajo cero que nos tocaba los carrillos. En cambio, los bares de la zona estaban hasta los topes de marroquíes y morisma varia, que estaban viendo el partido. Afortunadamente, para cuando se produjo el desenlace yo ya estaba bastante lejos de allí, pero la cosa se saldó con un número considerable de detenidos.

Naturalmente, yo iba con Portugal. Bueno, yo iba con cualquiera que se enfrentase a Marruecos y tuviera posibilidades de acabar con aquella agonía. Una vez pasado el partido de Portugal, ya daba un poco igual, porque, estando Marruecos en semifinales, iba a jugar dos partidos más de todas todas. Finalmente, Marruecos perdió esos dos partidos. Francia los eliminó y Croacia los dejó sin el tercer puesto. A mí, que no me convence el fútbol en absoluto, normalmente me entra un sentimiento de alivio cuando termina un torneo como el Mundial, pero, en esta ocasión, el alivio fue incluso mayor.

A todo esto, la jarana se produjo igualmente en las derrotas de Marruecos, que se saldaron con la detención de varias decenas de personas, armadas con... bueno, con bengalas y petardos, o sea, nada que pueda asustar a un valenciano, pero cuyo uso en Bruselas está bastante limitado. Está visto que, cuando uno se prepara para liarla parda, el resultado es lo de menos.

La conocida a la que fui a recoger a Jette trabaja en el consulado español, un lugar frecuentado por un porcentaje bastante elevado de personas que son españoles únicamente por el pasaporte que esgrimen, porque ni conocen apenas el español ni tienen, o eso me parece, mucha afición al país que les ha dado su ciudadanía. Dicen por allí los que saben de esto que hay marroquíes que están perfectamente adaptados y que ni participan en estos tumultos ni les hacen la menor gracia, y no seré yo quien les desdiga. Que los instigadores de todo esto son unos adultos con menos sensatez que una fiambrera, pero que cuentan con bandas de menores de edad a quienes ponen a destrozar todo lo que se encuentre en la calle, a sabiendas de que, al ser menores, no corren peligro de ser encarcelados.

Así y todo, no le veo el menor sentido a todo esto. Si han ganado el partido, ¿qué más quieren? Está muy bien que estén contentos y quieran celebrarlo, claro que sí, pero ya está. No hay que romper nada. De hecho, en Marruecos no hay narices para atreverse a romper nada, supongo que porque la policía local debe bromear más bien poco y no debe cortarse nada en deslomar al que se desmande lo más mínimo, cosa que la policía belga se pensará mucho antes de hacer.

Tiene que haber algo más que la alegría desenfrenada. Tiene que haber una frustración muy grande en un segmento de población que jamás se ha adaptado al modo de vida occidental, y no hay más que pasear por alguno de los barrios que han tomado para comprobarlo, y que reacciona con una especie de furor atávico que seguro que no todos comparten, porque, si lo hicieran, estaríamos en guerra civil, pero que le resulta muy propio a un importante segmento de la población emigrada, e incluso a sus descendientes después de varias generaciones. Se trata de un partido de fútbol, no de la yihad, leches, y la selección de Marruecos ha ganado un partido, no ha conquistado Al-Ándalus, pero estos chicos parece que lo han interpretado como el comienzo de su liberación y de la imposición del Islam en Europa.

Creo que nos quedan algunos años de diversión con fenómenos como éste. Después de los años de diversión, no estoy seguro de que lo que nos depare el futuro sea tan divertido.

Sólo espero que no sea tan tarde como el momento de terminar esta entrada.

sábado, 24 de diciembre de 2022

Feliz Navidad

Bueno, pues ya hemos llegado al día de Nochebuena. Sinceramente, yo esperaba que esta fuera la entrada número mil quinientos de esta bitácora, pero no ha podido ser, a despecho del buen ritmo que estaba llevando hasta entrado noviembre. Sin embargo, el final de año ha sido duro tanto en el frente laboral como en el académico, y no me ha dejado tiempo para veleidades literarias. Yo no sé qué pasa, pero todo quisqui se deja sus miserias para el último mes del año, lo cual obliga a quien más, quien menos, pero desde luego a mí, a dejarse las pestañas si quiere irse de vacaciones con la conciencia tranquila. Si a eso añadimos mi inconsciencia al inscribirme en un máster a distancia, con tareas a realizar en plazos perentorios e improrrogables, pues ya tenemos el belén montado, y en ningún momento mejor dicho que en estas fechas.

De hecho, estoy escribiendo esta entrada, que ya digo que no es la milésima quincentésima, sino la milésima cuatrocentésima octogésima sexta, que tampoco está tan mal, y lo estoy haciendo con un sentimiento de alivio por haber podido entregar dos trabajos el día de ayer. Me hubiera gustado mejorar algo la presentación y algo del contenido, pero no tenía tiempo para esas zarandajas y los entregué en el estado apenas presentable en que estaban anoche. La alternativa hubiera sido un suspenso inmisericorde, tanto en convocatoria ordinaria como extraordinaria, lo cual me lleva a algunas reflexiones sobre el modelo universitario español del siglo XXI, pero eso es materia de otra entrada.

La de ésta es la Navidad, que deseo muy feliz a todos los lectores de la bitácora que todavía no la hayan abandonado (y a los otros, también, suponiendo que lleguen a enterarse). Si Dios me da tiempo, arrestos y fuerzas, espero recobrar la regularidad de antaño, aunque ya sé que escribo lo mismo todos los años y no termino de cumplirlo salvo en algún arranque en que coinciden la disponibilidad temporal y la inspiración. Este año apenas he salido de casa o de la oficina en diciembre, así que no estoy muy puesto en cómo las autoridades de los distintos municipios manejan la transformación de una fiesta religiosa en una civil. En Bruselas, el gobierno municipal sigue poniendo en la Grand Place un nacimiento, además del espectáculo de lucecitas que cada año va mejorando, de modo que, supongo que a regañadientes, reconoce que la festividad tiene que ver con lo que pasa en el pesebre que se alza sobre el suelo del lugar más reconocible de la ciudad.

Comoquiera que eso es lo que se conmemora esta noche, animo a los lectores a que, después de la cena de Nochebuena, y aunque sea para bajarla y digerirla sin demasiados empachos, se acerquen a las misas de Gallo de medianoche que haya donde residan. Por esos avatares de la vida, me ha tocado pasar estos días en la capital de España, he buscado dónde hay misa a medianoche y no creáis que la cosa está sencilla. Me estoy encontrando con misas de Gallo a las siete, a las ocho e incluso una, que yo no sé en qué estará pensando el párroco en cuestión, a las cinco de la tarde. Finalmente, fuera de la de la Catedral, que la verdad es que me pilla lejos, he tenido la fortuna de encontrar una posibilidad a cosa de media hora andando desde mi casa, o diez minutos en bicicleta. Me doy con un canto en los dientes.

Nos estamos haciendo blandengues ¿Qué es eso de celebrar misa de Nochebuena a media tarde? Nuestros abuelos, que serían toscos e incultos, pero no les importaba sacrificarse por lo que realmente importa, no hubieran entendido cosas como ésas. Mis abuelos paternos, sin ir más lejos, eran religiosos a su manera, una manera por cierto no muy ortodoxa, pero iban a misa dos veces al año: Todos los Santos y misa del Gallo, obviamente a las doce de la noche. Nunca supe por qué precisamente ésas dos, pero, si sería importante para ellos la misa del Gallo, que era una de las dos veces al año que dejaban su casa, fría, enorme, destartalada y situada en una esquina aislada del pueblo, para recorrer el kilómetro aproximado que les separaba de la iglesia parroquial.

Pues a eso voy yo esta noche, si Dios quiere y nada se tuerce. No es sólo, que también y sobre todo, un acto de culto: también es un acto de respeto a la Tradición de nuestros mayores, que no hubieran entendido esta moda de católicos light de ir a misa a media tarde para luego hincharse a turrón, como si los partos tuvieran lugar a media tarde, cosa que, los que tenemos hijos, sabemos que no es lo más habitual.

Amén, pues, ¡y feliz Navidad a todos!

domingo, 27 de noviembre de 2022

Más sobre la instalación de la cocina: burócratas contra burócratas

Con poca convicción, debo reconocerlo, me senté ante el teclado del ordenador y accedí a la página de "pointdecontact", a la que había llegado tras alguna búsqueda sobre qué hacer si estás hasta las narices de que te tomen el pelo. Y me puse a llorar por escrito respondiendo a un formulario:

¿Qué ha sucedido? (Y dan varias opciones)

Error o ausencia de suministro.

Descripción del suceso: (más opciones)

He encargado un bien y no he recibido lo que se había acordado, o he encargado un bien y no lo he recibido.

Momento del suceso:

Eso era fácil: 8 de marzo de 2016

¿Dónde ha comprado usted ese bien?

Respuesta: En una tienda.

¿Qué ha sucedido en relación con el suministro?

Entre las varias opciones, lo que mejor me pareció fue: No he recibido nada, aunque no es exacto, pero supuse que podría explicarme más tarde.

¿Ha concluido usted el contrato hace más de treinta días naturales?

Sí.

¿El vendedor le ha comunicado una razón por la cual el bien no ha sido suministrado?

Sí.

¿Puede precisar la respuesta?

La empresa pretende que su suministrador debe contactar conmigo para tomar medidas para la encimera que he comprado.

¿Ha pagado usted el encargo?

Sí. Todo.

¿Y cómo efectuó el pago?

Con una tarjeta de débito.

Si usted desea una solución a su litigio, se puede reenviar automáticamente su queja al Servicio de Mediación para el Consumidor, que puede tratar su petición de arreglo extrajudicial o, si es necesario, transmitirla a otra entidad competente en la materia. Este servicio es gratuito ¿Quiere usted que esta queja se transmita al Servicio de Mediación para el Consumidor?

Sí (El sistema no permitía poner signos de exclamación).

El resto del cuestionario consistía en pedir datos de contacto. Como, a pesar de la tozuda política de anonimato de esta bitácora, al final todo se sabe, voy a prescindir de transcribir esta parte.

Esto sucedió el 19 de abril de 2016. Inmediatamente recibí una respuesta automática con mi propia queja, pero eso, claro, es una respuesta automática. He de confesar que no tenía la menor esperanza de que aquello llegase a ninguna parte. Un pobre guiri, escribiendo en francés macarrónico, tratando de enfrentarse a una poderosa cadena belga de muebles de cocina. David contra Goliat, pero fuera de la Biblia.

Pero no hacía bien en menospreciar a la burocracia estatal belga. Nada bien.

Al día siguiente, 20 de abril de 2016, recibí un inesperado correo electrónico.

Réf : RES/2016/XXX

Votre correspondant : Carine (Su gestor: Carine)

Objet : Plainte introduite auprès du Service de Médiation pour le Consommateur (Objeto: Queja introducida ante el Servicio de Mediación para el Consumidor)

Monsieur VON BUCHWEIZEN,

Votre demande d’intervention a retenu toute mon attention. (Me he interesado especialmente por su solicitud de intervención)

Cependant, à la lecture de votre requête, je constate que celle-ci est incomplète et ne me permet pas d’acter votre plainte. (Sin embargo, tras haberla leído, debo constatar que la solicitud es incompleta y no me permite el tratamiento de su queja)

Je vous invite à me transmettre les éléments suivants : (Le invito a transmitirme lo siguiente:)

- un résumé plus détaillé du litige (- un resumen más detallado del litigio)

- copie des documents relatifs à ce litige (devis, facture, preuve de paiement,...) (- copias de los documentos relativos al litigio (presupuesto, factura, pruebas del pago...)

