¿Es posible la democracia en Rusia como se entiende en Occidente? A pesar de la tozudez de quienes se empeñan en que sí, me temo que la respuesta es que no y que la mayoría de los rusos son conscientes de eso y no les importa lo más mínimo.
Cuando uno conversa con un ruso culto, y una buena parte lo son, no faltan los que piensan que Rusia sólo funciona bien cuando les llevan bien rectos, sometidos a un tipo sanguinario a quien no se le puede discutir absolutamente nada. Si no hay una dictadura, pero una dictadura de verdad, no una chuminada como la de Franco u otras de ese jaez, los rusos se desmandan.
Para los rusos, hay tres tipos que lograron su objetivo de controlar Rusia y ser obedecidos por todo el mundo, para lo cual, como hemos dicho, hay que ser especialmente despiadado. Esos tres tipos son Iván el Terrible, Pedro el Grande y Stalin.
Iván el Terrible se pasó su reinado peleándose con todo quisqui, en general con éxito, mandó a hacer gárgaras el janato de Kazán (algo parecido al fin de nuestra Reconquista) y se pasó el resto de su reinado peleándose con los suecos en una interminable guerra que sólo pudo sostener con un régimen de terror en el interior. Seamos claros, este tipo no bromeaba: en un ataque de cólera se cargó con sus propias manos a su hijo y heredero, montando una crisis a su muerte que significó el fin de su dinastía. Pero eso fue cuando murió. Mientras vivió, no le tosió nadie.
El segundo tipo despiadado fue Pedro el Grande. Éste también se las traía. Se empeñó en modernizar Rusia a toda costa y, cuando escribo toda costa, no estoy exagerando un pelo. Se empeñó en construir una capital nueva en un lugar estratégicamente interesante, pero insalubre hasta decir basta, que causó la muerte de muchos de entre quienes la construyeron. También se puso a darse de leches con los suecos hasta que los consiguió derrotar (por cierto en Poltava, hoy en Ucrania) y se quedó con Finlandia, enterita, además de con lo que hoy son las tres repúblicas bálticas.
Como Iván el Terrible, el tipo tampoco bromeaba ni un poquito con los disidentes. Los había, claro, porque no dejaba de haber gente que no comprendía eso de afeitarse las barbas, una obligación que impuso el zar. Cuando se descubrió una conspiración, y que en ella estaba implicado su propio hijo, el zarévich Alejo, la aplacó a saco, incluyendo la ejecución de su hijo. Si se es un tirano en Rusia, se es un tirano de verdad.
Y el tercer tipo implacable es Pepe Stalin. Éste nos pilla más cerca en el tiempo, por mucho que haya quien lo quiera blanquear desde que murió, y aún antes. Podemos recordar las purgas, que dejaron temblando a cualquiera que destacara por cualquier cosa. No es que la vida humana tuviera mucho valor en la Rusia de ningún tiempo histórico, pero en la Unión Soviética de Stalin es probablemente cuando este valor fuera menor. Eso sí, como logro militar de su época está la victoria en la Gran Guerra Patria (porque la Unión Soviética, como ha quedado dicho en alguna ocasión en estas pantallas, no participó en la Segunda Guerra Mundial, sino en guerras aisladas contra Alemania, Finlandia, Japón...), obtenida a costa de enormes bajas en el ejército y en la retaguardia, porque el sistema soviético de hacer la guerra lanzando carne de cañón es lo que tiene.
Eso sí, las ganancias territoriales fueron de aúpa. La Unión Soviética se expandió hacia Occidente incluso a territorios que nunca habían pertenecido al Imperio Ruso, como Prusia Oriental o la región de Leópolis y, si contamos lo que se quedó como zona de influencia, prácticamente estados satélites, se metió de lleno en Europa Central.
¿Y el hijo de Stalin? Pues tampoco le sobrevivió. Cayó prisionero de los alemanes durante la guerra y su padre se negó repetidamente a intercambiarlo por cualquier prisionero alemán, haciendo ver la poca estima que tenía por los soldados del Ejército Rojo que caían prisioneros (después de la guerra un enorme número no fue liberado, sino que pasó directamente a los campos de concentración). Murió en cautiverio.
Bueno, pues estos tres pollos, a los que calificarlos de desalmados es seguramente ser benevolentes con ellos, son los que han logrado realmente meter en vereda a los rusos y hacerles ganar guerras. Los demás han tenido más bien tendencia a perderlas, sobre todo cuando han librado guerras ofensivas, como es ésta de Ucrania. No me vale la invasión napoleónica de 1812, porque aquélla no fue una guerra de invasión, sino defensiva. A Nicolás I (que era un autócrata empedernido, sí, pero no mató a su hijo ni nada) le dieron una buena paliza en la guerra de Crimea ¿Y qué decir de Nicolás II? En el fondo, era un buenazo (de hecho, está canonizado como mártir), pero perdió la guerra ruso-japonesa (¡ésa la vimos!) y la Primera Guerra Mundial, con consecuencias fatales para la corona imperial.