- copie des échanges avec la société (- copia de la correspondencia con la sociedad)

Je vous remercie de bien vouloir nous faire parvenir ces informations endéans un délai maximum de 10 jours ouvrables à dater de la présente, de préférence à l’adresse contact@mediationconsommateur.be. A défaut de réponse de votre part, votre plainte ne pourra pas être prise en considération. (Le agradecería que me hiciera llegar dichas informaciones en un plazo de días laborables a partir de hoy, preferiblemente a la dirección contact@mediationconsommateur.be. A falta de respuesta de su parte, su queja no podrá ser tomada en consideración)

Je vous prie de croire, Monsieur VON BUCHWEIZEN à l’assurance de mes sentiments les meilleurs. (Atentamente,)

Luc Toerlinckx Président du Comité de Direction

***

Me quedé de piedra, claro. Tanto, que tardé unos días en redactar algo mínimamente coherente para responder con cierta dignidad. Fui consiguiendo documentos, que escaneé debidamente, y redacté un correo, que envié el 26 de abril de 2016, en el mejor francés que pude, explicando las razones de mi disgusto y poniendo como no digan dueñas al personal de la tienda y, más en particular, al gestor que no había caído, no en suerte, sino en desgracia.

***

Al día siguiente, 27 de abril de 2016, con una rapidez centelleante, llegó la respuesta del Servicio de Mediación para el Consumidor, con el siguiente contenido:

Réf : RES/2016/xxx

Votre correspondant : Carine

Objet : Plainte introduite auprès du Service de Médiation pour le Consommateur

Monsieur von Buchweizen,

Votre demande de règlement extrajudiciaire d’un litige de consommation du a retenu toute mon attention. (Su petición de arreglo extrajudicial de un litigio de consumo me ha interesado profundamente)

Je vous confirme que celle-ci est complète et recevable, et décide donc de poursuivre son traitement. Je la soumets immédiatement pour examen auprès de(s) l'entreprise(s) concernée(s) : Ixina Belgium. (Le confirmo que su petición es completa y admisible, por lo que he decidido continuar con el tratamiento de la misma. La someto inmediatamente a la(s) empresa(s) objeto de la misma: Ixina Belgium)

Le service de médiation devrait disposer des éléments d’analyse de la (des) firme(s) endéans les 10 jours ouvrables. Dès que je serai en possession de toutes les informations nécessaires, je ne manquerai pas de prendre position quant au contenu de votre demande. (El servicio de mediación debería disponer de la documentación por parte de la empresa en un plazo de diez días laborables. En cuanto esté en posesión de todas las informaciones necesarias, no dejaré de tomar posición en cuanto al contenido de su petición)

Vous trouverez, en annexe de la présente, un extrait du Règlement de Procédure. Je vous invite à parcourir ce dernier avec la plus grande attention. Vous y trouverez des informations sur la possibilité de se retirer de la procédure, sur le fait que la solution ne revêtira pas de caractère contraignant, qu’elle peut différer d’une décision judiciaire, sur les délais de traitement, … Le Règlement de Procédure complet peut être consulté sur notre site www.mediationconsommateur.be. Vous pouvez également en demander une copie sur support durable en prenant contact avec notre service. (Le envío en anexo un extracto del Reglamento de Procedimiento. Le ruego que lo lea en detalle. Usted encontrará en él informaciones sobre la posibilidad de retirarse del procedimiento, sobre el hecho de que la solución no será vinculante, que puede ser diferente a una solución judicial, sobre los plazos del  procedimiento... El Reglamento de Procedimiento completo puede consultarse en nuestra página www.mediationconsommatteur.be. También puede usted pedir una copia en soporte papel a nuestro servicio)

Je vous prie de croire, Monsieur von Buchweizen, à l’assurance de mes sentiments les meilleurs. (Atentamente,)

Luc Toerlinckx Président du Comité de Direction

***

Todo esto parecía serio. Otra cosa sería que tuviera algún efecto, pero hay que reconocer que no podía yo tener la menor queja sobre la rapidez en reaccionar.

Con menos escepticismo que antes de toda esta retahíla de correos, pero sin la menor certeza de que tanto texto engolado fuera a tener más efecto que hacer perder un rato a algún tipo de la central de la empresa, me quedé a esperar acontecimientos.

Cosa que será materia de la próxima entrada, porque hoy se hace tarde y mañana tengo que madrugar mucho, que tengo lo que aquí en Bélgica equivale a la ITV a las siete de la mañana. Pero esa es otra historia.


domingo, 13 de noviembre de 2022

La instalación de la cocina continúa

En la entrada anterior de esta serie, habíamos dejado las cosas muy bien encaminadas, con el encargo hecho y con todo a punto para que, desde el minuto uno de nuestra mudanza a nuestro nuevo hogar, dispusiésemos de la cocina de nuestros sueños.

De repente, comenzó a haber problemillas, materializados en llamadas de Alain a mi esposa cada vez más frecuentes y más extrañas. Los plazos no se podían cumplir, por razones que nunca quedaban claras del todo, pero que desde luego no eran atribuibles a Alain. Había un culpable, por supuesto, pero nunca era él.

Alguna vez pasamos de nuevo por la tienda para cerciorarnos de algunos puntos, o para ver si se podía modificar la disposición de algunas cosas para mejorar el proyecto final, de modo que Alain comenzó a tomar cierta confianza y nosotros, que apreciábamos sus esfuerzos para meter en el plano todo lo que le pedíamos, también comenzamos a tomarnos algunas confianzas. Es lo que tiene, hablar (casi) la misma lengua.

Alain no estaba muy contento con su trabajo. A lo que él aspiraba era a convertirse en funcionario europeo, según decía él, con el fin fundamental de que sus hijos pudieran asistir a alguno de los colegios europeos, que es uno de los privilegios de esos funcionarios. En Bruselas hay cinco de esos colegios, pues no en vano es el lugar donde hay más funcionarios europeos de todo el mundo, en los que se puede estudiar básicamente en la lengua nativa del funcionario de que se trate. Alain era pillo. Aunque su lengua materna era evidentemente el francés, mucho más que el español afrancesado que gastaba, tenía la intención de presentarse a la oposición como español. De esta manera, contaba él, tendría que hacer el examen en su segunda lengua, que resultaría ser el francés, es decir, su lengua materna; además, como español tendría muchas más posibilidades de entrar que como belga, porque Bélgica es, con gran diferencia, el país más representado entre los funcionarios y agentes europeos, en un ejemplo de libro del efecto sede, así que no es fácil ser contratado siendo de esa nacionalidad.

Estas conversaciones debieron abrirnos los ojos a la evidencia de que Alain no estaba quizá todo lo motivado que debería, pero no lo hicieron, quizá porque fuéramos (y probablemente todavía seamos) unas almas cándidas fáciles de engañar, o porque, llegados a ese punto, ya no teníamos más remedio que confiar en lo que viniera.

Después de mucha tensión, porque no podíamos llamar al pintor para hacer los acabados si los muebles no estaban instalados, conseguimos que, con un retraso absurdo, nos hicieran la instalación un buen día de enero de 2016, pocas semanas antes de nuestra mudanza. La instalación de lo que había, que quede claro que eran casi todos los muebles de cocina, pero no todos, los electrodomésticos, excepto el horno, que no se sabía por dónde estaba, y -¡Dios santísimo!- la encimera.

Que falte una cajonera tiene un pase, que falte un horno puede suceder y uno lo puede reemplazar más o menos con la cocina, en este caso de inducción, y con el microondas, pero, si falta la encimera, estás perdido.

- Estará para cuando sea la instalación -decía Alain.

- ¿Seguro?

- Sí. La hace una empresa portuguesa. Los mismos instaladores vienen de Portugal.

- ¿Cómo? ¿De Portugal?

- Sí, traen varios planes de trabajo y vienen aquí una vez al mes más o menos en su camioneta para instalarlos.

En francés, encimera es plan de travail. Por consiguiente, Alain procedió a una traducción literal, porque la palabra encimera, por mucho que trabajase en una empresa de instalación de cocinas, no estaba en su vocabulario. Lo de los portugueses que recorrían media Europa con sus encimeras de piedra natural en su furgoneta era bastante raro, pero oye, cosas más raras se han visto.

El día de la instalación, y no sé cómo me sorprendí, la encimera no estaba y los portugueses tampoco. Ni el horno. Ni una cajonera que habíamos encargado y con la que, según Alain, había habido un problema. Los instaladores, que no son el muro de las lamentaciones, pero casi, pusieron otro horno en el hueco del que tenía que venir, pero era un horno usado, antiguo, más pequeño y sucio, que no sé cómo no les dio vergüenza proponer tal cosa. El hueco de la cajonera se quedó como estaba y, para hacer de guisa de encimera, los operarios pusieron unos tablones de madera, con lo cual podíamos cortar hasta cierto punto, siempre que no hubiera líquidos en la preparación culinaria, porque la instalación, evidentemente, consistía en poner la plancha de madera sobre los muebles y fijarla lo justo para que no se moviera, pero no en impermeabilizar con silicona las juntas con los muebles de debajo. Eso, para los portugueses.

Total, que quedó un desastre. El pintor entró, hizo lo que pudo, pero la mudanza se produjo con la cocina en el estado mediocre en que la dejaron los instaladores, y las primeras semanas en la misma también. La paciencia se estaba acabando. Aquello no era solamente cutre: aquello era infecto.

Alain comenzó a ponerse menos frecuentemente al teléfono. Cada vez menos frecuentemente. Igual estaba preparando la oposición, no sé.

La tensión en casa de los Von Buchweizen se podía cortar con un cuchillo. La cocina es un lugar de la casa muy importante y, si no estás a gusto en él, no estás a gusto en tu casa, que se supone que es para siempre.

Sí, las cosas se estaban poniendo feas.

Había llegado el momento de tomar medidas, pero no estaba claro cuáles tomar ¿El libro de reclamaciones? En Rusia funcionaba bastante bien, y también en España, pero Bélgica es diferente, me temo. En un país donde hasta las empresas privadas son burocráticas a más no poder, esconder un papel no parecía la cosa más difícil del mundo.

Alain ya no se ponía al teléfono en absoluto. Acabamos hablando con otra persona que no parecía saber de qué iba el asunto y que nos decía que ya pasaría el recado. En algún momento pareció que los portugueses nos llamarían para tomar medidas ¿Más medidas? Nos estábamos volviendo locos. Y eso es malo.

A fuerza de pensar, recordé el famoso refrán español de que no hay mejor cuña que la de la misma madera y pensé que, puesto que Ixina estaba formada por un rebaño indestructible de burócratas belgas (porque Alain era belga hasta el tuétano, por mucho que presumiera de español), lo mejor sería combatirles con otros burócratas belgas.

La lucha entre ellos seria encarnizada por seguridad, pero también larga a más no poder. Por eso, por no eternizar esta entrada, y también porque se está haciendo tarde por momento, parece llegado el momento de dejar el combate de los burócratas para la siguiente entrada.

viernes, 11 de noviembre de 2022

Más huelguistas

No hace mucho apareció en esta bitácora una entrada sobre la huelga general convocada en Bélgica por dos de los tres sindicatos mayoritarios, mientras que el tercero, que se dice liberal, aunque no la convocaba ni animaba a sus miembros a unirse a ella, sí iba a participar en las acciones paralelas que se anunciaban.

Bueno, pues la huelga tuvo lugar efectivamente el 9 de noviembre, es decir, anteayer. Sobre su seguimiento no soy capaz de dar una opinión fundamentada. Como todos los sindicatos saben, el sector fundamental para que una huelga tenga éxito es el del transporte, porque, si los transportistas hacen huelga, los que dependen de ellos para trabajar o recibir suministros no tienen más remedio que quedarse en su casa. Especialmente importante es el caso del transporte público, esto es, autobuses y trenes, que, por mucho que se les impongan servicios mínimos, éstos no llegan a garantizar un tráfico ni medio normal. Ayer por la mañana, sin ir más lejos, tuve en casa a la señora de la limpieza (creo que aún se la podrá llamar así en estos tiempos de corrección política), que no es precisamente lo que yo llamaría una huelguista, pero que no tuvo más remedio que disculparse ante sus clientes de ayer (entre los que, por suerte, no estaba yo), porque desde su barrio no salía ningún medio de transporte público, y la señora no tiene otro medio de desplazarse aparte de sus piernas, que difícilmente la iban a llevar sucesivamente desde Jette a Stokkel, porque hablamos de cosa de catorce kilómetros sólo de ida.

Con cosas como éstas, naturalmente el seguimiento de la huelga aparece artificialmente ampliado. Pero no todo el mundo tiene que quedarse pierna sobre pierna en caso de colapso del transporte público, cosa cuya prueba tuve cuando salí de casa montado en mi bicicleta a eso de las ocho menos veinte.

Efectivamente, la cola de coches llegaba hasta mi calle desde el colegio que hay en la calle vecina, y eso que faltaba un buen rato para que comenzaran las clases. Obviamente, no había transporte escolar, así que los padres estaban llevando a sus hijos al colegio en coche, porque parece ser que los colegios hacían menos huelga, o los profesores habían conseguido organizar sus desplazamientos a despecho de la ausencia de autobuses, metros o trenes.

Haciendo piruetas y malabares entre los coches que iban y los que venían, y usando la acera (sí, ilegalmente, lo reconozco avergonzado) durante algunos metros, me las compuse para sobrepasar la altura de la puerta del colegio, que era donde se concentraba el colapso, y a partir de ahí ya las cosas fueron más tranquilas. Es verdad que la gente parecía nerviosa, supongo que por la falta de costumbre de algunos a la hora de conducir en hora punta, pero no me costó demasiado llegar a mi oficina.

Una vez allí, había mucha gente en teletrabajo, como todos los miércoles, pero no noté en particular la ausencia de nadie. Los servicios de limpieza funcionaban como de costumbre, aunque no era el caso de los de restauración, otro de los sectores a los que la ausencia de transporte, en este caso de mercancías, perjudica mucho. Al final, sin embargo, pude comer una salchicha campestre con puré de patatas y judías que me sacó de penas la tripa hasta la hora de cenar.

Mi valoración del seguimiento de la huelga es, por lo demás, hecha un poco a ojo. Yo diría que los sindicatos redoblan los esfuerzos en el sector clave del transporte y que concentran allí sus cajas de resistencia, porque saben que es donde se la juegan. Tengo la impresión de que el resto de la gente que ha ido a la huelga lo ha hecho sin ninguna convicción y sólo con el afán de no complicarse la vida más de lo que ya lo está con esta inflación que, si en España está por el 10%, en Bélgica va por el 12%. Ya contaré cuánto me va a clavar en diciembre la distribuidora de energía que viene amenazándome con una puñalada si no aumento provisionalmente lo que les pago cada mes.

Porque, sí, de eso va la huelga en realidad, de que el gobierno y las empresas hagan algo para que no empeore el poder adquisitivo de los trabajadores.

Y ahora toca hablar de las acciones paralelas, ésas que aceptaban los tres sindicatos, incluido el liberal. La imagen de aquí al lado, que es un fotograma de la televisión belga, muestra a una de las participantes en la manifestación que estaba convocada en la plaza de Luxemburgo. Como la susodicha plaza está situada justo delante de la sede bruselense del Parlamento Europeo, y ya se sabe que la función principal de las instituciones europeas consiste en servir de chivo expiatorio de todo lo que vaya mal, la plaza de Luxemburgo, igual que la de Schuman (donde están las sedes de la Comisión y del Consejo), es frecuente teatro de manifestaciones de protesta, que tienen por objeto desde el cambio climático al reconocimiento de los derechos adquiridos por los trabajadores angoleños en la extinta República Democrática Alemana. Como muchas de esas causas, por justas que sean, no son vitales para el común de los ciudadanos bruselenses, el tamaño de la mayoría de las manifestaciones es bastante reducido. Por ejemplo, los trabajadores angoleños en Bruselas no son un grupo numeroso y, cuando me mezclé en su día entre ellos para preguntarles qué narices hacían allí y que me explicaran qué esperaban obtener de su acción, la asistencia a la manifestación aumentó considerablemente en proporción a lo que había antes de mi llegada.

Pues bien, si esas concentraciones ya eran de una densidad sumamente leve, basta echar un vistazo al fotograma para darse cuenta de que la plaza está tan vacía como el arsenal de un pacifista. El reportero vio a la única persona razonablemente mona presente en la plaza y se lanzó sobre ella micrófono en mano, pero no consiguió ocultar que no le debió costar demasiado apartar a los otros asistentes para abrirse paso hasta ella.

Yo, que pasaba por allí buscando algún sitio abierto para comer algo, escuché algunos silbatos aislados, que más parecía que los manifestantes hubieran pitado penalti que otra cosa, y seguí a lo mío, porque, como decía mi abuela, "tripas llevan piernas".

Por si fuera poco, a no tardar comenzó a llover ligeramente, a despecho del cambio climático. Es bien sabido que, en Valencia, basta con que caigan cuatro gotas para que los valencianos nos ocultemos despavoridos en nuestras casas, pero no parecía que fuera a suceder lo mismo en Bruselas, donde la lluvia es una costumbre más. En cualquier caso, los manifestantes, que no debían tener la moral muy alta, a juzgar por su número, y una vez conseguida la cobertura mediática que estimaban merecer, abandonaron la plaza, quizá para ver si encontraban algún esquirol que tuviera abierto su establecimiento y les proporcionara algo que comer.

En fin, que, si la plaza estaba medio vacía cuando pasó el reportero, poco después. cuando tomé la foto desde el otro lado de la misma, no presentaba más población que los pocos incautos a los que la lluvia nos había pillado en la calle. El agua había disuelto, o diluido, la manifestación.

Y ahora vamos a pensar en la siguiente huelga. La del miércoles permitió a quien quisiera hacer puente el jueves, porque hoy, viernes, es festivo en Bélgica al celebrarse el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. La siguiente ya veremos cuándo se convoca, pero eso será en otra ocasión. Hoy no, que se hace tarde.

martes, 8 de noviembre de 2022

La instalación de la cocina

En estos oscuros momentos de final de año, cuando hemos cambiado la hora, los días son cortos y uno se pone de mala leche, parece llegado el momento de continuar las series plañideras sobre el servicio al cliente en Bélgica. Que quede claro que no es que esté idealizando España, pero la impresión que tengo es que allí uno pide o quiere algo y normalmente lo obtiene razonablemente bien, al menos en mi experiencia. Cuando voy a España, suele ser para pocos días, y además en períodos complicados, verano, Semana Santa o Navidad, con lo que, cuando tengo que contratar a algún profesional, suele ser aprisa y corriendo y, así y todo, o yo tengo en España toda la suerte que me debe faltar en Bélgica, o quien sea me dice rápidamente si puede hacer lo que le pido en el plazo en que se lo piso y, si es así, lo que sea se hace, desde luego por mucho menor precio que las clavadas que tengo que encajar en Bruselas.

En fin, que toca escribir sobre la instalación de la cocina. Como han transcurrido más de seis años largos desde la misma, podemos decir que el dolor producido en su día ha remitido lo suyo.

Cuando hicimos la reforma de la casa, el arquitecto no incluyó en el presupuesto los muebles de cocina y los electrodomésticos, cosa aceptable porque hay empresas que ya se ocupan de eso a diario. IKEA es una posibilidad, que ya habíamos utilizado con bastante buen éxito en Moscú, pero esta vez estábamos hablando de algo que teníamos en propiedad y resolvimos subir un poco el nivel, de manera que acabamos en Ixina, una empresa belga dedicada precisamente a estos menesteres. Más en concreto, terminamos en su tienda de Drogenbos, que es un municipio vecino a Uccle, pero que se sitúa en Flandes, no en la región de Bruselas. A pesar de estar en Flandes, el idioma vehicular del municipio es el francés, mal que le pese a Vlaams Belang y a todos los nacionalistas flamencos.

Cuando las obras ya habían avanzado lo suficiente como para permitirnos hacernos una idea de qué presupuesto íbamos a tener y con el cinturón apretado, pero contando con los salarios futuros para hacer encaje de bolillos con las cifras y no tener que empeñar nada en el banco ni mucho menos pedir un crédito, nos plantamos en la tienda. Nos recibió el encargado.

- ¿Así que son ustedes españoles? - dijo, en cuanto nos oyó intercambiar un par de frases en castellano.

- Sí, sí, somos españoles.

- ¡Estupendo! Tenemos la persona ideal para ustedes.

Y nos condujo a una mesa tras de la cual estaba sentado uno de los colaboradores de la empresa, más bien bajo, regordete y con aspecto tirando a desaliñado, con muchos pelos en la cara y muchos menos en la coronilla. Podría andar por la treintena avanzada, aunque no llevaba su edad demasiado bien.

- Alain, te traigo a estos señores, que son españoles.

- Encantado - dijo el llamado Alain, en castellano- . Yo también soy español.

Evidentemente, aquello fue una grata sorpresa. Es verdad que, entre los españoles, el nombre propio “Alain” es completamente insólito, así que supusimos inmediatamente que sería un emigrante de segunda generación, como así era realmente. En efecto, su apellido era Valencia, sus padres eran de Huesca y él mismo se consideraba de Huesca. Su español era muy bueno, pero no perfecto y lo trufaba de galicismos cada dos por tres, hasta el punto de que resultaba muy conveniente saber algo de francés para comunicarse con él y entender expresiones como “sobre plaza” y otras semejantes que él susodicho Alain incrustaba en sus discursos y que no hay español que pueda descifrar sin saber que son traducciones literales, y malas, del francés.