Es decir, para que los rusos ganen guerras expansionistas se requiere un líder poco menos que maligno, capaz de matar a su hijo con tal de que no le tosa ni el Tato, y que trate a la población a base de zurriagazo y campo de concentración.
Y lo siento mucho, pero Putin no da la talla. Yo sé que en Occidente se le considera una personificación del demonio y el nonplusultra de la maldad, pero no llega a las rodillas de ninguno de los tres personajes descritos arriba.
Todavía.
Es decir, Putin tiene un claro margen de empeoramiento, lo que pasa es que el siglo XXI no ha llegado en balde. Si sus antecesores de siglos anteriores contaban con amplias capas poblacionales que no tenían nada que perder, o a quienes podían maltratar impunemente, eso ya no pasa ahora o, al menos, no pasa tanto. El ruso del siglo XXI está viajado, y no sólo los de clase alta, sino que quien más, quien menos, tiene unas comodidades básicas que la práctica totalidad de los súbditos de Iván el Terrible, Pedro el Grande o Pepe Stalin no podían ni soñar sin babear. Aquellos se iban a la guerra dejando atrás una isbá en medio de la taigá en la que pasaban la vida lo menos mal que podían, mientras que los de ahora, a poco que tengan posibles, tienen lavadora, lavavajillas y, no lo olvidemos, calefacción, televisión y teléfonos móviles. Y vacaciones con viajes al extranjero de vez en cuando. Y van al bar con los amigotes. Tienen algo que perder. No dudo que existan los tres hipermotivados de la última entrada alistándose con entusiasmo aunque no les llamen a filas, pero existen también los que son llamados a filas y se buscan cualquier subterfugio para escurrirse. Y éstos son muchos más.
La única posibilidad de Putin es convertirse en un tirano de verdad, de los que dan miedo, como los tres antecesores citados en esta entrada. De los que matan o dejan morir a sus hijos. Que se sepa, Putin tiene dos hijas, y las dos están vivitas y coleando, a diferencia de los vástagos de los tiranos de verdad. Eso, para los estándares rusos, no es un dictador ni es nada. No hay campos de concentración ni trabajos forzados, e incluso hay gente que no está de acuerdo con alguna cosa (eso sí, sin pasarse) y lo dice, incluso en televisión, de manera totalmente impune. Así, en Rusia, no se puede ganar una guerra de agresión.
Porque, además, como ellos mismos dicen, los que tienen delante son la misma cosa. Los ucranianos no pasaron por Iván el Terrible, vale, pero los de la parte oriental ya tuvieron que vérselas con Pedro el Grande, y todos pasaron por la experiencia, relativamente reciente, de vivir bajo la bota de Pepe Stalin. La Gran Guerra Patria les pasó por encima más que a ninguna otra república de la URSS, porque allí se pegaron a base de bien durante prácticamente tres años sin pausa. Tienen por lo menos el mismo callo que los rusos.
Se dirá, y no sin razón, que Zelenski tampoco es un tirano sin escrúpulos como los tres anteriores, pero la diferencia es que, desde el punto de vista ucraniano, lo que está pasando no es una guerra de agresión, sino una guerra defensiva por la supervivencia, como la campaña napoleónica de 1812 o la Gran Guerra Patria, o la agresión polaca de 1604-1612 (¡también la vimos!). Esas guerras las puedes ganar sin necesidad de ser Belcebú redivivo, porque ahí el pueblo suele apoyarte por cenutrio que seas. La de agresión ya es otra cosa.
Digamos que Putin ha elegido últimamente otra opción: en lugar de convertirse en un tirano sin entrañas, cosa difícil, porque las transformaciones a los setenta años no son cosa sencilla ni creíble, lo que parece estar intentando es convertir la guerra de agresión en una guerra defensiva, ésa que se puede ganar siendo un dictador estándar o incluso un buen tipo. Para eso, lo más sencillo ha sido declarar las zonas ocupadas como territorio ruso, mediante el preceptivo referéndum.
No creo que le salga bien, porque nadie en su sano juicio puede pensar que se puede celebrar un referéndum cuando no controlas todo el territorio cuyos habitantes están votando, pero oye, si cuela, ya hemos convertido esto en una guerra en que los dos bandos están defendiendo su propio territorio.
Por el bien de todos, incluso el de Putin y su tropa, espero que se repitan los precedentes anteriores y que Rusia salga escaldada de la guerra, como en 1854, 1905 o 1917. Lo contrario sería extraño en el contexto en que estamos y, repito, sólo puede suceder si Putin se convierte en alguien realmente malo, hasta extremos difíciles de imaginar. Como eso no sería bueno para nadie, ni siquiera para él mismo, espero que pierda la guerra, tras un período de tiempo más o menos grande, que eso sí que no se sabe y hasta Nicolás II sobrevivió doce años a la derrota de 1905.
Eso lo veremos más adelante. Para cuando suceda, se habrá hecho tarde muchas veces, y una de ellas es hoy.