Nosotros habíamos traído un plano con las medidas de la cocina y la ubicación de las tomas de agua y de las tomas eléctricas, con lo cual en poco tiempo ya teníamos un esbozo de cómo podía verse la cocina, siempre teniendo en cuenta que enviarían a alguien para tomar medidas ellos mismos. Los electrodomésticos los pudimos elegir en la misma tienda (‘sobre plaza’, en el curioso castellano de Alain), así que salimos muy contentos de aquélla nuestra primera visita. No sólo parecía que habíamos avanzado un montón, sino que nos habían atendido en castellano y Alain parecía un tipo competente. Todo daba a entender que, por fin, aquello iba a ir sobre ruedas.

Pocos días después, llegó un señor a tomar medidas y, diez días después de nuestra visita, teníamos un presupuesto que entraba dentro de nuestras posibilidades y que aceptamos, y del que pagamos una parte a cuenta, como es lo suyo. En agosto de 2015 todo parecía preparado para simultanear las obras en la casa y la preparación del pedido y así poder instalar en otoño de 2015 y poder mudarnos cuanto antes: el mundo parecía ir bien.

Ja. Y dos veces ja.

Fijémonos en el esquema general de estas situaciones, como la que hoy nos ocupa, o la instalación de la puerta del garaje, o la que hemos visto recientemente de las cortinas. Para que la cosa luego pueda ir mal, la primera visita tiene que dar buena impresión, y en eso las tiendas belgas son unos maestros (bueno, Williams un poco menos, los de la puerta del garaje). Al principio, cuando se trata de llegar al presupuesto y al pago a cuenta, todo son sonrisas; y tiene su lógica, porque de otra forma el cliente no pasaría de allí. Es cuando ya se ha producido el primer pago a cuenta que el cliente se queda atrapado con su proveedor y, a partir de ahí, la tienda puede permitirse empeorar su servicio, retrasarse y hacer todo tipo de judiadas al cliente. Así las cosas, es de suma importancia que el cliente se asegure puntualmente de lo que puede esperar e incluso en esos casos hay incumplimientos completamente inesperados, como los agujerillos en las cortinas. Cuando la cosa va mal desde el principio, normalmente porque la empresa belga es una calamidad en materia de organización interna, el cliente puede escabullirse. Que lo diga Williams.

Si tengo que enunciar una regla general, es que las empresas belgas son de una complicación burocrática insufrible. En cuanto una empresa es lo suficientemente grande, ya no hay una sola persona que se ocupe del cliente, sino una jungla de trabajadores distintos, entre medidores, instaladores, constructores y el sursumcorda, entre los cuales es difícil que todo quede bien coordinado, pero, en cambio, siempre es fácil que la culpa sea de otro, quien sea, que no tiene contacto con el cliente y al que no hay manera de localizar. El único caso de satisfacción (y no completa) es posiblemente el segundo intento de puerta del garaje, y aquí estábamos hablando de una estructura muy simple, en el que el contacto con el cliente y el instalador eran la misma persona. Por desgracia, estos casos son una excepción entre los proveedores belgas, los cuales, como dignos imitadores de su elefantiásica e hiperburocrática administración pública, tienen una estructura innecesariamente complicada. Uno, en Bélgica, tiene la impresión de que todo es administración y de que incluso sus relaciones con la empresa privada tienen un tufillo burocrático, de instancia, recurso y tentetieso, que tira para atrás, pero sin más opción que pasar por ahí, porque, para poder operar en Bélgica y sus impuestos, no hay más remedio que ser grande o ser… poco respetuoso con la administración tributaria.

El caso es que, mientras nosotros nos las prometíamos felices, algo estaba sucediendo que iba a cambiar (y empeorar) todos nuestros planes. Pero no será ahora cuando pasemos de la fase rosa a la fase negra, sino en la siguiente entrada, porque hoy se hace tarde.

sábado, 5 de noviembre de 2022

Cortinas (VI). Serie inconclusa… de momento

El 6 de septiembre amaneció nuboso. Nada insólito en Bruselas, desde luego, pero un fuerte contraste con los días anteriores y, sobre todo, con el sol de justicia que había hecho en Valencia durante casi todo agosto. En todo caso, no era un día cualquiera, sino el día en que, Dios mediante, iba a llegar el colofón de la aventura de las cortinas, con la instalación de las mismas a cargo de la empresa delegada por Heytens.

El instalador llegó poco después de mediodía. Esta vez sí que era el que iba a venir en un principio. Era un joven de pequeña estatura, delgado y nervudo, que realmente parecía muy apropiado para esos menesteres. Descargó su camioneta en un periquete, subió los bártulos a la zona de trabajo, es decir, a mi habitación, e hizo inmediato ademán de ponerse manos a la obra.

- ¿Necesita alguna cosa? - le pregunté solícito, como hago siempre que alguien viene a trabajar a casa.

- ¡Noooo, gracias! Creo que en diez minutos habré terminado. Ya le avisaré.

Claro, a diferencia de la vez anterior, esta vez los rieles de la cortina ya estaban puestos, así como los ganchos laterales, de manera que no era cuestión de usar el taladro. Le dejé hacer, pues, y bajé a dedicarme a mis propios quehaceres.

No fueron diez minutos, pero tampoco tardó una eternidad en llamarme de nuevo. Las nuevas cortinas estaban puestas.

- ¡Ah, excelente! Déjeme ver.

Y palpé y extendí las cortinas para cerciorarme de que todo estaba en orden. Ahora bien, aunque el día era nuboso, no lo era tanto como para que no me diera cuenta de que, en algunos puntos, la luz pasaba a través del tejido por unos poros.

- ¿Otra vez? Pero, ¿cómo puede ser esto? ¡Fíjese!

Y le enseñé al instalador los distintos poros que iba viendo y que eran más numerosos que los de la cortina que terminaba de retirar.

- Claro, claro, lo entiendo… - decía el instalador, que no sabía dónde meterse.

- No es así como voy a pagar la factura que me ha enviado la tienda.

- No, claro que no.

- No tire las cortinas anteriores, que creo que son mejores que éstas.

- Ah, vaya…

El operario se despidió deshaciéndose en disculpas, una vez más, por algo en lo que él, hablando estrictamente, no tenía parte, y yo le agradecí su trabajo, pero le dije que me pondría en contacto con la tienda.

Pasó esto muy a principios de septiembre. Para dormir por las noches, los defectos del tejido no son muy importantes, pero fastidia bastante (con jota) que a uno le intenten tomar el pelo tan descaradamente. Esa misma tarde le envié a la tienda un correo explicando el problema y pidiendo una solución. La tienda pasó ampliamente de responderme. A las dos semanas volví a interesarme por una posible reacción a mis correos. Hasta hoy no he recibido una respuesta, y la verdad es que no espero recibirla de manera espontánea.

Esta serie supongo que continuará, pero no sé muy bien cómo continuará. En todo caso, no dejaré de tener informados a los lectores de cómo la paciencia vence, o no,  los obstáculos más insalvables.

Pero eso será más adelante, porque, a mí no sé, pero a Heytens se le ha hecho tarde hace muchísimo tiempo.

jueves, 3 de noviembre de 2022

Cortinas (V). Hacia el segundo intento

Efectivamente, envié a la tienda un mensaje correcto, pero que dejaba manifiesto mi disgusto por lo sucedido, con la petición de que me dieran una solución. Pasaron unos días y, como sospechaba, no recibí respuesta, así que, una semana después, les envié un nuevo mensaje preguntando si tenían ya una solución para lo sucedido.

Y, ¡sorpresa!, me llegó una respuesta de la tienda diciendo que habían enviado un nuevo encargo para la confección de unas cortinas nuevas, y que ya me avisarían cuando estuviesen a punto y listas para colocar.

Uno pensaría que lo suyo sería disculparse por lo sucedido y deshacerse en peticiones de perdón, pero no, amigos, qué cosas tenemos. Nada de eso. El texto del mensaje era: “Unas nuevas cortinas están en fase de confección. Le avisaremos cuando estén a punto.” Y eso es todo, amigos. Estamos hablando de finales de abril, un buen mes largo después de la instalación de la cortina agujereada.

Comoquiera que, por lo menos, la luz había dejado de campar por sus respetos día y noche en mi dormitorio, armarse de paciencia no fue especialmente difícil. Yo creo que, en mis primeros años en Bruselas, no hubiera aguantado sin despotricar a diestro y siniestro, como en el caso de la instalación de la cocina que algún día contaré (cuando se me pase por fin el cabreo), pero, a base de golpes, hasta los metales más duros se ablandan, y yo ya venía con vocación de blando de fábrica, a pesar de algunas cosillas más beligerantes en mi juventud moscovita.

Pasó un mes. Pasaron dos. Y tres. Y ya iban a pasar cuatro.

Un buen día de agosto, en plena canícula, paseaba yo con mis hermanos por un terruño de nuestra propiedad en nuestro querido Benicountrí, provincia de Valencia, cuando sonó mi teléfono inesperadamente. La cobertura telefónica en el núcleo urbano de Benicountrí tiene un pase (y nada más que un pase, no vayamos a creer), pero en mitad del campo no lo tiene en absoluto, así que con muchas dificultades logré comprender que los de Heytens querían ponerse en contacto conmigo. Que las cortinas ya estaban listas y que si se podían pasar el martes siguiente a ponerlas.

Cuatro meses para confeccionar unas cortinas, Señor mío, y eso que quedaba un tercio por pagar. No me puedo imaginar lo que hubiera pasado si hubiera tenido la humorada de pagarla entera cuando me lo pidieron. Si ya quedando una cantidad a deber, el encargo había terminado en el fondo de la lista de tareas, es difícil suponer cuántos meses hubieran tardado en reaccionar si no me hubiera quedado por cumplir ninguna obligación.

El martes siguiente, por otra parte, yo no tenía intención de desplazarme a Bruselas e interrumpir mis vacaciones sólo para dar a Heytens acceso a mi piso, de manera que les expliqué que, en España, a diferencia de Bélgica, el mes en que el país se ralentiza (bueno, en Bélgica se para del todo) no es julio, sino agosto, y yo estaba disfrutando de unas vacaciones que aún no habían terminado, así que ya les avisaría a mi retorno. Que digo yo que si habían tardado cuatro meses en confeccionar unas cortinas, yo podría tardar algo más de cuatro días en darles acceso a mi casa.

Unos días después, una vez hube terminado mis vacaciones, que se me hicieron muy cortas, y de vuelta en la rutina húmeda y lluviosa de Bruselas, me puse en contacto con Heytens para hacerles saber que me ponía a su disposición para darles acceso a la vivienda, sobre todo en los días que estaba en teletrabajo, y dar por finalizado este engorroso asunto. El 31 de agosto me propusieron como fecha de instalación el 6 de septiembre, que me venía bien, o ya haría yo por que me viniera bien y terminar de una puñetera vez con Heytens y con la madre que la parió.

Antes de esa fecha, sin embargo, concretamente el día 3, los señores de la tienda, que de confeccionar cortinas saben mucho, sí, pero menos que de emitir facturas, me enviaron una por el montante que restaba por pagar, que comenzaba por las palabras “Tras la instalación de sus cortinas…”

Obviamente, me dio la risa floja. Escarmentado por lo sucedido, ni se me pasó por la cabeza pagar. Además, la etimología me justificaba, porque “factura”, en el latín original, es un participio de futuro, cosa que en castellano no existe, pero que se traduce por algo así como “lo que va a realizarse”. Pues que se haga antes de pensar en otra cosa. Con ello me convertí probablemente en “soluturus”, o sea, el que va a pagar, aunque no diga exactamente cuándo. Es lo que tiene el futuro, que es inseguro por naturaleza.

Hasta qué punto lo es lo veremos en la siguiente entrada, que desgraciadamente no será la última de la serie, porque me temo que la serie va a quedar inconclusa de momento y no tengo ni idea de cómo va a terminar, porque, efectivamente, el futuro es imprevisible por naturaleza y mucho más cuando nos estamos enfrentando a un proveedor belga de bienes y servicios.

Pero de eso ya nos ocuparemos en la próxima entrada, antes de que la actual se convierta, además del sembrado de latinajos que ya es, en un engendro demasiado largo para ser leído con comodidad.

Y, además, como el lector habrá adivinado, se hace tardísimo. Cómo se nota que ha cambiado la hora…

martes, 1 de noviembre de 2022

Olvido imperdonable

Por primera vez en dieciséis años de existencia de esta bitácora, la fecha del primero de mayo, que es su cumpleaños, pasó sin la preceptiva entrada que hiciera mención de tal hecho. La víspera, 30 de abril, salió publicada la entrada alusiva al reinado de Leopoldo III, y uno podría esperar que al día siguiente hubiera al menos publicada una entrada que hiciera mención de la efeméride, pero no. No volvió a haber publicación alguna hasta casi dos semanas después. Entretanto, no hubo absolutamente nada.

Jamás se había visto tamaño desprecio a la bitácora por parte del autor de sus días, tanto más cuanto que el primero de mayo es festivo en casi todos los países, incluidos por supuesto Rusia, donde nació la bitácora y se escribieron la mayor parte de sus entradas, Bélgica, lugar de residencia habitual de éste su autor, y España, patria del mismo y de su familia. Nada más fácil, pues, que arañar unos minutillos a la vorágine diaria, incluso en un festivo, y escribir unas líneas conmemorativas.

Como no lo hice entonces, lo hago hoy, que es uno de noviembre y se cumplen dieciséis años y medio de la primera entrada. También es un día festivo, Todos los Santos, en Bélgica y en España, pero no en Rusia. En Rusia es día de precepto para los católicos, como día en que se celebra la iglesia triunfante, al igual que en el resto del mundo, pero, ¡ay!, es una festividad católica, que en Rusia éramos una minoría minúscula, así que el día era laborable, y lectivo.

Eso nos trajo un pequeño conflicto cuando un año dijimos a los entonces niños que tocaba ir a misa, porque, aunque no fuera domingo, era festivo.

Ro no se lo creía de ninguna de las maneras.

- He ido al colegio como un día normal. Cuando vamos a misa, no voy al colegio. Las dos cosas no van juntas.

Creo que tenía ocho años la cría, por lo que era un poco pronto para imbuirle el concepto de que el calendario civil y las festividades católicas no necesariamente coincidían.

Muy a regañadientes, conseguimos meter en el coche a los tres, salimos de casa con el tiempo menos que justo y aparcamos a unos cien metros de la catedral católica de Moscú. Ro no dejaba de rezongar y de pensar, y hasta decir, que la estábamos engañando.

La impresión de Ro posiblemente cambió cuando atravesamos las puertas de la catedral y se dio cuenta de que, con la discusión y el retraso consiguiente, habíamos llegado justo a tiempo y el templo estaba de bote en bote, hasta el punto de que encontramos sitio porque los rusos son muy amables en según qué cosas y, cuando ven a una familia numerosa en apuros y con hijos pequeños, siempre se encuentran sitios para sentarse. Como era un día laborable, las misas eran después del horario laboral, en la catedral prácticamente sólo había ésa, y los católicos practicantes moscovitas, que ciertamente haberlos haylos, nos concentramos en la misma celebración.

- Bueno, vale. Era festivo - dijo Ro al salir.

Las cosas han cambiado muchísimo desde aquel 1 de noviembre frío, nublado, nevoso y oscuro que nos pilló en Moscú. Desde la perspectiva, eran tiempos felices.

Sea como fuere, hoy es el día en que esta bitácora cumple dieciséis años y medio, curiosa fecha. Como el lector residual, pero avispado, habrá percibido, el último mes ha conocido un desusado incremento en la frecuencia de publicación, a ritmos que no se veían desde que estas pantallas se publicaban en Moscú. Esto se debe, por una parte, a que le estoy volviendo a encontrar las ganas a esto de escribir textos largos, mucho más de los mensajes encorsetados de Twitter, por muy libre que esté ahora el pájaro, y que casi todos los días encuentro diez minutillos desde cualquier dispositivo para echar unas líneas. Pero, además, hay una segunda motivación mucho menos honesta, cual es la de alcanzar antes de fin de año la milésima quincentésima entrada, un objetivo que me marqué, como sabemos, a principio de año y que sólo podré conseguir mediante un incremento bastante importante de la frecuencia de publicación.

Pues a ver si lo consigo, o tengo que hacer penitencia en el repaso que, inevitablemente, haré de mi actividad bloguera cuando termine el año. Entretanto, se me está haciendo tarde para llegar a las mil quinientas entradas, porque estamos en noviembre, y aún quedan muchas.

lunes, 31 de octubre de 2022

Cortinas (IV). La instalación

¿Quién se dedica a ir montando cortinas en este mundo? Ya se lo pregunté al que vino a tomar las medidas de mi irregular habitación.

- Bueno, enviaré a uno de mis operarios, que es especialmente ágil y podrá trepar por estas alturas.

Casi tres metros. Porque claro, aunque los techos de mi habitación no parezcan especialmente altos, los triángulos, fatalmente, tienen vértices, y por ahí iban las medidas del vértice superior, que era la altura máxima a la que debía llegar la cortina. Y sí, alguien tenía que llegar hasta allí esquivando las vigas que había plantadas por el medio y que estorbaban lo suyo.

Al final, no vino el instalador titular, ése que era especialmente ágil y que podría trepar por las alturas. Por un malentendido, el día que tocaba, pero que nunca me confirmaron, no me pilló en casa, y hubo que traer un día de reserva, con una instaladora muy pequeñita y delgada, que parece que es el tipo perfecto para hacer ese tipo de trabajos. Además, tenía una voz atiplada y, por si fuera poco, no llevaba la escalera plegable y le tuve que ayudar a subir la que llevaba ella. Vamos, una alfeñique de libro, o eso me parecía a mí, pero qué va. En cuanto cogió el taladro, la mujer se transformó y se puso a hacer unos agujeros en los bloques que aquello parecía más mantequilla que hormigón. Y trepaba que no veas.

La verdad es que la mujer tardó bastante y no le pude hacer un seguimiento muy detallado porque yo estaba teletrabajando y tenía bastantes cosas que hacer, pero me llamó cuando todo estuvo terminado. Era un día soleado, de ésos que hay pocos en Bruselas por marzo, pero los hay, y las cortinas eran efectivamente muy opacas y no dejaban pasar apenas luz. Las agarré con satisfacción y, al extenderlas, vi un punto de luz, poca cosa, pero punto al fin, que pasaba a través del material.

- ¡Huy! ¿Qué es esto? - le pregunté a la operaria.

- ¡Ya lo sé! - dijo desconsolada - Ya se lo he dicho a la tienda. Hay cinco como ésos en el tejido.

- Pero esto no puede ser…

- Le tendrán que hacer una nueva cortina. Aun así, me han dado instrucciones para que le pida a usted que pague el resto de la factura.

“¿Están de coña?”, pensé. Evidentemente, si pagaba el resto de la factura, la reparación de las cortinas iba a pasar a la cola de las prioridades de la tienda. De las prioridades presentes y futuras.

- Señora, no puedo hacer eso. Eso sería como aceptar que el trabajo ha estado terminado correctamente, cuando no es así.

- Lo comprendo - dijo la señora cabizbaja.

Claramente la señora no estaba por la labor de discutir, ni era su trabajo.

- Déjelo estar así por ahora, y yo llamaré a la tienda y les pediré una reparación.

- De momento, por lo menos, podrá usted dormir sin que le moleste la luz.

- Eso sí.

Los cinco poros, funcionalmente, no representaban el menor problema, y menos de noche, pero no es lo que uno espera cuando paga un pastonazo por el producto, tanto más cuanto que pueden ser el origen de que se rasguen por ahí en un futuro. El caso es que sí, el producto estaba defectuoso, pero la persona que tenía delante era simplemente la instaladora de un producto que le venía dado por las costurera y no tenía la menor culpa del asunto, así que se fue presentándome mil disculpas por algo que no había hecho ella, y yo me quedé con unas cortinas opacas a más no poder, excepto en algunos puntillos que sólo se veían si uno prestaba atención. Cinco, según la instaladora, aunque yo no descubrí más que tres, así que supongo que los otros dos estaban por allí arriba, en lugares que yo no alcanzaba a divisar.

A partir de ahí, comencé a dormir mucho mejor. No es que durmiera mal antes, pero no comparemos. El tercer grado terminó y, como tantas otras veces sucede, bastó que tuviera mi cortina opaca en su sitio para que la escuela de donde venía la luz cegadora decidiera que no tenía ningún sentido mantenerla encendida de noche, y la quitó sin más. La luna no. La luna, cuando no había nubes, seguía reflejando la luz como debe ser y ha hecho siempre. Cómo se nota que no tiene que pagar las facturas a Engie Electrobel.

Muy bonito todo, pero, claro, quedaba un fleco por resolver. Supongo que la tienda querría cobrar el resto de la factura, al igual que yo quería unas cortinas sin poros traslúcidos. Pensar en que la tienda tomara la iniciativa, pensé para mis adentros, era un poco ilusorio. Yo no sé cuál sería el coste de fabricación de unas cortinas nuevas, pero no tengo nada claro que Heytens estuviera obteniendo beneficio de esta operación, así que quizá les saliera a cuenta dejarlo correr y renunciar a los alrededor de quinientos euros que les quedaban por percibir, con tal de no arrostrar el engorro de volver a encargar la confección de unas cortinas nuevas y proceder a su instalación.

El caso es que, en un alarde de poner al sistema frente a sus límites, me dije que iba a exigir mis derechos como cliente y les iba a pedir que me proporcionasen unas cortinas sin defectos. Respiré hondo y me senté resueltamente frente a mi ordenador para explicar a la tienda hasta qué punto sus servicios estaban por debajo de mis expectativas.

Cosa que veremos en la próxima entrada, porque, claro, hay otras cosas que hacer y se hace tarde para ello.

sábado, 29 de octubre de 2022

Huelguistas

En España, hace poco que he visto un vídeo de un discurso, creo que de Santiago Abascal, que se pregunta por qué, con la inflación desbocada y los precios de la energía por las nubes, no hay protestas sociales, y la respuesta que da es que el gobierno (de izquierdas) financia generosamente a las organizaciones sindicales (a las de izquierdas, que son las mayoritarias que pueden armar jarana), las cuales se cuidan muy mucho de morder la mano que les da de comer.

Yo, como no vivo en España, desconozco si lo que dice Santiago Abascal es verdad en todo, en parte o en nada. Sí que es cierto que el panorama sindical español lo componen dos sindicatos fundamentales, uno socialista, la  UGT, y otro comunista, Comisiones Obreras, y algunos sindicatos menores, de los que me suenan USO, heredera de los sindicatos católicos, CGT, anarquista, y ahora habrá que añadir al propio sindicato que ha auspiciado el partido de Santiago Abascal y que, de forma que recuerda poderosamente a sus aliados polacos, se llama Solidaridad. Y también, lo sé, hay sindicatos de ámbito regional, como los nacionalistas vascos ELA-STV y LAB. En general, los sindicatos están vinculados a partidos de izquierda, menos USO, que -hasta donde yo sé- no está vinculado a ninguno, ELA-STV, que es el bicho más raro de todos ellos, y Solidaridad, que está vinculado a un partido de derechas, y que supongo heredero de sindicatos como Fuerza Nacional del Trabajo y no sé si de los sindicatos verticales. Vamos, que no es insólito que exista. Los obreros tienen derecho a ser nacionalistas españoles (o patriotas, si les gusta más) y los hay que ejercen este derecho.

En Bélgica, el gobierno no es de izquierda, sino del MR, Movimiento Reformador, con una pléyade de partidos que dificultan la adscripción de este gobierno a un ámbito ideológico mínimamente concreto, pero de izquierdas no parecen y, de hecho, no están en el gobierno ni los partidos socialistas de Flandes o Valonia, ni el extravagante partido de extrema izquierda que surgió en las últimas elecciones.

Quizá ello explique que, a diferencia de España, en Bélgica sí que esté habiendo huelgas. Ya hemos hablado de alguna. La próxima, si Dios quiere, tendrá lugar dentro de poco, a principios de noviembre. Convocada en un principio por el sindicato socialista, se ha unido a la convocatoria el sindicato cristiano y, atención, el sindicato liberal ha anunciado que, aunque no se sume a la huelga, sí que apoyará las acciones paralelas que se organicen.

¿Cómo que sindicato liberal? ¿De verdad? Pues sí, de verdad, en Bélgica hay un sindicato liberal, cosa totalmente impensable en España. Uno pensaba que el liberalismo y el sindicalismo eran como el agua y el aceite, pero esto es Bélgica, amigos, y todo es posible. De momento, el liberalismo belga no es un libertarianismo a ultranza ni mucho menos. Ya digo que los liberales no sólo están en el gobierno, sino que mandan en él, a pesar de lo cual Bélgica es un marasmo funcionarial con unos impuestos tan elevados que me hacen reír los que se quejan de la presión fiscal española. Que sí, que el gobierno es de coalición y que los liberales no tienen poder absoluto, pero el que piense que los liberales lo son más que de boquilla, o para llevar a buen término la ideología de género o la Agenda 2030 (eso lo hacen de buen grado), simplemente está aviado.

Aun así, la existencia de un sindicato liberal es chocante, pero no es lo único que llama la atención en la estructura del sindicalismo en Bélgica. Lo primero que resulta llamativo es que los tres sindicatos nacionales, que son los tres convocantes de la próxima huelga, son eso, nacionales. No hay un sindicato flamenco y uno valón, sino uno nacional, eso sí, con su bilingüismo pulcramente establecido a todos los niveles. En un país en el que no hay un partido político de importancia de ámbito nacional (con la excepción de los verdes -Ecolo/Groen- y el marxista partido de extrema izquierda que pulula por ahí), que los sindicatos hayan sido capaces de entenderse entre ellos y de conservar su carácter belga tiene su encanto.

Otro día seguiremos investigando sobre el sindicalismo belga, pero, entretanto, más vale que nos quedemos con los motivos de la huelga, que, tristemente, son los mismos que deberían llevar a acciones parecidas en España, o a peores si estuviera gobernando la derecha: la enorme pérdida de poder adquisitivo de los salarios en el contexto de inflación. Por lo visto, como cualquier economista serio sabe perfectamente, eso de que la culpa de la inflación la tiene Putin es una milonga de tres pares de narices, porque, no en vano, la inflación es en buena medida un fenómeno monetario y, para fenómenos, los mandamases del Banco Central Europeo, que llevan varios años dándole a la maquinita de imprimir billetes bajo la presión y con la connivencia de los gobiernos nacionales, más endeudados que nosotros con nuestro Señor. Putin tendrá una parte pequeñita de culpa, pero, insisto, pequeñita. Y los sindicatos belgas se lanzan a la calle como si una subida salarial fuese a servir para algo, almas de cántaro, más que para alimentar la inflación un poquito más.

La huelga y las otras acciones tendrán lugar el 9 de noviembre. En principio, vamos a dejar aparcado este asunto hasta entonces, mientras medito si sumarme a las acciones o dejarlo estar. Pero ya lo meditaré en otra ocasión, porque ahora se hace tarde.

jueves, 27 de octubre de 2022

Cortinas (III)

Sorprendentemente, muy pocos días después me llamó el operario de la empresa que debía tomar las medidas para confeccionar la cortina. Lo que en circunstancias normales hubiera sido complicadísimo, como es tomar una cita en horario laboral, se ha hecho mucho más sencillo con el teletrabajo generalizado, de manera que pudimos quedar un martes por la mañana, que es un día en que, salvo necesidad imperiosa, me quedo en casa redactando documentos diversos y asistiendo a reuniones a través de pantallas.

El señor apareció con una puntualidad británica, bien vestido y armado con una escalera plegable que yo no sabía ni que existían, pero qué buena idea, tú. La agarró de buen brazo, subió los dos pisos que separan la puerta de entrada a la casa de mi habitación, salvó los seis escalones de la ampliación de autor que hizo el arquitecto anteriormente propietario y, ni corto ni perezoso, desplegó la escalera con ánimo de no entretenerse un minuto más de lo estrictamente necesario. Qué gusto, tú.

- ¿Necesita algo? - le pregunté todo lo solícito que supe.

- No, no, ya me arreglo.

Así le dejé con sus cintas métricas y volví al espacio que he habilitado como despacho en mi casa, y donde redacto documentos diversos y asisto a reuniones a través de pantallas, pero creo que esto lo he escrito ya.

Al rato, y no muy largo, el operario me avisó de que ya había terminado de tomar medidas y, por tanto, se iba.

- Ahora pasaré el encargo a la tienda, que pasará los datos a la costurera con la que trabajan, y ya le avisarán para colocar las cortinas.

Nos despedimos, y yo me quedé admirado de la eficiencia del sistema de la tienda, que hasta entonces, fuerza es decirlo, estaba funcionando como un reloj. Se me aducirá que, con los precios que clavan, ya puede funcionar bien, pero no estemos tan seguros, que no faltan los negocios en Bélgica que, aun desollando vivo al cliente, dan un servicio manifiestamente mejorable.

Me las prometía muy felices y, para colmo, no había pasado apenas nada de tiempo cuando me enviaron la factura de la tienda, para que les pagara una parte a cuenta, cosa que hice sin titubear. Éste es el momento en que podría pensarse que el entusiasmo del proveedor de bienes y servicios belga se enfriaría, pero qué va, a los pocos días me llamaron para concertar una cita y poner la cortina.

- ¿Ya?

- Bueno, le llamo para concertar la cita con tiempo. La costurera nos han dicho que podría estar para finales de marzo.

O sea, cosa de dos meses después de las fechas en las que nos encontrábamos. Con lo bien que habían ido las cosas hasta entonces... Pero bueno, no deja de ser cierto que no estábamos hablando de unas cortinas banales y estándar, sino de algo muy adaptado, muy... triangular y, claro, un trabajo cuidado lleva su tiempo. Hay que comprenderlo.

Acepté, pues, con algo de resignación, la cita que se me ofrecía.

Las siguientes semanas fueron de espera. Es verdad que la lámpara del colegio y la luna llena, cuando la había, eran las mismas de siempre, pero algo había cambiado. No era lo mismo haber pasado todos estos meses, años incluso, bañado por las noches por la luz exterior y sin esperanzas ni perspectivas de que la cosa cambiara lo más mínimo, que la situación actual, en que había una fecha límite a estos sinsabores, que sí, seguían siéndolo, pero el hecho de que su fin estuviera próximo los hacía, si cabe, más insoportables.

Es curioso. Tan lejos como ayer estuve hablando con un compañero cuya fecha de jubilación está a la vuelta de la esquina. De hecho, le quedan cuatro meses casi exactos, antes de descontar vacaciones y esas cosas de última hora. Me dijo que últimamente se enfadaba por cualquiera cosa, y eso que estamos hablando del prototipo de belga, siempre contando cosas graciosas, chistes, y sacándole punta a todo. Pues ni por ésas: asuntos que un año antes le hubieran resbalado sin afectarle lo más mínimo, ahora le sacaban de sus casillas. "Eso es que ya conozco el día final. Ya te pasará a ti", me decía ayer.

Pues lo mismo debía suceder con las cortinas. Mientras no había solución posible, la luz que entraba por la noche en mi habitación era un mal necesario, o más bien inevitable, y es inútil enfadarse por las cosas inevitables. Pero la cosa había cambiado: la luz seguía entrando única y exclusivamente porque aún no había llegado la fecha de la instalación de la cortina. Por lo tanto, de alguna manera la incomodidad de la luz era más molesta: porque tenía fecha de fin.

En estas digresiones se nos ha quedado una entrada un poco más larga de lo deseado. Es más, incluso diría que, entretanto, se ha hecho tarde. Dejemos, pues, la luz invadiendo mi dormitorio durante un par de meses más, y pasemos finalmente al día en que las cortinas se instalaron, pero no ahora, sino que dejémoslo para la próxima entrada.

martes, 25 de octubre de 2022

Cortinas (II)

El caso es que poner cortinas en el ventanal de mi nueva habitación no era un asunto sencillo, porque, como quedó dicho, mi casa es una casa de autor, de un autor que se perdía por los triángulos (seguro que era masón), y el resultado es que el ventanal de mi habitación es, también, triangular.

Le tuvo que costar una pasta, porque a ver dónde encuentras quién te haga ventanas, marcos y cristales triangulares, como no sea a medida y con un operario maldiciendo a quienquiera que se le haya ocurrido la ideíta de salirse de los paralelepípedos a la hora de diseñar las ventanas, mientras busca una forma de transportar ángulos que no son de noventa grados.

El caso es que el anterior dueño me consta que tenía cortinas, pero se las llevó, no entiendo muy bien para qué, como no fuera que el tejido fuera de buena calidad y quisiera reutilizarlo. Uno pensaría que, total, de noche no hay luz y que qué más dará que haya o no cortinas, pero esto no es exacto. La ventana da al patio trasero de un colegio, en el que, vaya usted a saber por qué, había una potente luz enfocada directamente sobre mi habitación. Uno se acostumbra a todo, cierto, y no digamos si tiene sueño, pero la verdad es que la luz en cuestión resultaba molesta. Entretanto, las medidas de ahorro energético adoptadas por las autoridades belgas han dado al traste con esa iluminación nocturna perfectamente inútil (algo bueno tenía que traer la crisis energética), pero, durante demasiado tiempo, aquello parecía más un tercer grado que un dormitorio.

Algunos desacuerdos dieron al traste con la posibilidad de atenuar al menos el tercer grado en cuestión. La cosa se arregló a medias colgando una antigua cortina que no era muy opaca que dijéramos, pero que algo hacía, de la parte inferior del ventanal, la que sí era más o menos rectangular, pero el pico del triángulo seguía allí, dejando el paso expedito a la malhadada lámpara del colegio, o a la luna llena en los días de rigor y noche despejada, que alguno hay en Bélgica, no vayamos a creer. 

Finalmente, a principio de este año, después de superar la crisis de las inundaciones del verano pasado, hacer arreglar los estropicios que se produjeron y decidir que no estaba por la tarea de seguir ahorrando luz por las noches a base de aprovechar lo que entraba por la ventana, resolví por unanimidad poner remedio al asunto y encargar unas cortinas.

He de decir que no había sido el primer intento. El primer intento, sin embargo, que tuvo lugar un par de años antes de la pandemia, se saldó con un sonoro fracaso, porque la fantasiosa, virguera y cara solución que propuso el dependiente no parecía muy satisfactoria. Poco menos que se requería un motor para poner el marcha el engendro a base de láminas, que tampoco estaba muy claro que se fueran a cerrar completamente, para dejar el cuarto completamente a oscuras.

La tienda de la que hablo, que a estas alturas no merece el menor anonimato, se llama Heytens. Un buen día de enero de este año, sábado por la mañana, me planté allí con unas cuantas fotos de mi cuarto y un precioso plano del ventanal que había dibujado a mano alzada. La dependiente me miró con cierto desdén, o eso me pareció, porque claro, si voy allí es porque tengo un problema, y el que tiene un problema no merece sino ser tratado con desdén, estaría bueno.

Le expliqué, en mi mejor francés, que tampoco es que sea gran cosa, pero algo se entiende, que en mi habitación tenía serios problemas para conciliar el sueño, a causa del ventanal que se veía en la foto.

La dependiente frunció el ceño.

- Claro.

Y tan claro. Demasiado. Por eso estaba allí, precisamente.

- Tenemos un tejido opaco que podría convenirle ¿De qué color lo quiere?

- ¿Tienen blanco? La pared es azul, pero el techo y el armario del fondo son blancos.

Yo es que el blanco sé lo que es, o eso creo. Hace mucho tiempo que decidí dejar de discutir sobre colores.

La dependienta miró a diestra y siniestra las distintas posibilidades, descubrió que sí que tenía blanco entre las mismas, se quedó con mi precioso plano a mano alzada, copió mis fotos en su ordenador y finalmente me dijo:

- Claro que esto habrá que hacerlo a medida, porque de otro modo no tenemos nada específico para su tipo de ventanal.

- Sí, ya lo supongo.

Me tomó los datos, me hizo un cálculo del que se dedujo que la broma me iba a salir por mil doscientos euros de nada, y yo dije que sí a todo, y sobre todo al precio, porque la primera solución original con motor puturrudefuá hubiera salido, a juzgar por el presupuesto que se hizo, por bastante más del doble, e incluso del triple. Que ya sé que esa morterada puede parecer un pastón, y lo es, pero lo de la luz en la habitación ya estaba siendo algo insoportable, hasta el punto de que me temía que el día menos pensado comenzara a aullar, con o sin luna llena.

- Nos pondremos en contacto con usted dentro de unos días. Le enviaré el presupuesto por correo electrónico, con una factura por una parte de la cantidad que hemos dicho. Pasará una persona de nuestra empresa a tomar medidas.

Con esta conclusión me despedí de la dependiente con la esperanza de que, dentro de no demasiado tiempo, pudiera disfrutar de la oscuridad que debe acompañar a toda noche que se precie, y salí de la tienda a ocuparme de mis otros quehaceres.

Los siguientes pasos en la confección y adquisición de las cortinas serán materia de la próxima entrada, porque ésta se está alargando mucho y, después de todo, se hace tarde.

sábado, 22 de octubre de 2022

El servicio al cliente. Cortinas (I)


Recordaremos la serie sobre la instalación de la puerta del garaje (y un día contaré lo de la instalación de la cocina, de verdad. Es que aún me dura el cabreo). Pues esto no ha terminado, porque, del mismo autor y sobre el tenebroso tema de la calidad del servicio al cliente en el nunca suficientemente ponderado Reino de Bélgica, comienza una serie sobre el mismo principio, aplicado a la compra, confección y colocación de unas cortinas.

Parece simple, ¿verdad? Pues no. Nada es simple.

Vamos a comenzar por el principio. Mi casa bruselense es un producto de autor. Construida en algún momento de mitad del siglo pasado, fue adquirida más adelante por un arquitecto, que tenía en ella su estudio y que, antes de entrar en ella, la puso a su gusto. A nuestro arquitecto le gustaban los triángulos y despreciaba los ángulos rectos. No se le ocurrió cambiar mucho de lo que ya estaba construido, pero emprendió una ampliación hacia lo que era el jardín, y allí construyó su propio estudio, en la planta baja, así como un trastero disimulado; en el primer piso, tras salvar seis escalones de desnivel (éstos son los Países Bajos, pero no los países planos), construyo un salón muy coqueto; en el segundo piso, otros seis escalones después, construyó una habitación bastante grande que reservó para él y su esposa, y en la que actualmente duermo yo desde que en el poco a poco lejano 2016 di con mis huesos en ella.

La habitación es enorme. Para alguien que pasó su infancia compartiendo ocho metros cuadrados con un hermano, es un progreso indudable. Ahora bien, hay un pero.

El pero es que la parte más alejada de la puerta, y que da al jardín, es todo un ventanal que ocupa toda la pared, con lo que entra la luz a chorros, porque, además, está orientada al sur ¿Cómo puede ser un pero que entre luz natural en una habitación, pensará quien lea esto? Pues es un pero, porque, al mudarse, el arquitecto y su esposa se llevaron las cortinas a su nueva residencia.

Quienquiera que haya llegado hasta aquí se dará cuenta de que la casa tiene más escalones que el Miguelete, y que no hay forma de acceder a prácticamente ninguna estancia sin salvar un desnivel. Cuando uno es joven, no es algo que a nadie le importe demasiado, pero nuestro arquitecto fue cumpliendo años, y sus rodillas también, hasta que llegó el día en que empezó a considerar mudarse a una residencia sin tantas barreras arquitectónicas, y puso la casa en venta.

Cuando la compramos, y después de quedarnos con los bolsillos vacíos entre la compra de la casa y las reformas que hubo que llevar a cabo, nos instalamos en ella, y en la habitación sin cortinas y con un ventanal enorme ¿Y por qué no se pusieron cortinas inmediatamente? Claro, el que lea esto puede pensar que tampoco hay para tanto y que, por muy pelada que esté la cuenta corriente de los dueños, siempre se puede comprar alguna cosa de emergencia en IKEA para tapar el ventanal en tanto se mejora de condición.

En este caso, sin embargo, IKEA no era una solución, pero la razón la veremos en la próxima entrada, porque hoy se está haciendo tarde.

miércoles, 19 de octubre de 2022

El monopolista sigue atacando

No hacía ni un día de la entrada anterior, en la que me choteaba un poco de las intenciones de mi suministrador de gas y electricidad de hacerme anticipar los pagos de mi consumo (porque pagar, antes o después, voy a pagar lo que me toque), cuando me ha llegado un mensaje aún más terminante.

Mi compañía de mis amores, Engie-Electrabel, considera que mi pago fijo mensual de 112 euros es bajo. Cree que, hasta diciembre, debería pagar algo más, porque el coste de mi consumo supera esa cifra ¿Qué cómo lo saben? Claaaaro, gracias a la aplicación Boxx, que mide constantemente mi consumo.

La aplicación, a la que (¡qué menos!) yo también tengo acceso, me dice que en 2022 mi consumo de gas ha llegado sólo hoy a la mitad de todo lo que gasté en 2021, y quedan menos de dos meses y medio para terminar el año (de los que al menos entre tres y cuatro semanas no voy a estar por casa). La electricidad no llega a semejante nivel, pero sí parece claro que no voy a llegar ni de lejos a los niveles de consumo de 2021, a no ser que me vuelva loco y comience a poner todos los electrodomésticos en marcha y a encender todas las luces.

Sin embargo, mi monopolista de cabecera sugiere que recapacite y que pase de un pago mensual de 112 euros a otro de 326 euros, hasta diciembre. Prácticamente quieren que lo triplique, tú.

Que yo ya sé que el precio de la energía ha subido, pero a mí me sigue pareciendo que me quieren hacer pagar por anticipado, y eso que ya tienen en la caja. La cosa se pone emocionante, porque en diciembre llegará el balance anual, y ya veremos en qué consiste el asunto.

Yo voy a dejar las cosas como están, firme en mi propósito de no creer una palabra de lo que diga un monopolista, pero voy a apartar unos eurillos para hacer frente a lo que pueda venir, que, si no, luego, todo son apreturas y prisas, porque se haya hecho tarde...

sábado, 15 de octubre de 2022

No os creáis una palabra de un monopolista

Este año se presenta complicado en cuanto a combatir el frío. La compañía que me suministra gas y electricidad, que es la antigua compañía de bandera del país, me ha advertido de que debería pagar más por mi consumo estimado. En Bélgica, la compañía eléctrica y gasística, que es la misma, te fija un importe constante basado en tus facturas previas, la composición de tu familia y cosas como ésas. Así, te dicen ellos, no tendrás sustos y sabrás todos los meses lo que tienes que pagar. Parece que se desvelen por tu bienestar, pero, en realidad, lo hacen por su propio beneficio, porque leer el contador todos los meses es muy cansado (y caro). Creo que aún no ha sido constituida la empresa prácticamente monopolística que haga un favor a sus clientes por las buenas, sin ganar nada a cambio.

Bueno, pues el caso es que Engie Electrabel (antes sólo Electrabel), que tal es el nombre de la compañía en cuestión, se teme que en diciembre, cuando llegue la factura de compensación entre lo que he pagado y lo que he gastado realmente, me vaya a llegar un facturón del quince y me lleve un susto de espanto. Por este motivo, propone que fije un montante mensual de pago mucho mayor, porque mi consumo es superior.

Claro, uno pensará que cómo sabe Engie que mi consumo es superior. Ellos dicen que lo saben gracias a un aparatito que hace las funciones de termostato y que mide mi consumo constantemente. Si fuera cierto, sabrían que hace un par de meses que vivo solo (a despecho de que, teóricamente, la composición de mi familia siga siendo de cinco personas, ahora desperdigadas), y que el consumo de energía, medido con ese mismo aparatito, lo que indica es que se ha reducido enormemente con respecto al año pasado, muy por debajo de la mitad en lo que respecta al gas, y algo menos de la mitad por lo que hace a la electricidad. Aunque el precio de la energía se haya duplicado, yo debería seguir por debajo de la factura del año pasado.

Naturalmente, la compañía no lo hace por mi bien, a pesar de sus desvelos. Tiene guasa lo de poner por testigo al aparatito medidor, cuando yo lo veo igual que ellos y sé que lo deberían sugerirme no es precisamente eso. La compañía prefiere que yo pague más ahora, atemorizado por que me llegue una factura enorme en diciembre, antes que hacerlo dentro de dos meses. Porque, ahora que vuelve a haber intereses por los ahorrillos, al menos si eres lo suficientemente grande (y Engie lo es), dos meses de ingresos de mucha gente no deja de ser algo goloso.

Por lo demás, las temperaturas aún no son demasiado bajas. Por las noches, apenas alguna vez ha bajado de los diez grados, y por el día sigue siendo posible, y cómodo, salir a correr en camiseta y pantalón muy corto, así que la calefacción no es muy necesaria. De ahí mis ahorros energéticos, porque lo que sí he hecho ha sido proveerme de ropa abrigada. Luego, si no, todo son prisas.

No soy el único que se está preparando para que los cortes de energía y de calefacción me pillen acostumbrado. Desde este mes, en mi trabajo, los jueves por la tarde se desconecta la calefacción y, el que venga, que lo haga abrigado. Llamé a una compañera de trabajo, que estaba trabajando desde casa, y me la encontré abrigada hasta extremos desusados, señal de que, como me confirmó, tampoco ponía la calefacción en casa. Tiene toda la pinta de que la gente está, no sé si decir concienciada o simplemente asustada por la que puede caerle a una sociedad tan mal acostumbrada como ha estado la belga, y me temo que la europea occidental en general, durante estos últimos años.

Al final, aún vamos a tener que lamentar que el calentamiento global no sea más acelerado...

miércoles, 12 de octubre de 2022

Rusia y sus guerras

¿Es posible la democracia en Rusia como se entiende en Occidente? A pesar de la tozudez de quienes se empeñan en que sí, me temo que la respuesta es que no y que la mayoría de los rusos son conscientes de eso y no les importa lo más mínimo.

Cuando uno conversa con un ruso culto, y una buena parte lo son, no faltan los que piensan que Rusia sólo funciona bien cuando les llevan bien rectos, sometidos a un tipo sanguinario a quien no se le puede discutir absolutamente nada. Si no hay una dictadura, pero una dictadura de verdad, no una chuminada como la de Franco u otras de ese jaez, los rusos se desmandan.

Para los rusos, hay tres tipos que lograron su objetivo de controlar Rusia y ser obedecidos por todo el mundo, para lo cual, como hemos dicho, hay que ser especialmente despiadado. Esos tres tipos son Iván el Terrible, Pedro el Grande y Stalin.

Iván el Terrible se pasó su reinado peleándose con todo quisqui, en general con éxito, mandó a hacer gárgaras el janato de Kazán (algo parecido al fin de nuestra Reconquista) y se pasó el resto de su reinado peleándose con los suecos en una interminable guerra que sólo pudo sostener con un régimen de terror en el interior. Seamos claros, este tipo no bromeaba: en un ataque de cólera se cargó con sus propias manos a su hijo y heredero, montando una crisis a su muerte que significó el fin de su dinastía. Pero eso fue cuando murió. Mientras vivió, no le tosió nadie.

El segundo tipo despiadado fue Pedro el Grande. Éste también se las traía. Se empeñó en modernizar Rusia a toda costa y, cuando escribo toda costa, no estoy exagerando un pelo. Se empeñó en construir una capital nueva en un lugar estratégicamente interesante, pero insalubre hasta decir basta, que causó la muerte de muchos de entre quienes la construyeron. También se puso a darse de leches con los suecos hasta que los consiguió derrotar (por cierto en Poltava, hoy en Ucrania) y se quedó con Finlandia, enterita, además de con lo que hoy son las tres repúblicas bálticas.

Como Iván el Terrible, el tipo tampoco bromeaba ni un poquito con los disidentes. Los había, claro, porque no dejaba de haber gente que no comprendía eso de afeitarse las barbas, una obligación que impuso el zar. Cuando se descubrió una conspiración, y que en ella estaba implicado su propio hijo, el zarévich Alejo, la aplacó a saco, incluyendo la ejecución de su hijo. Si se es un tirano en Rusia, se es un tirano de verdad.

Y el tercer tipo implacable es Pepe Stalin. Éste nos pilla más cerca en el tiempo, por mucho que haya quien lo quiera blanquear desde que murió, y aún antes. Podemos recordar las purgas, que dejaron temblando a cualquiera que destacara por cualquier cosa. No es que la vida humana tuviera mucho valor en la Rusia de ningún tiempo histórico, pero en la Unión Soviética de Stalin es probablemente cuando este valor fuera menor. Eso sí, como logro militar de su época está la victoria en la Gran Guerra Patria (porque la Unión Soviética, como ha quedado dicho en alguna ocasión en estas pantallas, no participó en la Segunda Guerra Mundial, sino en guerras aisladas contra Alemania, Finlandia, Japón...), obtenida a costa de enormes bajas en el ejército y en la retaguardia, porque el sistema soviético de hacer la guerra lanzando carne de cañón es lo que tiene.

Eso sí, las ganancias territoriales fueron de aúpa. La Unión Soviética se expandió hacia Occidente incluso a territorios que nunca habían pertenecido al Imperio Ruso, como Prusia Oriental o la región de Leópolis y, si contamos lo que se quedó como zona de influencia, prácticamente estados satélites, se metió de lleno en Europa Central.

¿Y el hijo de Stalin? Pues tampoco le sobrevivió. Cayó prisionero de los alemanes durante la guerra y su padre se negó repetidamente a intercambiarlo por cualquier prisionero alemán, haciendo ver la poca estima que tenía por los soldados del Ejército Rojo que caían prisioneros (después de la guerra un enorme número no fue liberado, sino que pasó directamente a los campos de concentración). Murió en cautiverio.

Bueno, pues estos tres pollos, a los que calificarlos de desalmados es seguramente ser benevolentes con ellos, son los que han logrado realmente meter en vereda a los rusos y hacerles ganar guerras. Los demás han tenido más bien tendencia a perderlas, sobre todo cuando han librado guerras ofensivas, como es ésta de Ucrania. No me vale la invasión napoleónica de 1812, porque aquélla no fue una guerra de invasión, sino defensiva. A Nicolás I (que era un autócrata empedernido, sí, pero no mató a su hijo ni nada) le dieron una buena paliza en la guerra de Crimea ¿Y qué decir de Nicolás II? En el fondo, era un buenazo (de hecho, está canonizado como mártir), pero perdió la guerra ruso-japonesa (¡ésa la vimos!) y la Primera Guerra Mundial, con consecuencias fatales para la corona imperial.

Es decir, para que los rusos ganen guerras expansionistas se requiere un líder poco menos que maligno, capaz de matar a su hijo con tal de que no le tosa ni el Tato, y que trate a la población a base de zurriagazo y campo de concentración.

Y lo siento mucho, pero Putin no da la talla. Yo sé que en Occidente se le considera una personificación del demonio y el nonplusultra de la maldad, pero no llega a las rodillas de ninguno de los tres personajes descritos arriba.

Todavía.

Es decir, Putin tiene un claro margen de empeoramiento, lo que pasa es que el siglo XXI no ha llegado en balde. Si sus antecesores de siglos anteriores contaban con amplias capas poblacionales que no tenían nada que perder, o a quienes podían maltratar impunemente, eso ya no pasa ahora o, al menos, no pasa tanto. El ruso del siglo XXI está viajado, y no sólo los de clase alta, sino que quien más, quien menos, tiene unas comodidades básicas que la práctica totalidad de los súbditos de Iván el Terrible, Pedro el Grande o Pepe Stalin no podían ni soñar sin babear. Aquellos se iban a la guerra dejando atrás una isbá en medio de la taigá en la que pasaban la vida lo menos mal que podían, mientras que los de ahora, a poco que tengan posibles, tienen lavadora, lavavajillas y, no lo olvidemos, calefacción, televisión y teléfonos móviles. Y vacaciones con viajes al extranjero de vez en cuando. Y van al bar con los amigotes. Tienen algo que perder. No dudo que existan los tres hipermotivados de la última entrada alistándose con entusiasmo aunque no les llamen a filas, pero existen también los que son llamados a filas y se buscan cualquier subterfugio para escurrirse. Y éstos son muchos más.

La única posibilidad de Putin es convertirse en un tirano de verdad, de los que dan miedo, como los tres antecesores citados en esta entrada. De los que matan o dejan morir a sus hijos. Que se sepa, Putin tiene dos hijas, y las dos están vivitas y coleando, a diferencia de los vástagos de los tiranos de verdad. Eso, para los estándares rusos, no es un dictador ni es nada. No hay campos de concentración ni trabajos forzados, e incluso hay gente que no está de acuerdo con alguna cosa (eso sí, sin pasarse) y lo dice, incluso en televisión, de manera totalmente impune. Así, en Rusia, no se puede ganar una guerra de agresión.

Porque, además, como ellos mismos dicen, los que tienen delante son la misma cosa. Los ucranianos no pasaron por Iván el Terrible, vale, pero los de la parte oriental ya tuvieron que vérselas con Pedro el Grande, y todos pasaron por la experiencia, relativamente reciente, de vivir bajo la bota de Pepe Stalin. La Gran Guerra Patria les pasó por encima más que a ninguna otra república de la URSS, porque allí se pegaron a base de bien durante prácticamente tres años sin pausa. Tienen por lo menos el mismo callo que los rusos.

Se dirá, y no sin razón, que Zelenski tampoco es un tirano sin escrúpulos como los tres anteriores, pero la diferencia es que, desde el punto de vista ucraniano, lo que está pasando no es una guerra de agresión, sino una guerra defensiva por la supervivencia, como la campaña napoleónica de 1812 o la Gran Guerra Patria, o la agresión polaca de 1604-1612 (¡también la vimos!). Esas guerras las puedes ganar sin necesidad de ser Belcebú redivivo, porque ahí el pueblo suele apoyarte por cenutrio que seas. La de agresión ya es otra cosa.

Digamos que Putin ha elegido últimamente otra opción: en lugar de convertirse en un tirano sin entrañas, cosa difícil, porque las transformaciones a los setenta años no son cosa sencilla ni creíble, lo que parece estar intentando es convertir la guerra de agresión en una guerra defensiva, ésa que se puede ganar siendo un dictador estándar o incluso un buen tipo. Para eso, lo más sencillo ha sido declarar las zonas ocupadas como territorio ruso, mediante el preceptivo referéndum.

No creo que le salga bien, porque nadie en su sano juicio puede pensar que se puede celebrar un referéndum cuando no controlas todo el territorio cuyos habitantes están votando, pero oye, si cuela, ya hemos convertido esto en una guerra en que los dos bandos están defendiendo su propio territorio.

Por el bien de todos, incluso el de Putin y su tropa, espero que se repitan los precedentes anteriores y que Rusia salga escaldada de la guerra, como en 1854, 1905 o 1917. Lo contrario sería extraño en el contexto en que estamos y, repito, sólo puede suceder si Putin se convierte en alguien realmente malo, hasta extremos difíciles de imaginar. Como eso no sería bueno para nadie, ni siquiera para él mismo, espero que pierda la guerra, tras un período de tiempo más o menos grande, que eso sí que no se sabe y hasta Nicolás II sobrevivió doce años a la derrota de 1905.

Eso lo veremos más adelante. Para cuando suceda, se habrá hecho tarde muchas veces, y una de ellas es hoy.